sábado, 24 de marzo de 2012

Comentarios

Joaquín Mª Aguirre (UCM)
Los medios digitales han abierto la posibilidad de opinión y diálogo de los lectores a través de los comentarios. Este es uno de los ejes —la interacción— de la sociedad mediática y los nuevos medios gracias a las tecnologías digitales. No puedo dejar de sentir frustración (y vergüenza, en muchos casos) cuando leo algunos de los comentarios que suscitan las noticias, sean del tipo que sean.
No es cuestión solo de la información política, aunque en esta se acrecienta. Tras el segundo comentario, en un artículo sobre ciencia en un diario español, ya no había más que insultos y descalificaciones. Lo que era una simple exposición de un tema científico, sin más polémica, se convertía en el rosario de la aurora. En resumen, una demostración de la incapacidad de dialogar más allá del desprecio y el exhibicionismo narcisista de los comentaristas enzarzados en la discusión. No era ni fútbol ni política.  Me resultó chocante que el público, que había dedicado tiempo a leer ese artículo, se comportara así. Algunos medios han comenzado ya  a eliminar comentarios. Los que quedan visibles nos hacen preguntarnos por lo que contenían los borrados, porque no mejora mucho la cosa con los restos visibles.


Es preocupante el tono y lo es por varios motivos. El primero de ellos es pensar que ese tipo de reacciones pudieran ser inducidas por el propio tono de los artículos. ¿Son los medios responsables de calentar a sus lectores, de sacar lo peor de ellos?

Es indudable que algunos medios españoles han elegido una forma de hacer periodismo más agresiva y con un tono beligerante permanente que busca hacerse con un tipo específico de lectores emocionales. Es una estrategia peligrosa. ¿Es esta agresividad selectiva la que nos convierte en miembros de unos grupos, lectores de unos medios, etc.? Puede que la respuesta sea sí, pero no creo que sea esto lo que está en el trasfondo de los comentarios de los medios.
Es más preocupante pensar que ese pudiera ser el tono social de las respuestas a los problemas. Los comentarios racistas, xenófobos, machistas, intransigentes, etc., afloran con una frecuencia que hace daño a la vista. Es realmente penoso encontrarse con esos comentarios. La libertad de expresión es esencial, pero es deprimente lo que nos revela. Nos retratamos en ella. No me preocupan los comentarios en sí, son de quien los hace; me preocupa lo que nos muestran de intransigencia, mala educación, prejuicios y odios latentes que surgen como rayos fulminantes en cuanto que se brinda la ocasión. Y los comentarios a las noticias ofrecen esa oportunidad.


Tras el calentamiento informativo, los periódicos han tenido que acabar filtrando los comentarios porque llegan a tener un carácter apologético de delitos o son incitadores de los peores aspectos sociales.
Podemos pensar, de forma contraria, que esos comportamientos existen y que solo van buscando la forma de hacerse públicos, de aflorar. Lo que nos lleva a otra cuestión: ¿deben convertirse los medios en receptores de esas corrientes negativas? Cuando los medios eran exclusivamente verticales, por utilizar la metáfora espacial tradicional, eran responsables de todo lo que se publicaba porque su control sobre cada letra era absoluto. Con la horizontalidad y sus automatismos, el medio se convierte en recipiente o escaparate de cosas que no controla y de las que no se responsabiliza ni con las que probablemente se identifica. Aunque eso sea así, ¿no le pasa factura? Ser utilizado para difundir ideas negativas o delictivas, ¿no implica una responsabilidad también?

Lo que inicialmente tenía por función poner en contacto a los medios con sus públicos, a los profesionales con sus lectores, superar las barreras anteriores, se ha convertido en algo diferente. Los profesionales se retiran discretamente y evitan polemizar y los medios tratan de paliar sus efectos negativos.
Es indudable que un periódico no genera una buena imagen acogiendo expresiones de este tipo. Cuando uno lee un periódico (u otro medio) entra a formar parte de una cierta comunidad, se identifica con el resto de los lectores al haberlo seleccionado como fuente informativa. Se elige el medio y esa elección es común. Por eso choca tanto encontrarse con lectores tan dispares, con opiniones tan alejadas de las propias. Quizá sea, ante la evidencia, una falacia pensar que todos los lectores son no ya iguales, sino simplemente parecidos, dada las disparidades tan apabullantes de principios y comportamientos que unos y otros exhiben.

El coste en imagen para el periódico es grande. ¿Cómo llamarse progresista, moderado, etc., cuando tus lectores insultan, piden la muerte de las personas, comunidades o religiones enteras, mandarían a la hoguera a cualquier personaje público, etc.? Desde el punto de vista del profesional, tampoco debe ser muy gratificante ver este tipo de reacciones antes las informaciones que elaboras. Más bien una gran frustración, cuando no rabia.
Cualquier texto es bueno, cualquier acontecimiento sirve de excusa para dar salida a lo peor. Y esto ocurre en el deporte y en la cultura, en la política nacional o internacional, en la ciencia o en la meteorología, da igual. Lo preocupante es que revela un fondo social de permanente enfrentamiento, intransigencia e incapacidad de canalizar cualquier tipo de debate o diálogo. Preocupante.
Cabe, como consuelo, pensar que hay muchos otros lectores —la mayoría, deseo— que se mantienen en silencio y evitan entrar en esas zonas ruidosas. Es muy triste que el resultado de todo esto fuera que las personas que pudieran tener algo interesante y valioso que decir no lo hagan por temor a ser atacados o por desprecio y aburrimiento ante lo que leen.


Sin ir más lejos...

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