sábado, 19 de mayo de 2012

El cambio ignorante

Joaquín Mª Aguirre (UCM)
Escribió John Stuart Mill:

Las causas que llegan a ser la raíz de acontecimientos futuros sólo producen lo más serio de su efecto de manera lenta, y tienen tiempo, por tanto, de formar parte del orden acostumbrado de cosas antes de que la atención general repare en los cambios a que están dando lugar. A partir de entonces, cuando los cambios se hacen evidentes, a menudo no son vistos por los observadores superficiales como algo conectado de alguna manera con lo que de hecho es su causa. Las consecuencias más remotas de un nuevo acontecimiento político son pocas veces entendidas cuando están ocurriendo, excepto si se ha reparado en ellas de antemano.* (39)

La interesante observación de J. S. Mill pone ante nosotros la cuestión de la existencia de una doble ceguera. La primera nos impide comprender o juzgar inicialmente el alcance de los acontecimientos desde nuestro sistema actual; la segunda, cuando ya están integrados en lo que llama “el orden acostumbrado”, tampoco reparamos en ellos pues se ha diluido su novedad. No comprendemos, pues, el alcance de lo nuevo y no nos preguntamos ya por lo habitual, por lo que ha sido ya integrado.
La idea es sugerente tanto en el plano individual como en el social ya que se trata esencialmente de una observación de carácter psicológico, sobre la capacidad de percibir y comprender. Todo acto de comprensión se deriva de una primera fase de reconocimiento de límites, es decir, de percepción del fenómeno aislándolo del flujo de acontecimientos.

Los tiempos en los que Mill realizó esta observación —en 1869, en el marco de sus reflexiones sobre el socialismo—  fueron convulsos. Se preguntaba por la capacidad de comprender los cambios que se estaban produciendo y sus alcance.
Nuestros tiempos no lo son menos. Aunque hemos desarrollado todo tipo de mecanismos para amortiguar los efectos de los cambios, la progresiva ampliación de la complejidad histórica y social nos hace incapaces de “comprender” la mayoría de los fenómenos que tenemos delante. Comprender aquí oscila entre su primera acepción “abrazar, ceñir, rodear por todas partes algo” y la tercera, “entender, alcanzar, penetrar”. El mundo se nos ha hecho “incomprensible”: ni podemos abarcarlo ni podemos entenderlo.
La proliferación de instituciones dedicadas a la observación y a la elaboración de hipótesis sobre lo que puede ocurrir en absoluto ha mejorado nuestra situación ya que se demuestran ineficaces en la elaboración de hipótesis o ineficaces en su capacidad de convencer a los responsables de la probabilidad de que algo ocurra.


Cada vez que ha ocurrido algún acontecimiento relevante, descubrimos que la mayoría opinaba que nunca sucedería, y que aquellos que avisaron que ocurriría no fueron creídos por nadie. Esto se cumple igual desde los atentados del Once de Septiembre hasta la crisis económica de la eurozona, pasando por la “primavera árabe”, por poner solo ejemplos recientes.
La doble ceguera señalada por Mill no contaba con la tercera forma: los intereses, que actúan racionalizando la percepción y el entendimiento hacia derroteros acordes con lo que deseamos. Los intentos de establecer mecanismos automáticos de decisión, alimentados por un flujo continuo de información, pretenden solventar el problema básico: cómo actuar. Sin embargo, toda teoría al respecto tiene la limitación de que somos nosotros mismos los que la definiríamos, por lo que la máquina no sería más que la traducción de nuestros prejuicios a un algoritmo. Sería tan ciega como quien la diseñara.

Mill recogía en sus escritos citados el cambio que produciría la entrada de nuevos agentes sociales en el sistema mediante la ampliación del voto a las clases populares. Serviría, pensaba, para ensanchar la visión social y relativizaría lo que hasta el momento se consideraba como absoluto y verdadero: los intereses de la clase dirigente.
Uno de nuestros principales problemas cuando hoy planteamos la distancia que se está abriendo entre lo político y lo económico gira sobre esta cuestión. La cuestión adquiere una nueva dimensión porque los conceptos políticos de “clase dirigente”, “gobierno”, etc. se han diluido en las formas anónimas de la economía y solo nos acercamos a ellas de forma metafórica: los “mercados”, los “inversores”, etc. Tenemos, necesitamos redefinir el "poder" en su nuevas variantes, establecer nuevos esquemas que den cuenta de las formas reales.
La incapacidad para percibir el cambio que esto supone, que de pronto algo llamado “mercados” pueda ponerse al frente (metafóricamente en un sentido, pero literalmente en otro) de un país soberano, nos hace ver que los gobiernos gobiernan de otra forma (gobernar es un término relativo al perder poder real en muchas parcelas determinadas por la economía), que los que los elegimos lo hacemos para otra cosa (diferente a la que hacen) y que el poder —como capacidad de cambio— ya no reside en la instituciones de la forma que pensábamos. Un mundo confuso, desde luego.
Cuando el mundo se comporta de una manera inesperada, es que ha cambiado sin que nos diéramos cuenta o sin que hiciéramos caso a los que nos advirtieron, que fueron arrinconados en sótanos de ministerios, bancos o universidades. El don de la profecía suele ser una maldición para quien lo recibe que acaba padeciendo la lucidez comprensiva en sus carnes. Después, el error lo pagamos todos con creces.


Han ocurrido muchos acontecimientos cuyos efectos no logramos vislumbrar. Las sacudidas de las olas van resquebrajando los diques y un día se produce el colapso. Iremos a las hemerotecas y descubriremos con horror y resignación que el desastre estaba anticipado en la sección de curiosidades.
John Stuart Mill escribió en la misma obra:

El futuro de la humanidad correrá grave peligro si las grandes cuestiones son dejadas a merced de la lucha entre el cambio ignorante y la ignorante oposición al cambio.
Y la discusión que ahora se necesita ha de ir hasta los mismos principios de la sociedad actual. (41)

El “cambio ignorante” sigue siendo uno de los grandes problemas, más acuciante hoy si cabe.  Las cegueras señaladas mantienen la “ignorante oposición al cambio” y se muestran incapaces de comprenderlo eficazmente. La necesidad de afrontar los principios que permitan reordenar el caos actual, que nos condena a ser víctimas permanentes de movimientos críticos, es imperiosa. Las teorías y discursos actuales ya solo explican cómo debería ir el mundo, no cómo va.

* John Stuart Mill (2011): Capítulos sobre el socialismo. La civilización: señales de los tiempos. Alianza Editorial, Barcelona. 191 pp. ISBN: 978-84-206-5499-7.



2 comentarios:

  1. Y también éste (bueno, en realidad todos tus artículos) es interesantísimo. Justo hace poco pensaba en eso, en las historias de mi familia y las novelas, cómo antes de que empiece una guerra nadie cree realmente que vaya a pasar y después, de la noche a la mañana, se encuentran ahí, como en un sueño, o más bien una pesadilla.

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  2. Ya sabes que lo imposible es lo que ocurre siempre. Estamos aquejados de miopía en demasiadas cosas. Un saludo y gracias por tus palabras

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