sábado, 23 de marzo de 2013

La verdadera cultura

Joaquín Mª Aguirre (UCM)
Bertrand Russell, en su obra La educación y el orden social (1932), como conclusión final del capítulo sexto, titulado "Aristócratas, demócratas y burócratas", escribió:

La estrechez de la concepción tradicional de la cultura tiene mucho que ver con el descrédito en que ha caído la cultura en la opinión pública. La genuina cultura consiste en llegar a ser ciudadano del Universo, no solo de uno o dos fragmentos arbitrarios del espacio y el tiempo. La verdadera cultura ayuda al hombre a comprender la sociedad humana como un todo, a determinar sabiamente los fines que la comunidad debe perseguir, y a considerar el presente en relación con el pasado y el futuro, La auténtica cultura es por ello tan valiosa para quienes han de ejercer el poder como la información detallada. Para hacer que los hombres sean útiles hay que hacer que sean sabios y parte esencial de la sabiduría es poseer una mentalidad amplia. (109-110)*

Russell —quien fue un referente entonces y ahora para muchos— se enfrentaba a través de lo expuesto a las formas reductoras con las se pretende moldear el espíritu humano para hacerlo más dócil y rentable. La cultura es la vía de acceso a la resolución de muchos de los problemas que padecemos, pues provienen de nuestra incapacidad de evaluar las situaciones y, sobre todo, nos hacen más manipulables. El ideal de Russell, como el de Kant, era el individuo autónomo, capaz de tomar las decisiones desde su propia independencia de criterio.
La triple vía de que abre la cultura —convertirnos en ciudadanos del mundo, establecer metas adecuadas para el conjunto social y establecer el puente entre pasado y futuro— no es sencilla, evidentemente, y se convierte en un deseo, en un ideal. Pero es la calidad de nuestros ideales los que nos hacen mejores y prosperar. Comprendiendo la amplitud y variedad de las culturas, su riqueza, se frenan los nacionalismos castizos, origen de la mayor parte de los conflictos, raíz de nuestra incapacidad de ponernos en la mente de los otros y entenderlos para superar los conflictos. También esa cultura nos ayudará a fijar metas, a tener aspiraciones amplias y no el simplismo egoísta que hoy padecemos como motivación o estímulo, la mera competitividad, que es una forma de relativismo maquiavélico camuflado de doctrinas económicas de eficiencia. Por último, es esencial la comprensión de la relación entre el pasado y el presente para poder establecer un futuro deseable, comprender nuestros aciertos y errores, establecer las líneas de desarrollo hacia un mundo con objetivos de mejora social de todos.


Las ideas de Bertrand Russell nos pueden parecer pueriles, pero es un "ideal", un compromiso con nuestras acciones posibles. Uno de nuestros principales problemas de nuestras sociedades modernas es que han sustituido el ideal por el pragmatismo del presente. El "ideal" ha sido sustituido por el "objetivo". No se comprometen con ideales, sino que se fijan "objetivos". El equilibrio entre lo posible y lo deseable se acaba deshaciendo en favor de lo primero. Las metas se van haciendo más pequeñas para poderse cumplir y finalmente se hace el balance del cumplimiento.
El papel de la Cultura no es venderse o convertirse en mero espectáculo, como ocurre hoy en día. Basta con ver las secciones de los periódicos rotuladas como "cultura" para comprender las inmensas distancias que separan las dos mentalidades, la ilustrada —que ve en la cultura una forma de emancipación— y la actual, que ve la cultura como una mercancía que genera beneficios o es abandonada. Se ha pasado de una cultura beneficiosa a una cultura del beneficio.

Nuestro mismo sistema educativo no produce "cultura", ni tan siquiera favorece su acceso a ella. Se limita a fijar esos objetivos que han de cumplir los individuos que pasan por el sistema para certificar que los han cumplido. No está el ideal de la sabiduría en nuestras escuelas o universidades, sino los del ajuste de la persona a los requisitos que el sistema demanda. No se busca la autonomía, sino la dependencia de la pieza respecto al conjunto. Nuestro sistema es anti ilustrado, por eso acaba usando la cultura como mercancía y como forma de fijación de distancias sociales.
Russell no estaba en contra de la enseñanza "útil", práctica. Pero lo que debe definir a la verdadera educación no es la "utilidad", que es circunstancial, sino lo esencial, que es la persona. Por eso, la "sabiduría" de la que habla no es la de los privilegiados, sino la saludable aspiración de todo el que se acerca a la cultura para seguir su propia evolución. El ser humano evoluciona descubriendo y descubriéndose. La curiosidad está repartida por toda la Naturaleza, pero la curiosidad sobre nosotros mismos es privativa de lo humano. Por eso indagar en la cultura es echar luz sobre nosotros, madurar, progresar como personas disolviendo barreras, eliminando prejuicios.
La verdadera cultura, nos ha dicho Russell, consiste en llegar a ser "ciudadano del universo"; es un proceso de maduración por integración, mediante el cual lo confuso del mundo y de nosotros mismo en él va adquiriendo sentido, como lo van tomando nuestras acciones por el mismo efecto. La verdadera cultura —no el entretenimiento, el espectáculo o la mercancía— nos hace más responsables, más conscientes, no más egoístas.



Mediante la cultura se va completando el rompecabezas que somos. Nunca llegaremos a completarlo y siempre seremos un misterio para nosotros mismos, abiertos a lo incierto que nos llega del mundo. Es la garantía contra los visionarios y los inútiles, especies que comparten su gusto por la simplificación. Ambas profundamente incultas, locales y estridentes. 
Los pueblos cultos eligen mejor a sus dirigentes; los dirigentes cultos dirigen mejor a sus pueblos. Cuando ambos son cultos, eligen mejor sus metas.

* Bertrand Russell (2004): La educación y el orden social [1932]. Edhasa, Barcelona.




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