jueves, 31 de mayo de 2012

La sospecha

Joaquín Mª Aguirre (UCM)
Los resultados de la primera vuelta de las elecciones siguen siendo un misterio digno de Egipto. Pasados los días, las sospechas crecen y dos candidatos están pidiendo que se anule el paso de Ahmed Shafiq, el ex de Mubarak, a la segunda vuelta. Para algunos, no tendría que haber competido, en aplicación de la ley que dejaba fuera a los miembros del antiguo régimen. En realidad, no deberíamos llamarlo “antiguo”, porque lo cierto es que no se ha ido nunca, siempre ha estado presente. Se da pues la paradoja de que Shafiq sea el candidato de la oposición de un régimen derrocado por una revolución o el candidato oficialista de un régimen que no ha sido derrocado. No creo que en ningún país se haya dado esta paradoja, la de no saber si un candidato es oposición u oficialista. En todo el mundo cuando los regímenes caen, caen; pero en Egipto se quedan flotando.

Las denuncias y los ataques han ido en aumento. La sede de Shafiq fue asaltada por cientos de manifestantes y prendida fuego mediante cócteles molotov. Las acusaciones entre unos y otros son también constantes, incluidos los candidatos que han quedado fuera para la segunda vuelta. Especialmente beligerante se ha mostrado el tercero, el nasserista Hamdeen Sabbahi. Lo ha hecho con ambos participantes, señalando el drama egipcio de tener que elegir entre dos fuerzas de esas características, el islamismo o la dictadura anterior. La Hermandad musulmana le ha contestado preguntándole cómo puede comparar a su candidato con un “asesino”, que es como han definido al militar y antiguo primer ministro Shafiq. Han insinuado, además, que ellos —la Hermandad—aportaron cantidades de dinero a la campaña de Sabbahi, algo que él ha negado rotundamente.
Por encima de estos enfrentamientos —o más correctamente, en paralelo— los hay que siguen intentando encontrar un consenso frente al candidato que representa la dictadura de Mubarak. Unos ofrecen y otros reclaman, pero es difícil. Finalmente, otros tiran la toalla y no se molestan en pensar a quién votarán porque no creen en ninguna de las alternativas que han quedado. Eso es el absurdo de esta situación.


Los analistas daban a través de encuestas o de otro tipo de herramientas de investigación social resultados muy distintos. Es cierto que no son instrumentos exactos, pero o el voto de Shafiq estaba “muy oculto” o ha surgido de la “nada”. Han fallado todas las estimaciones por cualquier método, no solo las encuestas. ArabCrunch estimaba, tras una serie de análisis de cientos de miles de datos recogidos por los medios y redes sociales, que a la segunda vuelta irían los dos candidatos islamistas, Morsi y el escindido Fotouh:

Data analyzed by News Group, the region’s leading media intelligence group, shows that voting in Egypt will conclude in a run-off between Muslim Brotherhood candidate Mohammed Morsy and the independent Islamist candidate Abdel Monem Aboul Fotouh. […]
SocialEyez research results are based on collected data from several hundred thousand user comments and online public opinion polling. SocialEyez estimates that Morsy and Aboul Fotouh are benefitting from the support of 32% and 28%, respectively, of Egypt’s voting public. The research also shows that remaining contenders, including Amr Moussa and Ahmed Shafik, are not likely to gather any substantial support at the polls.*

La entrada de Ahmed Shafiq en la segunda ronda, con solo unas décimas de diferencia respecto al primero no tiene explicación alguna. Nada apuntaba en esa dirección. Y en Egipto la tradición de votaciones es la del fraude oficial. Presiones de matones y compra de votos es la tradición vinculada con las elecciones que siempre ganaba el poder. Y es aquí donde entra la cuestión: ¿quién es en Egipto el poder? Incluso: ¿cuántos poderes hay? Esa es la cuestión que planteamos hace unas semanas y cuya consecuencia lógica es esta.

El poder es la capacidad de hacer. Y poder tiene quien consigue meter los votos en unas urnas o, si se saltan este trámite, la capacidad de que aparezcan unos resultados y no otros. Eso es el poder y no lo que dice en las placas de los despachos. A veces coincide; a veces se traslada al edificio de enfrente, pero no por ello deja de ser poder.
Un grupo de jueces ha denunciado que las diferencias del censo entre las elecciones generales y las presidenciales son de cinco millones de votantes, cifra realmente grande para tan pocos meses y especialmente si no se ha renovado. Otros han denunciado que se ha permitido votar a la policía, que lo habría hecho masivamente por Shafiq (hablan de 900.000 votos). Hay muertos que no se quisieron perder esta ocasión de votar, tal como denuncian algunas comisiones que se crearon para vigilar la limpieza de las elecciones.

