martes, 30 de julio de 2013

El tortuoso camino egipcio

Joaquín Mª Aguirre (UCM)
Si el gobierno de Mohamed Mursi hubiera hecho lo que acaba de hacer el gobierno tunecino, anunciar elecciones anticipadas ante los acontecimientos producidos —el asesinato de dos miembros de la oposición— y el creciente descontento de la población, hoy el mundo y, sobre todo, Egipto sería distinto. Sin embargo no lo hizo así y el mundo y Egipto son otros, más peligrosos, más cerca del abismo.
El paralelismo entre ambos casos, egipcio y tunecino, será un elemento importante para comprender el proceso que ya muchos califican de "fracaso del islamismo político",  que se manifiesta en el hartazgo causado y en su problema básico con el sentido mismo de lo democrático. La democracia no es solo una forma de llegar al gobierno; los gobiernos también deben serlo una vez en el poder. Basta repasar los titulares antiguos para ver que no ha sido ese su comportamiento en Egipto.
Es esencial distinguir en el caso egipcio —y así lo hemos dicho desde el principio— las diferencias existentes entre el hartazgo de la gente y las "soluciones" aplicadas que pueden poco o nada acertadas, incluso desastrosas. A la espera de ver cómo se desarrollará el caso tunecino, la deriva del egipcio es muy peligrosa porque las posiciones son cada vez más enconadas, mostrando que el islamismo recurrirá a lo que sea necesario para no perder las posiciones logradas.


¿Por qué han actuado tan poco inteligentemente los islamistas egipcios? A veces no es necesario recurrir a grandes explicaciones. En estos días he recuperado cientos de artículos de estos dos últimos años en los que el islamismo de la Hermandad Musulmana y otros grupos próximos han tenido la oportunidad de expresarse a través de declaraciones y entrevistas y de las acciones realizadas. La primera consecuencia es la disparidad entre declaraciones y acciones, entre la palabra oficial y su traduccióno real. 
Lo primero que resalta en el proceso egipcio es la hipocresía, la falta de voluntad real, de sus agentes oficiales. No me refiero solo a los islamistas, sino al propio Ejército. Ahora que se discute sobre si se ha producido un golpe o una nueva oleada de la revolución, se podría preguntar lo mismo sobre la "Revolución del 25 de enero". Se puede preguntar porque en Egipto el proceso es siempre el mismo: una voluntad popular pide cambios y los que están en el poder amoldan sus discursos hasta donde sea necesario para poder mantener el control.

El Ejército siguió controlando la situación asumiendo la retórica de la Revolución, que hizo suya cuando fue necesario. Es notorio que el Ejército solo se decidió a "tomar partido" cuando no le quedó otra salida, sacrificando a Hosni Mubarak, la cabeza visible del Estado. Impuso su hoja de ruta con la esperanza de controlar el proceso hasta el final y no verse desmantelado. Eso tuvo graves consecuencias.
Los islamistas hicieron, por su parte, algo similar. Solo se apuntaron a la revolución cuando vieron que se podían quedar fuera y que se trataba de elegir entre la caída de su enemigo Mubarak y el ascenso de una fuerza civil y laica, como fue la que movió la revolución. 
La visión en las plazas de Egipto de cristianos y musulmanes unidos, velando los unos por los otros, no es islamista y, en cambio, sí revela el ánimo de la revuelta social, el resurgir de un sentimiento "egipcio" —"Proud to be egyptian", "Raise your head, you are egyptian"—, diferente de los planteamientos "islamistas", que dan prioridad absoluta a otro factor, el religioso, que consideran indisoluble y exclusivo.


