domingo, 4 de marzo de 2012

Estaban allí

Joaquín Mª Aguirre (UCM)
Una de las grandes batallas en la vida es convencer a los que te rodean de lo sano de tus pasiones, que para muchos son meras obsesiones. Ray Wilson logró hacerlo. Y su pasión —según nos cuenta The Washington Post*— fue la fotografía. Desde 1975 en que se compró una cámara, quiso documentar a cualquier personalidad relevante o actividad de la comunidad negra de la que tuviera noticia, quiso convertirse, como señala el diario, en un “testigo de la historia negra”.

“I wanted to be involved in the history,” said Wilson, 76, a retired Navy chief petty officer. “It wasn’t about the dollars and cents. I was just so enthusiastic about the things that were happening. Being able to document our people and this history was a gift and a joy. I didn’t know where it was leading when I started; I just enjoyed doing it.”*

En un mundo que considera que todo se basa en el cálculo y el beneficio, el entusiasmo de Ray Wilson por convertir en testimonio fotográfico el mundo que le rodeaba nos hace pensar en nuestras carencias. Wilson fotografío todo lo que pudo: personalidades y gentes comunes, celebraciones familiares y grandes acontecimientos. Wilson estaba allí.


La expresión “estar allí” adquiere en el caso de Wilson tintes especiales. La vida es distinta cuando estás allí y no simplemente estás. Wilson tenía una misión y un compromiso: documentar su mundo. Su estar no era un simple y monótono estar. Con ese sentido que había dado a su vida, todo quedaba ya bajo el filtro de la pasión.
Las últimas fotos de Ray Wilson datan de 2004, año en que comenzó a quedarse ciego. Hoy no ve absolutamente nada. La foto que le hubiera gustado tomar, la del primer presidente negro de los Estados Unidos —nos cuentan en el reportaje— la realizó su nieto. La casa está llena, inundada de fotos. Los sótanos contienen más, señala su esposa a los periodistas que le entrevistan. Wilson ha donado las fotos a diferentes instituciones que se las han solicitado y recibirá un homenaje en este mes. Su obra, fruto de treinta años de pasión, es un memoria gráfica que no se puede desperdiciar. Una parte importante de la lucha por los derechos civiles en USA está en sus fotografías. Él estaba allí. 

Wilson mantiene en la memoria cada una de las fotos realizadas. Cuando le mencionan una, da detalles de ella. La pasión con que las realizó hace que todas ellas formen parte de su mundo interior, porque Wilson amaba el mundo que fotografiaba. No era un mundo agradable muchas veces, pero él estaba allí.
Hace unos días hablamos en clase sobre el caso del fotógrafo sudafricano Kevin Carter, quien logró el premio Pulitzer por una controvertida fotografía: la de una famélica niña rondada por buitres en un campamento de Sudán durante una terrible hambruna. La publicación de la foto por The New York Times en 1993 desató oleadas de llamadas para interesarse por el destino de la niña. Carter contestó que su trabajo era tomar la foto y que se había ido. Kevin Carter se suicidó al año siguiente.
Me ha llamado la atención el contraste entre dos hombres que vivieron la fotografía y el mundo de dos maneras diametralmente opuestas. La nota de suicidio de Carter —quien sumido en una profunda depresión, se encerró con su coche con el motor en marcha y murió intoxicado por los gases— es reveladora:

 I am haunted by the vivid memories of killings and corpses and anger and pain...  of starving or wounded children, of trigger-happy madmen, often police, of killer executioners... 

Esa memoria plagada de imágenes que le atormentaban, un auténtico infierno visual del que no se podía desprender, contrasta con la memoria de Ray Wilson. La indiferencia de Kevin Carter, criado en una sociedad que había hecho del apartheid su forma de vida, contrasta con el entusiasmo de Wilson por documentar un mundo en el que la comunidad afroamericana va tomando un creciente protagonismo y liberando barreras. Uno y otro tenían sus mentes llenas de recuerdos fotográficos. La diferencia esencial es que uno disfruta con sus recuerdos y el otro no lograba olvidar.
Escribió Susan Sontag —en Ante el dolor de los demás— que en la fotografía se reducen las distancias entre el aficionado y el profesional debido al azar, al estar allí en el momento adecuado. Pero hay otras diferencias más allá de la suerte de lograr la foto instantánea y atrapar el momento, algo que no tienen que ver con la profesión.
Ambos estaban allí, pero el sentido de estar era muy diferente en cada caso. La indiferencia ante el mundo se acaba volviendo desesperación, vacío angustiado. Wilson era un testigo ilusionado de la historia; su entusiasmo y compromiso guiaba su mirada. Carter pasaba por allí.

* “D.C. photographer chronicled a host of African American firsts”. The Washington Post 3/03/2012  http://www.washingtonpost.com/local/dc-photographer-chronicled-a-host-of-african-american-firsts/2012/03/02/gIQAo9CBpR_story.html



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