viernes, 8 de febrero de 2013

Las botas

Joaquín Mª Aguirre (UCM)
Yo no sé en qué mundo vive usted. Sé en qué mundo vivo yo. No sé hasta qué punto le sorprenden estas cosas, se rasga las vestiduras y se deprime por lo que ve. Como sucedía con el vertido de lágrimas en el siglo XVIII, puede que su desolación sea un síntoma de su buen corazón.
La noticia del gran escándalo del deporte en Australia sigue al otro escándalo del amaño de partidos de fútbol por todo el planeta deportivo, que es la totalidad del globo. La Tierra ya no parece una "naranja", como se nos decía de niños, sino una pelota en el punto de penalti del Sistema Solar. Desde la Luna, el verde que se ve es el de los estadios deportivos y el de los dólares que produce. Nos dice el diario El Mundo sobre el caso australiano de corrupción:

La confirmación de que el dopaje es una práctica generalizada a nivel profesional y la sospecha de que las mafias manipulan resultados de partidos han sacudido los cimientos del deporte en Australia. "Los hallazgos son estremecedores y van a indignar a los aficionados en Australia", dijo el ministro australiano de Justicia, Jason Clare, en una rueda de prensa en Camberra al presentar el informe "Crimen organizado y drogas en el deporte".
"Esto es hacer trampa y, lo que es peor, es hacerlo con la ayuda de delincuentes", acotó Clare, flanqueado por la titular de Deportes, Kate Lundy. El estudio denuncia el dopaje habitual entre los deportistas de elite e implica a algunas mafias en la distribución de las sustancias prohibidas.
No solo deportistas individuales sino hasta todo un equipo han consumido estas drogas ilícitas que contienen hormonas y péptidos, entre otros componentes. Algunas de estos compuestos, que científicos especializados en deporte, médicos, farmacéuticos, entrenadores y personal de apoyo han entregado a los atletas, no están autorizados para el consumo humano, según el citado estudio.*



Lo importante es lo bien "organizado" que está el crimen. Tienen de todo. Nosotros estamos por aquí con el caso del dopaje de los deportistas y la red mafioso-sanitaria que les asistía. La medicina mafiosa es una rentable especialidad en la que vigilas la también rentable salud de los tramposos deportivos, auspiciada por tramposos directivos y entrenadores, y tramposas organizaciones dedicadas a ganar dinero con los "derivados deportivos". Estos incluyen las apuestas, pero también el blanqueo de dinero con fichajes, recalificaciones de terrenos para instalaciones, contratos bajo cuerda y demás formas de corrupción, todo abierto a la innovación. Ni le cuento el I+D+I que supone la creación de los productos y procesos para la elaboración de los fármacos que ayudan a subir cuestas, trotar campos y realizar "mates". El deporte es sano, nos dijeron siempre.


¿Por qué distinguir a los deportistas implicados de los delincuentes que les "ayudan", como dice el diario? Las secciones clásicas de los periódicos suelen redistribuir la deshonestidad en nichos que nos hacen pensar que son mundos separados. No hay tal separación. No les "ayudan"; forman parte de sus organizaciones mafiosas. Entiéndalo.
Los corruptos están en el mundo y se dedican a las actividades que les sean más rentables, sean las que sean. Las corrupciones políticas, empresariales, deportivas, etc. son solo caras diferentes de una misma enfermedad moral, tal como se la consideraba antes, y con la llegada de la modernidad, considerada como forma saludable del éxito en cada campo. Por lo general, no hay "corrupción" donde no hay rentabilidad. Si no la hay, es vicio.

Que el presidente de la patronal acabe en chirona, el de un club de fútbol sea detenido por amañar partidos, los políticos reciban sobresueldos (¡si solo fuera eso!), se especule con el suelo municipal, se monten chollos con las ITV, los yernos reales se conviertan en agresivos e influyentes emprendedores, se organicen "eventos" para que alguien se lleve comisiones, etc., no es más que la muestra salvaje, pero educadita, de la deriva moral (nunca mejor dicho) que hace del éxito el único valor sostenible. Todos son "triunfadores". Y les aplaudimos.
Tenemos la sensación de que estamos rodeados de sinvergüenzas y, sin duda, se debe a que estamos rodeados de sinvergüenzas. Somos como el tontarras del general Custer, metido por su petulancia en Little Big Horn, acorralados, rodeados por desaprensivos montados a lomos de Ferraris que nos lanzan flechas promocionales sin cesar. Moriremos con las botas puestas mientras que otros se ponen las botas. No hay "pipa de la paz". Joseph Blatter nos advierte desde un titular de ABC: "¡las trampas nunca terminarán!". Ya lo sabíamos, Blatter. Esto solo acaba de empezar.



No teman. Queda gente honrada en el mundo. Además, son necesarios para que los sinvergüenzas prosperen. Hace falta gente que vaya a los estadios, a los bancos y a las urnas con la confianza en que lo que les dicen o ven es cierto, que aquel jugador que entra a los tobillos lo hace con el ímpetu que da la defensa de sus colores y no por una apuesta en Londres sobre la lesión de un delantero. Hace falta que haya gente que se crea que los debates políticos van a algún sitio; que los mercados ajustan sus precios para beneficio del consumidor, o que lo que pone en la letra pequeña de los medicamentos es todo lo que nos puede pasar. Hacen falta crédulos. Usted y yo lo somos. Yo porque escribo como alternativa a la desesperación; usted porque ha contenido cien veces su ira, gracias a los buenos consejos que le dieron padres y maestros en su infancia, y se ha parado a perder el tiempo leyendo esto. Ni usted ni yo nos haremos ricos con lo que hacemos. Puede que seamos un poco más felices, pero eso no les preocupa a ellos, que lo consideran un síntoma de estupidez y les incita a meter "felicidad" en un frasquito diseñado por un modisto francés extravagante y anunciará una actriz sugerente y retocada con Photoshop.



La noticia de que el deporte mundial está trucado no debería sorprendernos demasiado. Todo lo verdaderamente rentable lo está. Los muchos miles de millones que se manejan por todo el orbe son el mejor indicador de lo que sospechamos y que ahora nos confirman noticias que llegan desde lugares tan exóticos como Singapur y Australia. Las noticias nos llegan desde las antípodas porque así parece que el mal está más lejos. Pero todo forma parte de lo mismo. Los sinvergüenzas son una gran familia: montan en bici, chutan a puerta, dan mítines, tienen cuentas en Suiza y especulan en bolsa. Nunca cuelgan las botas.
Titula El Mundo "Australia se quita la máscara", aunque hubiera sido más correcto titularlo "El mundo se quita la venda". No me refiero al periódico, claro, sino a todos nosotros. 
Y no se deprima. Si sus ídolos se derrumban es porque es usted un "idólatra".

* "Australia se quita la máscara" El Mundo 7/02/2013 http://www.elmundo.es/elmundodeporte/2013/02/07/masdeporte/1360228928.html





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