martes, 13 de noviembre de 2012

Discriminación e información

Joaquín Mª Aguirre (UCM)
En apenas unas horas, esta misma mañana presentaremos en la Facultad, por segundo año consecutivo el informe correspondiente al tratamiento en la prensa española del pueblo gitano durante el año 2011, realizado por la Unión Romaní. Es el resultado del procesamiento de todas las noticias aparecidas en los medios sobre ellos y su evaluación. 
Creo que es importante que los estudiantes, futuros periodistas y comunicadores, sean conscientes del papel que los medios juegan en la construcción social del racismo y, por tanto, de su participación responsable en el aumento o disminución de esa actitud prejuiciosa en aquellos que serán receptores de su trabajo en el futuro.
Lo primero de lo que debemos ser conscientes es de que el racismo, la xenofobia, etc., son formas que mantenemos con nuestras acciones cotidianas de muchas maneras. El lenguaje es portador, como señalaba el filósofo del lenguaje Mijaíl Bajtín, de la valoraciones éticas de las sociedades en las que se manifiesta. Usamos unas palabras que no son nuestras, sino que son el resultado de las valoraciones históricas de nuestro entorno histórico, de nuestra cultura. Y todas las lenguas recogen siglos de prejuicios, es decir, de discriminaciones valorativas que se han incrustado en las palabras y con ellas en nuestras mentes.

Nosotros no hacemos las palabras, sino que las recibimos y las usamos. Hoy somos más sensibles al poder discriminatorio de las palabras, pero lo cierto es que la función de las palabras es discriminar, es decir, reflejar las distinciones que se hacen en la sociedad misma. La discriminación social, sus prejuicios, se reflejan en los prejuicios de las palabras. Por eso, es necesario que el profesional de la información sea especialmente sensible al lenguaje que recibe socialmente y logre distanciarse de él lo suficiente como para desautomatizarlo hasta lograr dominar sus efectos discriminatorios que son transmitidos a través del lenguaje como en una cadena, lo recibo y lo transmito. El lenguaje, como memoria histórico social, nos usa para hacer llegar los prejuicios desde un pasado que ya no es nuestro presente, un momento con una valoración ética y moral distinta, pero condicionado, lastrado por la palabra heredada.
Es esta la primera de las discriminaciones —que no afectan solo al racismo, sino a toda distinción que quiere establecer una jerarquía social, como ocurre, por ejemplo, en la discriminación sexual— que hay que tratar de evitar. No es la única. Existe otra importante que es la de los tópicos, clichés y estereotipos sociales. En las últimas décadas se han incrementado los estudios sobre el papel que estas unidades de información altamente codificadas juegan en nuestra vida social y en nuestras interacciones.


Tópicos, clichés y estereotipos son construcciones narrativas que imponen una visión fija de las cosas. Son codificaciones del prejuicio que condicionan nuestra percepción a través de la comunicación. Implican, al igual que la palabra, valoraciones que se trasmiten como un conocimiento resistente a la erosión de la evidencia. Todas estas formas tópicas implican la valoración y percepción de las situaciones a las que nos enfrentamos cada día a través de las lentes deformantes de los prejuicios. Un tópico es una especie de cárcel cognitiva. Nos encierran la percepción en unos márgenes expresivos prefijados que determinan nuestras posibles interpretaciones de las situaciones o personas que queremos describir. El tópico es terriblemente eficaz desde el punto de vista de la comunicación, pues esa es su función, la economía comunicativa, ahorrar palabras y explicaciones recurriendo a lo ya dicho. El tópico en cualquiera de sus variantes es una forma de reduccionismo; es expresar siempre lo mismo, aunque las cosas sean diferentes. Es comunicar lo esperado en vez de lo cambiante. Por eso el tópico es un enemigo real de la comunicación ya que no transmite nueva información sino más de lo mismo, lo que se repite siempre que existe una situación en la que puede conectarse un tópico.