Salga lo que salga de aquí, son pocas las perspectivas positivas. El conflicto está garantizado y significará división entre el pueblo egipcio y degradación institucional, ya que estarán condenadas al enfrentamiento. Lo que Egipto necesitaba para salir adelante era lo contrario: unidad y consolidación institucional.
La responsabilidad de todo esto es de la SCAF que ha conseguido sembrar el más absoluto caos en todos los niveles. Los militares, una vez más, han demostrado ser desastrosos en su papel. Cuando poseían los instrumentos del estado para ser cantado como gloriosos, el autobombo funcionaba por encima de sus miserias. Ahora que sus acciones han estado sometidas a crítica, han quedado en evidencia.
Los resultados estarán bajo sospecha y no serán respetados por nadie. Eso significará más caos y más degradación de la vida cotidiana arrastrando al país a la ruina y al hartazgo, algo que vendrá bien a algunos, pero será la desgracia de casi todos.

* “Social Media Research Indicates Egypt heading for Elections Run-off Between Morsy and Aboul Fotouh”, ArabCrounch 24/05/2012 http://arabcrunch.com/2012/05/social-media-research-indicates-egypt-heading-for-elections-run-off-between-morsy-and-aboul-fotouh.html





miércoles, 30 de mayo de 2012

Trabajando con red

Joaquín Mª Aguirre (UCM)
Nuestro sueldo es el precio que pagan por nuestro trabajo. Nos dicen los economistas que está sujeto a las leyes de la oferta y la demanda. Cuando hay mucho desempleado, los sueldos bajan porque hay mucha mano de obra disponible, una gran oferta. Si no te pueden bajar el sueldo, te despiden y te contratan más barato. Por eso abaratar el despido es bajar los futuros sueldos, por más que prometan que cuando vayan bien subirán. Las empresas que van bien tienen cola de parados para entrar y las que van mal no contratan. Así de duro. La reprimenda de la Caixa del otro día a las PYMES españolas por su “falta de ambición” era precisamente esta. La ambición significa crecer y crecer significa contratar para producir más. Si las empresas que van mal no contratan y las que van bien no crecen, apañados estamos. Tenía razón la Caixa.
Ante este panorama desolador, descarnado, el escándalo social que se provoca cada vez que nos enteramos de los sueldos e indemnizaciones de los ejecutivos, consejeros, etc., de los bancos y Cajas hace crujir los cimientos maltrechos del país. En una economía castigada y con millones de desempleados, en la que los que tienen trabajo han visto mermados sus sueldos progresivamente y la gente ha llegado a desear lo que hace apenas unos años era miserable —el mileurismo—, causa vergüenza leer las noticias que salen a la luz sobre las cantidades de esos sueldos millonarios.  Esto es una constante escandalosa en casi todos los países, el aumento de la desigualdad entre los sueldos de directivos y trabajadores en las empresas. Hay estudios recientes que lo muestran con claridad. Mientras se despedía, ellos seguían mejorando, creando un abismo de desigualdad cada vez mayor.


Una de las cuestiones más resaltadas por todos los analistas de esta crisis económica, que se debe a los agujeros creados por el sector financiero en su irresistible codicia, es precisamente el deseo de las instituciones de atraerse a estos ejecutivos imaginativos, diseñadores de aventuras arriesgadas, capaces de desenterrar el dinero de debajo de las piedras mediante fórmulas esotéricas y engaños. Una queja general es que acabaron diseñando un sistema que nadie entendía, lleno de productos financieros incomprensibles para los mortales pero que ellos afirmaban que aseguraba el beneficio y minimizaba el riesgo. Como se ha visto, no ha sido así. Su éxito particular no se basaba en la eficacia del sistema, sino en conseguir sueldos, primas, pensiones e indemnizaciones multimillonarias. Su objetivo dejó de ser el hacer ricos a los demás, sino asegurarse su propia riqueza. Hacían que los demás asumieran riesgos trabajando ellos con red, pues no es otra cosa lo que han hecho, asegurarse que ellos saldrían bien cubiertos del desastre.


Por lo que se les ha pagado, en muchos casos, es precisamente lo que ha causado el desastre. Han necesitado de esta casta profesional que veía crecer sus sueldos e indemnizaciones mientras se justificaran por los grandes aumentos de los ingresos de sus instituciones respectivas. Les hicieron muy ricos porque les hacían muy ricos a ellos. Pero esa riqueza se desvaneció como el humo al verse que no eran más que ficciones financieras, que la riqueza real era la de su labia al venderles su eficacia a los demás. Lo único que queda tras el desastre que dejan atrás es el documento firmado con sus indemnizaciones pactadas y sus pensiones multimillonarias. Eso y gigantescos agujeros y millones de damnificados. Que lo pongan en su historial.
Esto es todavía más grave si se trata de unas instituciones como son las Cajas españolas, cuyos consejos de dirección han estado configurados y manejados por los políticos. El diario El País los llama hoy “los villanos de oro”*. La pugna política sobre las investigaciones y responsabilidades es de todos los partidos. Los pequeños, los que han estado al margen —desde luego, no porque no lo desearan— del pastel, quieren que se tire de la manta para recoger los restos electorales del asunto. Hay que saber, sin demagogia. Tenemos derecho, un derecho al que hemos renunciado durante años, porque antes también lo teníamos. Exceso de confianza.

