miércoles, 30 de mayo de 2012

Trabajando con red

Joaquín Mª Aguirre (UCM)
Nuestro sueldo es el precio que pagan por nuestro trabajo. Nos dicen los economistas que está sujeto a las leyes de la oferta y la demanda. Cuando hay mucho desempleado, los sueldos bajan porque hay mucha mano de obra disponible, una gran oferta. Si no te pueden bajar el sueldo, te despiden y te contratan más barato. Por eso abaratar el despido es bajar los futuros sueldos, por más que prometan que cuando vayan bien subirán. Las empresas que van bien tienen cola de parados para entrar y las que van mal no contratan. Así de duro. La reprimenda de la Caixa del otro día a las PYMES españolas por su “falta de ambición” era precisamente esta. La ambición significa crecer y crecer significa contratar para producir más. Si las empresas que van mal no contratan y las que van bien no crecen, apañados estamos. Tenía razón la Caixa.
Ante este panorama desolador, descarnado, el escándalo social que se provoca cada vez que nos enteramos de los sueldos e indemnizaciones de los ejecutivos, consejeros, etc., de los bancos y Cajas hace crujir los cimientos maltrechos del país. En una economía castigada y con millones de desempleados, en la que los que tienen trabajo han visto mermados sus sueldos progresivamente y la gente ha llegado a desear lo que hace apenas unos años era miserable —el mileurismo—, causa vergüenza leer las noticias que salen a la luz sobre las cantidades de esos sueldos millonarios.  Esto es una constante escandalosa en casi todos los países, el aumento de la desigualdad entre los sueldos de directivos y trabajadores en las empresas. Hay estudios recientes que lo muestran con claridad. Mientras se despedía, ellos seguían mejorando, creando un abismo de desigualdad cada vez mayor.


Una de las cuestiones más resaltadas por todos los analistas de esta crisis económica, que se debe a los agujeros creados por el sector financiero en su irresistible codicia, es precisamente el deseo de las instituciones de atraerse a estos ejecutivos imaginativos, diseñadores de aventuras arriesgadas, capaces de desenterrar el dinero de debajo de las piedras mediante fórmulas esotéricas y engaños. Una queja general es que acabaron diseñando un sistema que nadie entendía, lleno de productos financieros incomprensibles para los mortales pero que ellos afirmaban que aseguraba el beneficio y minimizaba el riesgo. Como se ha visto, no ha sido así. Su éxito particular no se basaba en la eficacia del sistema, sino en conseguir sueldos, primas, pensiones e indemnizaciones multimillonarias. Su objetivo dejó de ser el hacer ricos a los demás, sino asegurarse su propia riqueza. Hacían que los demás asumieran riesgos trabajando ellos con red, pues no es otra cosa lo que han hecho, asegurarse que ellos saldrían bien cubiertos del desastre.


Por lo que se les ha pagado, en muchos casos, es precisamente lo que ha causado el desastre. Han necesitado de esta casta profesional que veía crecer sus sueldos e indemnizaciones mientras se justificaran por los grandes aumentos de los ingresos de sus instituciones respectivas. Les hicieron muy ricos porque les hacían muy ricos a ellos. Pero esa riqueza se desvaneció como el humo al verse que no eran más que ficciones financieras, que la riqueza real era la de su labia al venderles su eficacia a los demás. Lo único que queda tras el desastre que dejan atrás es el documento firmado con sus indemnizaciones pactadas y sus pensiones multimillonarias. Eso y gigantescos agujeros y millones de damnificados. Que lo pongan en su historial.
Esto es todavía más grave si se trata de unas instituciones como son las Cajas españolas, cuyos consejos de dirección han estado configurados y manejados por los políticos. El diario El País los llama hoy “los villanos de oro”*. La pugna política sobre las investigaciones y responsabilidades es de todos los partidos. Los pequeños, los que han estado al margen —desde luego, no porque no lo desearan— del pastel, quieren que se tire de la manta para recoger los restos electorales del asunto. Hay que saber, sin demagogia. Tenemos derecho, un derecho al que hemos renunciado durante años, porque antes también lo teníamos. Exceso de confianza.

La connivencia entre el mundo político y el de las finanzas tiene su ejemplo más claro en las Cajas y en su poder local, pues la vinculación territorial está muy marcada.  Muchas Cajas financiaban con un riesgo mayor al tener criterios más políticos que  profesionales. Pero los políticos tienen amigos que tienen amigos que tienen amigos.  Y todos votan. Por el mismo motivo, es de agradecer la existencia de las Cajas que hayan sido capaces de actuar como debían y no al dictado de nadie ni contra los intereses de sus ahorradores.
Ocurre con las Cajas como con RTVE, que todos quieren que sea independiente pero les da miedo dejar esa parcela de poder. En el PSOE, le sirve ahora al sector “no integrado” para iniciar la remontada interna; no servirá de mucho, pero así vuelven al primer plano, que Rubalcaba ya ha tenido mucha cámara. Tirar de la manta no es fácil; lo es amagar y no dar, porque todos han elegido y colocado a estos señores de las finanzas que lograban hacer crecer sus sueldos mediante la exhibición de unos beneficios ficticios, tal como se está mostrando. Se van ricos dejándonos arruinados.
La pregunta ahora es: ¿se han creído en algún momento nuestros políticos las cosas que nos han dicho sobre la solidez del sistema financiero español, de las Cajas? Los múltiples mensajes enviados durante años, ¿se los creían? Si decimos que sí, estamos ante imbéciles; si decimos que no, ante bellacos. Un motivo más para pedir la renovación profunda de la clase política. No han sabido defenderse ni defendernos de todos estos tiburones que ellos mismos colocaron.

* "Los ‘villanos de oro’ de las cajas". El País 30/05/2012 http://economia.elpais.com/economia/2012/05/29/actualidad/1338317241_619580.html




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