Tal como ocurre con el lenguaje, y antes hemos señalado, los tópicos se heredan socialmente, nos llegan listos para ser usados y prender en nuestras mentes. Igualmente requieren de la desautomatización, de la consciencia del profesional de la información para librarse de algo que parece ofrecerse como la respuesta "natural". Los tópicos son reductivos y excluyentes; son una tentación comunicativa fácil. Hay que ser consciente de ellos y huir, dejarlos al margen para poder valorar y describir a personas y situaciones en su verdadera dimensión. El informador está obligado ética y moralmente a la "justicia descriptiva", a hacer justicia con sus palabras o con las imágenes —también caldo del cultivo del tópico— a aquellos de los que habla a sus destinatarios.
El tópico es caldo de cultivo de los prejuicios, y el racismo y la xenofobia, cualquier forma de discriminación, viven bien en y a través de ellos. No solo se manifiesta como presencia repetitiva, sino que se nos cuela también como sobreentendido, como una sombra cuyo objeto está elidido de la información y se halla en el fondo de la cultura condicionando las comunicaciones.



La tercera forma de discriminación es la de las agendas mediáticas. Hablamos de "agendas" informativas en el sentido del repertorio temático que los medios manejan específicamente, es decir, la agenda es lo contable por un medio, aquello que puede ser recogido informativamente y posteriormente transmitido. La agenda es —como la palabra o los tópicos— un nuevo filtro valorativo que incluye o excluye, que expresa o deja fuera parcelas de la realidad.
Las agendas no solo muestran apenas una parte de lo que ocurre, sino que condenan al que aparece en los medios a hacerlo de una manera uniforme, repetitiva, creando la ilusión de la unidimensionalidad de la realidad. Serán solo ciertos temas —alentados en los tópicos— lo que se seleccionen de forma prioritaria, escondiendo la riqueza y variedad de personas o situaciones. Hay países de los que solo conocemos hambrunas y matanzas y hay grupos humanos de los que solo se nos trasmiten peleas o bodas, ignorando su diversidad, como la de cualquier otro grupo humano.
La agenda está siempre mal repartida. Se ocupa de unos más que de otros y cuando lo hace, recoge elementos parciales. La agenda es una poderosa herramienta discriminatoria. El informador ha de conseguir que ésta adquiera la elasticidad suficiente como para acoger aquellos temas que podrían ser igualmente noticias pero que nos empeñamos en que no lo sean. Hay que abrir la mente a nuevas ofertas temáticas que amplíen la agenda. De esta forma, los públicos y audiencias mejorarán su conocimiento de los demás.
Estos tres poderosos elementos —el lenguaje, los tópicos y la agenda mediática— condicionan nuestra percepción y forman un círculo vicioso que es necesario romper para que la imagen de la realidad que los medios ofrecen sea más ajustada y permita la corrección histórica de nuestros prejuicios.


Requieren del profesional la conciencia y la consciencia. La "conciencia" nos exige luchar contra la injusticia de la discriminación en cualquiera de sus variantes tratando de eliminar los condicionamientos acumulados en nuestras herramientas de comunicación, del lenguaje a los propios medios, empezando por nosotros mismos como personas y profesionales. Y también "consciencia", pues debemos luchar contra los automatismos que toda cultura forma en aquellos que crecen en ella. Crecer en una cultura implica que la mayor parte de nuestros conocimientos acumulados, los fundamentales, se nos dan en etapas de nuestra vida en la que carecemos de sentido crítico, esencialmente en la infancia, momento en el que absorbemos lo que nos rodea como forma de adentrarnos en la sociedad. Muchas veces dedicamos el resto de nuestras vidas a luchar contra todo lo que se ha introducido en nosotros antes de que fuésemos conscientes de su verdadero significado. Es la lucha difícil por desprenderse del lastre negativo que se da en todas las culturas y el deseo de lograr una visión más clara y justa del mundo que nos rodea, un mundo lleno de personas y situaciones marcadas por palabras y tópicos que las etiquetan y estigmatizan socialmente.


Para los profesionales de la información es importante que se les muestren los prejuicios, los errores cometidos en su trabajo de comunicar porque deben ser conscientes de ellos, ya que, como hemos señalado, una parte importante de ellos son debidos a las inercias de la rutina, al automatismo comunicativo.
Para los que practican el racismo consciente —o cualquier otra forma de discriminación— existen la correcciones de las leyes y los tribunales; pero para todas aquellas otras forma automáticas, la mejor y más eficaz manera es la información sobre el trabajo realizado, el análisis pormenorizado que realizan los observatorios de la comunicación, cuya función es precisamente —además de ese análisis— la evaluación de los problemas y, especialmente, la explicación razonada de lo que una mala o incorrecta comunicación plantean.





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