La connivencia entre el mundo político y el de las finanzas tiene su ejemplo más claro en las Cajas y en su poder local, pues la vinculación territorial está muy marcada.  Muchas Cajas financiaban con un riesgo mayor al tener criterios más políticos que  profesionales. Pero los políticos tienen amigos que tienen amigos que tienen amigos.  Y todos votan. Por el mismo motivo, es de agradecer la existencia de las Cajas que hayan sido capaces de actuar como debían y no al dictado de nadie ni contra los intereses de sus ahorradores.
Ocurre con las Cajas como con RTVE, que todos quieren que sea independiente pero les da miedo dejar esa parcela de poder. En el PSOE, le sirve ahora al sector “no integrado” para iniciar la remontada interna; no servirá de mucho, pero así vuelven al primer plano, que Rubalcaba ya ha tenido mucha cámara. Tirar de la manta no es fácil; lo es amagar y no dar, porque todos han elegido y colocado a estos señores de las finanzas que lograban hacer crecer sus sueldos mediante la exhibición de unos beneficios ficticios, tal como se está mostrando. Se van ricos dejándonos arruinados.
La pregunta ahora es: ¿se han creído en algún momento nuestros políticos las cosas que nos han dicho sobre la solidez del sistema financiero español, de las Cajas? Los múltiples mensajes enviados durante años, ¿se los creían? Si decimos que sí, estamos ante imbéciles; si decimos que no, ante bellacos. Un motivo más para pedir la renovación profunda de la clase política. No han sabido defenderse ni defendernos de todos estos tiburones que ellos mismos colocaron.

* "Los ‘villanos de oro’ de las cajas". El País 30/05/2012 http://economia.elpais.com/economia/2012/05/29/actualidad/1338317241_619580.html




martes, 29 de mayo de 2012

Blair, los medios y el rey tartamudo

Joaquín Mª Aguirre (UCM)
Que Tony Blair fue un personaje mediático no lo duda nadie. Ser “mediático” significa que no eres una noticia en los medios, sino que actúas buscando un efecto específico a través de ellos. Eres consciente en todo momento de que ellos están ahí.  Lo mediático es lo contrario de lo natural, aunque la naturalidad sea un rasgo de los mediáticos. La diferencia entre ser natural y la naturalidad es la de la persona capaz de estar permanentemente actuando frente a las cámaras sin que parezca que está actuando. No es fácil. La llegada de Tony Blair al Parlamento con la chaqueta sobre su hombro es un rasgo de político mediático; de alguien que convierte sus todas sus acciones en comunicación. Pero lo que investigan en el parlamento es algo más que la telegenia o la afectación de los dirigentes.
Las manifestaciones de Tony Blair ante los parlamentarios que investigan a Rupert Murdoch y sus periódicos tienen trascendencia por ser quienes son ambos: un político que dominaba los medios y unos medios que dominaban la política.

"Si usted es un líder político y tiene grupos mediáticos muy poderosos y te enemistas con uno de esos grupos, las consecuencias son muy duras, de tal forma que te impiden enviar un mensaje", ha explicado Blair, bajo juramento, a la comisión de investigación de la real corte de Justicia de Londres.
"Estoy abierto al hecho de admitir francamente que lo decidí como líder político y fue una decisión estratégica que yo iba a manejar eso y a no hacerle frente. Y podemos discutir en una etapa posterior sobre si fue bueno o malo, pero fue la decisión que tomé", ha afirmado Blair.*


Que los medios solo deben transmitir los hechos deja de tener validez absoluta cuando los políticos los escenifican, cuando la política se convierte en representación. En esa magnífica película inglesa que es El discurso del rey (The King’s Speech 2010), nos encontramos como una secuencia lúcida en la que el padre del futuro e inesperado monarca intenta que su hijo tartamudo comprenda la importancia que la radio tiene para la institución: «—Somos actores y la monarquía es una empresa», le dice Jorge V a Albert, su hijo pequeño. Intenta hacerle ver que el nuevo medio les obliga a algo que la prensa no les exigía anteriormente, convertirse en intérpretes, transformando a los pueblos en audiencias. La prensa hablaba de ellos; ahora se les pide que ellos hablen.
La película nos habla del proceso de transformación de un príncipe incapaz de dirigirse a su pueblo con eficacia. La ayuda que necesita se la da un oscuro australiano —como Murdoch—, Lionel Logue (Geoffrey Rush), que pone a su servicio las artes de la dicción teatral. En la magnífica secuencia del discurso final para notificar a Inglaterra la guerra con Alemania, ambos quedan encerrados en el estudio radiofónico. El rey habla bajo la dirección orquestal de Logue, que ha convertido el texto del discurso en una partitura y que maneja sus manos como si de una batuta frente a una sinfónica se tratara. Como fondo, la música de Beethoven, el Allegretto de la Séptima Sinfonía, marcando el ritmo del discurso. “Bertie” se ha convertido en Jorge VI, en un monarca capaz de comunicarse con su pueblo, una multitud que le espera para vitorearlo al salir al balcón, después de haber escuchado su mensaje radiofónico. El rey ha superado su prueba de fuego mediática.


Las relaciones de Tony Blair con Murdoch, su australiano particular, han sido tan próximas que hasta es el padrino de uno de sus hijos. Por más que nos diga que ese apadrinamiento se realizó tras abandonar el poder, no es ese hecho el relevante, sino la construcción de las relaciones entre ambos, del cual el apadrinamiento no es más que el síntoma.

