domingo, 21 de julio de 2013

El juramento de Nadia Fahmi

Joaquín Mª Aguirre (UCM)
Estaba leyendo un artículo en Al-Ahram  —One girl and the taliban—sobre el discurso de Malala ante la ONU. Hace unos días apareció una especie de contestación en forma de "carta" —presuntamente escrita por un talibán— en la que se trataba de contrarrestar el efecto mundial del firme discurso de la niña ante el mundo: un lápiz y papel son las mejores armas para cambiar el mundo; los alumnos y sus maestros lo cambian cada día al aprender y alejarse de la ignorancia. La "carta" trataba de justificar el intento de asesinato de una niña de quince años porque hacía propaganda "occidental", norteamericana.
Me imagino que los otros cientos de ataques anuales contra escuelas y niñas serán por el mismo motivo: aprender es poco talibán y muy "occidental". La educación y, en especial, la de las mujeres serán consideradas por los más radicales como una forma de "penetración" del mal foráneo que los otros representan. Una muestra más del razonamiento perverso que se esconde tras esa ignorancia buscada deliberadamente, disfrazada de orden divina que busca mantener el estatus natural en el mundo: el hombre manda y la mujer obedece sumisamente porque todo está ya escrito y solo hacen falta las herramientas necesarias para comprender el mensaje. Hay que aceptar sumisamente los designios; en eso consiste la sabiduría de la ignorancia.
El artículo de Al-Ahram se cerraba con la siguiente conclusión:

Rooting out terrorism is possible with a good educational base, especially in a place troubled by extremism. More than investment in heavy fighting machinery, a book and a pen can be as deadly a weapon to fight these ill-minded people, as Yousafzai said. Just a pen and book can make peace.


No sé si la educación acaba con el terrorismo —nos gusta pensar que sí—, pero creo que sí puede acabar con ciertas clases de terrorismo o, al menos, da alas al pensamiento de los que pueden enfrentarse a él al abrir la mente a los burdos razonamientos y a las mentiras en los que crece. La idea de "ignorancia" es a veces muy sutil y se disfraza doctamente. Por eso la educación debe básicamente buscar la autonomía, la independencia de criterio de las personas. Lo demás es adoctrinamiento, repetición de modelos de forma acrítica que hace al individuo dependiente, parte de una maquinaria ciega. El terrorismo, como forma fanática, abomina de la verdadera educación, que es de donde saca Malala la capacidad de enfrentase a ellos. Malala se abre al mundo; ellos lo cierran.
Pero pensar la educación solo en términos de "terrorismo" es una desviación a la que nos llevan los dogmáticos. Hay que pensarla desde su papel esencial, positivo: la construcción de un futuro para esas personas que la reciben, la transformación del mundo y la guerra a la pobreza.
Iba a cambiar de diario cuando un títular, no excesivamente descriptivo, llamó mi atención en el lateral de la página: "The alphabet and the sidewalk". La curiosidad me tentó y el primer párrafo me dejó sorprendido:

“I, Nadia Fahmi, a 24-year-old Egyptian graduate in English literature, being perfectly sane and in my right mind, declare that I will continue to educate street children and will do my utmost to support them in becoming productive individuals until the day I die.”


¿Quién era aquella "Nadia Fahmi" que se juramentaba así, diciendo al mundo que no estaba loca? ¿Quién era aquella chica decidida a convertir a los niños de la calle en "personas de provecho"?
Nadia Fahmi, recién licenciada y sin trabajo, veía crecer el número de niños de la calle frente a su casa, en la plaza frente a su domicilio. Hizo lo que hacía siempre, avisar a una ONG, pero el problema no se solucionaba y los niños regresaban a las aceras.


El que no reciban educación es solo uno —y probablemente no el peor— de los males que padecen. A diferencia de las escuelas de Pakistán por las que Malala luchaba para las niñas, aquí la lucha es distinta. A nadie importan esos niños, empezando muchas veces por las propias familias que los explotan en las calles. Tampoco se importan a sí mismos; ellos se consideran muchas veces como una especie de adultos para sobrevivir en las calles y están orgullosos de "ganarse la vida". Pero son niños y lo que les espera en las calles no es nada bueno; no hay futuro en las calles. Muchos lo acabarán pagando.

Nadia Fahmi cuenta que lo primero que se planteó es cómo llamar su atención, cómo hacer que fueran hasta ella y que permanecieran aprendiendo ya que se trata de eso, no de la habituales maneras cosméticas de las calles. No se trata de que no se vean, sino de hacer de ellos personas de provecho. Nadia lo hizo a su manera:

“I’ve always had a great passion for painting,” she tells us, “and I am really good at it.” So she set up camp in the garden on her square. “I just took all my painting tools and started drawing”. After a while, the children noticed her and were intrigued by what she was doing. It only took about a week for them to be friend her. Fahmi would give them sweets and balloons, and also brought them paints to use themselves. “They became really close to me. We started to paint together, and they were very proud of what they learned to do,” she adds.
The next step was to introduce numbers and letters from the Arabic alphabet into her paintings. “Their response was outstanding,” she declares. “They showed marvellous signs of intelligence and were very fast learners”.