La Revolución nació con un ánimo integrador, un deseo de agrupar a los egipcios bajo ese concepto, "egipcio", por encima de cualquier otra distinción. El islamismo, por el contrario, como se encargó de reflejar en la propia constitución, establece diferencias. Por eso pronto comenzaron los incidentes sectarios, con derramamientos de sangre incluidos. Tras la revolución, comenzaron a aparecer las disputas y las imposiciones. ¿Conspiraciones para el caos? Si fueron de alguien, desde luego no fueron los que preconizaban la unión de todos los egipcios.
La pésima estrategia de los militares, más empeñados en mantener su control sobre la parte del pastel egipcio que de otra cosa, obligó a miles de personas a aceptar como mal menor el voto a los islamistas. El gran pecado histórico del Ejército fue obligar a elegir entre un representante del viejo régimen y un "Hermano musulmán", reproduciendo el viejo enfrentamiento entre las dos fuerzas organizadas en Egipto. No he dicho entre los "dos Egiptos" porque creo que es un falseamiento fácil y peligroso pensar que el Ejercito "representa" a una parte de Egipto y los islamistas a otra. Solo se puede entender el proceso si se comprende el interés de ambas fuerzas organizadas en que no exista ninguna otra fuerza organizada rival que les pueda disputar su hegemonía. Ha sido el empeño constante de ambos, Ejército y Hermandad, evitar que la sociedad egipcia pudiera establecer una alternativa capaz de vencer el control social de que ambas disponen tras décadas de trabajo, cada una en su terreno. La idea de "voto útil" ha estado más presente que la del voto ideológico. No se ha votado a quien querían, sino para que no saliera el otro, el que consideraban peor. Los islamistas han sido los beneficiados por esos votos revolucionarios que luego se han utilizado contra ellos, especialmente para hacer una Constitución contestada por casi todos, muerta desde el principio.


Lo que no interesaba a ninguna de esas fuerzas históricas era la emergencia de una fuerza social integradora, nacionalista en el sentido de un despertar de la conciencia egipcia. Los Hermanos musulmanes insisten mucho en el carácter "árabe y musulmán" de Egipto. Con ello quieren evitar que surja un sentimiento nacional egipcio independiente, centrado en el país y desligado de otras alianzas que les condicionan. Al incluyente "Proud to be Egyptian" le han salido las contestaciones con el "Proud to be Muslim", que habla por sí mismo, ya que hace recaer el acento en lo religioso y no en lo nacional. Todo el discurso de unión que caracterizó el comienzo, ha sido enterrado por la mentalidad excluyente y partidista de la Hermandad.

Los egipcios de la Plaza Tahrir recortaron cruces y medias lunas y las pintaron con los colores de la bandera egipcia. Levantaban ambas en las manifestaciones y unían sus manos en señal de integración, de deseo de un Egipto de todos. Los islamistas niegan que cualquier visión de un Egipto "laico" sea aceptable y mandan ante los tribunales a los que se atrevían a realizar públicamente cualquier comentario considerando que son ofensas a la religión. Los ejemplos son múltiples en este tiempo y las hemerotecas están ahí.

Los enfrentamientos han sido constantes antes de llegar a las calles. Se han producido en todo tipo de escenarios en los que los islamistas han ido silenciando y desplazando a toda velocidad a los que no lo eran. Es lo que se ha llamado la "hermanización" de Egipto, el proceso veloz de colocación de sus miembros en todos los resortes de la sociedad e instituciones. Las batallas para resistir han sido notorias en muchos sectores, que no se han plegado ante los nuevos amos y sus pretensiones de censura, de imponer sus criterios de forma absoluta.
La Hermandad Musulmana no entiende de "democracia". No la ha practicado desde que llegó al poder y no habla de otra cosa desde que lo abandonó a su pesar. El "año Morsi" está salpicado por todo tipo de incidentes e iniciativas de control social y sectarismo, que son las que han llevado finalmente al estallido social.


¿Por qué esta aceleración en su ritmo de desembarco controlador? La única explicación lógica que cabe es que la propia Hermandad era consciente de lo efímero y circunstancial de su poder y trató de desmantelar de una tacada algo más que el antiguo régimen, la totalidad de la sociedad egipcia. Esa es una explicación "inteligente". Hay otras menos "inteligentes" que se pueden realizar a partir de su propia ceguera y soberbia. El ideal de un "estado islámico" es para ellos irreversible en su avance; es solo una herramienta para la transformación social y mental de la población. No hay ni ha habido una mentalidad democrática, que se debería haber centrado en la limpieza del antiguo régimen y en el fortalecimiento democrático del estado. Sin embargo no es eso lo que hizo: pactó con el Ejército y se dedicó a debilitar los movimiento democráticos que surgían de la sociedad. Por decirlo directamente: se centró en eliminar la Revolución, el auténtico peligro para sus intereses, la competencia. Pensaba que si contentaba al Ejército en sus pretensiones de mantener sus parcelas de poder, este no intervendría en el apoyo de las reivindicaciones de aquellos a los que también había reprimido durante décadas.

