lunes, 17 de diciembre de 2012

Claro que no

Joaquín Mª Aguirre (UCM)
Escribe Elvira Lindo una desconsolada columna por los comentarios añadidos por los lectores de un artículo que da cuenta del acuerdo extrajudicial entre Dominique Strauss-Khan y la camarera que sufrió "su estancia" en el hotel de Nueva York. Le asquean, con razón, la sarta de infamias e improperios que se pueden leer y que ella —supongo que ante el cansancio de intentar parafrasearlas— reproduce con una pequeña muestra. Sobran comentarios.
No hace mucho tiempo manifesté ese mismo asco que siente hoy Elvira Lindo y que me imagino que será duplicado, si cabe, por ser en el periódico en el que ella misma escribe. Es el reflejo de algo que va más allá de las meras formas y que no es más que la perversión inagotable de algo que se llama "libertad de expresión". Es una pena contaminar tan bellas palabras —libertad y expresión— para aplicarlas a un mecanismo cuya finalidad no es fomentarla sino atraer lectores como se atraen pedófilos a la puerta de una escuela.



La sensación de asco, de indignación, de hastío que provocan muchos comentarios al hilo de cualquier información, desde los textos más simples e inocentes a los temas más complejos, es enorme y deprimente en muchos sentidos: social, político, informativo, educativo... Es difícil mantener la vocación periodística —siquiera la comunicativa— contemplando en qué sarta de barbaridades acaba cualquier tipo de escrito tras la deriva de los primeros comentarios. Es muy difícil, casi un acto heroico, mantener el deseo de escribir bajo la presión de unas respuestas que, aunque sean minoritarias respecto a la mayoría silenciosa —más bien "intimidada"—, son las que están ahí, generando una corriente hedionda de gracietas, groserías, insultos, amenazas, descalificaciones sin límite y sin freno. El hecho de que aparezcan como "eliminados" algunos comentarios nos asusta ante la visión de los que no lo han sido. ¿Qué contenían los que se eliminaron?
Creo que hay que empezar a decirlo. La función de un texto periodístico no es servir de estímulo a desahogos de ningún tipo, sobre todo de la mala educación, con firma o amparada en anonimato. Esto no tiene nada que ver con la información ni con el periodismo. Ni con la libertad.


El "no hay derecho" de Elvira Lindo no es solo un lamento asqueado; es una petición no formulada pero implícita en el contenido. La existencia de esos comentarios racistas, machistas, xenófobos, violentos, amenazantes, insultantes, etc., que atentan contra todos los principios jurídicos y éticos que contempla una constitución o la mera convivencia no deberían estar pervirtiendo la finalidad informativa de una columna periodística, el resultado del trabajo honesto —mejor o peor— de un profesional. Uno debería poder declararse "objetor de comentarios" y solicitar al propio medio que se limite a insertar su texto. Y punto.
Esta falsa liberalidad ha dado salida, difusión, a lo peor que algunos seres humanos atesoran: sus malas maneras, su falta de respeto y su nula responsabilidad por lo que escriben amparados en el anonimato que da el "nick" y la impunidad que da la distancia, pues cualquiera, desde cualquier punto del globo, puede dejar cualquier tipo de comentario, por seguir llamándolo así.


En los blogs o en las páginas de las redes sociales cabe la posibilidad de que el autor restrinja los comentarios. Escribe, pero no está obligado, si no quiere, a recibir las "opiniones" de personas a las que no conoce ni quiere conocer. Que se busquen dónde desahogarse. Pero la mala educación nunca tiene suficientes lugares en los que manifestarse; siempre quiere más porque es exhibicionista por definición.
El problema es una muestra más de cómo los intereses comerciales se superponen a los de los propios profesionales. Parece que la "magnanimidad" a la hora de permitir los comentarios atrae a cierto tipo de lectores que luego son contabilizados publicitariamente. En ocasiones, parece incluso que el propio medio propiciara o provocara esta avalancha de comentarios que parece confundirse con la relevancia. Pero se está hundiendo con ello el periodismo, una vez más, en nombre del beneficio de la "empresa periodística". Pensar solo que alguien pueda estar ganando dinero por ese tipo de prácticas da asco y, sin embargo, así es. Muy mal deben estar los tiempos para admitirlos y camuflarlo como una especie de "liberalismo" que no hace sino mancillar las libertades con el desprecio absoluto del respeto y la convivencia.

Esto no es ya un "medio digital"; es el muro de la mala educación. Es el reflejo de una forma ambiental de agresividad y zafiedad que se muestra en otras instancias y que los medios acogen y transmiten. Finalmente se acaba volviendo contra ellos, especialmente contra los profesionales que no piensan que el insulto sea una forma de trabajo. A los que viven de él, les da igual. El racismo, la xenofobia, el machismo..., ya no están en las páginas escondidas; saltan a los espacios comunes, abiertos, sin pudor alguno, envalentonados.
Estoy seguro de que son muchos más los lectores a los que les repugna lo que ven y abandonan la lectura, que todos aquellos que manifiestan su interpretación perversa de lo que significa "expresión". Crearles condiciones para que se explayen a través de su trabajo, mina la moral profesional y personal del periodista y espanta a otros lectores que no desean ser incluidos o identificados con los que se muestran de tal manera. Pero el ruido siempre llama más la atención. Es un fracaso, sobre todo, educativo, de convivencia, de incapacidad de expresar ideas sin ofender o de arraigo de otras que nos gustaría ver disminuir en una sociedad realmente mejor. Pero hay lo que hay; es lo que tenemos. Y crece.
Estamos haciendo una sociedad en la que la famosa "interactividad" nos hace perder las ganas de tenernos delante y acrecienta el deseo del aislamiento de parte del género llamado humano. Concluye Elvira Lindo:

[...] te pasas la vida luchando contra ese resistente muro de la misoginia o del desprecio y te encuentras con esta basura publicada en aras de la “participación”. No sé quién leerá esto, pero no hay derecho.*

Claro que no.

* Elvira Lindo. "No hay derecho". El País 12/12/2102 http://elpais.com/elpais/2012/12/11/opinion/1355245747_069451.html




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