domingo, 30 de junio de 2013

La furia del ministro Wert

Joaquín Mª Aguirre (UCM)
Las menciones a la "caridad" o a que todos aquellos que no lleguen a un 6'5 quizá deberían estar haciendo "otras cosas" por parte del ministro Wert llevan el debate educativo a puntos de irritación y demagogia que no son los que el tema en cuestión requiere. A la Educación le sobra demagogia y le faltan medios y criterios para percibirla como lo que es, el tránsito de la ciudadanía. Por las "manos ideológicas" del ministro de turno pasan todos los ciudadanos españoles. Todos, absolutamente todos, somos hijos de nuestro sistema educativo. Podremos ser hijos díscolos o sumisos, agradecidos o despectivos, pero salimos de ese sistema que nos moldea, para bien o para mal.
Es una mala costumbre de este país que los políticos se presenten como intérpretes de lo inevitable, lo que les dota del peor de los defectos: la soberbia interpretativa. El ministro Wert tiene además un punto propio en lo poco acertado de sus expresiones, levantando ofensas donde solo debería haber debate. Pero también es muy español ese valorar las reacciones en contra como una muestra de eficacia, de que se ha acertado, como si la política fuera el arte de irritar, y no el de buscar la eficacia mediante el acuerdo social.

El diario El País entrevista al Catedrático Julio Carabaña, que fue la persona encargada de diseñar en 1982 el sistema de becas. Creo que, sin caer en excesos propagandísticos, pone el acento en los problemas prácticos que se plantean y el origen ideológico. Los prácticos serán los que causará en las personas, en la base misma del sistema educativo, a las instituciones y a la sociedad misma.
Cualquiera que esté hoy en las aulas, fuera del sistema obligatorio, puede dar fe de que la crisis económica ha modificado la estructura de nuestro alumnado. Esto no ocurre solo en la enseñanza pública sino también en la privada. Me hablaban el otro día de una caída del alumnado cercana al 40% en una universidad privada. En los posgrados de la universidad pública, igualmente, muchos han visto transformada su matriculación con caídas que han dejado de hacerlos rentables por las subidas brutales de las tasas. En aquellos en los que no ha caído la matriculación, se ha producido una pérdida del alumnado español y un aumento del extranjero, algo que ya sucedía en las privadas en los posgrados. Muchos de los que vienen de fuera lo hacen con becas o financiados por sus familias a un país que se ha ido abaratando en otros terrenos por la crisis. También en educación se está buscando al "turista" de calidad para compensar la pérdida del "consumo interno". Pero la educación es algo más; afrontarla de forma mercantilista es nefasto para la sociedad en la que repercuten estas medidas y enfoques.


Se recortan ayudas y se suben matrículas. El mensaje después es que hay que mejorar la educación para acceder a los puestos de trabajo. ¿Cómo, si se impide a la gente estudiar por el aumento de precios y recorte de becas? Hay un gigantesca contradicción en todo esto. Es una forma de exculpación de las responsabilidades políticas en este desastre trasladándolas a la parte más débil del sistema: los alumnos. Tiene razón Julio Carabaña cuando señala que hay una idea central, una hybris, una "furia" que está animando este proceso y sirve de subterfugio para cubrir unas decisiones claramente equivocadas:

R. La hybris ideológica pasaba porque los becarios son unos golfos que cobran del Estado y apenas se esfuerzan. Pero hay una gran distancia entre esa furia ideológica y la aplicación práctica. Cuando se llega a la práctica lo que se encuentra uno es a un rector al que van los alumnos a protestar y que se queda sin estudiantes. Y el rector le dice al ministro que le está poniendo en un aprieto grave, que esto es un disparate. A pie de obra se ve que se está sembrando malestar donde menos se debe hacer. Todo rector teme las protestas estudiantiles. Los estudiantes son una de las mechas que más fácilmente arden y se les aplica fuego. La exigencia del 6,5 no solo es socialmente injusta, sino que es políticamente peligrosa, en el sentido de que la explosión que muchos temen podría producirse por ahí.
P. ¿Un error de cálculo?
R. No es un error de cálculo, es un error ideológico. Basta poco cálculo para darse cuenta. Si el ministro hubiera calculado no habría sacado este tema justo ahora. Para hacerlo se necesita no haber calculado, dejarse poseer por la furia del liberalismo o de lo que en los cuarteles del PP se entiende como el liberalismo. A los de la cultura del esfuerzo les parece que la modernidad está hecha a base de pereza y que necesitamos unos apóstoles regeneradores que nos vuelvan a infundir el espíritu del trabajo. Cuando, ¡vive Dios!, el estrés es continuo y el 90% de los padres lo pueden atestiguar desde primaria.*


