lunes, 30 de julio de 2012

El país con fiebre

Joaquín Mª Aguirre (UCM)
Peter Edelman, profesor de la Universidad de George Town y autor del reciente libro “So Rich, So Poor: Why It’s So Hard to End Poverty in America”, comienza su artículo en The New York Times citando una famosa frase de Ronald Reagan: “We fought a war on poverty and poverty won.” La política se contenta muchas veces con una buena frase.
La retórica de la frase, con su metáfora bélica,  esconde demasiadas cosas. La primera y principal es la de los "dos bandos" en la que el uso del "nosotros" implica una distinción. La guerra contra la pobreza es una guerra contra nosotros mismos. No hay enemigo distinto en las otras trincheras; allí solo están nuestros egoísmos e intereses.

Su segunda faceta retórica se traslada al ámbito de la enfermedad, adquiriendo en sentido de la operación quirúrgica fracasada o de la enfermedad incurable. Se ha hecho todo lo que se podía, pero finalmente la enfermedad se llevó al paciente. Igualmente, la pobreza no es una enfermedad ajena a nosotros, sino el resultado de las prácticas sociales.
En sus análisis en el artículo, que presuponemos que son las tesis de su libro, Edelman escribe señalando los principales puntos por los que "no se pudo" ganar:

Four reasons: An astonishing number of people work at low-wage jobs. Plus, many more households are headed now by a single parent, making it difficult for them to earn a living income from the jobs that are typically available. The near disappearance of cash assistance for low-income mothers and children — i.e., welfare — in much of the country plays a contributing role, too. And persistent issues of race and gender mean higher poverty among minorities and families headed by single mothers.*

La política de salarios bajos, de empleos mal pagados, está en la base de la crisis en la que vivimos. El salario bajo lleva al endeudamiento y, por ende, a la pérdida del ahorro, de reservas, en su caso, con las que enfrentarse a las situaciones complicadas. Va recortando, además, su capacidad de consumo, que solo se adquiere por endeudamiento. Los salarios bajos son, además, precarios. En la medida en que ha ido creciendo el número de personas mal pagadas se ha generado no solo pobreza, sino las bases de una crisis general que acaba en los agujeros bancarios y morosidad creciente. Hace mucho tiempo llamé a esto la "economía de la casa del primer cerdito": se vuela todo a la primera crisis. Y lo peor, no se levanta.

Peter Edelman

Señala Edelman con claridad:

The first thing needed if we’re to get people out of poverty is more jobs that pay decent wages. There aren’t enough of these in our current economy. The need for good jobs extends far beyond the current crisis; we’ll need a full-employment policy and a bigger investment in 21st-century education and skill development strategies if we’re to have any hope of breaking out of the current economic malaise.*

Toda recuperación de la economía y crecimiento pasa por la mejora del salario, que es el auténtico termómetro de la salud económica. Los subempleos no han sido nunca una solución, sino un parche a corto plazo que creaba las condiciones del desastre a largo plazo. Hemos carecido de políticos y economistas capaces de enfrentarse a esa teoría económica y política que se contentaba con cifras macroeconómicas frente al deterioro evidente de los salarios, es decir, de las condiciones de vida reales de las personas.
La doctrina económica reinante, centrada en el beneficio, olvidó hablar del reparto de esos beneficios socialmente y de cómo el salario es esencial en una economía de consumo. Muchos empresarios se quedaron en la idea de que uno monta una empresa para ganar dinero. Lo importante es la dimensión social que se le da a "ganar". Si ese beneficio no se reparte por la sociedad en forma de empleos y posibilita el consumo, lo que se produce es un colapso, una parálisis de crecimiento. Llegados a un punto, el crecimiento se viene abajo porque no hay base social para sostenerlo. Llegado a un punto crítico, se hunde.


Es entonces cuando ese "beneficio", capital, emigra a lugares en los que seguir creciendo. Nos dicen que nuestros capitales buscan lugares "emergentes" en los que seguir manteniendo su propio crecimiento; pero ese crecimiento se ha desligado ya de la realidad social. Mientras nuestros inversores se van a buscar tierras fértiles, nosotros debemos mendigar que vengan inversores extranjeros a comprar a precio de ganga lo que los nuestros abandonan. Lo que unos abandonan, otros lo recogen y lo exprimen.


Ese es el sentido del llamamiento hace unos días del magnate norteamericano Donald Trump: en España se encuentran muchas gangas, echen un vistazo. Su definición de España como "un gran país con fiebre" del que hay que aprovecharse es la vuelta a la jungla internacional y la peor demostración del uso de la globalización como campo de juego de las fuerzas anónimas y apátridas del capitalismo más salvaje. España es un país atractivo: gangas empresariales y bajos salarios. Lo peor de todo es que, según la doctrina oficial, hay que agradecérselo. La globalización crea problemas globales, pero no permite soluciones globales. Esta es una gran paradoja.


Treinta años de teoría sobre los bajos salarios no solo no ha reducido ninguno de nuestros problemas, sino que los ha agravado casi todos, tanto los económicos como los sociales, los demográficos, por ejemplo. Se ha señalado hasta el aburrimiento el envejecimiento de nuestra población provocado entre otras cosas también por los bajos salarios y el aumento de los precios de las viviendas, un desastroso efecto combinado.
Es aquí cuando entran los otros factores señalados por Edelman en su artículo: los problemas de sociales de las familias, que giran también alrededor del sueldo como forma de subsistencia o existencia. Todos estos efectos conjuntamente constituyen la "enfermedad", ya que se van produciendo menos ingresos para los estados, que se ven obligados a endeudarse para poder sostener una economía que ya no puede recaudar de sus contribuyentes, sino por el contrario sostener con el trabajo de un número decreciente de personas. Nuestros avisos sobre la crisis a medio y largo plazo se están cumpliendo. ¿Cómo se puede sostener un estado de bienestar, una calidad de los servicios, sin una política de empleo que busque lo mejor para el conjunto de la sociedad? Es algo que deben responder los políticos que han sido incapaces, año tras año, legislatura tras legislatura, de enfrentarse a los problemas que sus acciones y omisiones posibilitaban.

Edelman escribe: "This isn’t a problem specific to the current moment. We’ve been drowning in a flood of low-wage jobs for the last 40 years. Most of the income of people in poverty comes from work."* Por más que cambiara los gobiernos, el mismo pensamiento ha seguido vigente. Palabrería social, más que acciones sociales.
La época de Reagan marcó una forma de enfrentarse a la economía y a sus problemas que pasó primero por la "recalificación" de los problemas. La mejor forma de acabar con un problema es dejar de llamarlo problema. Las crisis se llaman "oportunidades"; la emigración, "movilidad"...
Por eso, entre tanta retórica, debemos dar las gracias a Donald Trump por esa definición de España como "un gran país con fiebre". Al menos es sincero y llama a las cosas por su nombre.

* Peter Edelman "Poverty in America: Why Can’t We End It?" The New York Times 28/07/2012 http://www.nytimes.com/2012/07/29/opinion/sunday/why-cant-we-end-poverty-in-america.html?_r=1&hp







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