El ex premier ha señalado que es "inevitable" que los políticos mantengan una relación estrecha con los medios, pero ha advertido de que esta se convierte en "poco saludable" cuando los grupos de comunicación intentan utilizar sus periódicos como instrumentos de poder político. En su opinión, cuando está en sus plenas facultades, el periodismo que se practica en el Reino Unido es "el mejor del mundo", pero ha criticado un "género periodístico donde la línea entre las noticias y la opinión se vuelve borrosa y deja de ser periodismo para convertirse en un instrumento político y de propaganda".*


Cuando los medios se limitaban a dar cuenta de las actuaciones de los políticos o a criticarlas, las líneas estaban claras. Pero Blair ha ido más lejos: ha señalado que no se puede gobernar enfrentándose a los medios. La afirmación es de gran alcance y convierte a los políticos en negociadores permanentes con aquellos que han de informar. No es un buen camino. Así es precisamente como se convierten en instrumentos “políticos y de propaganda”, cuando el poder seduce a los medios y los medios seducen al poder. Lo que le han preguntado a Blair en el Parlamento, más bien, es si se puede actuar sin contar con los medios, concretándolo en las llamadas del político al empresario pocos días antes de la guerra de Irak. ¿Hubiera actuado igual sin el apoyo de Murdoch? Si no se puede gobernar contra Murdoch, ¿qué significa gobernar?


Los medios tienen el derecho a la crítica, sin duda. Lo que no tienen derecho es a condicionar las decisiones para que los políticos eviten la crítica. Es ahí donde el razonamiento de Blair —político mediático— comienza a ser perverso, al considerar que la acción debe ser negociada previamente para conseguir, nos dice, que el mensaje que se quiere transmitir llegue lo mejor posible. ¿Lo mejor para quién: medio, mensaje, mensajero?

La perversión afecta por igual a los medios —sería más correcto decir a los “dueños de los medios”— y a los políticos. Los primeros actúan irónicamente como censura previa y los segundos prefieren la eficacia del mensaje que les garantice el poder a la independencia de la gestión y la erosión correspondiente de la imagen pública.
Hay una norma pragmática: si dejas que los intereses afloren, los intereses afloran. Si a Murdoch se le dejaba opinar sobre la política, los intereses de Murdoch irían creciendo, como de hecho ha ocurrido. Sus cambios en los apoyos a unos y otros, a conservadores y laboristas, acabaron promoviendo la idea —que probablemente llegara a pensar— que su papel, como el de la monarquía, era garantizar la estabilidad del Reino Unido.
El discurso del Rey dejaba abierta una idea inquietante; la dependencia del gobernante de aquel que le garantiza la comunicación eficaz. No está tan lejos de la idea de Blair. Sin los medios, viene a decir, todos somos tartamudos. El irreverente australiano manejaba la batuta.

* "Blair reconoce que decidió no enfrentarse a los medios británicos por temor a las represalias" RTVE 28/05/2012 http://www.rtve.es/noticias/20120528/blair-reconoce-decidio-no-enfrentarse-medios-britanicos-temor-represalias/531984.shtml





lunes, 28 de mayo de 2012

Pagarás caro el rumor (o los puntos chinos)

Joaquín Mª Aguirre (UCM)
Los chinos acaban de desarrollar un sistema de puntos para expulsar de su Twitter nacional, Weibo, a los que infrinjan una serie de preceptos. Como en nuestro carnet de conducir, el gobierno chino comenzará a descontar puntos a los infractores hasta dejarlos incomunicados eliminando su cuenta. Los trescientos millones de usuarios de Weibo dispondrán de 80 puntos que irán perdiendo con cada infracción. A los sesenta, recibes un aviso para que no te pille desprevenido la eliminación de tu cuenta. Y si estás dos meses sin infracciones, tu “salud” mejora y vuelve a subir tu nivel de puntos. De todo ello nos da cuenta la BBC de hoy.*
Como ya hemos explicado en alguna ocasión, China ha duplicado todos los servicios digitales existentes en el resto del planeta para poder controlar a su población. Es la muralla cibernética que la aísla del mundo. A China le preocupa profundamente el control de la sociedad porque sabe que el secreto de su éxito está en marcar ella el ritmo y no en que se lo marquen desde fuera o el propio pueblo. En China, sí, todo está clarísimo: el partido lidera.
Se preguntarán, como es lógico, cuáles son esos incumplimientos que pueden llevarte a una situación tan grave como es la desconexión de una red social, auténtico drama para algunos. Los ocho principios que no deben ser vulnerados, so pena de marginación virtual, son los siguientes:

1. Difundir rumores.
2. Publicar información falsa.
3. Atacar a otros con insultos o comentarios denigrantes.
4. Oponerse a los principios básicos de la Constitución china.
5. Revelar secretos nacionales.
6. Amenazar el honor de China.
7. Promover sectas o supersticiones.
8. Convocar protestas ilegales o concentraciones masivas.*