Creo que Carabaña pone el dedo en la herida: la incapacidad de entender, una ceguera, que supone la implantación de esa metáfora ideológica articulada en la "pereza social", la "cultura del esfuerzo" y los "apóstoles regeneradores". Las tres combinadas configuran una forma de ceguera que imposibilita entender las raíces de los problemas y por tanto su solución. Carabaña acierta al señalar que se está encendiendo una mecha que puede hacerle estallar en las manos el sistema en su conjunto. No va a arreglar nada y causará más problemas, injusticias y descontento.
Todas esas medidas en la búsqueda de la "excelencia" cacareada se convierte en inútil cuando las personas mejor formadas tiene que hacer las maletas e irse de España. El diario ABC le echa un capote al ministro usando a la joven gerundense Gemma Muñoz que ha logrado la nota más alta en Cataluña, quizá para compensar la "camiseta verde" reivindicativa del alumno que logró la máxima nota en Selectividad en Madrid, Anatolio López, con un 9'95 conseguido en un centro público.
Dice ABC:
Muñoz, que quiere estudiar Traducción e Interpretación en Barcelona, aunque no tiene muchas esperanzas de poder ejercer en España debido a la crisis, reconoce que «está bien que se ponga un tope a las becas porque eso nos motiva a estudiar más».**


Al menos señala ella, le gusta viajar. La inversión que se ha hecho en Gemma Muñoz, brillante estudiante, y seguro que buena profesional si le dejan, será aprovechada por Alemania, el país al que le gustaría ir. Tiene razón Angela Merkel al señalar que no puede "dar trabajo" a todos los jóvenes españoles. Quizá las becas debería empezar a darlas en España el gobierno alemán.
El éxito formativo de Gemma Muñoz y Anatolio López, el de tantos otros jóvenes estudiantes, se viene abajo por la pésima labor de los políticos incapaces de haber resuelto la cuestión de qué hacer con ellos cuando terminan sus estudios, en dónde emplearlos. Seguro que Gemma Muñoz aceptaría como motivación un buen puesto de trabajo en su país si lo hubiera, aunque diga que le gusta viajar.


Toda esa "cultura del esfuerzo" y las loas al "emprendimiento", señor ministro, no son más que brindis retóricos al Sol, fórmulas fáciles de esos libros de management que se apilan en los estantes de las librerías. Lo serán mientras no se solucione el problema real que causa el abandono de los estudios y del país, el desempleo, la lacra que nos abate a todos.
Es la inoperancia de los responsables, económicos y políticos, lo que está desmotivando al país en su conjunto, haciéndole perder su gran potencial. No hay mejor motivación para el estudio que el empleo; su ausencia es también la mayor desmotivación. Durante décadas, se han puesto en marcha políticas desde el supuesto de que el empleo de los jóvenes era de segunda o tercera categoría, que debían ganar menos (eso los afortunados que cobran algo) para favorecer su introducción en el mercado laboral. Los resultados los tenemos delante: 56% de paro juvenil. Y lo que se contrata es mejor no mencionar en qué condiciones. Muchos se quejan de la llamada "cultura de la gratuidad" en Internet, pero es la que se ha aplicado al empleo juvenil: debían dar las gracias por pasar la puerta de muchas empresas y "coger experiencia".

Parece mentira que tan duchos como están en la leyes de la oferta y la demanda como reguladoras de todo, no hayan comprendido que también funciona en la educación, que sin puestos de trabajo por delante, la desmotivación es enorme; que el recibir educación para acabar de camareros o atendiendo detrás de un mostrador no es lo que favorece ese esfuerzo que el ministro cree que obedece a su naturaleza perezosa. Hay muchas cosas que arreglar en la educación, pero no se puede hacer aisladamente o ignorando el origen.
Los políticos, que se estudian muy bien sus apuntes y chuletas, aprenden a fragmentar los problemas para que no se vea su auténtica dimensión en el sistema. Sin embargo los verdaderos gobernantes son los que se muestran capaces de rastrear los problemas en su origen y los resuelven.
Como bien le señalan al ministro, los problemas se van a agrandar y le estallarán en las manos. La reducción de la becas por nota no es más que una forma de cubrir que mientras se dice que la enseñanza es necesaria, los que no son necesarios, según parece, son los enseñados. El auténtico despilfarro educativo, el fracaso verdadero, es no poder recuperar la inversión hecha en los estudiantes a través del sistema productivo. Educar sin crear las condiciones para que esa educación es tirar el dinero. Por eso es irritante que diga que los que no tengan las notas que el señala deberían dedicarse a otra cosa. Quizá a la política, pues nos dan hoy la noticia de que el 20% de los políticos no tienen estudios superiores.
Las becas no son caridad; sí, en cambio, el sueldo de muchos políticos.


