sábado, 9 de febrero de 2013

Colores y preguntas

Joaquín Mª Aguirre (UCM)
Repaso en el tren algunas revistas para localizar textos que proponerles a mis alumnos para los exámenes que deben realizar en estos días evaluativos. Hace tiempo que dejé de hacerles "preguntas" en la forma convencional y les propongo textos para cada uno de los módulos amplios en los que trabajamos para que ellos "construyan" sus respuestas uniendo todo lo que saben para explicar los fundamentos o consecuencias de lo que les pongo delante. Para "explicar" deben "comprender" primero, "reconocer" lo que tienen. De esta forma tendrían que estudiar de otra manera, evitando el desastroso aprendizaje mecánico, puro conductismo. Del estudio deberían surgirles más preguntas que respuestas, más inquietudes que confianzas. Y no suele ser así.
Encuentro una información fascinante en uno de los artículos que me tiene absorto hasta llegar al centro de Madrid. Es un artículo de la revista de psicología Mente y cerebro sobre los problemas en la percepción de los colores. Tras describir los elementos que entran en la percepción del color, el autor nos señala:

Alrededor de un ocho por ciento de los varones y menos del uno por ciento de las mujeres padecen discromatopsia, esto es, deficiencia en la visión de los colores, porque carecen del gen correspondiente al fotopigmento de tipo L o M. Aunque su visión es normal en todos los demás aspectos, sufren ceguera a los colores verde o rojo, según la deficiencia genética de la que se trate. Las personas dicrómatas poseen solo dos tipos de conos, lo que les torna incapaces de distinguir entre los colores morado, lavanda y violeta, o entre rojo, naranja, amarillo y verde.*


Hasta aquí la información es más o menos conocida. Se señala que no supone más inconveniente que la confusión a la hora de identificar esos colores en la conducción o cualquier otro tipo de señales que nos deban indicar algo importante. Nos cuentan también la razón genética por la que se establecen las diferencias entre hombres y mujeres en el reparto ("los genes correspondientes a los fotopigmentos M y L (las sustancias que absorben la luz en los conos) son portados por el cromosoma X") y algunos detalles sobre situaciones reales, como que quien lo padece se pueden quemar por estar al sol más de la cuenta por no percibir correctamente el color que su piel va adquiriendo con la exposición excesiva.
Hay, sin embargo, una información que me sorprende:

Es de señalar que, por capricho de la genética, puede haber mujeres dotadas de conos fotosensibles de cuatro tipos en lugar de los tres habituales. En teoría, estas mujeres tetracrómatas identifican sutiles matices de color, indetectables para el resto de nosotros. No obstante, la confirmación experimental de ese fenómeno resulta difícil.*


El problema de que existan personas que perciben más "sutiles matices de color", como se expresa en el artículo, nos plantea una cierta paradoja evaluadora. En el caso de los "dicrómatas", es la mayoría la que inspecciona a la minoría "defectuosa". Podemos detectar el "defecto" porque nosotros no lo tenemos (suponemos), lo que nos permite detectar respuestas correctas o incorrectas. Nosotros, los que tenemos todos los "conos" donde corresponde, evaluamos la carencia en otros. Sin embargo en el caso de las mujeres "tetracrómatas", el evaluador se enfrenta a algo que desconoce porque su situación es de "inferioridad", ve menos colores. No solo ve menos colores, sino que desconoce cuáles son o pueden ser. No puede meterse en sus mentes y ver las diferencias entre cómo ve él el mundo y cómo lo ven ellas, que ven todo como él más un plus inalcanzable.



La dificultad experimental, desde luego, es grande. Ya es un problema ponernos de acuerdo sobre los colores que todos percibimos. Para eso se han desarrollado sistemas como Pantone, un titánico proyecto industrial para normalizar el color y hacerlo escapar de nuestra subjetividad perceptiva y nuestra alegría verbal a la hora de denominarlos o describirlo. Los colores se nos muestran diferentes según la hora del día, por la variación de la luz, o simplemente por el contraste con los que tengan a su lado. El de los colores es un mundo relativista y semánticamente confuso. Por eso los paisajistas pintan solo durante unas pocas horas del día y los industriales han buscado sistemas de denominación de los colores para que las paredes de una casa tengan todas la misma tonalidad aunque se compren los botes en distintos días o lugares.



