martes, 25 de junio de 2013

Richard Matheson ya es leyenda*

Joaquín Mª Aguirre (UCM)
La originalidad de Richard Matheson ha consistido en trasladar los conflictos propios de la tramas narrativas a un marco explicativo evolucionista de raíces claramente darwinistas, es decir, planteado como rivalidad tanto en los límites internos de las especies (rivalidades intraespecie: individuales, entre grupos), como entre especies, algo que encaja muy bien dentro de la temática de la Ciencia-Ficción, género en el que el autor ha dado varias obras maestras, como Soy Leyenda o El increíble hombre menguante, reforzadas por su paso al cine. Ambas forman parte de la cultura popular de la segunda parte del siglo XX y conectan con el miedo del hombre a ser el desencadenante con sus acciones de desastres bélicos y medioambientales que modifiquen las condiciones del entorno. La nube tóxica que afecta al "hombre menguante" o la "guerra" en Soy leyenda forman parte de los temores de la Guerra Fría y del peligro nuclear, presente en la mente colectiva de la segunda mitad del siglo. Matheson los tradujo a historias populares y los enmarcó en un imaginativo marco evolutivo.
Los procesos de selección natural, como ya señaló Charles Darwin, se establecen como conflictos entre miembros de una misma especie, como ocurre con la rivalidad sexual para conseguir la propagación genética, y la rivalidad con otras especies por ocupar los nichos y hacerse con los recursos existentes. Los seres vivos compiten, pues, entre ellos, y con otros. Además de esta competencia con otros seres vivos, existe el elemento que determina las posibilidades del conjunto, las variaciones del espacio en el que se encuentran y que determina las posibilidades mayores o menores de supervivencia en función de la adaptación. La vida es una carrera a ciegas por la superviviencia.
Para centrarlo en términos darwinianos, Matheson se ocupa de:

  1. conflictos por los recursos entre especies distintas.
  2. Cambios o mutaciones de las especies que favorecen o dificultan la adaptación al entorno estableciéndose los mecanismos de la selección natural.
Estos dos principios pueden ser reconocidos en las novelas y relatos cortos, Soy leyenda, El increíble hombre menguante o Duel, con diferencias interesantes en los mecanismos que se hacen intervenir en cada uno de los casos.



Soy leyenda (1954): cuando las mayorías ganan y los que ganan escriben la historia

¡Soy un animal!, gritó. ¡Un estúpido y torpe animal! (96)

Neville es el último ser humano. Al menos tal como habían existido hasta el momento. Una extraña epidemia ha acabado con la humanidad. Se ha apoderado de los seres humanos transformándolos en vampiros.
El título de la obra es terriblemente irónico. Para los humanos, los vampiros son una leyenda. Cuando Neville, el último hombre sobre la tierra, desaparece, son los seres humanos los que pasan a convertirse en leyenda, es decir, se transformarán en una historia que muchos de los vampiros, pasado el tiempo, considerarán una invención fantasiosa, una fabulación sobre seres inexistentes. La expresión de Neville poco antes de morir, “¡Soy leyenda!” es un ejercicio de relativismo evolucionista: los buenos son los que sobreviven, los malos se extinguen. Las guerras siempre las ganan los buenos, que son quienes las pueden contar.
Desde una perspectiva evolucionista, son los elementos externos los que deciden quién es apto y quién no. De hecho, Matheson deja claro que los cambios no solo afectan a los humanos, sino a la totalidad del medio. Es el ecosistema lo que cambia.


Aunque la historia en su plano argumental se centre en la lucha entre los vampiros y el hombre, esto no es más que la parte del iceberg que se percibe. Neville habla de que ha comenzado la “edad de los insectos” (55), ya que son estos los que están transmitiendo la infección bacteriana.