* “Exigir el 6,5 es socialmente injusto y políticamente peligroso” El País 29/06/2013 http://sociedad.elpais.com/sociedad/2013/06/29/actualidad/1372538130_422470.html

** "Ya está bien de pagar la carrera a gente desmotivada" ABC 30/06/2013 http://www.abc.es/sociedad/20130630/abci-pagar-carrera-gente-desmotivada-201306291812.html






sábado, 29 de junio de 2013

El callejón egipcio

Joaquín Mª Aguirre (UCM)
Lo que pueda ocurrir mañana en Egipto está en el ánimo de todos. Ya sea con muertos —los datos hasta el momento hablan de entre cinco y siete— de un lado u otro, el proceso que comenzó con la Revolución del 25 de enero se ha ido frustrando por la miopía y los intereses políticos de los partidarios del antiguo régimen y los pervertidores de la nueva democracia, que apenas puede ser reconocida como tal. La Hermandad Musulmana se planteó las urnas como una guerra a una sola batalla, sin importarle que con sus papeletas entraron muchos votos que no eran suyos, sino de los que querían dar una oportunidad a la democracia apoyando una opción diferente. El perverso sistema diseñado por los militares hizo el resto rematado por la miopía de la oposición, casi idéntica a aquella de la que Mubarak y el régimen habían ninguneado. Enfrentó a dos rivales autoritarios disfrazados de corderos, uno que quería reivindicar el pasado y mantenerlo en lo posible y el otro que aspiraba astutamente a quedarse con el futuro de una tacada.
Coincido con lo expresado ayer en Al-Jazeera por el profesor Abdullah Al-Arian, de la Wayne State University:

Within the opposition, however, only the small contingent of revolutionary groups, led mostly by the nation’s urban youth movement, escape charges of hypocrisy and opportunism. Having consistently stood against the post-Mubarak transition, from the military-sponsored referendum to last summer’s presidential elections, these groups continue to call for the implementation of genuine changes to Egypt’s governing institutions and socioeconomic structures. In that light, the June 30 protest should be viewed in the spirit of the original January 25, 2011 calls for bread, freedom, and social justice.*


Los jóvenes, lo mejor de Egipto, los que se habían enfrentado al régimen y habían dejado sus mártires regando con su sangre las calles, no contaban. Tras su lucha, pronto llegaron los que se situaron al frente, la vieja guardia inoperante de siempre.
Resuenan las palabras escritas por el maestro Naguib Mafuz en El palacio del deseo (1957):

¡Y atención con burlarse de la juventud! Burlarse no es más que uno de los síntomas de la vejez, que los enfermos denominan sabiduría, No es una contradicción admirar a Saad Zaglul, a Copérnico, a Istoult y a Mach al mismo tiempo. Esforzarse por enganchar al Egipto atrasado al tren en marcha de la humanidad es labor tan digna como humana. (450)**

Ese era y es el digno y humano deseo de la generación a la que se bloquea con los viejos hábitos, la que desea un Egipto moderno y en convivencia pacífica, como lo mostró al mundo durante los días de la Revolución, con una reivindicación orgullosa de su origen cimentado en sus logros pasados y sobre todo en los futuros. Es la generación que puede y debe sacar a Egipto del callejón al que entre todos lo han llevado.
El islamismo de la Hermandad ha demostrado dos cosas: que es incapaz de entender la democracia —algo que no entra en sus esquemas mentales por su deseo de dominio absorbente del estado y la sociedad— y, en segundo lugar, que es incapaz de llevar a Egipto adelante para resolver sus carencias y problemas. No es la Hermandad Musulmana la que enganchará a Egipto a ningún tren de progreso, como reclamaba el Kamal de Naguib Mahfuz.
El presidente Obama ha pedido a Egipto que hablen y no peleen. Mucho me temo que no ha evaluado bien la situación o lo dice un poco tarde, que no se puede hablar con los que no saben ni quieren escuchar, como han demostrado suficientemente en este año de reinado sobre las tierras y ciudadanos de Egipto. Se ha visto lo suficiente: su talante y sus modos. Morsi llegó con los votos al poder, después ha ejercido el poder sin necesidad de votos, arrasando instituciones, lanzando contra todo el que discrepaba la artillería disponible.


