domingo, 23 de junio de 2013

La alucinación democrática

Joaquín Mª Aguirre (UCM)
En su obra "Introducción a una política del hombre", el sociólogo Edgar Morin escribe en el apartado titulado como "La cuestión democrática":

También la democracia debe ser una pregunta antes de poder proporcionar una respuesta para la política planetaria.
Se trata de no deslizarse, según la fórmula de Raymond Aron, de la aspiración democrática a la ilusión democrática. Si la aspiración democrática expresa la aspiración a la igualdad, en un marco de libertad y responsabilidad para todos, la ilusión democrática sería la supresión de todo sistema de autoridad o de poder, o la creencia de que podría existir una responsabilidad de todos en la práctica de la cosa pública que fuese efectivamente igualitaria. Toda sociedad evolucionada es una sociedad diferenciada y estructurada, una sociedad que implica por tanto la existencia de un centro neurálgico de decisión, de una jerarquización. «A medida que se hace más democrática en lo exterior, la sociedad reacciona ante la supresión de las desigualdades sociales de naturaleza jurídica y política organizando una jerarquía interna», dice con razón Hannah Arendt. No tener en cuenta el problema del límite jerárquico, es decir, el límite antidemocrático inevitable o necesario en toda democracia, nos conduce, bien a sumergirnos en un sueño fetal en el que la sociedad no sería sino una yuxtaposición de células humanas no diferenciadas, bien a lanzarnos a un sueño futuro en el que las máquinas serían las encargadas de desempeñar las funciones políticas clásicas. Es preciso realizar prospecciones relativas a este sueño en nuestra reflexión política fundamental. No obstante, en el medio plazo, el problema consiste en buscar y reconocer el límite de la democracia, o, digámoslo de otra manera, el problema estriba en detectar las contradicciones propias de una política democrática.* (108-109)


El fragmento es denso en ideas y problemas planteados, con esa síntesis final de la necesidad de detección de las contradicciones características de la democracia, de esa necesidad doble de ser igualitaria y estar jerarquizada.

Muchos ciudadanos, en diversas partes del mundo, parecen plantearse, como una pregunta viva, en las calles, las contradicciones de esa democracia insuficiente en la que viven. A la aspiración y la ilusión democráticas, que Morin recoge de Aron, parece unirse la "alucinación" democrática, estado en el que es la apariencia de democracia lo que se muestra ante una pérdida de la capacidad decisoria de los pueblos. ¿El carácter anti igualitario de las jerarquías implican necesariamente que actúen en contra de los intereses generales?
Puede ser cierta la necesidad de una jerarquía, de un orden para hacer que las democracias funcionen y no se vuelvan caóticas. Pero el problema no es el de la "organización" sino el de la pérdida de los fines correctos por parte de las jerarquías. Lo que se cuestiona hoy mayoritariamente en las calles de medio mundo no es la democracia ni la necesidad del poder, sino el mal uso, el abuso representativo.


Las protestas de medio mundo son contra un poder que deja de responder a los intereses ciudadanos, se corrompe y responde autoritariamente ante las denuncias. Es el escenario clásico de las dictaduras, pero que ahora se ha trasladado a las democracias. Hemos visto las protestas de la Primavera árabe contra sus dictadores; ahora las vemos trasladadas a países con sistemas democráticos. Y las acusaciones, con todos los matices y salvedades, son las mismas: corrupción y autoritarismo. En unos casos se pondrá más énfasis en un punto que en otro, pero el resultado es la protesta ciudadana. Las excusas de que la violencia de las protestas no es democrática no anula el hecho de que sean reales sus causas. Es muy preocupante que las democracias respondan con la violencia o con propuestas de recortes de libertades con la excusa de garantizar el "orden". Las diferencias entre dictaduras y democracias pueden ser muy grandes, pero es la deriva lo preocupante, la falta de una respuesta coherente y a tono con la democracia por parte de los poderes. La protesta no es una moda; es un estado creciente de respuesta a la peligrosa degradación democrática, a su estancamiento formal.


Los gritos en las calles ya no son para pedir democracia, sino una "democracia real". Con los sistemas democráticos consolidados, lo que los ciudadanos piden es que las personas a las que eligen velen realmente por sus intereses, con lealtad, algo que no siempre se produce, como hemos podido ver en el origen económico de esta crisis mundial. Es la idea simple del "99%" ignorado en beneficio del 1% de privilegiados; resulta de la simple contemplación de las cifras que muestran el crecimiento de las diferencias sociales y por tanto de los privilegiados, que ven aumentado su poder.

La corrupción siempre ha existido en cualquier sistema o país, pero las protestas actuales reflejan, junto al rechazo a los múltiples casos que salpican a los gobiernos en todos los niveles, la preocupación por la formación y sentido de las elites políticas. Puede que las jerarquías sean necesarias, como señalaba Morin, pero lo que no es inevitable es que sean corruptas o ignoren la voluntad de quienes los eligieron.
Ya sea por corrupción o por ineficacia, el mundo parece reclamar otro tipo de dirigentes. Parece que el modelo clásico ha entrado en crisis y que el carisma o la confianza diseñada mediáticamente ya no son suficientes para calmar la protestas. Ya no todos son "problemas de comunicación". Hay que ahondar, como reclamaba Morin, en las contradicciones.
La gente está pidiendo otras cosas, probablemente muy sencillas: que se gobierne con su mandato y por el bien común, pensando siempre en la mayoría y no en los intereses de unos pocos. 
La política ha cambiado, aunque muchos dirigentes no se hayan dado cuenta.


* Edgar Morin (2002): Introducción a una política del hombre. Gedisa, Barcelona.










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