lunes, 8 de octubre de 2012

La muñeca durmiente

Joaquín Mª Aguirre (UCM)
Hay historias e historias. Las hay sórdidas y tristes. Podemos enfrentarnos al mal porque constamos su existencia permanentemente: un asesino, un psicópata, un genocida... No nos sorprenden; los libros están llenos de ejemplos. Pero la historia que nos cuenta el diario El Mundo —con material de Europa Press—  es de una tristeza infinita, indigna de un universo que pueda ser llamado humano. Es triste, sórdida, indigna. Es una historia de indiferencia, una historia camusiana, digna de haber sido escrita junto  a El malentendido o El extranjero, obras emparentadas en una misma concepción del desapego humano.
La historia, como casi todas las tragedias, es la de un regreso. El regreso del preso que vuelve a la casa en la que encuentra la puerta cerrada. Ha salido de la cárcel a la que fue condenado por la violación de su cuñada, la hermana pequeña de su mujer. Encuentra la puerta cerrada y la echa abajo de una patada pensando que igual que no hay mujer que se le resista, la suya no tendrá defensa tras una puerta de lo que considera su casa y difícilmente su hogar. Salir de la cárcel y encontrar la puerta cerrada le irrita. Piensa que su mujer no quiere saber nada de él.
Avanza por la casa pensando que ella se ha escondido. Llega al dormitorio. Los diarios reproducen en este punto su impresión: «cuando entró a la habitación creyó que el cuerpo que yacía inerte encima de la cama "era una muñeca que estaba ahí tumbada".» La voz le tiembla en el vídeo de Europa Press cuando señala el lugar en el que encontró, en un colchón sobre un somier, el cadáver modificado de su esposa. Creyó que era una muñeca. Y eso fue toda su vida.


La mujer ha muerto de dolor, de depresión, de hambre, de tristeza profunda ante la indiferencia más absoluta. Una vida sórdida, una muerte sórdida.
El marido explica que desde que le quitaron a su hija pequeña "cuando... eso", dejó de desear vivir porque era lo más importante para ella, "vivía para la niña". Ella pidió que "la metieran en una residencia" por las depresiones; no sirvió de nada. Dice el marido que comenzó a preocuparse cuando a la cárcel le llegaron noticias de que salían fuertes olores de la casa. ¡Qué pena que no se preocupara antes! Tampoco sirvió de nada que pidiera que fueran a comprobarlo. Con los hijos mayores no se hablaban desde hacía años. Nadie pasó por allí. ¿Quién querría pasar?
Alguien escribió en la pared del dormitorio "Viva La María".
Los vecinos denunciaban los olores, que llegaban a ser insoportables en verano, nos cuentan. Lo denunciaron. Tampoco sirvió de nada. Los "municipales" fueron, dicen, y no hicieron nada. No podían entrar sin una orden, dijeron. Tampoco parece que les importara mucho conseguirla. Simplemente se pasaron por allí. Era su obligación. Se fueron.
Habrá historias más crueles, pero pocas más tristes, más desoladoras, más inhumanas. Tumbarse sobre un somier y morir de hambre, de tristeza, de indiferencia: tu hermana violada por tu marido, te arrebatan a tu hija, tus hijos no te hablan. Te tumbas y mueres. A nadie le importa. En todo caso, les molesta, que es distinto. Da igual quién sea el muerto, o una persona o un perro. Huele mal. Había que taparse la nariz para atravesar el descansillo. Molesto.
El marido ha presentado una denuncia que enseña a la cámara. ¡Qué irónico! ¿Quiere justicia?


La policía, los juzgados, los médicos, los asistentes sociales..., en fin, los expertos y responsables sociales hablarán de normas y protocolos, de ayuntamientos y comunidades, de los procedimientos que hay que seguir, de las ayudas, de los recortes, de los formularios que hay que llenar y de todo un largo, indiferente y profesionalizado recorrido hacia ninguna parte.
No sé la vida que llevó esa mujer pero los datos que nos ofrecen son más que suficientes para imaginarla. Ahora comienza la larga retahíla de quejas, de denuncias, de declaraciones delante de una cámara, ante un micrófono. Hay que morirse de asco, de tristeza, de hartazgo de heces, para que los demás dediquen un poco de su tiempo a explicar tu muerte cuando tu vida no les importó un carajo.
Un juguete roto y abandonado. Descansó.
Triste.


* "Encuentra a su mujer momificada en su casa tras pasar dos años en la cárcel" El Mundo 8/10/2012 http://www.elmundo.es/elmundo/2012/10/08/madrid/1349706551.html?a=700c188f9458ef17f7d34a58f0e7e85c&t=1349711050&numero=

** Europa Press TV http://www.youtube.com/watch?v=zSDT1-aSVSM&list=UUh_chnQ7OJPQ8mZ7vbXFpIQ&index=11&feature=plpp_video



3 comentarios:

  1. Qué sensación más desoladora.
    Pero no puedo creer lo que he descubierto al final del artículo, cuando he visto el texto de la imagen. Desde el principio de mi lectura he pensado que la historia había transcurrido en Estados Unidos... (¡y es de Madrid!) por lo típico de los asesinatos y casos escabrosos y de presos que vuelven de la cárcel en una historia de la más profunda américa.
    Hay miles de cosas en qué parecernos a otros grandes países, pero estas son lo que menos merecemos. Los seres humanos damos para muchas grandes hazañas (no lo digo solo por lo que hizo el preso, sino todos los que participaron de la inútil cadena burocrática en torno a la muerte de la mujer).

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  2. Cada vez lo que imaginamos como una realidad distante, como una pesadilla, se nos va colando en la vida cotidiana, a plena luz de día. El presunto preparador de una matanza, ya no está en USA, sino en las Islas Baleares; la mujer muerta abandonada no está en Chicago o Memphis, sino en Ciempozuelos. El corazón se endurece a marchas forzadas disfrazado de progreso, pero ocultando la indiferencia. Un saludo

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  3. Qué historia más triste...y sí a ver si nos quitamos de la cabeza que las crueldades sólo ocurren en los USA, y que en España (incluso en Madrid) también existe el horror.

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