La Hermanad ha llevado al país a un callejón sin salida, a un punto final en el que, como en todas las peleas, el árbitro espera intervenir para volver a mostrar quién tiene el poder. Muchos egipcios piensan que este año ha sido un paréntesis demostrativo de lo que no quieren que sea su futuro: un rápido descenso hacia las oscuridades y el desastre económico, ante el que la Hermandad se ha mostrado inútil.
Los conflictos están ya en las calles, y desgraciadamente los muertos han comenzado a contabilizarse. Mañana se lanza la piedra al estanque; veremos hasta dónde llegan las ondas y con qué fuerza.
Los organizadores de la recogida de firmas, con el respaldo de 22 millones, han pedido que mañana se lleven a las manifestaciones tarjetas rojas y banderas egipcias. Son las armas de los que quieren un país con menos sectarismo y más justicia, sin dictaduras pragmáticas ni ideológicas, democrático y moderno.
Una vez más: suerte, Egipto..., de corazón.


* Abdullah Al-Arian "King of the ashes in Egypt" Al-Jazeera 28/06/2013 http://www.aljazeera.com/indepth/opinion/2013/06/2013628103951491833.html

** Naguib Mahfuz (2009), Palacio del deseo [1957]. Martínez Roca, Madrid.




Los niños de Talavera

Joaquín Mª Aguirre (UCM)
Los funcionarios y trabajadores del Ayuntamiento de Talavera de la Reina acogieron a los dos niños, de 11 y 22 meses, que bien alimentados y cuidados, sus padres les dejaron por no poder atenderles como debían. Explicaron a todos que los dejaban allí porque estaban en la calle, sin domicilio ni trabajo y no querían hacer a sus hijos partícipes de ese peregrinaje del desamparo. Los funcionarios lo entendieron. Cuidaron con cariño a los niños, jugaron con ellos, les dieron besos, nos dicen, y fueron después a la comisaría a poner la correspondiente denuncia por "abandono de menores", siguiendo el protocolo. No podían hacer otra cosa.
Los padres fueron a una comisaría. Los agentes de policía que les recibieron hicieron una colecta entre ellos y recaudaron setenta euros para que los padres pudieran aguantar. Se les asignó un abogado de oficio, que los acogió en su domicilio esa noche para que pudieran dormir bajo techo porque no tenían dónde ir.

No sé si fue la decisión más acertada —estos casos siempre son más complicados—, pero para estas cosas no hay consejo asesor. Estás en la calle y desesperado. Ahora se discute —me imagino que por consejo legal— si los dejaron ellos o les dijeron que los dejaran ante la situación de los niños. Ellos repiten que quieren a sus hijos, pero que no pueden soportar ir malviviendo con ellos sin tener techo ni mesa. Todo el mundo, de los funcionarios a su abogado y los policías, todos aquellos que tienen —siguiendo sus protocolos— que tratarlos como presuntos delincuentes, como personas responsables de un "abandono de menores", lo entienden y cada uno, en la medida de sus posibilidades, ha tratado de paliar una situación que a los ojos de cualquiera es un drama. Son las antípodas de la mujer que lanzó a su hijo recién nacido por el respiradero de su casa hace unos días y fue rescatado entre tuberías por los bomberos, un milagro de supervivencia tras cuarenta horas de llanto.
La falta de elasticidad administrativa tiene una gran responsabilidad. La solidaridad que todos han mostrado ante un caso de este tipo —padres sin trabajo, sin casa, con dos niños— contrasta con el absurdo de que tengan asignada una ayuda de 400 euros que no pueden recibir porque no tienen un domicilio estable. La ayuda no les llega; no la pueden recibir. Ellos dicen que quieren una simple dirección, aunque sea falsa, para recibir la ayuda y volver con sus hijos. Me imagino que eso tampoco es una solución, pero es justo lo que nadie encuentra. Algunos estarán haciendo cálculos sobre qué es menos gravoso si "dar casas" o "retirar custodias".


El despropósito de que a los más necesitados no pueda llegarles la ayuda es realmente desconcertante, además de causar indignación. Es ilustrativa de que hay algo que falla en el sistema, en la organización de todo esto, que su diseño —tanto que se busca la eficiencia— no funciona como debe. La eficiencia no puede ser que quien necesita la ayuda no la reciba y que quien no la recibe sea acusado de un delito que no se produciría si la recibiera. Habrá que adaptar los protocolos a las nuevas situaciones, los servicios a la necesidades y no al contrario.
Espero que este despropósito alcance en algún momento un punto de cordura, un espacio en el que estas cosas no se afronten desde un formulario que rellenar, sino —mirando a los ojos a los afectados, escuchando sus voces y razones—, desde la humanidad que lo humano requiere.