Puede uno preguntarse si merece la pena tener una cuenta abierta si no se puede hacer ninguna de estas cosas. La lista convierte el hecho de twittear en chino (¿weibear?) en un acto aburrido y oficialista. Rápidamente se comprenden las sutilezas de la lista. Por ejemplo, “difundir rumores” es algo tan ambiguo que afecta por igual a lo que digas de una ex pareja o del presidente del país, de un vecino o de un ministro. ¿Qué sentido tiene weibear entonces? Como puede apreciarse, los tres primeros principios son muy generales. Los cinco siguientes, por el contrario, son mucho más concretos (aunque algunos no tanto), para que luego no haya lío.
En China ya tienen bastante “primavera” con los rollitos y no quieren que la gente comience a utilizar la red para difundir rumores maliciosos sobre la corrupción de algunos o la ineficacia de otros. El ejemplo de la “primavera árabe” ha sido muy revelador para todos aquellos países en los que toses y ya eres disidente. Por eso están tan interesados en cómo se le quita el enchufe a Internet, cómo controlar los mensajes, etc. Tampoco hace falta meterse expresamente con alguien para buscarte un lío. Ya comentamos en su día cuánto se enfadó el gobierno chino cuando los viajeros de un tren que descarriló mandaron mensajes instantáneamente a sus familias y contaron lo ocurrido. Que todo el mundo se enterara antes por los mensajes de los móviles que por los medios oficiales les sentó fatal. Y es que el gobierno chino está cada vez más susceptible y picajoso.


Con estos ocho principios, uno se plantea cómo sería la acusación de “amenazar el honor de China” —decir que algo no funciona—, “promover sectas o supersticiones” —crear un partido político o elaborar una teoría económica diferente a la oficial—, etc. Es más sencillo que les quiten directamente unos cuantos  puntos al mes a todos porque seguro que habrán dicho algo malo del gobierno. Con este sistema, media humanidad se quedaría sin puntos en una semana. Por lo menos aquí.

Para evitar problemas futuros —que aquí el que no corre, vuela—, se ha añadido un principio general del que ya dimos cuenta: nada de nicks, apodos, alias, pseudónimos o cosas por el estilo. Nada de “martillo_celestial_39”, por ejemplo. ¡Nombre y apellidos! ¡Que te empiezas cambiando el nombre y acabas cambiando el sistema!
Para evitar que estas cosas pasen y la gente utilice las redes sociales chinas para difundir infundios, rumores y cree sectas más o menos supersticiosas y se acabe manifestando en cualquier plaza, China Daily nos trae hoy una muestra del énfasis del control cibernético en Shanghai para evitar que el cibercrimen avance por las redes.
En la fotografía que encabeza el artículo, se nos muestra al simpático agente Li Qibin, cumpliendo con su trabajo de revisión de páginas del Weibo por si alguien difunde rumores o forma sectas. En declaraciones al diario, su jefe explica y advierte:

"Cybercrime is no longer a high-tech crime exclusive to technical professionals. Internet users can use entry-level hacking software and become a real threat on the network platform," Lu Weidong, deputy chief of Shanghai police bureau, said at a forum on cybercrime on Saturday.
"We'll enhance supervision on the Internet and have police oversight for every website to scrutinize illegal conduct, similar to how police officers patrol communities in real life," he said.**

Debo reconocer que la imagen propuesta de patrullar la web como el que patrulla calles es muy sugestiva. Prevención ante todo.  Solo en Shanghai, el artículo habla de 800.000 páginas. Un largo recorrido, pero en China todo es grande.
El cibercrimen es una realidad en todas partes, desde luego, pero si sumamos las dos noticias nos dan un panorama restrictivo que además de controlar a los criminales quiere dejar claro que la definición de criminal es muy amplia y acoge formas que van más allá de las estafas en las compras, el porno o la evasión de impuestos. “More cases nowadays are related to the Internet, lawyers said, and 90 percent of the cases involving young people are related to Internet”**, señalan en China Daily. En China, como vemos, preocupa la juventud.
No sabemos si en esos casos delictivos se encuentran la difusión de rumores, etc., todo lo que hace perder puntos. Es de imaginar que “revelar secretos nacionales”, por ejemplo, tendrá en la legislación china algo más de penalización que la pérdida de puntos y cierre de la cuenta de Weibo. Probablemente en la cárcel ya no te haga falta.


El que el gobierno chino haga estas cosas para que sus ciudadanos sepan que están vigilados entra dentro de lo normal. Lo preocupante es cuando lo insinúan los gobiernos democráticos, que ven en las redes también una inquietante amenaza.

