lunes, 4 de febrero de 2013

Un poco como la nieve

Joaquín Mª Aguirre (UCM)
En una entrevista realizada por Madeleine Gobeil a Jean Genet en 1964, en París, para la revista Playboy, le pregunta:

M.G,— ¿Empezó a escribir para abandonar la soledad?
G.—No, porque escribía cosas que me volvían más solitario. No, no sé por qué empecé a escribir. No conozco las razones profundas. Tal vez sea ésta: la primera vez que fui consciente de las fuerzas de la escritura fue cuando envié una postal a una amiga alemana que estaba entonces en América. No sabía muy bien qué decirle. La cara por la que tenía que escribir era blanca y tenía una textura grumosa, un poco como la nieve, y esa superficie me evocó una nieve que, naturalmente, estaba ausente de la cárcel, me hizo evocar la Navidad, y en lugar de hablarle de cualquier cosa, le hablé de la calidad de la cartulina. Ese fue el pistoletazo que me permitió escribir. Por supuesto, no es el móvil, pero es lo que me dio el primer sabor de la libertad.* (24-25)



Sorprendentemente, ante este extraordinario pasaje casi proustiano, la entrevistadora Gobeil salta y le pregunta «—¿Cómo empezó a publicar?», oportunidad perdida de indagar en los oscuros recovecos de la escritura. Quizá, frustrada por la espera tópica de una respuesta sobre la soledad del escritor, Gobeil fue incapaz de valorar lo que el escritor le apuntaba en su contestación. En su pregunta, en su forma de preguntar, había anticipado ya la respuesta, perdiendo el control de la situación ante lo inesperado de la palabras de Genet. Gobeil no pudo entender lo que Genet le dijo porque esperaba escuchar otra cosa. Lo que nos dice bastante sobre la palabra, la soledad y los diálogos imposibles.


Genet habla a Gobeil de cómo se encuentra en la situación de escribir a una amiga a la que no sabe qué decir. No la escribe para interesarse por ella o para que ella se interese por lo que él hace. Solo tiene que escribir. El contenido de la escritura le viene dado por la sensación física que el material sobre el que va a escribir le produce: lo grumoso, el color blanco, evocan en él la nieve y ésta la Navidad. Podría haberle escrito sobre la nieve o la Navidad; sin embargo, lo hace sobre la "calidad de la cartulina". Sorprendente.
Donde Flaubert hubiera indagado sobre el tópico característico de las postales en estas circunstancias, aprovechando para experimentar con las frases más adecuadas en el intercambio de palabras vacías, Genet convierte la sensación en inicio del movimiento de la escritura. Donde Balzac hubiera hablado de cómo el oro había sustituido al espíritu en las celebraciones navideñas pervirtiéndolas, Genet vuelve al origen corrigiendo el vuelo asociativo de la imaginación para volver a descender a la sensación física, a la textura de la cartulina, a su calidad. Se corrige; frena el vuelo y desciende. La escritura habla de lo que tenemos en nuestras manos y no vemos. Habló del papel como escribió de los cuerpos, del tacto frente a la idea.

Imagen de Un chant d'amour  (1950) , film mudo de Jean Genet

No sabemos qué opinión le mereció a su amiga alemana la tarjeta. No sabemos si sus dedos se centraron en experimentar la textura de la cartulina comprobando lo que Genet le indicaba. No lo sabemos. Tampoco sabemos si contestó en los mismos términos, evaluando la superficie de la escritura o si recordó la Navidad. No.
Quizá un psiquiatra nos podría hablar sobre esa inmediatez sensorial de lo comunicado respecto al objeto portador de la escritura. Pero no hace ninguna falta. Importa poco lo que los psiquiatras puedan decir aquí de la escritura. El tacto, dice Genet, le dio "el primer sabor de la libertad". Quizá también percibió el concepto en la punta de la lengua como percibió la nieve en la yema de sus dedos. Quizá el mundo no "es", sino solo un poco.

* Jean Genet (2010) Entrevista de Madeleine Gobeil (1964), en El enemigo declarado. Errata Naturae, Madrid.






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