Las diferencias de color son también uno de los temas preferidos de los estudiosos de las culturas y las lenguas que ven cómo en cada una se establecen también diferencias valorativas o semánticas. No damos el mismo valor al "rojo" nosotros que, por ejemplo, los chinos, cuyo Año Nuevo comienza hoy e inundarán todo con ese color que para ellos representa felicidad, buena suerte y prosperidad. Con motivo del año nuevo, se regalarán los "paquetes rojos" ('Hóngbāo', en mandarín, y 'Lai see', en cantonés), con unas cantidades variables de dinero dentro, para desearse todo lo bueno. La cultura es muy importante en nuestra percepción global o integrada del color; los colores no son simple percepción, también significan y tienen valores emocionales.
"Nuestro" mundo está teñido de colores, los que nuestra genética, nuestro aparato perceptor y nuestro cerebro nos permiten "recrear". El autor del artículo, Koch, nos cuenta que la mayor parte de los mamíferos no tiene esta "suerte" cromática: "cuentan solo con dos clases de conos retinianos. Por consiguiente, ratones, gatos y perros ven el mundo de forma similar a los discrómatas"*.


Pero lo que realmente me sorprende es la descripción de algunos experimentos realizados respecto al color aprovechando esas "carencias", desde nuestro particular punto de vista. En la universidad Johns Hopkins, nos dicen, se insertó el gen correspondiente al fotopigmento L en múridos. El resultado, tras varias generaciones, fue que desarrollaron la percepción a los nuevos colores: "los ratones respondieron a información de tonalidad supernumeraria: habían pasado de discrómatas a tricrómatas". Hace bien Koch en llamarlo "notable proeza de la bioingeniería". Para percibir ese color, los conos son esenciales, pero quedaba por ver si el cerebro de los ratones era capaz de procesar las nuevas diferencias. Y lo hizo.




El último de los casos de los que se nos habla incorpora otro tipo de interrogantes. Se refiere a los exitosos experimentos del matrimonio de investigadores Jay y Maureen Neitz, de la Universidad de Washington — indago y me entero de que les acaban de conceder el Jay Pepose ’75 Award in Vision Sciences—. Nos dicen que:

Junto a sus colaboradores desarrollaron el trabajo con monos ardillas, una especie endémica de las Américas Central y del Sur. Si bien casi todas las hembras de estos primates son tricrómatas, los machos son dicrómatas, pues cuentan solo con fotopigmentos de tipos S y M. En consecuencia ellas se encargan de dirigir a sus congéneres en busca de frutos maduros ocultos entre el follaje, ya que dicha tarea requiere una excelente capacidad para discriminar los colores.*


¡Sorprendente! Las limitaciones de la percepción de los colores entre machos y hembras ha servido para establecer una forma de especialización y organización del trabajo. Lo que la genética ha ido separando se ha compensado con la formación de equipos con tareas diferentes, sumando capacidades para resolver carencias. Las hembras, con una mejor percepción del color, dirigen a los machos en las tareas de recolección.


Los investigadores señalan que cuando consiguieron que los nuevos conos se formaran en las retinas, el cerebro se reprogramó para poder procesar la nueva información, tal como había ocurrido con los ratones tratados. La plasticidad del cerebro es asombrosa y se adapta para el procesamiento de lo que le llega por las puertas de los sentidos. Las investigaciones y resultados del matrimonio Neitz han sido recogidas por las publicaciones científicas de todo el mundo. ¡Un gran logro en la comprensión de la visión y el cerebro!

Sin embargo, me queda una pregunta en el aire. Dicen los Neitz que cuatro años después todavía perduran la visión en colores de los monos ardilla tratados. La cuestión que me planteo no tiene que ver ya con la percepción o con la reprogramación del cerebro, sino con otro factor, el "social". La pregunta —que no se responde en el artículo porque no se la habrán planteado al no ser su campo— es si ha habido cambio en la organización social, es decir, si el nuevo reparto de la percepción cromática ha establecido diferencias entre el reparto laboral de los monos ardilla. ¿Siguen las hembras dirigiendo la operación o el arreglo cromático ha alterado las relaciones entre sexos?
Dirán los genetistas que eso no es problema suyo, que ellos se limitan a experimentar con la percepción y el cerebro. Y efectivamente, así es desde el punto de vista de las especialidades. La pregunta es de otro campo, aunque sean los mismos monos. Pero sería interesante saberlo.
Casi sin darme cuenta, mi tren ha llegado a la estación.

* Christof Koch, "Con más colores". Mente y cerebro sept-oct 2012, 41-42.






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