* "Las ocho prohibiciones del "Twitter chino"" BBC 28/05/2012 http://www.bbc.co.uk/mundo/noticias/2012/05/120527_china_twitter_prohibiciones_ocho_fp.shtml
 ** "Supervision over online crime heightened" China Daily 28/05/2012 http://www.chinadaily.com.cn/china/2012-05/28/content_15398566.htm



domingo, 27 de mayo de 2012

La historia del taxista agradecido y las elecciones egipcias

Joaquín Mª Aguirre (UCM)
El primero de los conductores de El Cairo con los que la voz protagonista de la novela Taxi, del Khaled Al Khamissi*, se encuentra parece salido de las pirámides mismas. Su edad sorprende al narrador, quien no se atreve a calcularla. “Soy taxista desde el 48”, le dice. Cuando, respetuoso con la edad como buen egipcio, el narrador viajero le pide una enseñanza, el viejo taxista le dice: «—Que soy una hormiga negra sobre una roca negra en una noche de profunda oscuridad, a la que Dios provee su sustento…» (16) Como explicación de porqué considera esa enseñanza lo más útil que le puede transmitir, el taxista le relata una historia que le había ocurrido ese mismo mes.
Viejo y pobre, el taxista llevaba diez días enfermo sin poder conducir para llevar el sustento diario a casa. Siendo ya la situación económica insostenible y ante la negativa de la esposa a dejar que salga a trabajar por su estado, el taxista finge que irá al café y acaba cogiendo su medio de vida con la idea de que “Dios proveerá”.

Por el camino se encuentra a un compañero con un coche nuevo, pero que se le ha quedado tirado por el camino con un viajero al aeropuerto. Le pide que realice él el servicio y el viajero monta en el destartalado coche. Como en El Cairo se pacta el coste del trayecto, el viajero le pregunta. El viejo y enfermo conductor le dice que lo que él estime conveniente. El hombre va a la terminal de descarga y el conductor le dice que tiene allí un primo que se ocupará de él y le atenderá. Y así lo hacen. El hombre logra llegar a tiempo y realizar todos sus trámites en la aduana. Llegado el momento de pagar, el hombre le da primero 50 libras. Pero después realiza unos extraños cálculos y le dice que por llevar las gestiones al primo del conductor en la aduana, que le habrían costado normalmente 1.400 libras, solo ha pagado 600, por lo que se ha ahorrado 800 y como le pensaba dar doscientas libras por la carrera, le entrega 1.000 libras. Las cincuenta iniciales solo eran la propina.
Cuando el conductor ha terminado la historia, le resume su enseñanza:

—¿Ha visto, señor? De un solo trayecto mil libras: podría estar trabajando un mes entero y no ganarlas. ¿Ve? —prosiguió—, Dios me hizo salir de casa, averió el 504 y creó todas estas casualidades para hacerme llegar este sustento. Me refiero a que los bienes y el dinero no son de usted, sino de Dios. Esto es lo único que he aprendido en mi vida. (17)

No es casual que esta historia sea la que abre la novela de Khamissi, sociólogo de profesión. En ese viejo taxista, preocupado cada día por llevar unas libras que le permitan seguir viviendo en la miseria, representa una parte importante del pueblo egipcio. Esa hormiga negra sobre una roca negra en una noche negra esperando que le llegue el sustento en forma de ayuda divina representa un sentido de la fatalidad cuando todo lo demás falla. Y a los egipcios les ha fallado casi todo a lo largo de su historia. En especial, sus dirigentes.


Con la honrosa excepción de algún gobernante que se ha preocupado realmente por la mejora de su pueblo, han padecido algunas de las peores formas de abandono, representada la última de ellas por la figura de Hosni Mubarak. Pueblo constantemente invadido y gobernado por otros, los egipcios han desarrollado simultáneamente varias características: escepticismo ante el poder, individualismo para buscar sus propias salidas, y un profundo respeto a la institución familiar, que es la que vertebra las relaciones como garantía social. Todo ello envuelto en un marco religioso: el verdadero poder solo está en Dios, que es quien nos guía para sobrevivir. Para ello, el hombre debe ponerse en sus manos y dejarse guiar. La historia comienza con la preocupación por la esposa, hijos y nietos, y concluye con la ayuda de un primo en la terminal del aeropuerto. Podemos apreciar los tres rasgos: la necesidad de buscarse la vida, confiar en Dios para poder sobrevivir, y que la institución familiar es lo importante. Es una mentalidad que no cree en lo político como forma de cambio. El hombre no puede cambiar el mundo, solo sobrevivir en él con la ayuda de Dios. El hombre no tiene armas contra la fatalidad, solo chistes para aliviarla.

Khaled Al Khamissi
Los resultados la primera vuelta de las elecciones presidenciales han sembrado el desconcierto y la preocupación. También un pesimismo profundo en muchas personas que ven cómo Egipto se ha divido en dos orillas enfrentadas e incompatibles: la islamista de los hermanos musulmanes y la que representa al antiguo régimen, Shafiq. Las componendas que en el pasado —reciente y lejano— pudieran tener, no son ya aceptables en el punto en el que estamos.
Independientemente de las denuncias por fraude y compra de votos en ciertas zonas, el hecho es que lo que ha salido de las urnas son dos opciones que se disputarán la presidencia egipcia, una presidencia cuyo primer problema es definir sus competencias. Nada está cerrado en Egipto, ni la constitución, ni la presidencia cuyas funciones deberían estar descritas en ella. Pensar que se elige a personas sin saber cuáles son sus competencias solo es un reflejo del desastre político al que han llevado al país los militares de la SCAF, nulos estrategas para los cuales la política solo es mantenerse en el poder para seguir controlando el país. ¿Pero cómo controlar un país que convertimos en incontrolable con nuestras acciones y omisiones? Si Mubarak aburrió al país, Tantawi lo ha mareado.
Las declaraciones de Shafiq explicando que no ve problemas en que él sea presidente y que el primer ministro encabece un gobierno islamista no dejan de ser sorprendentes en este momento, entre las dos vueltas presidenciales. Es la mentalidad de la política como apaño, como componenda. En términos ajedrecísticos, el antiguo régimen y los militares ofrecen tablas al islamismo. Esta solución no resolverá nada al pueblo egipcio, ninguno de sus problemas, sino un conflicto institucional permanente por el intento de unos por desmontar el antiguo régimen y otros por mantener los privilegios y el control.


