sábado, 13 de abril de 2013

La vara de medir y el racismo

Joaquín Mª Aguirre (UCM)
De todas las formas repugnantes de racismo, la peor de todas es la que se vincula con el electoralismo, la que se nos cuela en programas y mítines y busca el aplauso. La prensa de hoy nos da cuenta de que se llevará finalmente ante los tribunales al alcalde de Badalona, señor García-Albiol, del Partido Popular, por incitación al odio racista. Nos señala el diario El País:

La juez considera “sólidas y consistentes las acusaciones” de la fiscalía y la acusación particular —SOS Racisme—, que atribuyen a Albiol un delito de provocación al odio, la discriminación o la violencia, por el que piden para el alcalde un año de cárcel. En el auto, la juez indica que contra la decisión de apertura de juicio oral, que aún no tiene fecha, no cabe recurso alguno.
SOS Racisme se felicitó por la apertura del juicio y por ser “la primera vez en Cataluña y España que un político es juzgado por este motivo”. Los 15.000 dípticos que los populares repartieron por los barrios de Badalona el 24 de abril de 2010 contenían fotografías de gitanos rumanos acompañadas de lemas como inseguridad, delincuencia y vandalismo, y la imagen de una pintada: “No queremos rumanos”.*

En el proceso de conversión emocional del discurso político, el racismo conecta con las raíces primarias dirigiendo la pasión hacia enemigos externos y refuerza el sentimiento de grupo. Convirtiendo en demonios a los demás, nos convertimos en flamígeros ángeles purificadores. La creciente irracionalización del discurso político encuentra en el racismo las pasiones necesarias. Es muy fácil y no requiere demasiada inteligencia ni en quien lo crea ni en quien lo recibe. Es necesario convertir a los otros en el problema principal para transformarnos en la solución ideal.
Convertir un problema de "seguridad" en un problema "racial" es la forma de marcar a las personas sin distinción de sus actos; es el imperio de la "presunción de culpabilidad": todos los nacidos en algún lugar —o con algún color de piel, religión, etc.— son culpables hasta que no se demuestre lo contrario. La moda de buscar el "gen delictivo" se soluciona mirando el pasaporte. Es una idea sencilla y eficaz. Sencilla porque a  todo el mundo le gusta que los problemas vengan de fuera; eficaz porque permite a los políticos que la usan sacar un buen rendimiento en votos. El odio crece y, con él, crecen los votantes que lo aceptan. Las situaciones de crisis económica suelen reactivar este tipo de campañas. Canalizan la frustración de la gente y alejan la atención de otros problemas y sus orígenes.


Es inadmisible que las campañas políticas giren sobre este tipo de sentimientos. Hay una gran diferencia entre que exista un problema de inseguridad y la incitación al odio o a la discriminación. Los datos que se ofrezcan siempre pueden ser reales, pero la "estigmatización" es siempre injusta porque afecta no solo a las personas concretas, sino al grupo —a la categoría— al completo.

El alcalde García-Albiol entenderá perfectamente que es tan injusto hablar de los "rumanos" como ladrones como hacerlo de los "políticos" globalmente en el mismo sentido. Si mañana se prohibiera la entrada en supermercados y tiendas a los políticos porque se afirma que todos "roban" consideraríamos que aunque es innegable que existen casos probados, sería injusto que los alcaldes, concejales, diputados, ministros, etc. como él se vieran privados del derecho a ser considerados inocentes y estar directamente condenados por pertenecer a un grupo determinado. La gente elige lo que hace, pero no dónde nace.
Es injusto "categorizar" e irresponsable políticamente estimularlo, reforzar socialmente esa idea. El lenguaje, además, no entiende de "legalidades". La categoría "gitanos rumanos" pronto, como señala el diario El País, se traduce en un más extensivo "no queremos rumanos", una categoría más amplia. 
Hace unos pocos años asistí a la crisis de una persona rumana abrumada por la presión social y el tratamiento mediático que se deba a los "rumanos" al extender las faltas de unos pocos a la totalidad, al meterse en un mismo saco-categoría a los que hacen y a los que no hacen. En su desesperación llegó a pensar en renunciar a su nacionalidad, pues llevaba más de una década en nuestro país, con familia y trabajo. Le estaba afectando profundamente ver cómo se encontraba, sin hacer nada malo, dentro de la prisión social de los tópicos. Ya no la veían a ella, sino que la trataban condicionados y se había convertido en "culpable". Ya no "estaba trabajando" sino "ocupando el puesto de otro"; ya no pagaba impuestos, sino que "se beneficiaba de los de los demás". Mi consejo fue el contrario: la posición profesional que había alcanzado gracias a sus propios méritos y esfuerzo debían servir como un aliciente a otros; si renunciaba a su nacionalidad estaría dando la razón a los "racistas" y abandonando a los suyos, que se verían privados del ejemplo de una persona de mérito. Afortunadamente, solo fue una crisis pasajera. Pero es significativa de la presión que viven muchas personas sin poder hacer nada por remediarlo, a las que solo se les deja la posibilidad de ocultar su origen con su fuera un delito su nacionalidad.



