domingo, 27 de mayo de 2012

La historia del taxista agradecido y las elecciones egipcias

Joaquín Mª Aguirre (UCM)
El primero de los conductores de El Cairo con los que la voz protagonista de la novela Taxi, del Khaled Al Khamissi*, se encuentra parece salido de las pirámides mismas. Su edad sorprende al narrador, quien no se atreve a calcularla. “Soy taxista desde el 48”, le dice. Cuando, respetuoso con la edad como buen egipcio, el narrador viajero le pide una enseñanza, el viejo taxista le dice: «—Que soy una hormiga negra sobre una roca negra en una noche de profunda oscuridad, a la que Dios provee su sustento…» (16) Como explicación de porqué considera esa enseñanza lo más útil que le puede transmitir, el taxista le relata una historia que le había ocurrido ese mismo mes.
Viejo y pobre, el taxista llevaba diez días enfermo sin poder conducir para llevar el sustento diario a casa. Siendo ya la situación económica insostenible y ante la negativa de la esposa a dejar que salga a trabajar por su estado, el taxista finge que irá al café y acaba cogiendo su medio de vida con la idea de que “Dios proveerá”.

Por el camino se encuentra a un compañero con un coche nuevo, pero que se le ha quedado tirado por el camino con un viajero al aeropuerto. Le pide que realice él el servicio y el viajero monta en el destartalado coche. Como en El Cairo se pacta el coste del trayecto, el viajero le pregunta. El viejo y enfermo conductor le dice que lo que él estime conveniente. El hombre va a la terminal de descarga y el conductor le dice que tiene allí un primo que se ocupará de él y le atenderá. Y así lo hacen. El hombre logra llegar a tiempo y realizar todos sus trámites en la aduana. Llegado el momento de pagar, el hombre le da primero 50 libras. Pero después realiza unos extraños cálculos y le dice que por llevar las gestiones al primo del conductor en la aduana, que le habrían costado normalmente 1.400 libras, solo ha pagado 600, por lo que se ha ahorrado 800 y como le pensaba dar doscientas libras por la carrera, le entrega 1.000 libras. Las cincuenta iniciales solo eran la propina.
Cuando el conductor ha terminado la historia, le resume su enseñanza:

—¿Ha visto, señor? De un solo trayecto mil libras: podría estar trabajando un mes entero y no ganarlas. ¿Ve? —prosiguió—, Dios me hizo salir de casa, averió el 504 y creó todas estas casualidades para hacerme llegar este sustento. Me refiero a que los bienes y el dinero no son de usted, sino de Dios. Esto es lo único que he aprendido en mi vida. (17)

No es casual que esta historia sea la que abre la novela de Khamissi, sociólogo de profesión. En ese viejo taxista, preocupado cada día por llevar unas libras que le permitan seguir viviendo en la miseria, representa una parte importante del pueblo egipcio. Esa hormiga negra sobre una roca negra en una noche negra esperando que le llegue el sustento en forma de ayuda divina representa un sentido de la fatalidad cuando todo lo demás falla. Y a los egipcios les ha fallado casi todo a lo largo de su historia. En especial, sus dirigentes.


Con la honrosa excepción de algún gobernante que se ha preocupado realmente por la mejora de su pueblo, han padecido algunas de las peores formas de abandono, representada la última de ellas por la figura de Hosni Mubarak. Pueblo constantemente invadido y gobernado por otros, los egipcios han desarrollado simultáneamente varias características: escepticismo ante el poder, individualismo para buscar sus propias salidas, y un profundo respeto a la institución familiar, que es la que vertebra las relaciones como garantía social. Todo ello envuelto en un marco religioso: el verdadero poder solo está en Dios, que es quien nos guía para sobrevivir. Para ello, el hombre debe ponerse en sus manos y dejarse guiar. La historia comienza con la preocupación por la esposa, hijos y nietos, y concluye con la ayuda de un primo en la terminal del aeropuerto. Podemos apreciar los tres rasgos: la necesidad de buscarse la vida, confiar en Dios para poder sobrevivir, y que la institución familiar es lo importante. Es una mentalidad que no cree en lo político como forma de cambio. El hombre no puede cambiar el mundo, solo sobrevivir en él con la ayuda de Dios. El hombre no tiene armas contra la fatalidad, solo chistes para aliviarla.