La aparente gran perdedora de estas elecciones ha sido la revolución. Digo aparente porque la revolución no es un "partido" que gane unas elecciones sino un principio de transformación y denuncia, un sentido de justicia y una visión de futuro. El pesimismo, cuando no la depresión, se ha apoderado de muchas personas que lealmente han querido un futuro moderno para Egipto, un futuro con personas menos condicionadas por un presente cruel por su indiferencia. No deben renunciar a ello ni desfallecer. Esto está empezando.
El descenso del apoyo a la Hermandad Musulmana ha sido muy significativo, como era de esperar desde el momento en que dejaron al descubierto que eran tan políticos como los demás. Han pasado del 40% a menos del 25% en apenas unos meses. La desconfianza o la falta de entusiasmo por su mensaje han enfriado los apoyos que tuvieron al presentarse como “no políticos”. Su intención de preservar la imagen de la Hermandad y crear un partido para canalizar los votos, se ha demostrado como una gran ingenuidad. La expulsión de la Hermandad de Abdel Moneim Abouel Fotouh dejó en evidencia que se estaba ante la búsqueda del poder y eso lo han percibido los egipcios claramente. La Hermandad y Shafiq apenas están a unas décimas de diferencia, lo que ha hecho variar la estrategia de los hermanos, que ahora piden encabezar la revolución, mediante una alianza, para evitar que regrese el antiguo régimen en la persona de Sahfiq. Todo un despropósito político en cada nueva entrega.

Mursi, el candidato de la Hermandad
Lo más meritorio electoralmente ha sido el ascenso desde la nada de Hamdeen Sabbahi, hombre al margen de ambas tendencias, la religiosa y del mubarakismo. Sabbahi ha obtenido un extraordinario 21% de los votos, algo que abre una línea de esperanza en la ruptura del escenario inicial polarizado, con formas diferentes de entender el retroceso. Sabbahi ya ha declinado las
La Hermandad y el mubarakismo han sido redes clientelares, en la oposición y en el gobierno. Ambas han sido refugios a los que había que acercarse para sobrevivir unos y otros. Su funcionamiento ha sido paralelo y su mensaje el mismo: si quieres sobrevivir, acércate a mí. Así han labrado su fortaleza, el día a día durante décadas en un país en el que casi nada funcionaba ante la apatía de los poderes públicos y las instituciones. En un país en el que el gobierno mantiene una red de amigos que viven de la corrupción, surgió un estado asistencial paralelo de supervivencia y apoyo mutuo —otra red de hermanos—, una mezcla religiosa y familiar.
Pero la receta islamista funciona mejor en la oposición, con detenidos en las cárceles, y en medio de la corrupción general, brillando con una luz sobre el fondo oscuro de un régimen brutal. Es más fácil consolar al que sufre que cambiar las condiciones para que deje de sufrir. Y eso es la política, creer en que el mundo puede ser cambiado para mejor y actuar para ello.

Hamdeen Sabbahi, naserista

Es demasiado pronto como para que el mapa político egipcio quede definido y completado. Los que están ahora disputando en la arena política son los mismos contendientes que llevan sesenta años enfrentándose en Egipto. Solo la revolución, como ideas, tiene que ocupar ahora su sitio, traducir el deseo de justicia y libertad en acciones e ideas. Eso es lo que temían los dos viejos rivales, que un tercero llegara, que los egipcios exigieran y no solo rogaran.
El viejo taxista de la historia de Khaled Al Khamissi salió enfermo a trabajar en su destartalado coche para conseguir alimentar a su familia. Millones de egipcios salen cada día a trabajar sin saber con qué regresarán. Durante décadas, aprendieron que no debían esperar casi nada de sus dirigentes, quienes contestaban con un “si Dios quiere” a sus peticiones, desatendiendo la mayoría de ellas. El taxista dio las gracias a Dios por lo que le había deparado ese día.
¿Llegará un día en el que los egipcios podrán dar las gracias a Dios por el buen funcionamiento de sus instituciones y la eficacia y honestidad de sus dirigentes? Esperemos que sí.

