jueves, 7 de marzo de 2013

Tras los cinco minutos

Joaquín Mª Aguirre (UCM)
Billy Wilder respondió —en la obra que recoge sus conversaciones con Cameron Crowe— cuando se le preguntó sobre si el público acepta cualquier cosa al comienzo de la película:

B.W.   No, creo que luchamos contra ellos. Porque no saben lo que van a ver. No es como una obra famosa que conocen. La mayoría de las veces entran en la sala sin saber si están de humor para ver una comedia o una película seria. Algunos espectadores se levantan y se van al cabo de algunos minutos. Así que hay que presentarles algo arrebatador, mostrarles qué van a ver. Los cinco primeros minutos son muy importantes. (276)*

En efecto, en el comienzo deben estar las claves de lo que vamos a ver. En nuestro espectáculo político —este extraño filme—, en cambio, han pasado ya esos cinco primeros minutos y todavía no tenemos claro a qué género se adscribe lo que estamos viendo. No sabemos si estamos ante una comedia grotesca, como cuando nos dicen que Bárcenas va a demandar al PP, del que ha sido tesorero, por "mobbing" como señalaba hoy la prensa, o cuando el Duque se vuelve amnésico, o si estamos ante una tragedia ridícula. No sabemos si esto derivará hacia un film político a la francesa, una comedia política a la italiana con Sordi y Gassman, o si estamos desarrollando un género con un toque ibérico a lo Berlanga, la "escopeta nacional", con largos planos secuencia en los que entra y sale todo el espectro político español, con un batiburrillo de declaraciones, acusaciones y gritos. Esos cinco primeros minutos, como en el baloncesto, se nos están haciendo eternos; demasiadas líneas abiertas sin saber adónde vamos. Aquí se mezcla el espionaje catalán con el vídeo erótico manchego, el cacique gallego con el sastre valenciano. Agotadora película fragmentaria.


Están mareados hasta los protagonistas, que tienen dificultades para retener las líneas del guión. El diario ABC, por ejemplo, manifiesta su asombro ante los problemas de objetivos que el PP se plantea:

Durante toda la semana pasada, los servicios jurídicos del PP trabajaron en el diseño de la estrategia jurídica y barajaron la posibilidad de presentar una demanda como partido a la que se sumarían otras individuales de los dirigentes y exdirigentes del PP.
La dificultad con la que se encontraron los servicios jurídicos es la designación de unos objetivos comunes, ya que todos no querían querellarse contra Bárcenas y ni siquiera contra los mismos medios de comunicación.**


Nosotros, los espectadores, no revolvemos en nuestra butaca, incómodos, buscando una postura que nos ayude a sobrellevar lo que vemos en la pantalla y lo que nuestro experimentado y dolorido sentido de la anticipación se teme.
En las secuencias en la casa del PSOE, las escenas se suceden con celeridad, con el mismo mareo. Si en el PP el argumento es "casi todos contra Bárcenas y Bárcenas contra casi todos", en el lado opuesto se juega con el thriller político, al "todos contra todos", entremezclándose varios argumentos de afectos y desafectos, familiares y regionales. El argumento aquí —además de lo abierto judicialmente— es la lucha interna combinada con la externa, los problemas sucesorios de un zapaterismo mal cerrado con el agravamiento de la crisis secesionista intensificada, a su vez, por otra coalición política, CiU, que decide saltar al vacío como el que salta al ruedo, como forma de salir adelante en su propia crisis de identidad electoral, cercada por sus propios escándalos.
El público, desde su butaca, trata de sacar algo en claro. No es fácil. Lo único que sabemos a estas alturas de la película es que casi todo lo que vemos no tiene conexión con el público, que ese mecanismo elemental de identificación que deberíamos sentir hacia los protagonistas del filme, no se despierta en absoluto porque los problemas que nos muestran en pantalla no son los nuestros. Cada vez nos sentimos más distanciados. Vamos descubriendo, con irritación, que el centro de esta película no somos nosotros con nuestros problemas, sino ellos con los suyos. 


Desde ese momento en el que la empatía se pierde, en que la historia deja de interesar y los protagonistas a aburrir, un temor nos asalta: que se todo este lío se resuelva como en La Rosa Púrpura de El Cairo y los protagonistas escapen de la pantalla y se dirijan hacia nosotros.
La diferencia entre un buen principio y un buen final es que sin el primero puede que no te quede nadie sentado en la butaca a esperar las bondades del segundo. La sala puede haberse quedado vacía. Como decían en La Rosa, hay que ser muy cinéfilo para aguantar en la butaca.

* Cameron Crowe (2002). Conversaciones con Billy Wilder. Alianza, Madrid.
** "El PP presenta una demanda contra Bárcenas en defensa de su honor" ABC 6/03/2013 http://www.abc.es/espana/20130306/abci-demanda-barcenas-201303061448.html







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