martes, 7 de febrero de 2012

Siria y la experiencia de las revoluciones

Joaquín Mª Aguirre (UCM)
La familia Al Asad
El avance de la situación de Siria hasta convertirse previsiblemente en una nueva Libia es muy preocupante. Cada nueva experiencia condiciona las posteriores y, tras los casos de Túnez y Egipto, todo ha cambiado. 
Túnez condicionó a Egipto, cuyos resultados están a la vista. La experiencia de lo que había ocurrido allí, la salida por pies del dictador y su familia, obligó en Egipto a la variante del dictador que se queda y es sacrificado, como si de una pieza estratégica del tablero se tratara, por lo poderes reales, los militares, y su entramado económico, público y privado. Se vio que el todopoderoso Mubarak era la punta del iceberg, el corcho de la botella de champán que sale despedido con gran ruido. El tapón se fue, pero la botella sigue en las mismas manos. Las resistencias interiores de la dictadura son más fuertes de lo que se pensaba y siguen en la creencia de que pueden burlar a los movimientos sociales camuflándose o pactando con fuerzas políticas que continúan creyendo que el poder es algo que se decide entre cuatro compartiendo un té.

Gadafi y su familia también aprendieron de lo ocurrido en Túnez y en Egipto y decidieron no irse —ni ser desplazados del poder—, sino resistir a muerte. Decidieron exterminar a su enemigo antes que verse desposeídos de poder y fortuna. La única alternativa que dejaron fue la terrible guerra civil como respuesta al exterminio emprendido por un ejército de mercenarios reclutados por toda África.
Aquí también se aprendió. Y mucho. China y Rusia vieron cómo se reinterpretaba la resolución de la Naciones Unidas y que una “zona de exclusión aérea” servía para dar la vuelta a una guerra sin necesidad de pisar el suelo.
Las dos potencias apoyaban entonces a Gadafi y hoy lo hacen con Bachar Al Asad. No cometerán de nuevo el error de aprobar una resolución que posibilité el ataque a su aliado sirio. Y eso lo pagará el pueblo en muertos, represión y terror. A Al Asad no le interesa ninguna alternativa para algo que ya no tiene arreglo, que ha dividido al país. Solo le interesa mantenerse en el poder y desprenderse de cualquier oposición. La paz de Al Asad es la de la tierra quemada. No hay otra.
El gobierno de Siria ha aprendido de todos los casos anteriores y Al Asad está masacrando a sus ciudadanos a sabiendas de que tiene las manos libres mientras no cometa los errores de los Ali, Mubarak o Gadafi. Veremos como cuál de los tres acaba.
El aprendizaje no es solo de Siria, como decimos, sino de Rusia y China, que también han aprendido que se deben mantener los vetos en el Consejo de Seguridad para dar tiempo al aliado y cliente —en cualquier caso, enemigo de sus enemigos— a limpiar las resistencias. Ni en Rusia ni en China, con pocas diferencias, hay opinión pública que les recrimine su complicidad en los crímenes de Al Asad.

El argumento expresado por el Ministro de Exteriores ruso, Lavrov, es de un cinismo sangriento. Se reprimen violentamente las protestas pacíficas y cuando el pueblo se arma y defiende para evitar ser masacrado, cuando los oficiales y soldados desertan del ejército del dictador, avergonzados por lo que tienen que hacer —tal como ocurrió en Libia—, el argumento es que ahora hay “dos partes” y se debe pedir el alto el fuego a ambas. ¡Vaya ejercicio de hipocresía internacional!
Sorprendente, pero un ejercicio habitual en la política exterior rusa, en un momento en el se queja de que les están organizando a ellos, desde el exterior, las protestas en casa por el fraude electoral denunciado por toda la oposición. A final pagan los sirios en sus carnes los votos fraudulentos que lleven a Putin al gobierno. Así es la política internacional, el arte de sumar peras y manzanas.
Presenta la situación siria la paradoja de ser para China y Rusia un asunto interno, una guerra civil, mientras que para Al Asad es un conflicto internacional, ya que no reconoce que las personas a las que está matando sean sirios, sino que son agentes extranjeros empeñados en la destrucción del país, el argumento de favorito de los Mubarak, Gadafi, Saleh e incluso Vladimir Putin, quien se queja de maniobras internacionales para cuestionarle la limpieza de sus elecciones, un prodigio de limpieza.


No sabemos cómo acabará la situación en Siria, aunque no es difícil intuirlo a la vista de las experiencias anteriores. Pero sí sabemos que hasta el momento son más de seis mil los muertos con los que el régimen dictatorial trata de resistir a los cambios que se han solicitado por todo el mundo árabe y a los que su pueblo parece no tener derecho.
Nuestra solidaridad y apoyo desde aquí con aquellos que sufren violencia y persecución.


Manifestación de ciudadanos sirios en la Puerta del Sol de Madrid, enero de 2012


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