La curiosidad y el placer de hacer cosas son las bases del aprendizaje, los mecanismos naturales con los que venimos dotados para desarrollar nuestras cualidades. Son —por más que algunos sean partidarios de otros métodos— la base que hace que sigamos avanzando a través de los caminos del entusiasmo, que es el equivalente intelectual del placer físico.



Dice Nadia Fahmi que el mayor problema son los padres o aquellos que los explotan. Los vecinos ya la han advertido, explica, de que puede ser peligroso. Pero ella está decidida a seguir, tal como expresaba en su juramento.

“Many people told me that it would be best to let an NGO deal with the children, now that I’d put them on the right track, and that my role was over,” Fahmi recounts. But despite these warnings, she refused to follow this advice and, instead, trusted her instincts. After an experiment with making a Facebook page (which turned out to be a huge flop), Fahmi decided to go out and directly engage others in the project, on her own terms. “So many initiatives have been going on to support street children, but I wanted to do something different, something unique — something where the children willingly choose to take part.” So Fahmi started promoting the project to her family and close friends. The results were exceptional. “My friends told their friends, and they told others,” she recalls. Soon, the circle around her had grown to involve more than 100 volunteers, working with some 84 street children.
Fahmi’s motto for her project is borrowed from Gandhi: “Be the change you want to see in the world”.


También Malala invocaba a Gandhi. La idea de "ser el cambio que quieres ver en el mundo" es la de sacudirse la pereza en la que vivimos y tratar de cambiar lo que quieres que cambie. Nadia ha hecho con sus amigos y familiares lo mismo que con los niños; les ha transmitido entusiasmo, es decir, la posibilidad de sentirse contentos con lo que hacen. ¡Estamos tan frustrados diariamente con tantas cosas! ¡Tenemos que realizar tantas cosas absurdas que dedicar una parte de ese tiempo a algo en lo que se cree es gratificante. Nadia Fahmi ha ido dejando crecer el entusiasmo alrededor del sueño que vive. Vivir un sueño no es soñar; es hacerlo vivir, hacer que la realidad vaya cambiando hasta parecerse a la que contemplas cuando miras el mundo con los ojos del deseo. Entre lo que queremos y lo que hay, solo existe la distancia de nuestro esfuerzo y compromiso. Por eso el juramento de Nadia Fahmi es un compromiso con ella y con el mundo que quiere cambiar.
Al sueño real de Nadia se han unido psicólogos y pedagogos, personas que enseñan a los niños el alfabeto y las matemáticas básicas. Pero el sueño ha ido creciendo y han ido introduciendo en la vida de esos niños de la calle "sessions devoted to art, music and movies." ¡Con qué avidez meterán en sus vidas algo tan distinto al mundo en que viven!
Nadia Fahmi está pensando en convertir todo esto, el trabajo y la ilusión de tantas personas en una ONG. Ya le ha elegido un nombre: “We Make Our Own Destiny”. Probablemente, Nadia sabe muy bien que ese título es un tratado filosófico, ético y religioso, que a algunos les parecerá desafiante y blasfemo, pero que encierra la única posibilidad de salir de un presente empobrecido en las calles de una ciudad hostil.
Hay muchas otras personas en Egipto que se han comprometido con la causa de los niños de la calle. En otras ocasiones hemos dado cuenta de algunas. Los niños de la calle no son "un problema". Son seres humanos olvidados, dejados a su suerte injustamente. Sé que muchos jóvenes egipcios han hecho suya su causa porque de nada sirve clamar por las libertades si se ignora esta injusticia. Por eso, sabiamente, muchos no desligan la "justicia social" de las reivindicaciones. Libertad y justicia.
La fotografía que encabeza este artículo muestra una pancarta con un rostro en una manifestación. Es el de Omar Salha, un ciño de la calle fallecido en febrero de este año.
Sí, Nadia Fahmi está perfectamente cuerda; no es el juramento de un loco. 

* "One girl and the Taliban" Al-Ahram 16/07/2013 http://weekly.ahram.org.eg/News/3385/19/One-girl--and-the-Taliban.aspx

** "The alphabet and the sidewalk" Al-Ahram 4/06/2013 http://weekly.ahram.org.eg/News/2832/30/The%20alphabet%20and%20the%20sidewalk.aspx







No hay comentarios:

Publicar un comentario

Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.