sábado, 2 de junio de 2012

El veredicto

Joaquín Mª Aguirre (UCM)
Hace apenas unos minutos que se acaba de dictar la sentencia del juicio contra Hosni Mubarak, sus hijos y los distintos ministros, militares y policías y hombres de negocios encapsulados en un mismo proceso por muertes, corrupción política y económica. La sentencia, al condenar a Mubarak y dejar libre a casi la totalidad —con la excepción del ex ministro del interior, Habib Al-Adly— por  ser delitos ya prescritos o no suficiente probados ha dejado claras varías cosas. La prescindibilidad de Hosni  Mubarak, convertido en la cabeza de turco que se ha de sacrificar para mantener al resto vivo, es la primera. La segunda es que el espíritu de la revolución que provocó su caída tiene mucho camino por delante. La revolución fue el primer e importante paso en un camino largo.
Me ha llegado la pregunta repetidamente en estos días: ¿ha valido la pena la revolución? Es la cuestión desesperada que se plantean muchos egipcios ante el resultado electoral y judicial que tenemos delante. Mi respuesta a todos los que me han preguntado ha sido la misma: sí, rotundamente sí. Históricamente, sí; ética, estéticamente, sí. Sin duda.


Las sentencias de hoy tienen consecuencias electorales y judiciales, se deben leer en paralelo. El resultado de la primera vuelta de las elecciones mostró el poder de los restos del régimen, ya sea como corrupción o como movilización. De la misma forma, esta sentencia afectará a las elecciones próximas. La idea de que el régimen no cayó se mantiene de forma cada vez más clara. Hay que pensar que el “régimen” son las estructuras que pueden manejar amplios sectores del país, como siempre han hecho, no solo su cabeza visible.

Protestas en el interior de la sala contra el veredicto

La liberación de los responsables de la corrupción y los crímenes no es más que otro episodio de una justicia —la gente gritaba en el juicio clamando por una justicia limpia, por la depuración del sistema judicial— que ha mostrado que trabajaba en la línea de exculpación de militares, policías y empresarios. Nadie es responsable de los cientos de muertos, según parece. Estaban en el peor sitio en el peor momento, dicen. Pero estaban allí por la mejor de las causas, la libertad y dignidad de su pueblo.
La vergüenza e indignación que abruma en estos momentos el corazón de la mayoría de los egipcios va a tener consecuencias. Las primeras, en las calles; después las electorales. La gente tendrá la ocasión de enterrar el régimen o, por el contrario, resucitarlo con una cara lavada por los jueces y las urnas. La elección será decisiva. Hay que enterrar al régimen; tiene que llegarse a acuerdos amplios que aíslen y recorten sus poderes y ramificaciones. Una cuidadosa labor de poda, como un bonsái para evitar que crezca.
La revolución no ha terminado, como no ha terminado el régimen de Mubarak, aunque él pase lo que le queda de vida en un lugar tranquilo visitado periódicamente por sus inocentes —por prescripción de los delitos— hijos. Pero todos aquellos a los que llamó sus “hijos” en su último discurso están unos en la tumba, otros en la cárcel  y otros muchos en la miseria que él creó por su abandono y corrupción generalizada. La prescripción de los delitos de la era Mubarak no son más que el indicador de dos cosas: que su dictadura duró treinta años y que la corrupción comenzó muy pronto.

La revolución sigue. Y tiene que hacerlo porque se basa en las ideas de justicia y dignidad para todos. Esas ideas no morirán y lo que los egipcios han aprendido es que deben luchar por lavar los restos de la podredumbre que sus dirigentes sembraron para su propio beneficio y deterioro de su pueblo. Ellos tendrán el resto de su vida para vivir en la vergüenza. Los egipcios tienen un largo camino por delante, un camino de dignidad y sacrificio, de reivindicación constante. Ahora saben dónde están los restos del régimen y contra qué tienen que diseñar su futuro, algo que recuperaron y que no están dispuestos a que les vuelva a ser robado. Ahora hay miles de personas, millones, que saben que el silencio es el camino a la corrupción, que quedarse sentados es la forma de convertir la vida en un eterno lamento.
La voz de la revolución debe seguir. La revolución recuperó la capacidad de escribir la Historia, que esta no fuera un aburrido discurso de un aburrido dictador. Egipto tiene voz, tiene ideas. Egipto quiere un país limpio, justo; unas autoridades que les representen y se cuiden de sus problemas. Y la voluntad de reclamar al que no lo cumpla. Tiene la firme voluntad de ser distinto.
Eso es lo importante, lo que debe guiar hacia el futuro. 



Los enfrentamientos en el exterior al saberse la liberación de los encausados

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