domingo, 5 de agosto de 2012

La información parasitada o el poder anexo

Joaquín Mª Aguirre (UCM)
Una vez más, una oportunidad perdida. Otra más. De nuevo, la alternancia política supone el relevo de los profesionales de la información, los tuyos y los míos. Este país ni aprende ni escarmienta en muchos terrenos y, lo que es peor, no tiene intención de hacerlo porque así les va bien a muchos.
Creo que no ocurre en ningún otro sector profesional. Si existe una profesión que necesita de la independencia para poder trabajar, es el Periodismo. La visión externa del profesional de la información como alguien que va a hablar mal de mí crea una patología del nombramiento producida por los fantasmas del miedo. Poseídos por una soberbia especial, los políticos no tienen miedo a hacerlo mal, sino a que otros los cuenten. Esa es su auténtica obsesión.
La seguridad de lo inevitable que tratan de transmitirnos los políticos —solo hay una manera de hacer las cosas, la mía— se viene abajo cuando se crean las condiciones que posibiliten la más mínima duda o crítica. Para el político —todos los políticos—, la información es propaganda y relaciones públicas, una herramienta eficaz de comunicación que potencia sus puntos fuertes y repara sus debilidades. También un peligro si está en contra.
Hoy no existe una política al margen de los medios y eso es su perdición, pues las maniobras por el control de los medios públicos y la presión sobre los que están fuera es brutal y descarnada. La política es comunicación en sí misma y ve a los profesionales como piezas a su servicio y así los juzga y valora. La capacidad de creación de opinión pública es lo que determina las posibilidades de supervivencia del político, del partido y del gobierno y oposición. Todos pasan por los medios de una manera u otra.


Por más que los profesionales puedan sentirse poderosos porque los políticos los necesitan, no deben engañarse. El político no deja de verlos como instrumentos necesarios pero peligrosos en el momento en que manifiestan su crítica o se cuestiona la "verdad oficial". La asociación del profesional con el político siempre es antinatural. El profesional que se acerca al poder falla a su público, que deja de recibir información fiable. El político que se acerca al informador busca convencerle de la bondad de sus acciones y explicaciones y alejar la crítica. La política parasita siempre la información. La necesita para sobrevivir y le quita su vitalidad. Es así.


La distorsión permanente que supone el control político del sector lo ha debilitado. La profesión se debilita como pérdida de independencia y, por ende, como pérdida de credibilidad, su pilar fundamental. Se promociona a los profesionales más sumisos y no a los más capaces: genera autocensura como miedo permanente a decir lo que se piensa, pues se sabe que será observado con lupa por jefes directos y por interesados remotos que siempre tendrán el teléfono a mano para manifestar su indignación. La debilita al volverla profesión cainita, enfrentando siempre a unos con otros, y de esta carencia de unidad se benefician algunos pero perjudica a todos. Todo esto contribuye a su deterioro, a la pérdida de fe en sí misma y de los demás en ella.

La condena de la profesión al sectarismo es frustrante y un debilitamiento de las condiciones generales para que una democracia funcione correctamente. Una democracia mal informada queda tarada, es de baja calidad. El sectarismo no es exclusivo de los medios públicos, pues también están haciendo gala de esto los medios privados que ven en el alineamiento político una forma de ganar con el descontento o con el oficialismo, según les favorezca a sus propietarios, ejerciendo sobre sus profesionales las mismas presiones que se puedan realizar en los medios públicos.
En la guerra del sectarismo mediático siempre pierde el público —aunque no sea consciente—, pues se le escamotea la posibilidad de recibir una información honesta e independiente. Muchas de las voces que claman por la "independencia" de los medios públicos presionan vergonzosamente a sus profesionales en los medios privados para hacerles asumir los planteamientos y enfoques que han establecido como estrategia del grupo informativo. La idea de que los medios públicos deben ser "independientes" mientras que los privados pueden venderse al mejor postor es de un gran retorcimiento y convierte a los profesionales en marionetas de los intereses económicos y políticos  de las empresas que los sostienen. A quien se desprecia en este planteamiento es al profesional y al público. El primero pasa a ser una herramienta; el segundo un segmento del mercado al que se trata de captar mediante unos medios monológicos. El público pasa a ser "target group", el "mercado" o "grupo objetivo". Primero se le atrae y luego se le da su ración diaria de lo que espera.


El resultado es la asfixia del profesional y la radicalización de los públicos, a los que es necesario estimular intensamente en la línea adecuada. En cualquier caso, el profesional independiente que trata de realizar su trabajo con honestidad es siempre el enemigo, una persona peligrosa, pues nunca se sabe cómo va a resultar o por dónde va a salir. Negado por los poderes, que le temen; acusado de tibio por un público que quiere sangre informativa porque se le ha educado en ello, como en el Coliseo romano, pocos valoran el difícil ejercicio de la honestidad independiente y de la independencia honesta.
Es la clase política en su conjunto la responsable de este proceso, pues lo reproduce allí donde toma el poder. Parasita la información como lo hace con los otros poderes del Estado, que pierden su credibilidad al perder su independencia. La política tiende a segar cualquier síntoma sospechoso al extender su concepción sectaria a todos los campos. Para los políticos, el mundo siempre se divide en dos.
El "cuarto poder" ha quedado reducido a un anexo. El espectáculo debe continuar en el Coliseo.



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