* Khaled Al Khamissi (2009): Taxi. Almuzara, Córdoba. Trad. de Alberto Canto y Khaled Musa.




sábado, 26 de mayo de 2012

La España ruidosa

Joaquín Mª Aguirre (UCM)
La pitada al himno nacional en la final de la Copa del Rey es una más de esas anomalías con las que la personalidad española sorprende al mundo y nos sigue sorprendiendo a aquellos que admiramos la película Gran Torino. Siempre se habla de las dos Españas, pero la parejita ha tenido retoños que se multiplican en un país bipolar y cubista. La pitada del otro día habrá que contrastarla con la euforia callejera de los goles de la “roja” y de la celebración de sus títulos, los pasados y los que vengan. A ver quién mete más ruido.
No existen dos Españas. El número de multiplica. Existen, cuanto menos, la católica y la atea; la monárquica y la republicana; la centralista y la autonomista; la de derechas y la de izquierdas; la nacional y la separatista. Con todas las variantes que se nos ocurran, todas ellas irreconciliables por pares y deseosas de expresar ruidosamente sus diferencias de la forma más ofensiva posible para aquel que les sirve de referencia negativa. Porque, sí, es más fácil pitar en un estadio o en un desfile, que resolver cualquier problema. ¡Y cómo desahoga, con qué euforia regresas a casa tras la machada!
España es el país en el que no se cierra ninguna herida porque se vive muy bien de ellas. Los conflictos se estiran como el chicle en el zapato.

Mientras tanto, los problemas se siguen acumulando, en segundo término, pendientes de resolución. El Mundo se pregunta de forma trascendental “¿Subió TVE el volumen del himno durante la retransmisión?”*, en donde el centro morboso es saber el equilibrio entre música y pitada, como si se tratara de un pulso, el verdadero deporte nacional. No es una cuestión de decibelios, ni de mezcla de canales. Es otra cosa.
Cuando España ganó la Eurocopa y la Campeonato del Mundo de Fútbol, nuestros más sesudos comentaristas y nuestros más frívolos analistas dedicaron páginas y páginas a reflexionar sobre cómo este país permanentemente divido se había unido en unos “colores”, cómo gritaban “¡campeones, campeones!”, se metían en las fuentes más cercanas y hacían resonar los cláxones de sus vehículos mientras recorrían las ciudades comunicando la “buena nueva”. Llegaron a la conclusión de que una generación joven de deportistas había logrado unir lo que los políticos no hacían más que intentar separar para su propio lucimiento y beneficio. Observaron cómo los jóvenes se habían negado a entrar en las trampas exclusivistas con las que los políticos locales les habían tentado —amenazado en ocasiones— y se habían limitado a jugar, alegrarse por ganar y a celebrarlo con todo el que quisiera celebrarlo. Algo sencillo en casi cualquier lugar del mundo.

De nuevo, el espectáculo no estaba esta vez en el terreno de juego. Lo que ocurre en el estadio no es más que la apoteosis teatral de una tragicomedia mancomunada, convertida en culebrón, en entregas periódicas con las que satisfacer los subidones egocéntricos de la política.
Una vez más, el deporte sirve para tapar las carencias y problemas gravísimos a los que nos enfrentamos y a mantener el nivel de confrontación que nos gusta para sentirnos vivos en nuestra elección particular vital: nacionalistas, españolistas, republicanos, monárquicos, religiosos y ateos. Y nuestros colores deportivos, por supuesto.

La pitada de la final de Copa permitió matar tres pájaros de un tiro. Los silbidos se hicieron contra el himno, con lo que se cazó al pájaro nacional con la escopeta independentista. Se disparó contra la presencia del Príncipe de España, en cuyo honor se interpretaba el himno, cazando al pájaro de la monarquía con la escopeta republicana: y, por último, se cazaba el pájaro centralista porque era en Madrid donde se celebraba la final y así tenía un mejor sabor. La intervención de la presidenta madrileña no hizo sino añadir un punto de placer morboso al asunto y hacer entrar al trapo a los presidentes autonómicos con desvaríos mayores. Además de pitar a las instituciones, tuvieron el placer de personalizarlo en ella a través de los insultos dedicados a su persona. Hay gente que disfruta profundamente con estas cosas. Para que sus pitidos no se confundieran con los de la multitud, algunos los identificaron, como vemos en la fotografía de la izquierda. No vaya a haber confusiones.
Cuando las cosas están tan cantadas como lo del otro día, pasan a formar parte del programa de festejos, como lo era la pitada a Rodríguez Zapatero en el desfile del Día de las Fuerzas Armadas, la caza de ministros por manifestantes en ferias y saraos de inauguraciones, o la persecución de diputados, etc. Es la España jacarandosa que gusta de expresarse con estas formas. Divertido para algunos, pero ineficaz y poco educativo. La gente tiene derecho a gritar, pitar, etc. Sí, claro, pero ¿y qué? Con la que nos está cayendo cada día, con las alertas en rojo, y nosotros compitiendo a ver quién mete más ruido. Es una forma de entender la competitividad, desde luego.


Como en las crónicas taurinas, nuestro mundo se clasifica en “silencio”, “pitos” y “aplausos” y, como suele ocurrir, “división de opiniones”, que es el punto en el que unos meten tanto ruido aplaudiendo como los otros pitando. Como en los toros, el público no alquila las almohadillas para mantener el trasero en buen estado, sino para arrojarlo en cuanto haya ocasión. Es el respetable. Muerte en el ruedo y ruido en las gradas.

* "¿Subió TVE el volumen del himno durante la retransmisión?" El Mundo 26/05/2012 http://www.elmundo.es/elmundodeporte/2012/05/26/futbol/1338001005.html