Los niños han sido "abandonados" —terrible palabra que empaña las circunstancias— porque no pueden darles lo que necesitan. Pero los abandonados son también los padres, a los que se les deja en la calle, sin ayudas, y se les exigen responsabilidades, por más que ningún juez del mundo, con un mínimo sentido de la Justicia, les condenaría por ello. No sé los motivos o circunstancias por la que los padres llegaron a esa situación, ni los matices ni agravantes, pero la respuesta de las personas que los han escuchados ha sido solidarias y no agresivas.
La solidaridad con la que muchas instancias sociales y personas están respondiendo a los estragos de la crisis en los más débiles es prueba de que existe un fondo social positivo, que es lo más importante de un país, no pasar de forma indiferente. Me irrito cuando escucho eso tan repetido de que "las crisis son oportunidades" porque solo lo son para algunos. Para otros, en cambio, no son más que el descenso de varios peldaños en su drama particular. No confundamos al que juega en bolsa con el que se juega la vida cada día entre la miseria y el abandono. Las crisis no son buenas, digan lo que digan. Solo lo son si se sale de ellas.


La televisión nos muestra, como contrapunto, la alegría de otros niños. La Federación de Empresarios Campings ha montado una campaña de solidaridad para que las familias con hijos y padres desempleados más de un año puedan disfrutar de unos cuantos días de vacaciones en algunos de sus bungalows en mayo, junio y septiembre. Es la campaña "Bungalow feliz". Es otra forma de ayudar. 

Al drama y tensión de no tener un empleo, se suma el dolor de los padres de estar "fallando" a sus hijos, de no poderles dar lo que les gustaría a todos, felicidad y seguridad. Es el segundo drama, el silencioso, el que llega cada noche con el silencio y la oscuridad. Puede parecernos una cuestión menor ante los casos extremos de tener que dejar a los hijos con los funcionarios de un ayuntamiento, pero el dolor no siempre es proporcional y no por eso deja de serlo. Puede que no tengan empleo y lo pasen muy mal, pero durante unos días escucharán reír a sus hijos y los verán disfrutar, un bien preciado.
A la campaña"¡ni un niño sin vacaciones!" debería acompañarla otra, "¡ni un adulto sin empleo!", que sería "la Madre de todas las Campañas". Pero esa ya no esta en manos de los campings. 
Los niños disfrutan dibujando a sus familias felices junto a lo que para ellos significa la seguridad: la casa. Dibujan a los familiares unidos junto a una casa simbólica que representa el cobijo material como la familia significa el psíquico. La buena idea de "bungalow feliz" es que puedan compartir, aunque sea unos días la tranquilidad de estar juntos y dedicados unos a otros, lejos de tensiones, aunque haya que aparentar por ellos, por los niños, que las preocupaciones desaparecen. Los niños de Talavera necesitan algo más que un bungalow, pero cada uno es bienvenido si ofrece lo que tiene. hacen falta muchas "casas felices" todo el año, no por temporada.

Hay muchas otras formas de contribuir a reducir la angustia y el sufrimiento que nos muestran que esta crisis puede ser combatida con solidaridad. Hace falta algo más, pero sin ella será más duro. Si a los estragos de la situación económica se suman los estragos morales, cuando llegue de nuevo la prosperidad vendrá teñida de egoísmo.






viernes, 28 de junio de 2013

Sentado en la mesa del diablo o el imperio imprevisto

Joaquín Mª Aguirre (UCM)
George Friedman tiene el gusto por la predicción. Vive de ello y de asesorar a los demás desde su empresa. Friedman hizo una serie de predicciones para los próximos cien años y se vendieron bien. No porque la gente se las creyera, sino porque hay que alentar las predicciones por si algún día a la gente le da por dejar de hacerlas. En realidad, la gente que hace predicciones cambia el futuro por enunciarlo, como al que le diagnostican erróneamente una enfermedad modifica su forma de vida. Friedman anuncia guerras y conflictos venideros y la gente no se los cree y hacen bien probablemente.
Friedman lanzó sus profecías para los próximos cien años. El libro solo será recuperado en el futuro si queda alguien vivo que lo haya leído y haya acertado en alguna de ellas que no sea una obviedad. El autor considera que escribir sobre los próximos cien años es muy fácil, aunque muchísima gente no esté de acuerdo con sus vaticinios, y se arriesga esta vez las distancias cortas, una década, la próxima, de la que llevamos ya un par de ellos. El libro es de 2011 y el tiempo sigue corriendo.


Sin embargo, lo importante de estas obras no es si aciertan o no. Lo importante son dos cosas: es si alguien las cree y saber por qué han llegado a esas conclusiones. Lo primero tiene interés porque el hecho de creer algo nos dirige o aleja de ello. Si lo que nos cuentan nos parece factible y atractivo, acrecentamos las posibilidades de que ocurra con nuestras acciones. Por el contrario, si no nos gusta, intentamos alejarnos. A veces con mala suerte, como Edipo, que por huir de su futuro profetizado se dio con él de frente. En este caso, podemos prescindir de las predicciones en sí y resulta más interesante saber por qué llega a ellas.
Cuando llevas leídas unas poca páginas, sientes la tentación de arrojar el libro por la ventana. Te harta su tono y su fondo, pero una vez vencido ese primer impulso, descubres que es más interesante si te lo tomas como una radiografía del deseo más que como una predicción. Los principios generales que guían la obra son los motores que llevan a las predicciones, pues no hay predicción al margen de una teoría de base.

