domingo, 15 de abril de 2012

Egipto o el viaje a ninguna parte

Joaquín Mª Aguirre (UCM)
Si la revolución egipcia del 25 de enero fue algo único, lo que está ocurriendo después no le va a la zaga. La decisión anoche de la Junta electoral de anular las candidaturas de Khairat el-Shater (el candidato de la Hermandad Musulmana, del Partido Libertad y Justicia), de Hazem Abu Salah Ismail (el salafista, del Partido An Nur) y de Omar Suleimán (el vicepresidente del derrocado presidente Mubarak) abre un panorama que tiene aspecto desesperanzador. Imagínese el lector español que nuestra Junta Electoral decide anular las candidaturas de Alfredo Pérez Rubalcaba y de Mariano Rajoy días antes de las elecciones generales.

Abu Ismail, Khairat El Shater y Omar Suleimán, los candidatos excluidos

Hace tiempo que el proceso de transición egipcio entró en vías muertas. Y ha sido así porque a la sinceridad de la revolución se opuso la doblez de todos aquellos, gobierno, ejército e islamistas que han actuado ocultando su agenda verdadera. En Egipto no se ha tratado de encontrar consensos, sino de engañar al contrario. Y eso comenzó con el propio Mubarak. Solo la firmeza de los resistentes en Tahrir consiguió llevar al sistema hasta un punto en el que se cortó su propia cabeza. Llevamos mucho tiempo señalando que Mubarak era una pieza importante, pero prescindible del entramado de intereses en que su régimen había convertido a Egipto. Mubarak era la marca, pero el aparato construido durante su régimen, superpuesto al militar ya existente y que le llevó al poder, se mantiene. Tampoco entraron en el proceso democrático con sinceridad los islamistas, hidra que Mubarak había alimentado para garantizar el apoyo de Occidente y mostrarse como un controlador del peligro.

El efecto fue que el pueblo egipcio entendiera la Hermandad como una especie de pureza antipolítica debido a su identificación negativa del poder. De hecho, la Hermandad no es un partido político porque ellos mismos no se lo consideran, sino que se ven como una especie de formación orgánica, natural, que representa la esencia unificada del islam, como una forma mundana (no política) de practicar la ley única. Es esta distancia entre ellos y la política la que les ha hecho ganar su prestigio entre la población de la misma forma que ganaba desprestigio el régimen que se decía “democrático”, amañando todas las elecciones,  y “justo” llenando el país de corrupción y las cárceles de disidentes torturados. Todos los males de la política se curan con más islam, con el verdadero, así llegaron a la gente, que por lo que tenía delante cada día durante décadas aprendió que “política” significa corrupción.

Solo desde esta perspectiva, es posible entender que el partido que gana las elecciones no sea más que una interfaz, una fachada de otra institución, y que se presente diciendo que no quiere ganarlas, que se presenta para poder tener voz; que diga que no va a presentar candidatos a la presidencia del país, etc. No es comprensible en ningún otro sistema político más que en Egipto. Sin embargo, sí son capaces de montar una cadena de tiendas  (Zad) por todo Egipto, en la que los empresarios de la Hermandad (incluido El Shater, según afirman en la prensa egipcia*) podrán vender sus productos. A las posibilidades de negocio, se suma el poder tener clientela asegurada (es más santo comprar aquí que allí) y el control de los productos que se pueden o no vender allí. Una forma de control social más. Si antes hacían negocios los amigos del régimen, ahora lo harán los del nuevo. Es la inercia.

A su vez, los políticos no pertenecientes ni al régimen de Mubarak ni a los islamistas, los “laicos”, eran denostados por ambos, convertidos por unos en agentes extranjeros y por otros en agentes del diablo. Esos eran los verdaderos enemigos de ambos: los que luchaban a la vez contra la dictadura política y contra el integrismo religioso, obstáculos ambos para lograr la modernización y democratización de Egipto. Por ello la distancia existente entre ellos y el pueblo se ha visto aumentada por el desconocimiento y la estigmatización. El crecimiento nacionalista ha tenido como objeto distanciar a cualquiera que pudiese tener contactos con el exterior, convirtiendo la situación política egipcia en claustrofóbica, como se ha podido constatar en la “crisis” de las ONG extranjeras, forma de impedir los apoyos desde el exterior frente al clientelismo local. Solo entra el “falso fondo” que llega de los contactos con los países del Golfo, hacia quienes miran los que quieren los apoyos económicos. Esos son "buenos hermanos", no extranjeros. Es la forma de dejar absolutamente aislados a los que no cuentan con los apoyos islamistas creados desde hace noventa años o los del entramado restante del régimen de Mubarak y los que tenían intereses en que perdurara para seguir sangrando al pueblo egipcio.


