sábado, 13 de octubre de 2012

Europa

Joaquín Mª Aguirre (UCM)
Algunos se han sorprendido porque el premio Nobel de la Paz haya ido a parar a la Unión Europea en estos momentos críticos y confusos. Lo cierto es que era una de las apuestas firmes junto a los damnificados por los excesos de estados y gobiernos de varios continentes. Lo que parecía seguro es que esta vez no iba a ir a tres personas, como en la edición anterior, sino a una sola, ya fuera persona o institución. Y se ha cumplido; se lo han dado a la Unión Europea como una unidad.
Igual que el año pasado hice mis votos porque fuera mujer y árabe y así fue, por lo que me di por más que satisfecho, este año quedo también complacido por los motivos que paso a explicar.

Se está ponderando mucho la cuestión de la crisis económica y del euro identificándola como "crisis europea". Y no salimos de ahí. Desde estas páginas hemos insistido constantemente en la necesidad de encontrar otras dimensiones compensatorias que permitan convencernos a nosotros mismos de que solo somos compartidores de la moneda y de las fronteras unos con otros, una especie de dasein mercantilista. El premio no se le ha dado a "Europa" sino a la "Unión Europea", es decir, a la voluntad de permanecer unidos y a lo que eso ha supuesto para un territorio con demasiada frecuencia convertido en campo de batalla. No se le ha dado a los políticos o jefes de estado: se ha concedido a 500 millones de personas.
Tenemos en contra la diversidad de las lenguas, siglos de guerras entre nosotros, conflictos territoriales, y diferencias religiosas entre unos y otros. Y eso es precisamente lo que hace de la idea de Europa un milagro, laico, pero milagro. Europa es un milagro cultural. Y hay que decirlo.
Creo que hay tres alternativas en la forma de entender Europa. La Europa religiosa, tal como la pensó el germano Novalis en su "Europa o la Cristiandad", que buscaba la unidad anterior a la Reforma —una unidad medieval— como manera de resolver los conflictos; la Europa de la Razón, la de las Luces, como alternativa a los dogmatismos y enfrentamientos sectarios; y finalmente la Europa económica, la del mercado, la Europa del vendernos y comprarnos unos a otros o de competir con terceros.


Son tres dimensiones que existen y no se puede prescindir de ellas, pero no son dimensiones separadas. Son construcciones abstractas que elaboramos para analizar una realidad compleja. No hay que hablar tanto de la "religión" sino de la evolución de la religión entre nosotros; ni de la "economía" como una dimensión única, sino de la realidad económica, como parte de un sistema vivo; ni convertir la "razón" en un elemento totalizador capaz de generar monstruos según el extremo al que se dirija.
Si entendemos que los tres factores tienen una dimensión positiva que también forma parte de nuestra historia, es más fácil comprender por qué la Unión de los europeos es un hito de convivencia merecedora de ese premio. "Religión" implica también "libertad religiosa", es decir, respeto a las creencias, reconocimiento de su valor en la configuración del conjunto de la cultura. "Razón" supone la capacidad de superar los dogmatismos y una firme voluntad de diálogo, pues la razón es un ente dialogante y no silencioso o excluyente; solo mediante el diálogo, la voluntad de entendimiento, la razón se humaniza frente a su aberración, la "razón maquinal", que solo busca dominar y controlar. "Economía" implica, sobre todo, un deseo de bienestar común, de solidaridad, por encima de la mera producción, del lucro individual y egoísta. No hay que renunciar a nada sino transformar todo, impregnarlo de ese impulso de progreso positivo, de avanzar conjunto.

Voltaire, Ortega y Novalis

Las tres dimensiones —la religiosa, la racional, la económica— contienen los peligros en su aislamiento y desequilibrio. Llevadas al extremo y sin equilibrarse, producen los monstruos que los europeos hemos experimentado en la mayor parte de los rincones de nuestra geografía e historia, de las inquisiciones a los campos de exterminio, de las dictaduras a los guetos. Son los monstruos del dogmatismo, la intolerancia y la cosificación utilitaria de los demás. Nos los hemos aplicado entre nosotros y al resto del mundo mediante el colonialismo.
No podemos prescindir de ellas porque forman parte de la vida misma, por eso es esencial que sean parte de nuestro pensamiento como voluntad de mejora constante, como única forma de construir un espacio de convivencia fecundo y no un nuevo campo de batalla.
El Premio Nobel de la Paz reconoce los esfuerzos de la Unión Europea en pacificarse y en pacificar, dos aspectos importantes que adquieren sentido solo si Europa, además de ser una realidad, es un modelo para sí y para otros. Como cualquier creación humana no es ni puede ser perfecta, pero sí debe tener la voluntad de mejora constante  en la preocupación por su espacio propio, que es geográfico y cultural, físico y humano.

Camus, Mozart, Chesterton

Estamos demasiado preocupados por aspectos muy concretos; nos falta apartarnos del cuadro lo suficiente para percibir los colores y las formas en su justa dimensión. Estando demasiado encima, solo percibimos lo próximo y nos falta visión del conjunto. Eso en lo que supone el Premio, la percepción de la Unión en la distancia que permite ver sus logros, el milagro de la convivencia europea sobre unas desoladoras ruinas y millones de muertos.
"Paz" puede ser simplemente un estado no beligerante. Pero puede ser también un insólito deseo de prosperidad conjunta, de resolución de desequilibrios históricos, de enterramiento de conflictos. Todo lo que ha ocurrido en Europa nos ha hecho, pero no todo lo que ha ocurrido deseamos que se mantenga o repita. Eso es parte del espíritu de progreso que es también un impulso europeo. No nos hemos hecho "europeos" para explotarnos mejor; nos hemos  para poder crecer —en todos los ámbitos y dimensiones— conjuntamente. Es hacer bueno el espíritu de las palabras de Schiller, cuyo Himno a la Alegría hemos aceptado como espíritu: "Seid umschlungen, Millionen! / Diesen Kuß der ganzen Welt!" (Recibid un abrazo, millones./ Este beso para todo el Mundo!).
Europa no es un mito ni una marca; no es necesario inventar raíces emocionales ni incentivos comerciales. Hay que hacer de ella una realidad, palparla en lo cotidiano, siendo conscientes de que lo que hagamos requiere nuestro esfuerzo, inteligencia y voluntad. No me emocionan los himnos, banderas o logotipos; me emociona la felicidad de las personas, ver que lo que se hace sirve para que sean mejores, más cultos, más respetuosos, más libres, más justos. Entre nosotros y con los demás.
A todo eso lo llamo "paz". Y el premio es un anticipo.


2 comentarios:

  1. Por eso es un drama que las Erasmus se estén quedando sin dinero. Estas becas crean generacioens europeas!!

    Yo me sorprendí cuando vi la noticia... Sí, hay que considerar los logros del pasado, que llegan hasta el presente, pero no pude evitar pensar que esta guerra moderna se está desarrollando sin armas o heridos, sino con pobreza y desempleo...

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  2. Sí, eso es una parte importante. Erasmus es una forma de integración que debería valorarse más. Pero está afectando también más allá; por ejemplo a estudiantes que venían a Europa y regresaban a sus países con las ideas renovadas y con una perspectiva mejor de lo que ha sido la Europa que conocieron las generaciones anteriores. El dinero es una parte importante, pero no lo es todo. Hay que realizar otro tipo de acciones más extensas para ayudar a crear mentalidades europeas más allá de los viajes o estancias. En la propia educación en cada país. Si Europa solo puede ser rica, ¡pobre Europa! Gracias por leerlo y el comentario, Beatriz.

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