Cuando he tenido ocasión, he organizado o participado en actos para dar a conocer u homenajear a figuras de la literatura y el pensamiento de Rumanía, que entiendo es la mejor forma de presentar a los pueblos desde sus dimensiones positivas. Y lo he hecho en recuerdo de amigos rumanos que eran personas por las que sentía cariño y admiración por su trabajo y formación. El racismo es una forma cómoda de ignorancia; considera a los otros malvados, inferiores, etc. porque no se molesta en conocerlos. Animo a los que tengan la oportunidad a hacer lo mismo a que lo hagan, no solo con Rumanía sino con cualquier otra cultura juzgada mal.
Desde hace dos años en que se pidió mi colaboración, organizamos la presentación en mi universidad del informe de la Unión Romaní sobre el tratamiento del pueblo gitano en la prensa. Y lo seguiremos haciendo mientras se nos pida. También tuvimos actos con la Fundación Secretariado Gitano. Creo que también es labor de la universidad advertir de los males de este tipo de tópicos que solo causan cerrazón y derivan en violencia y exclusión. Me ha servido, además, para conocer a gente admirable, personas que han tenido que sobreponerse no solo a sus circunstancias individuales, sino al rechazo social que hacía pagar a justos por pecadores.



La ex embajadora rumana María lígor señaló en 2010, durante un curso de verana de la Universidad de Cantabria sobre "Racismo y comunicación", el problema de la doble exclusión de los gitanos rumanos, que se ven rechazados por su propia comunidad, que les acusa de ser los causantes de los prejuicios que les aplican a ellos. María Ligor señaló "hay que luchar también con estos conatos de nacionalismo, e incluso de racismo, dentro del propio colectivo y hacia los gitanos rumanos". Trasladar los problemas no los soluciona. Quedan en tierra de nadie, rechazados por unos y otros. Europa debe afrontar esta situación en algún momento más allá de los campamentos y las expulsiones.
El racismo es uno de los grandes peligros sociales. Por eso es inadmisible que se utilice como argumento electoralista —ni siquiera político— para conseguir apoyos o mantenerse en los cargos. Los políticos deben fundamentar sus propuestas en principios éticos porque están pidiendo a los ciudadanos que los refrenden con sus votos. La política no es solo conseguir el poder, sino mejorar la sociedad con las propuestas, despertar la conciencia ciudadana,  deseos de transformación positiva. La tentación del racismo electoralista se debe excluir de los partidos con responsabilidades y dejar que queden nítidamente identificados en el espectro político los partidos xenófobos y racistas. No debe haber confusión.

El alcalde García-Albiol centró su campaña electoral en un cartel con el lema "Muchos lo piensan. Yo lo digo" en el que se está quitando una mordaza. Tal ejercicio de demagogia es una peligrosa forma de entender la política, que no consiste tanto en realizar los deseos sino en actuar conforme a la justicia y favorecer la convivencia. Espero que el alcalde de Badalona aprenda además, que lo que "se puede decir", aunque haya libertad de expresión, tiene el límite constitucional de la incitación a la violencia y al odio. De todas las campañas políticas mediáticas, ninguna resulta más deleznable que esta. Espero que los jueces le digan que no es lo mismo la libertad de expresión que la incontinencia verbal, que se puede hablar, sí, pero que eso no excluye decir tonterías o promover maldades. No se trata de conseguir alcaldías, sino de tener alcaldes sensatos. Xavier García-Albiol da demasiados besos a su vara de alcalde. No solo tiene la vara de alcalde, sino la de medir a los demás.
La máxima de Concepción Arenal decía "odia el delito y compadece al delincuente". La injusta e irracional máxima racista es "hagan o no hagan, convierte a todos en delincuentes y ódialos".

* "El alcalde de Badalona será juzgado por vincular inmigración y delincuencia" El País 12/04/2013 http://ccaa.elpais.com/ccaa/2013/04/12/catalunya/1365780352_787367.html





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