domingo, 6 de mayo de 2012

La enseñanza

Joaquín Mª Aguirre (UCM)
Leo en The New York Times la contribución periodística con la que Charles M. Blow se anticipa a la celebración de la Semana Nacional de Agradecimiento a los Maestros. Blow no dirige su agradecimiento hacia ninguno de sus maestros, sino a la persona que le enseñó el valor y sentido de lo que significa educar, a su madre, que, maestra para otros, fue ejemplo de enseñante para él. Escribe Blow:

Through her I saw up close that teaching is one of those jobs you do with the whole of you — trying to break through to a young mind can break your heart. My mother cared about her students like they were her own children. I guess that’s why so many of them dispensed with “Mrs. Blow” and just called her Mama.*

Esa idea de “totalidad” es esencial en la enseñanza y una de las grandes pérdidas que nuestra orientación productiva, la que los diseñadores de sistemas eficaces han realizado, ha producido en el sistema educativo y se ha trasladado al conjunto de la vida social. La idea de tratar a “sus estudiantes como si fueran sus hijos”, percibida por Blow en su madre, se nos presenta hoy como una especie de anacronismo en un mundo transformado por reglas y protocolos, en el que el sentido de lo propio se ha erigido en auténtico principio rector. Y no hay profesión más desinteresada que la educación. O así debería ser.


Gran parte de nuestro fracaso educativo procede de situar en el centro del sistema el egoísmo. Esto afecta a todos por igual, alumnos y docentes. Cuando el sistema educativo no aspira a cambiar el sistema social, se convierte en mero espejo de sus males. Y eso es el nuestro, el fiel reflejo de nuestras miserias.
La educación se ha pervertido desde la mirada social valorativa, que la considera como una pobre aspiración humana frente al éxito social, santificado en la figura de “rico”, del hombre de negocios, del que es portada de revistas y periódicos. Si la valía social se mide en términos de valores de mercado, la educación es la más desprestigiada socialmente. La ponderación excesiva de los valores económicos del éxito ha situado a los educadores en la cola. La concepción de la enseñanza como un refugio de inútiles es, además de una gravísima injusticia, un suicidio social pues arraiga el desprecio respecto a la educación, que es vista como un simple servicio pagado por unos “clientes”. Y quien paga, manda.

La conversión del maestro o profesor en un mero asistente formativo, un complemento de actividades y dispositivos impresos o virtuales, es una aberración,  digna hija del sistema que la ha pensado, de aquellos que diseñan los sistemas educativos de la guardería al doctorado. Y esta escuela ha hecho estragos. Su apariencia “técnica” y “científica”, favorece la transformación de un sistema que debe ser profundamente humano en una maquina cibernética. La escuela, el sistema educativo, es ya una fábrica en todos su detalles.
En los niveles superiores de la enseñanza, en los universitarios, los alumnos son vistos por el sistema desde una esquizofrenia absurda: como “clientes”, por un lado, y como un obstáculo frente a la “investigación”, valor prioritario porque aporta prestigio y dinero a las universidades en forma de patentes y visibilidad en los medios académicos, es decir, un prestigio que se traduce en más "clientes" y más ingresos. La existencia de rankings y demás tonterías de ese tenor no son más que la aplicación de la mercadotecnia a cualquier campo de la actividad humana y una forma de vida lucrativa para los que se dedican a la evaluación y a la creación de sistemas de bibliometría y demás ficciones tecnológicas, etc., utilizadas para el reparto de miseria y control de las profesiones.


Convertir a los alumnos en clientes es el otro extremo de lo que Charles M Blow aprendió de su madre, a convertirlos en sus hijos, que no quiere decir más que lo siguiente: te importan más allá de la relación de cuatro horas semanales que pasas con ellos durante un cuatrimestre, que estás dispuesto a decirles cosas que no les gusta escuchar pero que deben hacerlo porque les serán útiles cuando sean capaces de comprenderlas, porque la relación educativa es siempre asimétrica, como lo es la familiar. Por eso se debe basar en la confianza, prestigio y respeto, cosas que no tienen nada que ver con el autoritarismo, disciplina, etc., que no son más que interpretaciones planas interesadas.
Entre tratar a los alumnos como “clientes” y tratarlos como “hijos”, entre sonreírles para que te valoren bien, ponérselo fácil para que no se sientan contrariados, por un lado, y tratar de sacar lo mejor de ellos haciéndoles ver que te importan realmente y que lo que les corriges no tiene otra intención que hacerlos mejores estudiantes y personas, hay una diferencia.
Convertir el acto educativo en la reproducción de una transacción comercial es un gravísimo error histórico y filosófico. La escuela no reproduce el comercio sino el acto profundamente familiar de transmisión del conocimiento. Por eso el hecho de que Charles M Blow decida recordar a su madre cuando debe recordar y agradecer a un maestro es profundamente natural y revelador. No se trataba de que él fuera “su” alumno matriculado. Él lo era las veinticuatro horas del día; era su hijo. Probablemente también descubriría que el hecho de que los alumnos de su madre la llamaran “mamá”, los convertía en sus hermanos. Y tampoco es una mala enseñanza.

* Charles M. Blow: "Teaching Me About Teaching" The New York Times 4/05/2012 http://www.nytimes.com/2012/05/05/opinion/blow-teaching-me-about-teaching.html?src=me&ref=general




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