Y la teoría es la inevitabilidad del imperio americano y de su política maquiavélica de supervivencia. George Friedman, de origen polaco, cree que la única forma posible de supervivencia del mundo es que los Estados Unidos asuma lo inevitable de su éxito evolutivo en la Historia. Los que hablan de declive del imperio se equivocan; los más grandes desastres ocurrirían si así fuera. Los Estados Unidos son únicos en la historia, nos dice, porque su posición no se ha alcanzado por su deseo de predominio —ellos son de voluntad anti imperialista, como buena ex colonia—, sino por su éxito histórico. Es lo que él llama el "imperio imprevisto". Su poder no solo se debe a las armas, que son esenciales para mantenerlo, sino al simple hecho de que todo lo que ocurre en los Estados Unidos tiene repercusión mundial, afecta a todos. Para sostener esa teoría del poder debe situar cualquier crisis en los Estados Unidos y analizar a los demás como receptores de las consecuencias. En el caso de su análisis de la crisis económica actual señala:

Suele afirmarse que desde la Gran Depresión no se había producido una catástrofe económica comparable. En realidad, no es cierto: desde la segunda guerra mundial ha habido al menos otras tres crisis similares. Este dato es crucial en el momento de afrontar la próxima década, ya que si la última crisis financiera solo pudiese compararse con la Gran Depresión, sería difícil sostener mi argumento sobre el poder de Estados Unidos. Ahora bien, si esta clase de crisis ha sido relativamente común desde la segunda guerra mundial, entonces la más reciente no es tan importante como parece y es más difícil sostener que el pánico vivido en 2008 constituye un golpe colosal para Estados Unidos.
Lo cierto es que tales acontecimientos son comunes. (75)

No es fácil encontrar un enjuague teórico de tal calibre para justificar un argumento. Nadie en su sano juicio podría negar el peso de la economía de los Estados Unidos sobre el resto del planeta, para bien y para mal. Pero no se trata de eso aquí, sino de la justificación de las acciones que se derivan de ello.

Para Friedman la gran preocupación —no sé si el gran problema— es que los Estados Unidos pudieran perder sus "ideales republicanos" por tener que ejercer sus "obligaciones imperiales". Los Estados Unidos tienen que mantener los ideales de la libertad siendo maquiavélicos con el resto del planeta y no pueden ni deben dejar de serlo. Esto es algo que debe asumir la institución más poderosa de la Historia: la Presidencia de los Estados Unidos, en su propia definición, una institución personal única, limitada constitucionalmente para no ser tirana con su propio pueblo, pero liberada de responsabilidad para ser injusta —en el nombre de la defensa de la República— hacia el exterior.
El interés principal de la obra pasa a ser su doble carácter maquiavélico. Lo es en su modelo —Maquiavelo es frecuentemente invocado— y por el carácter didáctico para el nuevo príncipe que el texto adquiere. En realidad, Friedman no está tanto prediciendo el futuro como educando a los que tendrán que enfrentarse a él. Así, su resumen es sencillo y la idea clara: un buen presidente de los Estado Unidos es aquel capaz de asumir el sacrificio exterior de los principios interiores. Señala:

Desde el punto de vista de Maquiavelo, la ideología es trivial; lo único que importa es el carácter. La virtud del presidente, su inteligencia, sus reflejos, su astucia, su severidad y la capacidad de comprender las consecuencias de sus actos son lo que de verdad importa. A la postre, su legado estará determinado por su instinto, que a su vez es un reflejo de su carácter.
Los grandes presidentes nunca olvidan los principios de la república, y procuran preservarlos y engrandecerlos —a largo plazo— sin por ello desatender las necesidades del momento. Los malos presidentes se limitan a hacer lo que conviene independientemente de los principios. Sin embargo, los perores presidentes son los que observan los principios independientemente de lo que exige la suerte del momento. Estados Unidos no puede abrirse paso por el mundo esquivando el enfrentamiento con naciones que tienen otros valores o con regímenes brutales, mientras se limita a actuar siempre de manera noble. Como veremos, para perseguir unos fines morales hay que sentarse a la mesa del diablo. (66-67)

La preguntas y reflexiones sobre pasajes como este se acumulan a lo largo de la obra. Son ese fondo que hace que el interés por la predicción se diluya en beneficio precisamente de ese motor que la pone en marcha. La predicción deja de serlo, pues lo que ocurre es hija de la voluntad, de ahí la necesidad del análisis de la Presidencia y de sus requisitos de carácter.

