sábado, 28 de julio de 2012

El bocata digno

Joaquín Mª Aguirre (UCM)
El centro comercial de mi pueblo tiene la planta superior dedicada casi en exclusiva a los restaurantes. Solo el cine y una bolera rompen la variada oferta de comidas y tapas en esta planta, desde un kebab hasta un restaurante italiano decorado en blanco y negro con aires minimalistas. Día tras día compruebas los efectos de la crisis económica en los desplazamientos del público de una oferta a la otra.
El viernes pasado, un grupo de tres parejas pasó junto a nosotros con sus bandejas del burger.  Normalmente la gente que va a una hamburguesería —hasta hace muy poco reservada a los más jóvenes o a familias con niños— viste bastante "informal" y más en verano, pero este grupo iba especialmente acicalado y elegante. Era viernes y salían a pasar la noche y divertirse en compañía. La tradicional cena con los amigos en el fin de semana se había transformado en una entretenida reunión alrededor de un menú con hamburguesas con queso, patatas, ensaladas y refrescos.
Lo importante es mantener el tipo y la compostura. La reducción drástica de ingresos, cuando no el paro, la necesidad de ahorrar, etc., repercuten directamente en el mundo de la relaciones sociales a través del dinero disponible para este tipo de gastos. Muchos restringen sus encuentros y ponen excusas para no tener que salir y así ahorrar. Es la muerte social. Pero cuando la situación se extiende y agrava, la solución más lógica es asumir la situación y valorar lo importante, la compañía, por encima del lugar y el gasto.


La campaña realizada por Pau Gasol para una marca de cervezas sin alcohol, nos lo muestra en un elegante (y probablemente caro) restaurante comiendo con unos amigos. Al finalizar, le pide al camarero que le ponga "para llevar" la comida restante en unas cajas al efecto. La buena idea publicitaria se junta con la necesidad social del ahorro en una situación en la que la comida sobrante puede servir para una posterior. Esto choca mucho con la mentalidad española, mientras que es frecuente verlo en muchos países que entienden que es normal que uno se lleve a casa la comida que ha pagado y que no es de miserables comérsela después. Lo anormal (e indecente) es tirarla.
Recuerdo lo mucho que me chocó la primera vez que vi esta práctica, hace casi treinta años, a amigos extranjeros, alemanes y austríacos. Esto en España no se hace, pensé. Gracias a aquellos amigos pude ver entonces que la gente hacía también cosas tan raras como reciclar la basura en distintos cubos, ir en bicicleta a trabajar, etc.. Todas esas cosas que a nosotros, los españoles, nos hacían esbozar una sonrisa condescendiente. Hoy la mayoría lo hacemos con toda normalidad.


Poco a poco vamos venciendo esa reticencia a cambiar costumbres de hidalgos venidos a menos, empobrecidos por las crisis, y entrando en el reciclado y el aprovechamiento, algo que el español confunde con la pobreza y esta con la vergüenza social. La base de la cocina popular o tradicional (por más que sea la más olvidada) es el reciclado de los materiales sobrantes de los platos del día anterior. Nada sobra cuando todo falta.
Por eso la generosidad española tiene muchas veces algo de soberbia porque es en muchas ocasiones la ocasión de exhibir lo lejos que se está de la pobreza, aunque no lo esté. Las peleas de los españoles por pagar asombran a los ciudadanos del resto del mundo, que pagan cada uno lo suyo o lo reparten equitativamente sin que a nadie se le caigan los anillos, expresión muy española y reveladora de nuestra mentalidad. Igualmente me sorprendía, por ejemplo, que a una pareja se le preguntara habitualmente en los restaurantes alemanes "juntos o por separado" cuando se pedía la cuenta. Damos por naturales muchas cosas que no son más que el reflejo de las mentalidades, las trampas que las épocas "mejores" nos dejan como malas costumbres. Cuesta ser flexible y adaptarse a las situaciones nuevas, pero hay que hacerlo.

El español es muy dado a las apariencias, como nos han mostrado nuestros clásicos con la picaresca, a ocultar sus miserias luciendo con garbo su capa y escondiendo bajo ella los harapos. Hace días las portadas españolas reflejaban cómo Angela Merkel "reciclaba sus vestidos", repitiendo modelo en ocasiones señaladas. Deberían aprender muchos. Especialmente todos esos que sin un gran despacho, coche oficial y escolta se consideran poco más o menos que ofendidos; todos esos que cuando llegan a un cargo, lo primero que hacen es solicitar que les cambien el mobiliario, no vaya a ser que queden restos de alguna sustancia tóxica sobre los asientos en los que pondrán sus posaderas. El despilfarro político español tiene mucho de exhibicionismo. Y eso se traduce en despachos, obras faraónicas o aeropuertos fantasmas.
Desde hace un par de años es frecuente ver en las zonas de oficinas reuniones de ejecutivos en las cafeterías, incluso en las hamburgueserías. Las reducciones de los tamaños de las oficinas hacen más práctico y barato reunirse tomándose un café que mantener espacios más caros. Las comidas de negocios, igualmente, casi han desaparecido. Los ejecutivos lo llevan con naturalidad y discuten sus planes y se muestran sus ordenadores en medio de reuniones de adolescentes merendando tortitas con sirope.


En el mundo laboral es más sencillo el salto mental, ¡qué remedio! Con decir que así se es más competitivo es suficiente, lo entiende todo el mundo. Antes el éxito en los negocios se mostraba a través de las oficinas ostentosas y viajes en primera. Ahora no es lo más conveniente, desde luego. Como en la sociedad, lo que desaparecen son las clases medias. Quedarán algunas oficinas de lujo, con grandes despachos y salas de reuniones, y muchas otras con el centro de reuniones en la cafetería.

Son signos de que se empieza a vivir la crisis con cierta normalidad o resignación, como prefieran, de que se asumen sus efectos para no agravarla, en vez de negarla como hidalgos españoles. Esto es positivo porque al desastre económico no es bueno sumarle el trauma psíquico y social. Es mejor salir a tomarse una hamburguesa o un bocata con los amigos, con toda dignidad, que perderlos de vista enclaustrándose para ocultar que se ha producido un recorte en los ingresos. Es mejor tener oficinas pequeñas y reunirse en una cafetería que despedir personal.
Cada día hay más gente que lleva sus bolsas de comida a la oficina, cada vez veo más bicicletas en el tren, más ejecutivos en las cafeterías... Cuando era niño llevaba al colegio una cesta de mimbre y dentro unas tarteras de aluminio con la comida. Eran otros tiempos. Hoy, en parte han vuelto, en detrimento de comedores escolares cuyos costes muchas familias no pueden sufragar. La crisis se reparte en todos los niveles.
Por eso también —y con razón— no hemos vuelto todos mucho más intolerantes con el despilfarro, con los sueldos excesivos, con las prebendas en los cargos, etc. Llegarán tiempo mejores, ¡seguro!, pero no perdamos lo que estamos aprendiendo en esta crisis, que es mucho. Aprovechemos para enterrar ciertas mentalidades, tanto de nuevos ricos como de nuevos pobres.
Alabemos a los que repiten vestidos o despachos, por austeros, y no los critiquemos por aburridos.




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