La magnitud de la protesta social ha sido de tal calibre que se han descabalado todo los cálculos, los de unos y los de otros. ¿Cuáles son ahora los planes del Ejército? Están —como en casi siempre en Egipto— los planes manifiestos y los ocultos. Los primeros se basan en advertencias que han cumplido; lo oculto lo iremos viendo poco a poco. La Hermandad, por su parte, no cree realmente en la presión popular más que como una forma de obtener presión internacional sobre el Ejército. Nadie les tiene simpatía, pero no se puede mirar hacia otro lado ante la violencia y la represión, por más que el Ejército presente manifestaciones multitudinarias de apoyo. Esta estrategia política es suicida a medio plazo porque implica una espiral de muertes por parte de la Hermandad cuando necesite respaldo y una respuesta brutal del Ejército cuando necesite frenarla.
¿Hay solución razonable? Lo que debe entender Occidente es que "razonable" no significa lo mismo aquí que allí, que mucha gente en Egipto no está dispuesta a ser la moneda de cambio para una pacificación que les haga renunciar a los ideales de integración y modernidad política que les lanzó a la calle un 25 de enero. La pregunta que representa este drama histórico la escuché el otro día de labios de una egipcia: "¿quién nos protege?". Es una pregunta que esconde muchos dramas personales de pasado presente y futuro; son los dramas de personas que lucharon en el pasado por traer algo de libertad a su país, que siguen luchando en el presente por defender su derecho a vivir, comer, vestir, etc. según su propia decisión personal, y que desean un futuro que descanse en sus manos. El drama se prolongará si para intentar ser libres tienen que sostener una estructura autoritaria y represiva. Los egipcios que quieren ser libres están en tierra de nadie. No son interlocutores de nadie: unos hablan con el Ejército y otros con los Hermanos, pero nadie lo hace con ellos.
Para algunos analistas, el islamismo político ha llegado a su tope histórico por las contestaciones sociales, incluida Turquía, que está provocando. Falta saber si están dispuestos a aceptarlo, que el límite ha sido sobrepasado y que las sociedades pueden ser religiosas sin que eso signifique que los estados se conviertan en teocráticos. Como decía un titular reciente en Egipto, "No queremos un presidente que nos enseñe a rezar".

En el caso de Túnez, que comenzamos comentando, la convocatoria de elecciones generales para diciembre es una forma posible —ya se verá su eficacia— de evitar males mayores. «Nuestra determinación no es permanecer en el Gobierno, pero tenemos un deber y en el momento en el que asumimos la responsabilidad la asumimos del todo y hasta el final. Hasta el último momento», ha dicho el primer ministro islamista Ali Laridi. Veremos entonces cómo reacciona el pueblo tunecino. Esa es la posibilidad, la salida que la Hermandad Musulmana desestimó en su soberbia, anteponiendo su permanencia y búsqueda del control absoluto a unas elecciones anticipadas, solución menos traumática que la actual. Los tunecinos parece que han aprendido del ejemplo egipcio. Los islamistas libios, por el contrario, han advertido que si ocurre algo como lo de Egipto, allí la sociedad está fuertemente armada, un aviso. 

Es pronto para decidir qué ocurrirá con el islamismo político que evidentemente no desaparecerá. Si el flujo de renovación generacional sigue adelante, tendrá que modificar sus planes. A diferencia de lo que ocurre en otros ámbitos culturales, el islamismo político es el "brazo", la forma de actuación, para conseguir unos objetivos que no son políticos en un sentido democrático de convivencia. No se trata de sus ideas, sino de si obligan a los demás a vivir bajo ellas, a convertirse bajo su mandato en lo que no quieren ser. Es cuestión de supervivencia ante el esencialismo histórico que ve a los demás como "impurezas". Como les dijo claramente la diputada tunecina Rabiaa Najlaoui ante la Asamblea hace unos días: "Éramos musulmanes ante de que vosotros llegarais al poder; somos musulmanes sin vosotros y seguiremos siendo musulmanes después de que os hayáis ido". El problema son los islamistas. No se trata del derecho a ser religioso sino del derecho a imponerlo a todos de una forma retrógrada.



Egipto sigue en marcha, con un camino abierto de incierto final. Hay momentos intensos que abren brechas que duran siglos. Pero también los hay, pocos, que siembran esperanzas. En ocasiones, solo la distancia permite distinguirlos.







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