lunes, 22 de octubre de 2012

El ministro imperturbable o el faquirismo político

Joaquín Mª Aguirre (UCM)
Tiene el ministro Wert la curiosa teoría de que para dedicarse a la política debe ser uno imperturbable. El diario El Mundo recoge sus palabras tras un tórrido —más que cálido— recibimiento en Valladolid: "si uno no es capaz de acostumbrarse a las protestas evidentemente no vale para un cargo público".* No tengo muy claro el sentido que el ministro le da a esa especie de ataraxia —literalmente "ausencia de toda perturbación"— o, incluso, de nirvana, estado en el que se prescinde de las ataduras —literalmente es "desatar"—  de la vida y del pensamiento.
En cualquier caso, se mantiene el ministro en la doctrina oficial de todos los políticos españoles, con independencia de distinciones ideológicas, regionales, etc. Es la teoría que podría ser enunciada como "cuanto más protesta la gente, mejor lo estoy haciendo". Hay que reconocer que esta formulación es para personas con gran vida interior porque supone renunciar prácticamente a la vida pública. Allí donde vayas tienes la confirmación de los abucheos, el elogio de los silbidos, y el agradecimiento emocionado del insulto. Algunos se pasan de eficacia y llegan hasta el zarandeo, muestra de niveles de perfección solo al alcance de algunos espíritus selectos. Cuanto más ruido, según parece, mejor. Y tú, faquir de la política, te mantienes alejado de la mundanal protesta, buscando el anonadamiento.


Ya sea ataraxia, nirvana o simple negación del conductismo, no se puede usar la vía negativa para justificar la existencia política. No se trata de que no te importe el que la gente proteste, sino de que no tenga que protestar. No creo que sea muy sensato medir el éxito ni el grado de profesionalidad política por la imperturbabilidad de uno o el ruido de otros. Hay otros indicadores más sensatos y deseables. Por ejemplo, que la gente esté satisfecha con lo que haces.

Los políticos acaban acostumbrándose a los gritos como otros se acostumbran a otras cosas, como dormir sobre lechos de clavos, atravesarse la lengua con afiladas agujas o colgarse pesas en sus partes.  Pero estos callos del alma, que van de la oreja hasta el corazón, secos y endurecidos, deberían ser menos exhibidos porque no escuchar o que te griten no es ninguna virtud. Un político no tiene la obligación de estar impertérrito, sino de escuchar. Una cosa es no estar de acuerdo y otra presumir de que no se hace caso a lo que se dice o de que no te afecta; no es un buen síntoma de nada, sino sencillamente sordera. Y eso no es nunca un mérito sino una carencia. Da igual que los que griten pierdan las formas; el cargo público no debe hacerlo.
Creo que el ministro trata de aparentar esa imperturbabilidad desafiante, porque nadie puede permanecer indiferente al insulto, las pitadas, el acoso o algunas formas en las que va degenerando la vida pública, que no es ni más libre, ni democrática ni más eficaz, sino simplemente más bronca, ruidosa y desagradable, se le haga a quien se le haga, ministro incluido.
Nos dice el diario El Mundo recogiendo sus palabras:

El ministro ha señalado que "llama la atención" que la gente proteste por la inauguración de una dotación cultural porque "tendría mucho más provecho aprovechar los importantes fondos bibliográficos y documentales" de la nueva biblioteca.
"Cada uno es libre de hacer lo que quiera y, desde luego, a mi no me afecta lo más mínimo", ha concluido Wert.*



Pues tendría que afectarle algo, un poquito tan solo. Quizá se sentiría algo afectado al saber que está equivocado en lo que afirma, y que la gente no protesta por la "inauguración de una dotación cultural", sino porque no están de acuerdo con lo que ha dicho o ha hecho, remota posibilidad que sí se debería tener en cuenta en estos casos. Además de aconsejarle a los demás "cómo tendrían más provecho", también debería pensar que a la gente le gustaría disfrutarlos sin tener que entrar en los desprecios de quien dice resbalarle la opinión de los demás. No es su función, sencillamente, ni aunque sea ministro de Educación, ir dando lecciones de ese tenor.


Si sigue insistiendo en que a "él no le afecta lo más mínimo", puede meterse en una escalada que convierta cualquier acto en el que intervenga en un experimento contra la sordera. Y eso no es deseable para nadie. Si a él no le importa, seguro que sí les ha importando a las personas que han trabajado mucho tiempo para que ese fondo documental existiese y se ven ahora metidos en mitad de una salva de pitidos y abucheos por la presencia del ministro. Seguro que también le importó a los organizadores y asistentes a la Seminci de Valladolid cuando se convirtió su festivo acto inaugural en otra gresca sonora para recibir al ministro imperturbable.
Cuando el señor ministro va invitado a algún sitio, no lo hace por ser el señor Wert, sino por ser el ministro de Educación y ser parte del protocolo su asistencia. Piensen lo que piensen, deben recibirle con una sonrisa y darle las gracias por su asistencia. Los organizadores ven comprometidos sus actos inaugurales y trabajo por estos engorrosos episodios que a él no le importan, según confiesa, pero que quizá podría ahorrar o atenuar, con otra actitud, a las personas que no son tan imperturbables como él.


Aunque el ministro no le conceda ninguna importancia a las manifestaciones que hay en el exterior, otros —pillados en medio— no lo llevan tan bien. Algunos asistentes e invitados no han resistido la tentación de probar y se han lanzado al otro lado de la calle, al griterío, pasando de la procesión interior a la manifestación exterior. Tratar de que el ministro Wert descienda a la tierra puede convertirse en un deporte.
Habrá un día en el que deje de ser ministro y se le invite por lo que diga y no por lo que representa. Podrá se entonces todo lo desafiante que quiera y presumir de faquir. Mientras tanto, ayude.

* "'Si uno no es capaz de acostumbrarse a las protestas, no vale para un cargo público'" El Mundo 21/10/2012 http://www.elmundo.es/elmundo/2012/10/21/cultura/1350824224.html






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