miércoles, 26 de septiembre de 2012

La España deshuesada o el día después

Joaquín Mª Aguirre (UCM)
No sé si tenemos arreglo, pero así no arreglamos nada. Una vez más, el esfuerzo inútil y contraproducente lleva a un día siguiente de lamentaciones y teorizaciones sobre el fracaso de la intención y el desvío de la voluntad. Nada sale como se tiene previsto, aunque el final sea siempre previsible. Y es que nada es casual, por más que todo parezca improvisado.
El destino de la España que pide cambio es no cambiar. Todavía no nos hemos dado cuenta de que para que las cosas cambien debemos cambiar nosotros. Seguimos confundiendo la "acción" con la "movilización". Acción es cambiar las cosas; movilizarse cambiarse de sitio. Y, por supuesto, es más fácil lo segundo que lo primero. No hay transformación si no cambiamos nosotros. Cambiar no es gritar "¡cambio!".
Seguimos pensando que los políticos a los que criticamos son algo distante y distinto sin asumir que son una creación de nuestra propia sociedad durante décadas, con la que estamos satisfechos si son los "nuestros" y muy enfadados si son los de "ellos". Somos la sociedad despolitizada más politizada. Y ellos lo saben, porque "ellos" salen de "nosotros", no vienen de otro planeta. Nacen en los mismos barrios que nosotros y trepan por la cuerda de la política entre aplausos del respetable y empujoncitos de sus maestros que les animan. Y juegan con nosotros con sus giros de muleta, pases de pecho y naturales, administrando nuestra furia y frustración para realizar su faena.


Se ha caído en el mismo mal del que se acusa a los políticos: la palabrería. Y es que lo de ayer no es más que la otra cara de la moneda política, su complemento perfecto. Es el movimiento que refuerza su contrario, que lo carga de razón mientras se vacía de sentido. Flaco servicio a la causa.

No se puede rodear o asaltar el parlamento. Es sencillo: no se puede. Puede uno irse a un kilómetro, a cien metros, de allí y gritar todo lo alto que se quiera, contra todo lo que quiera porque motivos hay y muchos: recortes, paro... Pero no se puede cercar el parlamento porque si lo haces has perdido la posibilidad de que algún día puedas hablar dentro, cargado de razón o no, y que alguien te escuche. El parlamento no son los políticos que están dentro: el parlamento eres tú y soy yo. Es una institución, no un edificio.
Se hizo ya en Cataluña y acabó mal. Suscitó el desmarque de cientos de miles de personas que dejaron de creer en lo que antes creían con ilusión, que era posible hacer algo de otra manera. La imagen entonces de los políticos zarandeados, insultados y escupidos, perseguidos por las calles, se volvió contra los que lo hicieron. Se perdió más que se ganó, que fue poco o nada.
Si quieres protestar contra la clase política haz una manifestación que pase por delante de las sedes de todos. Pero el parlamento no son los políticos. Es una gran ceguera no verlo y una gran estupidez no querer verlo.
Lo que se hizo ayer no solo no daña a la clase política sino que la refuerza, la convierte en defensora de lo que con demasiada frecuencia deteriora, las instituciones. Nuestros problemas no se solucionan así, ninguno. Y son la demostración de fracaso social, no de su fortaleza; son una demostración de impotencia, de incapacidad de hacer algo más allá de la protesta y el pataleo. Es la España "deshuesada", más que invertebrada.


Si viviera en una dictadura hablaría de conspiración, pero como vivo en un democracia, aunque sea imperfecta, debo puedo hablar de mi propia necedad, de mi incapacidad de escoger a las personas adecuadas, de mi falta de voluntad para fiscalizar sus acciones, de mi falta de compromiso con las instituciones que me rodean para vigilar que se cumplen sus objetivos... y un sinfín de cosas más molestas y complejas que las batallas campales. Deberíamos poder manifestarnos también contra nosotros mismos. Estoy escribiendo mi pancarta contra mí mismo.

Hay miles de motivos para estar descontentos y hay miles de ocasiones de poder cambiar las cosas que desaprovechamos. Entre la utopía y la violencia está el sentido común y el trabajo civil que es el verdadero contrapeso que permitiría la corrección de las derivas negativas. De otra manera quedamos reducidos al grito, al pataleo, a la ilusión sonora de las tracas. Ideas, hacen falta ideas. Y eso es lo que no se ve por ninguna parte cuando son más necesarias que nunca.
El objetivo no puede ser zarandear políticos o rodear el congreso, sino situar dentro personas honestas y capaces, personas que asuman otros valores, los que sean, que consideremos como apropiados, que actúen de otra manera, si es eso lo que queremos. Y esto no se consigue así.
No se avanza nada y se retrocede mucho. Lo puede entender cualquiera. Si quiere entenderlo, claro.

El Mundo

The New York Times

Le Figaro

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