Khaled Al Khamissi
Los resultados la primera vuelta de las elecciones presidenciales han sembrado el desconcierto y la preocupación. También un pesimismo profundo en muchas personas que ven cómo Egipto se ha divido en dos orillas enfrentadas e incompatibles: la islamista de los hermanos musulmanes y la que representa al antiguo régimen, Shafiq. Las componendas que en el pasado —reciente y lejano— pudieran tener, no son ya aceptables en el punto en el que estamos.
Independientemente de las denuncias por fraude y compra de votos en ciertas zonas, el hecho es que lo que ha salido de las urnas son dos opciones que se disputarán la presidencia egipcia, una presidencia cuyo primer problema es definir sus competencias. Nada está cerrado en Egipto, ni la constitución, ni la presidencia cuyas funciones deberían estar descritas en ella. Pensar que se elige a personas sin saber cuáles son sus competencias solo es un reflejo del desastre político al que han llevado al país los militares de la SCAF, nulos estrategas para los cuales la política solo es mantenerse en el poder para seguir controlando el país. ¿Pero cómo controlar un país que convertimos en incontrolable con nuestras acciones y omisiones? Si Mubarak aburrió al país, Tantawi lo ha mareado.
Las declaraciones de Shafiq explicando que no ve problemas en que él sea presidente y que el primer ministro encabece un gobierno islamista no dejan de ser sorprendentes en este momento, entre las dos vueltas presidenciales. Es la mentalidad de la política como apaño, como componenda. En términos ajedrecísticos, el antiguo régimen y los militares ofrecen tablas al islamismo. Esta solución no resolverá nada al pueblo egipcio, ninguno de sus problemas, sino un conflicto institucional permanente por el intento de unos por desmontar el antiguo régimen y otros por mantener los privilegios y el control.


La aparente gran perdedora de estas elecciones ha sido la revolución. Digo aparente porque la revolución no es un "partido" que gane unas elecciones sino un principio de transformación y denuncia, un sentido de justicia y una visión de futuro. El pesimismo, cuando no la depresión, se ha apoderado de muchas personas que lealmente han querido un futuro moderno para Egipto, un futuro con personas menos condicionadas por un presente cruel por su indiferencia. No deben renunciar a ello ni desfallecer. Esto está empezando.
El descenso del apoyo a la Hermandad Musulmana ha sido muy significativo, como era de esperar desde el momento en que dejaron al descubierto que eran tan políticos como los demás. Han pasado del 40% a menos del 25% en apenas unos meses. La desconfianza o la falta de entusiasmo por su mensaje han enfriado los apoyos que tuvieron al presentarse como “no políticos”. Su intención de preservar la imagen de la Hermandad y crear un partido para canalizar los votos, se ha demostrado como una gran ingenuidad. La expulsión de la Hermandad de Abdel Moneim Abouel Fotouh dejó en evidencia que se estaba ante la búsqueda del poder y eso lo han percibido los egipcios claramente. La Hermandad y Shafiq apenas están a unas décimas de diferencia, lo que ha hecho variar la estrategia de los hermanos, que ahora piden encabezar la revolución, mediante una alianza, para evitar que regrese el antiguo régimen en la persona de Sahfiq. Todo un despropósito político en cada nueva entrega.

Mursi, el candidato de la Hermandad
Lo más meritorio electoralmente ha sido el ascenso desde la nada de Hamdeen Sabbahi, hombre al margen de ambas tendencias, la religiosa y del mubarakismo. Sabbahi ha obtenido un extraordinario 21% de los votos, algo que abre una línea de esperanza en la ruptura del escenario inicial polarizado, con formas diferentes de entender el retroceso. Sabbahi ya ha declinado las
La Hermandad y el mubarakismo han sido redes clientelares, en la oposición y en el gobierno. Ambas han sido refugios a los que había que acercarse para sobrevivir unos y otros. Su funcionamiento ha sido paralelo y su mensaje el mismo: si quieres sobrevivir, acércate a mí. Así han labrado su fortaleza, el día a día durante décadas en un país en el que casi nada funcionaba ante la apatía de los poderes públicos y las instituciones. En un país en el que el gobierno mantiene una red de amigos que viven de la corrupción, surgió un estado asistencial paralelo de supervivencia y apoyo mutuo —otra red de hermanos—, una mezcla religiosa y familiar.
Pero la receta islamista funciona mejor en la oposición, con detenidos en las cárceles, y en medio de la corrupción general, brillando con una luz sobre el fondo oscuro de un régimen brutal. Es más fácil consolar al que sufre que cambiar las condiciones para que deje de sufrir. Y eso es la política, creer en que el mundo puede ser cambiado para mejor y actuar para ello.

Hamdeen Sabbahi, naserista

Es demasiado pronto como para que el mapa político egipcio quede definido y completado. Los que están ahora disputando en la arena política son los mismos contendientes que llevan sesenta años enfrentándose en Egipto. Solo la revolución, como ideas, tiene que ocupar ahora su sitio, traducir el deseo de justicia y libertad en acciones e ideas. Eso es lo que temían los dos viejos rivales, que un tercero llegara, que los egipcios exigieran y no solo rogaran.
El viejo taxista de la historia de Khaled Al Khamissi salió enfermo a trabajar en su destartalado coche para conseguir alimentar a su familia. Millones de egipcios salen cada día a trabajar sin saber con qué regresarán. Durante décadas, aprendieron que no debían esperar casi nada de sus dirigentes, quienes contestaban con un “si Dios quiere” a sus peticiones, desatendiendo la mayoría de ellas. El taxista dio las gracias a Dios por lo que le había deparado ese día.
¿Llegará un día en el que los egipcios podrán dar las gracias a Dios por el buen funcionamiento de sus instituciones y la eficacia y honestidad de sus dirigentes? Esperemos que sí.

* Khaled Al Khamissi (2009): Taxi. Almuzara, Córdoba. Trad. de Alberto Canto y Khaled Musa.




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