lunes, 2 de julio de 2012

Una alegría

Joaquín Mª Aguirre (UCM)
“Creo que este es el equipo del siglo”, dice Jürgen Klinsmann, el seleccionador alemán de los Estados Unidos, en The New York Times, apenas unos minutos después de terminar el partido. Klinsmann sabe lo que dice, como jugador fue campeón del mundo y de Europa con Alemania, y ha sido entrenador del Bayern. Considera que son superiores en sus logros y juego al histórico Brasil de Pelé. Lo mismo opina la BBC: “España reinventó el fútbol y se reinventa así misma para conquistar un lugar en el olimpo del fútbol como uno de los mejores equipos, sino el mejor, de la historia.” Lo leo mientras resuenan los cláxones de los coches que van hacia Madrid a celebrar en sus calles la victoria de España sobre Italia en la final de la Eurocopa. Una alegría, que hacía mucha falta, tal como están las cosas. Es la necesidad de celebración tras vivir en un permanente sobresalto. Al menos, mañana no abrirán los periódicos con bolsas y primas de riesgo, sino con unos cuantos españoles levantando por tercera vez consecutiva una copa importante.
Cada vez que España gana algo, individual o colectivamente, pienso en de dónde sale ese furor, esas ganas por ganar y cumplir, esa sencillez absoluta y caballerosidad de sus jugadores, su saber estar. No se les ha visto un mal gesto en toda la Eurocopa y eso es un mérito tan importante como ganar. Son tan importantes los cuatro goles como haberles hecho el pasillo de homenaje a los italianos consolándoles en su camino.


El mérito es de ellos, desde luego, y también de un entrenador que se ha ganado el respeto y la simpatía de todo el mundo, algo casi imposible en el mundo del fútbol. Ni las polémicas histéricas sobre los falsos 9 y cosas por el estilo le descolocan. Recuerdo, cuando España ganó el campeonato del mundo, que un amigo argentino me mandó un correo: “¿Qué le pasa a ese entrenador de ustedes, es que no tiene sangre en las venas?” Claro que tiene sangre, pero es sangre educada, algo que no es fácil tener ni entender en el mundo del deporte. Probablemente sea el entrenador que dedica más tiempo a resaltar las virtudes del contrario que las de su propio equipo.

Se pondera mucho a una generación de jugadores de fútbol, tenistas, baloncestistas, gimnastas, corredores de fórmula 1, balonmanistas, motoristas, ciclistas y una larga lista de deportes en los que los españoles hemos sobresalido en los últimos años. Y con razón. Se ha producido una conjunción entre talento e inversiones que no ha sido posible realizar en otros campos muy necesarios para que las alegrías fueran también de otra naturaleza.
Los frutos deportivos son la consecuencia de la inversión económica hecha en el deporte español. Todo comenzó con los programas de patrocinio de las grandes empresas para dar un gran salto en los resultandos —pobres hasta el momento— con motivo de las olimpiadas de Barcelona 92. Había que rendir en aquellas Olimpiadas. Los programas de becas y las políticas fiscales de apoyo a la inversión en deporte y deportistas dieron buenos resultados y con los resultados llegó más patrocinio, que encontraba en los éxitos de los deportistas una buena promoción y publicidad. Con la conversión de los deportes en grandes acontecimientos mediáticos, la inversión era muy rentable.


Hoy podemos ver a todos estos deportistas —no solo a los futbolistas, sino a tenistas, corredores, baloncestistas…— saludándonos desde las pantallas de los televisores, las marquesinas de los autobuses, las vallas de las carreteras o los escaparates de los comercios. Son la mejor inversión publicitaria porque responden bien en su trabajo y han conseguido ser admirados por sus éxitos y también por su forma de ser muchos de ellos. Pienso en Casillas, Nadal, Gasol, o tantos otros que han mantenido siempre un comportamiento ejemplar.
Son el reverso positivo de un destrozo generacional, la parte emergente de los que se mueven en el desierto del desempleo o el subempleo juvenil. Las elites siempre están bien pagadas; es lógico. No hay ningún país del nivel de España que haya cosechado tantos éxitos en estos años. Por eso, los comentarios de los guiñoles franceses sobre el dopaje tenían tanto de injusto, de hacer pagar a justos por pecadores, con una generación que ha llegado lejos, cumpliendo con creces, en el único camino que se le ha dejado abierto: el deporte.


La gran pena es que, sometidos a privaciones y falta de oportunidades, lo único que le queda al resto, a la mayoría de la generación, es la celebración entusiasta de sus éxitos. Por eso las euforias con las que se viven los triunfos tienen mucha alegría y un toque de melancolía pensando en tantas cosas que podrían celebrarse, pero que no llegaremos a ellas.
Tenemos muchos jóvenes valiosos deseando poder demostrar sus cualidades y aportar algo a la sociedad española. Jóvenes investigadores, científicos, artistas… ocultos para un empresariado que los explota desde hace treinta años sin valorarlos o sin crear las condiciones para que puedan dar lo mejor de ellos mismos. Se ha invertido mucho en becas, pero no hay una respuesta en el mundo laboral, que ve en el becario no al mejor estudiante sino la mano de obra barata. Los más valiosos se tienen que ir allí donde se reconoce su formación ante la alternativa pobre que se les ofrece en una sociedad que ha renunciado a sus ambiciones, aunque se les llene la boca de decir lo contrario.


Las sociedades piensan siempre en términos de la siguiente generación para poder desarrollarse. El presente es el momento en que se recoge lo sembrado mucho tiempo antes. No hay improvisaciones. Lo que se está recogiendo estos años es lo que se plantó cuatro años o cinco años antes de la olimpiada de Barcelona, a finales de los ochenta. Esta generación ha podido aprovechar aquel esfuerzo de entonces y estallar con toda su gloria deportiva. Ha habido continuidad y esfuerzos a largo plazo. Los clubes e instituciones aprendieron que tenían que apostar por los niños, que hoy son realidades.
Si se hubiera hecho lo mismo en otros sectores, apostar por la juventud creando nuevos escenarios en la industria, en el arte, etc., la situación española hoy no sería la misma. Sin embargo no se escogió ese camino del esfuerzo continuado, de apostar por lo valioso, del estímulo constante. El resultado está a la vista.
Debajo de mi ventana un grupo de chicos y chicas cantan alegres el “yo soy español, español, español”.
Enhorabuena a una generación irrepetible que dio lo mejor cuando se les dejó darlo.




2 comentarios:

  1. me ha gustado mucho especialmente dos partes:
    "Tenemos muchos jóvenes valiosos deseando poder demostrar sus cualidades y aportar algo a la sociedad española. Jóvenes investigadores, científicos, artistas… ocultos para un empresariado que los explota desde hace treinta años sin valorarlos o sin crear las condiciones para que puedan dar lo mejor de ellos mismos." y "Enhorabuena a una generación irrepetible que dio lo mejor cuando se les dejó darlo."...
    siento q tiene q ver mucho con nosotros en Egipto:)

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  2. Sí... Es el drama de una sociedad que prepara a sus jóvenes, que invierte en ellos y luego los convierte en mano de obra barata en su mayoría y los margina en guetos urbanos mientras les adula. También en Egipto (y otros países) hay esa sensación de bloqueo y de temor a los jóvenes en una sociedad que cambia muy rápidamente, con conocimientos que los jóvenes poseen y muchos adultos no. Gracias por el comentario.

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