sábado, 7 de abril de 2012

El aburrimiento tautológico

Joaquín Mª Aguirre (UCM)
El filósofo alemán Rüdiger Safranski —copresentador junto con Peter Sloterdijk del popular programa cultural de la televisión alemana “El cuarteto filosófico”— escribió en su obra «¿Cuánta globalización podemos soportar?» (2004) la siguiente observación:

El globo era antaño el símbolo del misterio que incitaba a pensar. Ahora lo global ha dejado de ser un misterio. Eso se debe a que nos movemos cada vez más en un universo hecho por nosotros mismos. En una civilización que se apoya en lo técnico y está entrelazada globalmente, el hombre tiene que vérselas cada vez más y en todo momento consigo mismo en exclusiva, es decir, con las huellas de su actividad, de manera que se mueve en el mundo de los propios signos. En consecuencia, se nos presenta el problema de que nuestro mundo de la vida esta encapsulado casi exclusivamente en la segunda naturaleza, en el mundo artificial. Eso engendra un aburrimiento especial. La vida humana se hace tautológica, eso en el caso de encontrar todavía huellas de su propia actividad. (91)

Rüdiger Safranski
La imposibilidad de encontrarnos con algo diferente más allá de nosotros mismos allí donde miremos es un efecto de ese entrelazamiento técnico del que habla Safranski. La tecnología nos ha extendido por el globo.
No es una globalización del misterio —un mundo de diferencias que puedo encontrar y en las que puedo pensar— sino, por el contrario, su conversión en rutina. Frente al descubrimiento del mundo como experiencia revitalizadora, se trata de una globalización reductora y unidimensional. Busca imponerse más que descubrir, obtener más que ofrecer.
El siglo XIX vio aparecer el nihilismo, el decadentismo y a esas formas poéticas de aburrimiento que eran el spleen baudeleriano, el ennui —el tedium vitae—,  para intentar alegrar la carne triste después de haber leído ya todos los libros, según los célebres versos de Stephan Mallarmé en su poema Brisa marina (“La chair est triste, hélas! et j'ai lu tous les livres”)**. Pero la “huida” que requería el poeta para sobrevivir, su preguntarse por los “pájaros ebrios” entre el cielo y el mar, ya no es posible en un mundo globalizado de esta manera. Ese barco en el que escapar —reclamado por Baudelaire, por Mallarmé—se ha convertido en un crucero de lujo en el que el aburrimiento se tiende en cubierta bajo capas de bronceador. Hasta que se despierta violentamente tras chocar con la costa. Un capitán que se aburre es un peligro.

La distinción mallarmeana entre la tristeza de la carne —sentimiento— y el aburrimiento intelectual, simbolizada por esa metafórica lectura de todos los libros, representa las dos caras de lo humano: la profundidad del tedio inconsolable, de cuerpo y alma. Tristeza y aburrimiento configuran esa doble penetración depresiva de la sociedad contemporánea, cuya culminación termina con el rasgo señalado por Rüdiger Safrinski: la imposibilidad del viaje. Si viajar es desplazarse de un lugar a otro, el viaje es ya imposible porque allí donde va, el hombre solo se encuentra a sí mismo o las huellas de sus acciones. Es como llegar a la Luna y descubrir tus pisadas. No hay aventura porque el “globo” ha perdido el misterio, se ha hecho pequeño y previsible. Solo el accidente rompe la rutina. Y los accidentes también se vuelven rutinarios.

Ahora la carne sigue triste, pero sin haber leído ningún libro. El nuevo tedio surge de la incapacidad de afrontar nuevos espacios e ideas, de la conversión en rutina por miedo a lo diferente. Los mismos signos en distintos lugares; las mismas ideas en distintos días. 
Las formas de viaje hacia el otro, el amor y el arte, naufragan en el egoísmo —usar a los demás para amarse uno mismo— y en el consumismo trivial de la "sociedad del espectáculo". El narcisista aburrido no siente la necesidad de comprender nuevos lenguajes. El que solo habla consigo mismo no los necesita. Y el amor y la cultura es aprender nuevos lenguajes para acceder a los otros.
Desparecido el mundo como variedad —convertido en escenario en el que se repite el mismo espectáculo— y la cultura como diversidad imaginativa, el tedio tautológico surge del aburrimiento inconfesable de nosotros mismos. Nos hemos encerrado en un espacio de espejos. Hay un mundo, pero no lo vemos; está tapado por nuestros propios y aburridos signos. La mejor forma de devolver el misterio al mundo es comprender que en cada rincón me aguarda lo diferente y que eso es lo que me hace crecer.



* Rüdiger Safranski (2004): ¿Cuánta globalización podemos soportar? Tusquets, Barcelona. [2003].

**
BRISE MARINE (S. Mallarmé)
La chair est triste, hélas ! et j’ai lu tous les livres.
Fuir ! là-bas fuir ! Je sens que des oiseaux sont ivres
D’être parmi l’écume inconnue et les cieux !
Rien, ni les vieux jardins reflétés par les yeux
Ne retiendra ce cœur qui dans la mer se trempe
Ô nuits ! ni la clarté déserte de ma lampe
Sur le vide papier que la blancheur défend
Et ni la jeune femme allaitant son enfant.
Je partirai ! Steamer balançant ta mâture,
Lève l’ancre pour une exotique nature !
Un Ennui, désolé par les cruels espoirs,
Croit encore à l’adieu suprême des mouchoirs !
Et, peut-être, les mâts, invitant les orages
Sont-ils de ceux qu’un vent penche sur les naufrages
Perdus, sans mâts, sans mâts, ni fertiles îlots…
Mais, ô mon cœur, entends le chant des matelots !




2 comentarios:

  1. La mejor forma de devolver el misterio al mundo no es la que tú sugieres al final de tu magnífico post. (Sí lo es, pero yo opino que hay que llegar más lejos)

    La mejor forma de devolver el misterio al mundo es luchar contra la la fuerza que lo ha hecho desaparecer, que muy acertadamente identificó Safranski en el título del libro al que te has referido.

    Enhorabuena por tu artículo y disculpa el tono tan cercano y desinhibido de mi comentario.

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  2. Gracias por el comentario (y por el tono). Efectivamente eso es cierto. Safranski distingue entre globalización y "globalismo", como forma económica y neoliberal de entender la expansión en el "globo". Lo que comentas va implícito en la solución porque es ese carácter circular (tautológico) el que causa los desastrosos efectos en todos los sentidos (económico, cultural y moral). Es el egoísmo el que hace ignorar (y que se ignore) a los demás, que son instrumentos a mis servicio y placer. Descubrir al otro como "otro" implica respetarlo en todas las dimensiones de la vida, individual y socialmente. Gracias de nuevo por el comentario. JMA

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