domingo, 19 de febrero de 2012

Xiaoju y su abuelo

Joaquín Mª Aguirre (UCM)
Por más que se estudien los libros de historia y de economía, en ningún sitio se puede aprender más sobre la economía china que en sus telenovelas. Ya sean aquellas en las que nos  presentan a los funcionarios del emperador que se suicidan porque nos son capaces de devolver las deudas que contraen con el estado al recaudar los impuestos o en las modernas, que nos muestran a jóvenes enfrentados a dilemas sobre el beneficio empresarial y sus límites, las telenovelas chinas son siempre ejemplares y didácticas.
Hace apenas unos segundos acabo de asistir asombrado a la apasionante discusión entre Xiaoju y su abuelo. Xiaoju —la gerente Mi para sus empleados— es una joven con un deseo ferviente de hacer dinero. Su abuelo, que se ha enterado de que les han cerrado la tienda por tres meses y les han puesto una fuerte multa por vender ropas de baja calidad, va a visitarla en su doble condición de abuelo y accionista. Se ha enterado de que ella ha emprendido caminos peligrosos que conducen a la multa y el deshonor. Las contestaciones que Xiaoju le da a su abuelo dejan la cara del anciano de piedra. La muchacha le dice que cómo va a competir con la ropa que llega del extranjero, con grandes inversiones en publicidad y hasta con artistas promocionándola. En vista de lo cual, Xiaoju se ha dedicado a la venta de dudosos pesticidas y fertilizantes, diversificando el negocio. El abuelo le replica que un negocio necesita de al menos diez años para consolidarse. La joven emprendedora contesta que para ella el dinero es lo más importante y que el tiempo para ganarlo debe ser el menor posible: si se hace rica en tres años, mejor que en cinco. Cuando el abuelo abandona la moderna oficina de su nieta, esta se estira en su cómodo sillón ergonómico, pone sus brazos tras la nuca, suspira y exclama: «¡Qué barbaridades digo!»

Como puede apreciarse, nada que ver con los culebrones venezolanos, colombianos o mexicanos. Una telenovela china es siempre, ya nos cuente el reinado del emperador Yonzheng (basada en una novela de Er Yuehe), un matrimonio “contemporáneo” (uno del campo y otro de la ciudad) o los problemas que se plantean los jóvenes leones de la segunda economía mundial, la aplicación del “instruir deleitando”. Nada del “arte por el arte”. Pedagogía pura y dura. Economía a raudales, defensa de las reglas de juego para evitar que China se llene de 1.600 millones de chinos individualistas, que en grupo se pueden mantener controlados, pero que si van por libre ¡la que se puede montar!


El abuelo accionista mayoritario se queja de que Xiaoju ha olvidado el consejo más importante que él le dio cuando la familia se volvió una unidad ganancial: la moral. Lo más importante es mantener sus principios y no dedicarse a adorar el dinero. Xiaoju va por el mal camino, por el camino de las multas y cierres, y el desvarío sentimental, porque no dejamos de estar en una telenovela y todo esto, sin amores frustrados unos y recompensados otros, no funciona. Xiaoju define, en frase memorable (¡bravo por los guionistas!), lo que para ella es el camino del capitalismo: multas y fraudes. Aquí la mano invisible lleva guantes para no dejar huellas.

Xiaoju no tiene ningún interés en ser feliz, algo difuso y cambiante, sino en ser rica, y con el vertiginoso desarrollo del capitalismo chino, descubrirá muy pronto que los ricos chinos también lloran.  A Xiaoju le da igual llorar mientras lo haga cómodamente. Lo importante no es que la princesa esté triste; lo importante es que es princesa. Ella quiere entrar lo antes posible —como algunos de sus conciudadanos lo hacen cada año— en la lista Forbes de los superricos, y si para ello tiene que contaminar toda China con sus fertilizantes y pesticidas fraudulentos le da igual. La joven emprendedora Xiaoju ya había advertido a su abuelo que entre el ideal que este le proponía y la realidad que tiene delante, se queda con lo que sus ojos ven y sus manos tocan, y que si la expulsan del paraíso, siempre le quedarán los paraísos fiscales.
Probablemente, tras las múltiples charlas con su abuelo accionista, los desengaños amorosos, las multas constantes y —sobre todo— que la serie es estatal, Xiaoju descubrirá que el dinero no trae la felicidad, pero que es casi lo único que no consigue.




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