—Espero que no estemos alimentando una raza de superbichos —dijo Neville—. ¿Recuerdas aquellos saltamontes gigantes que encontraron en Colorado?
—Sí.
—Quizá los insectos eran… ¿Cómo los llaman? Mutantes.
—¿Qué es eso?
—Oh, significa que… cambian. De pronto. Evolucionan saltando fases intermedias, y hasta quizá desarrollándose como nunca lo harían si no fuese por…
Silencio.
—¿Los bombardeos? —preguntó la mujer.
—Quizá.
—Bueno, por lo menos provocan las tormentas. Y quizá otras cosas.
Virginia suspiró cansadamente y sacudió la cabeza.
—Y dicen que ganamos la guerra —dijo.
—Nadie la ganó.
—Los mosquitos la ganaron.
Neville sonrió débilmente.
—Me parece que sí —dijo. (56)

El antagonismo de la narración, el que se realiza entre seres humanos y vampiros, no es más que la superficie del gran conflicto, el que involucra a la totalidad del ecosistema. La narración no hace sino focalizarse sobre uno de los múltiples y permanentes conflictos que son la evolución misma. El elemento desencadenante de los cambios, aunque no se pase de las hipótesis por parte de los personajes —“todos tienen alguna idea” (57), comenta Neville—, es la guerra bacteriológica, una acción humana que ha alterado el equilibrio. Es un germen el que ha modificado las condiciones del sistema y ha favorecido a unos y perjudicado a otros. Los que están mejor adaptados a los cambios producidos sobreviven; los que no, se extinguen. En este caso, los seres humanos son los que llevan la peor parte. Han adquirido una infección que les ha transformado en vampiros. Esta enfermedad es causada por una bacteria, el "bacilo vampiriis", tal como Neville la bautiza tras descubrirla en su investigación de las causas de las infecciones. Él ha desarrollado inmunidad a su efecto debido a una mordedura de murciélago que padeció anteriormente. El germen obligaba al organismo en el que se desarrollaba a buscar la sangre humana. Así, la enfermedad se ha ido propagando transformando en vampiros, muertos vivientes manejados por los gérmenes, a los seres humanos.
La soledad de Neville es angustiosa. Matheson juega con la presencia del instinto sexual que atenaza al protagonista. El instinto reproductor, la necesidad de extender su código genético, se le presenta como un dolor constante, un sentimiento agónico ya que no tiene con quién cruzarse. Los cuerpos humanos que quedan sobre la tierra no son más que colonias de las bacterias. Las mujeres vampiro utilizan sus cuerpos con provocación para tentarle a salir de su refugio, pero Neville sabe que no es más que un reclamo sexual para acabar con él.


Sin embargo, entra en juego un elemento nuevo: aparece una mujer, Ruth, bajo la luz del sol. Neville no puede creer que sea la última mujer humana y recela de ella. La atracción y el temor le presionan. La desea, pero tiene miedo de que sea una de las mujeres vampiro que han urdido algún tipo de engaño. Neville, ante sus sospechas, decide someterla a análisis para comprobar si está infectada. Cuando comprueba que sí lo está, Neville es golpeado y abandonado inconsciente. Cuando despierta, lee la nota que Ruth le ha dejado. En ella le explica que su objetivo era espiarle y vengarse por la muerte de su marido, a quien Neville eliminó en una de sus salidas cazadoras al ser un vampiro. Sin embargo, Ruth le exculpa ya que ha comprendido sus motivos:

[…] Sé que no elegiste tu modo de vida, como nosotros no elegimos el nuestro. Estamos infectados. Pero ya lo sabes. No sabes en cambio que seguiremos vivos. Descubrimos el modo, y vamos a crear una nueva sociedad, lentamente, pero sin desmayos. Nos libraremos de esos miserables castigados por la muerte. Y, aunque no lo quiera, hemos decidido matarte a ti y a todos tus semejantes.
[…] Somos por ahora unos pocos. Pero creceremos tarde o temprano, y ninguna palabra mía podrá impedir tu destrucción. En nombre de Dios, Robert, ¡sálvate mientras puedas!
Sé que no me creerás. No creerás que podemos vivir ya a la luz del sol, aunque durante cortos periodos. No creerás que mi color no era sólo maquillaje. No creerás que podemos vivir con el germen en la sangre.
Por eso te dejo una de mis píldoras.
Las tomé todo el tiempo que pasé aquí. Las ocultaba en mi cinturón. Descubrirás que son una mezcla de sangre defebrinada y una droga. No sé exactamente qué es.  La sangre alimenta al germen, la droga impide su multiplicación. El descubrimiento de esta píldora impidió nuestra muerte, ayudándonos a reconstruir el mundo. (162-163)


La especie humana, pues, sobrevivirá al adaptarse. Lo hará bajo la forma de estos nuevos vampiros controlados, ya no muertos vivientes, sino seres vivos que han logrado controlar los gérmenes que les parasitaban. Gracias a su capacidad inteligente, los antiguos humanos han desarrollado la forma de controlar científicamente la infección. No desaparecerá la enfermedad, pero controlan sus efectos y sobreviven. Ahora apenas son un pequeño grupo, pero están dispuestos a recuperar la posición perdida.
En esa futura sociedad/especie que se avecina, Neville no tiene lugar; no es más que un fósil viviente, un resto de una humanidad ya inexistente. Los nuevos vampiros, con auténtico sadismo, realizan las mismas labores que Neville llevaba a cabo: el exterminio de los vampiros viejos. La lucha por la supervivencia se muestra en toda su intensidad. Unos sobrevivirán y otros desaparecerán. En la explicación final que Ruth le da antes de que sea ejecutado, Neville comprende que el nuevo orden que se va a instaurar tiene muy poco ya de humano:

—Todas las sociedades nuevas son primitivas —replicó la joven—. Tú deberías saberlo. Son… como grupos revolucionarios, que transforman la sociedad por la violencia. Es inevitable. Tú mismo recurriste a la violencia, Robert. Mataste. Muchas veces.
—Solo para… para sobrevivir.
—Nosotros matamos por las mismas razones —dijo Ruth con calma—. Para sobrevivir. No podemos permitir que los muertos persigan a los vivos. Deben ser destruidos. Y lo mismo quien mata a los muertos y a los vivos. (176)


Los conflictos que las historias nos cuentan no son más que la superficie del Gran Conflicto, la vida misma, de la lucha por la supervivencia. Los pequeños dramas individuales son apenas líneas del Gran Drama y los personajes meras notas en la sinfonía universal de la transformación para intentar evitar la extinción. Nada perdura en un mundo indiferente en constante cambio. Al hombre le queda el melancólico consuelo de ser consciente de los hilos absurdos de su existencia como parte de la naturaleza. Y escribirlo.
El escritor ha señalado:

Escribí historias y novelas cortas durante un periodo de 20 años. Duel fue la última. No me daba cuenta, pero el tema principal en mis historias es la lucha de un hombre teniéndolo todo en contra. Es algo que he repetido hasta la saciedad; no lo sabía entonces. Pero cuando escribí Duel, sí lo sabía. Y pensé: “Es la historia por excelencia de un hombre enfrentándose a un rival espantoso” Así que dejé de escribir historias cortas y no volví a escribir otra.”

Duel, la lucha del hombre con la máquina que él mismo ha fabricado, convertida en depredadora en la carretera, fue la última vuelta de tuerca, el final. No era sino otra metáfora de la lucha por la supervivencia en una naturaleza transformada por la mano del hombre.





-MATHESON, Richard (2007): Soy leyenda. Col. Booket, Minotauro. Barcelona.


* Este artículo es parte de un texto más extenso, "Richard Matheson: la lucha por al supervivencia", elaborado con motivo del congreso conmemorativo "Darwin en la ficción", celebrado en 2009 en la Universidad Complutense de Madrid. Sirva de homenaje al autor en el día después de su muerte.








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