La “transición” egipcia se ha mostrado como un viaje a ninguna parte. No creo que pueda ser llamada transición porque no va a ningún lado, solo gira sobre sí misma en una lucha entre contendientes que confían en engañar a sus rivales. Y los rivales visibles son, ahora mismo, el islamismo y la Junta Militar, la SCAF. Los que estaban a la luz han pasado a la sombra y los que estaban a la sombra han salido a la luz. Nada que tenga que ver con el juego democrático, porque la democracia va más allá de unas elecciones. La lucha entre el parlamento islamista —que ha excluido  a las minorías en el debate constitucional y del que por ello se han retirado todos los partidos no islamistas— y el Ejército es ahora institucional. A las luchas de las calles, que van por un lado, le siguen las descalificaciones y anulaciones que  unas instituciones se lanzan contra otras. El final, acabe como acabe, no será bueno para Egipto porque habrá creado una fractura social y un desgaste institucional que hará inviable cualquier tipo de orden basado en un consenso. Egipto no podrá avanzar porque se desangrará en la lucha de unos contra otros. La frase publicitaria alemana para Egipto "auch friedliche Revolutionen sind möglich" (las revoluciones pacíficas son posibles) puede quedar como un recuerdo.

Al no haberse producido una auténtica revolución —el régimen sigue—, las leyes represivas se siguen manteniendo, incluidas las que determinan las condiciones de los candidatos presidenciales. Pero las nuevas también son restrictivas, no liberadoras. Así se legisla para el control de las comunicaciones o de la calle misma.
Esta vez los jueces —con la legislación existente en la mano— han repartido para todos: han invalidado la candidatura de El-Shater por tener condenas anteriores, es decir, porque  había sido encarcelado por el régimen de Mubarak; la de Ismail porque su madre tenía pasaporte norteamericano y Mubarak, quien pretendía que su hijo le sustituyera, no quería que los hijos de sus opositores en el exterior pudieran acceder tampoco al poder; y a Suleimán por carecer las firmas presentadas de los controles efectivos, algo que al general no le debió parecer preocupante porque se encargó durante años de amañar elecciones desde el poder.
Con todo, lo más preocupante es la transformación que se está realizando en el pueblo egipcio, al que se le está llevando de una apatía ante el poder a una creciente tensión que hace casi tener que pedir turnos para poder manifestarse en la plaza de Tahrir. Las redes sociales, por ejemplo, que jugaron un papel importante en la revolución de enero, están siendo colonizadas por aquellos que han aprendido a utilizarlas con otros fines, extendiendo el control y vigilancia social más allá de las calles. La involución en temas relacionados con la igualdad de las mujeres, los juicios militares constantes, el creciente sectarismo religioso, etc., son algunas de las líneas  negativas que han avanzado desde la revolución gracias al desplazamiento de sus ideales y a la sustitución por los ultraconservadores religiosos, que han recrudecido su imposición de cómo debe ser o comportarse cualquiera que esté entre las fronteras.
No puede acabar bien esto. Todo lo que la revolución supuso de integración e impulso renovador se ha perdido en su mayor parte. El acoso se ha extendido ahora a aquellos que salieron a hacer lo que no se había hecho durante décadas: enfrentarse al régimen dictatorial. Los que se aprovecharon de ellos, ahora reniegan y los acusan de agentes extranjeros o desestabilizadores. Por este camino, no se va a ninguna parte. Los mártires no murieron por esto. El "Bienvenidos a la libertad" que alguien ilusionado dibujó en el suelo de Tahrir tendrá que esperar.

* "Muslim Brotherhood to launch chain store". Al-Masry Al-Youm 14/04/2012
http://www.egyptindependent.com/news/muslim-brotherhood-launch-chain-store


El Shater, candidato de la Hermandad Musulmana

Abu Ismail, candidato salafista


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