La distinción entre buenos presidentes —Lincoln, Reagan—, malos y peores se basa en su capacidad de "sobreponerse" a sus náuseas morales en beneficio de la eficacia histórica: mantener la república a salvo. Incluso de los deseos de sus propios miembros, que pueden ser tentados a volverse idealistas y bajar las defensas. Los casos de Lincoln (tan bien reflejado en la película de S. Spielberg: el mejor hombre realizando malas acciones por un buen fin) o el del "Irán-Contra", en la época de Ronald Reagan, son ejemplos de esos valores necesarios para la presidencia y la república.
Hacia el exterior no hay amigos, solo aliados y estos siempre circunstanciales porque también son competidores, celosos del poder de los Estados Unidos y deseosos de ocupar su puesto o minarlo para restarle poder. Es un mundo político darwinista en el que los principios hay que ignorarlos para protegerlos. Solo alguien que viva el drama individualmente, un héroe trágico, en representación de la colectividad, sabrá llevar el peso del destino y su verdad, que el mundo se rige por reglas terroríficas que deben ser ignoradas por los que tienen el derecho a ser felices y creer en la fraternidad universal. El presidente debe ser realista para preservar la ilusión idealista de su pueblo, mantenerlo en su camino apartándole los obstáculos sin que se sienta culpable. El pueblo confía en Dios, aunque Dios no bendiga las acciones del presidente, que condenará su alma pero salvará a su país. El imperio imprevisto debe continuar.


El problema de esta obra no es si acierta o no —problema baladí— sino si se cree en sus principios y si desde ellos se realizan los análisis de las situaciones presentes, pasadas o futuras y se toman las decisiones. Eso ya no es tan baladí.
Quizá uno tenga que sentarse en la mesa del diablo, pero lo seguro es que de allí no se levanta nadie sin pagar.


George Friedman (2011). La próxima década. Destino, Barcelona.





jueves, 27 de junio de 2013

Egipto y lo inevitable o qué ocurrirá tras el 30 de junio

Joaquín Mª Aguirre (UCM)
Después de hacer un frío balance de los posibles escenarios que se pueden dar en Egipto tras el día 30 de junio —fecha de la convocatoria de la gran manifestación para pedir la dimisión del presidente islamista Morsi y la celebración de elecciones anticipadas—, el activista y escritor Mahmoud Salem cierra su artículo en el Daily News Egypt con las siguientes palabras: «It didn’t have to be this way. We didn’t have to be here. Yet somehow, it all feels inevitable. Dear Sons of Al Banna, may God forgive you, for I, and many like me, never will.»* El artículo se titula "All the roads lead to this". Los "hijos de Al Banna" son los Hermanos Musulmanes.
La frustración causada en una parte muy importante del pueblo egipcio por las acciones y maneras del gobierno de la Hermandad son grandes y difíciles de circunscribir al ámbito meramente político o económico. No se puede entender la política islamista o de islamización sin comprender que no es una acción meramente "política", sino que esas acciones se convierten en hecho a pie de calle, en actos concretos que afectan a las personas en su vida y derechos individuales. Solo así se puede entender que mucha gente se sintiera menos afectada por la dictadura de Mubarak que por la "democracia" de los islamistas. La política islamista no es solo política; es presión social sobre las personas, una presión que se traduce en las calles, los puestos de trabajo o las familias. Se traduce en hecho concretos como el que corten el pelo a una niña en el trasporte público [ver entrada La coleta de Maggie], la censura de las mujeres sin velo de la historia de Egipto en los libros de texto o el ejercicio de clase de redactar una "carta de felicitación" a los Hermanos; se traduce en la vigilancia del islamista que permanecía callado pero que ahora, envalentonado, te increpa por cómo vas vestida, qué música escuchas, qué películas ves, qué libros lees, cómo de cuidada está tu barba, en el aumento del acoso sexual en cualquier espacio público a la que se considera que provoca, la reducción de la edad de casamiento, etc. El islamismo actúa como una tenaza, por arriba y por abajo.


No es fácil construir una democracia si no se parte de un concepto de individuo y sus derechos, esos derechos humanos, que consideramos de todos, pero que son anulados en beneficio de un ente general que puede decidir "por tu bien" o, mejor, "por tu salvación" —el matiz es importante— lo que no se debería escapar de tus decisiones. Pero esa es la base de la política islamista: parte de tus derechos ya están decididos. Y lo están porque la sociedad ya no se divide en opresores y oprimidos, en pobres y ricos, sino en iluminados, obedientes y blasfemos. Los primeros interpretan y dirigen; los segundos les siguen y, por último, con distintos grados de la desobediencia a la blasfemia se encuentran todos aquellos que les ignoran o los desafía. Aquí la democracia no significa preguntar al pueblo o representarlo, ¿a quién le importa? Lo que se busca es la mayor elevación del alminar para que las órdenes lleguen más lejos, clara y contundentes.


