domingo, 14 de julio de 2013

En los márgenes

Joaquín Mª Aguirre (UCM)
Es difícil encontrar una situación en la que exista tanta divergencia interpretativa y tal confusión de términos como ahora en Egipto. Los islamistas se han lanzado a los discursos "legitimistas" y "democráticos", cuando ha sido su falta de sentido democrático lo que llevó a Egipto a esta situación, mientras que los militares se han lanzado, por su parte, al "discurso de la revolución" que se hizo contra ellos, el verdadero sostén del régimen. En medio, el pueblo egipcio con sus deseos de democracia y sus tentaciones de partidismo.
Cada vez son más las voces cuidadosas con lo que los militares están realizando. Son ellos los que crearon esta situación ingobernable cuando "supervisaron" de forma desastrosa la primera fase de la transición egipcia. No le va a la zaga la Hermandad Musulmana que intentó hacerse con el poder social más que con el democrático. Ni la Hermandad ni los militares son bases para construir una democracia en Egipto. Hasta hace un año, el pueblo se manifestaba contra la SCAF, revelando parte del misterio egipcio: las coincidencias se dan siempre contra un tercero. Más allá, no suele haber acuerdo que dure. Es siempre la alianza circunstancial la que obliga a unir fuerzas contra otros, la que determina las actividades y su valoración de lo que ocurre.

Tamarod ha sido un movimiento popular que ha mostrado que el pueblo egipcio puede llegar a tener una voz propia si se consigue articular desde la sociedad misma. El otro día trataba de desligar la Revolución de las acciones que se puedan hacer en su nombre. La Hermandad Musulmana se apropió de ella cuando llegó al poder y la enterró con la redacción de la Constitución. El texto constitucional —que no contó con el respaldo más que de los islamistas, pues fueron ellos los que lo redactaron casi en su totalidad— era el "fiel reflejo" de la Revolución, según ellos. Los que habían hecho la Revolución, por supuesto, lo negaban. Por lo menos una parte, los que reclamaban un estado democrático y laico. Pero la Constitución aprobada no refleja la vocación de una "democracia" sino que es el marco que permite al islamismo el control de la sociedad. No busca la convivencia de las diferencias, sino la hegemonía y referencia religiosa. Los islamistas, con todo el poder, no desaprovecharon la ocasión para desplegar su toma de las instituciones. Todo a lo que se habían comprometido, desapareció.
A la división surgida entre islamistas y el resto, se añade otra ahora, la de los que consideran que la acción de los militares no ha sido una continuación de la Revolución sino, una vez más, su secuestro interesado. Tras un año de gobierno islamista, los recelos sembrados son grandes y las acciones militares no están contribuyendo precisamente a restituir la calma en el país. El gobierno da bandazos intentando forzar una imagen de autonomía respecto a los militares que, como siempre, son los que disponen de la fuerza. Y eso es lo que muchos temen.

La falta de sentido político de Morsi ha sido la otra pieza de este juego infernal en el que se desangra la nonata democracia egipcia. Podía haber abortado la intervención militar" estableciendo un calendario de acciones para unas elecciones anticipadas. Habría sido un mal menor, le habría permitido ganar tiempo y habría dejado en evidencia al Ejército si hubiera continuado con su amenaza. Pero no lo hizo. Preferían las calles. Y allí están ahora.
La desconexión entre la sociedad civil, desarticulada, y las famélicas élites políticas, incapaces de diálogo constructivo, de establecer objetivos para hacer salir a Egipto del impase en el que se encuentra, es la principal responsable de esta situación de estancamiento. Las iniciativas sociales reclamaron el abandono de Morsi y la convocatoria de elecciones; las fuerzas políticas lo han interpretado a su manera.


A treinta años de estancamiento social y político, le siguen dos años de hiperactividad enloquecida, de movimientos pendulares en nombre de la "Revolución", que es el nombre político del deseo. Quizá sea el tiempo de dar forma racional al deseo más allá de lo emocional. Los que han logrado dar un sentido político a su deseo de libertad parecen condenados a los "márgenes", como señala Lina Attalah en su artículo "Back to the margins", en Mada Masr —la nueva publicación que agrupa al equipo del presionado Egypt Independent— mostrando su descontento con la "centralidad" de la Revolución, una centralidad pasional sobre la que es difícil construir un futuro de convivencia. Quizá los revolucionarios, señala Attalah, formen parte de una "arquetípica marginalidad" y no les quede más remedio que permanecer en ella, eludir los cantos de sirena del "centro" pasional:

We remain who we are, we continue to do what we do, but operate from our predetermined and archetypal marginality. But we still hold on to the thought that a revolution was born from this marginality.*


Terrible idea, que condena a los ideales revolucionarios a permanecer puros en los márgenes y distorsionados en el centro de la vida política, a olvidarse de su origen o a aislarse en él. La Historia está llena de casos. La democracia, se ha dicho muchas veces, es defender los derechos de tu enemigo. No es fácil de cumplir y sí de olvidar. Algunos ni siquiera tuvieron necesidad de aprenderlo. Creo que una gran mayoría del pueblo egipcio está deseando dar a ese deseo de libertad forma de convivencia, en donde "libertad" signifique realmente ser libre. La gente firmó la iniciativa de Tamarod porque no se sentían ni mejor ni más libres con lo que Morsi y la Hermandad les proponían y hacían.

Es difícil que esta situación evolucione a mejor; ninguna de las acciones hasta el momento permite ver demasiada luz. Una vez iniciada la senda única de la "legitimidad" por la Hermandad, la reivindicación de la restitución de Morsi, y su defensa de que ellos son la revolución, solo queda ya el pulso en las calles; para los islamistas, lo que salga de las urnas, si es que llegan a celebrarse elecciones, carecerá de valor porque el primer consenso que una democracia requiere es el del conjunto de los jugadores. Y la historia política reciente es de retiradas y abandonos, de poco consenso y demasiada imposición. Poca generosidad y demasiada agenda oculta. A muchos les ha importado más el poder que Egipto.
La actuación de los militares, por más que se invoque el deseo popular —el descontento es legítimo y real— por motivos de hartazgo y de abuso e incumplimiento de la Hermandad, interrumpe el juego que necesita de todos los jugadores para ponerse de nuevo en marcha. No parece que la Hermandad esté dispuesta a ceder en nada y sí, por el contrario, a demostrar su fuerza. Si para ello tienen que morir cientos de personas, no harán sino aumentar su capital de mártires. Cuando la política necesita de muertos, malo; deja de ser política.
Cuando los historiadores revisen en el futuro este momento de Egipto, se les mostrará la poca generosidad e inteligencia que tuvieron algunos y lo tremendo de sus equivocaciones y manejos. Ante tanto error, el espíritu que llevó a la Revolución, la voluntad de acuerdo y convivencia contra una dictadura, debe perdurar, aunque sea en los márgenes, no dejarse arrastrar por el deseo y mantener claros los ideales.
Escribió Lina Attalah sobre su sensación al abandonar una sentada:

I left the sit-in feeling stifled over how it stands against everything we are fighting for, namely the end of patriarchy, be it in Islamist attire or military uniforms. It goes against our want of the end of tyranny — that relegated those with different political opinions to prison and torture cells...*


La cuestión es cómo establecer un sistema de convivencia con aquellos que solo quieren dominar y con los que no hay retorno, con los antagonistas patriarcales. El riesgo es acabar defendiendo lo mismo que rechazas, convirtiendo en júbilo lo que debería ser tu preocupación. Es más cómodo, pero muy peligroso. Los jóvenes de Tamarod han dicho que vigilarán ahora el cumplimiento de los deseos de la revolución, que ver caer a los presidentes no es suficiente, que hay que vigilar lo que se construye después. Ojalá que logren enderezar esto.
No hace muchos días, la televisión española recogía las manifestaciones de júbilo en nuestras calles de algunos egipcios que habían pedido el abandono de Morsi. Una manifestante explicó: "No estamos contra los Hermanos Musulmanes, pero no queremos que estén en el gobierno". Es como tirar lo dados y no querer que salga el cinco. La única forma de evitarlo es organizando la sociedad civil para que se tenga muy claro cuál es el riesgo de los islamistas en el poder. Muchos ya lo han visto y padecido. Ahora se trata de construir con inteligencia, que quienes estén democráticamente en los márgenes sean los que no son partidarios de la democracia o quienes la entienden a su modo particular.
Todas las revoluciones son idealistas. Es la gestión de sus resultados, de las voluntades que aglutinaron, lo que resulta complicado.


* "Back to the margins" Mada Masr 29/06/2013  http://www.madamasr.com/content/back-margins




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