El "no deberíamos estar aquí" pero "todo parece inevitable" del artículo de Mahmud Salem concentra en esas expresiones la profundidad del drama egipcio. Mientras otros países pueden decir que su destino está en sus manos, el fatalismo egipcio se ha formado por la permanente frustración de sus deseos, por la incapacidad de sus dirigentes de poner el destino en sus manos y crear estados laicos dictatoriales y dictaduras religiosas con el grado de presión que se pueda ir aumentando conforme se avanza en el cambio de las costumbres. Los Hermanos comenzaron su ocupación no por el poder sino por abajo, aprovechando los errores de la dictadura que jugaba con ellos con la soberbia de tener controlado el país desde los cuarteles. Es un error frecuente en los militares pensar que la fuerza reposa en los cañones, cuando avanza en las escuelas y calles, en el día a día. Los ejemplos de revoluciones como la de Irán han servido de poco.    En la magnífica novela del iraní Kader Abdolah, El reflejo de las palabras (2000), podemos leer una expresión de ese sentimiento de impotencia y fatalidad de los jóvenes revolucionarios laicos que se enfrentaron al absolutismo también laico del Sha tras ser barridos por el tsunami islamista radical:

Alguna vez quisimos convertir la nación en un paraíso, pero no sabíamos, o tal vez preferíamos no saber, que ni el país ni el pueblo, ni nosotros mismos estábamos preparados para ello. Teníamos prisa, éramos impacientes, deseábamos recuperar el tiempo perdido, adelantarnos a la historia, pero eso era imposible. En realidad, no nos merecíamos otra cosa que los clérigos. Los acontecimientos acaecidos en mi patria en los últimos ciento cincuenta años vaticinaban la llegada de un líder religioso, y la historia puso en escena a Jomeini. (245)**

Egipto no es Irán. Egipto, con su movimiento social de contestación, se está enfrentado a la inevitabilidad con la que la manipulación psico histórica juega. La victoria islamista no está escrita en ningún libro.  Señala Salem que todos los escenarios posible contemplan la actuación, en diferentes sentidos, del Ejército; es su primera consecuencia del análisis de los escenarios posibles tras el 30: «Whether we like it or not, there is no scenario where the military will not be a part of what will happen post 30 June»*.
Muchas veces hemos señalado aquí esa maquiavélica paradoja, ese acto de violencia mediante el cual las fuerzas armadas se "redimen", por necesidad, ante los ojos de su pueblo volviendo a ser reclamados y aclamados. Es una trampa del otro lado de lo inevitable. Los besos y vítores a los soldados después del 25 de enero representaban ese papel "salvador" que una sociedad a la que no se deja evolucionar, ni en un sentido ni en otro, otorga al Ejército.


Los millones de firmas recogidas por la sociedad mediante la iniciativa Tamarod (Rebelde) son un ejemplo de consistencia civil, de conciencia de que la finalidad de la Hermandad no es gobernar Egipto sino colonizarlo, una pieza más dentro del dominó internacional que una vez soñaron los islamistas: un mundo conectado entre ellos y cerrado al resto del mundo.

Lo que ocurra el 30 y días posteriores será decisivo. Ha comenzado con signos preocupantes, como el linchamiento de cuatro chiíes o las manifestaciones militares sobre su responsabilidad ante el pueblo. La réplica del discurso conmemorativo —de casi tres horas— de Mohamed Morsi definiendo uno por uno a los "enemigos" y "conspiraciones" internacionales, con políticos, periodistas, etc. en el punto de mira, tiene toda las trazas de señalar objetivos de forma intimidatoria. Su argumento, como siempre, es que él ha sido elegido, pero no lo fue para acabar con la revolución y sus aspiraciones, que fueron el aliento que sirvió para enfrentarse a un régimen. Los revolucionarios, los jóvenes que aguantaron atrincherados en Tahrir y otros puntos el acoso y ataque durante días y noches, apoyándose unos a otros, se sostenían con la idea de un futuro mejor que el que Morsi y sus acólitos islamistas les están preparando. [ver entrada Epifanía en la Plaza de Tahrir]
Puestos a pensar en lo inevitable, pensemos que es la Libertad.

* "All the roads lead to this" Daily News Egypt 25/06/2013 http://www.dailynewsegypt.com/2013/06/25/all-the-roads-lead-to-this/

** Kader Abdolah (2013): El reflejo de las palabras [2000]. Salamandra, Barcelona.