sábado, 18 de febrero de 2012

Payasos y circos: la quema del emperador

Joaquín Mª Aguirre (UCM)
"Se ha demostrado que no sólo se puede enjuiciar a los payasitos, sino también a los dueños del circo", ha señalado ese profundo conocedor del gremio —posee sus propios espacios radiofónicos y televisivos y dirige su propio "circo"— que se llama Rafael Correa, presidente reinante de Ecuador. No creo que se ofenda porque le apliquen a él los mismos campos profesionales que él aplica a los demás. Correa es un hombre con un micrófono.
El problema de Correa y sus correazos es que no le molesta un periodista, un director o un medio específico. Lo que le molesta es la mera posibilidad de ser objeto de crítica. Para el presidente, el hecho de que puedan ser criticadas sus actuaciones le resulta una ofensa. Y esa ira personal se transforma en ira institucional, la de la presidencia del país, envolviendo a las demás instituciones, contra la prensa. Lo que le molesta no solo es que se hable de él; le molesta simplemente que otros hablen. Correa es un político más de la escuela verborrágica latina, la de los que les gusta el micrófono, intimidar y cantar boleros o rancheras, según el día; tener su propio canal y recibir los aplausos enfervorecidos de personas que se derriten y deleitan con sus ataques a los demás.

El que Correa llame “payasos” a los periodistas y “circos” a los medios —y les ha llamado cosas peores—, nos da la medida del tipo de político que es y, lo peor de todo, del tipo de país que quiere. Su caudillismo es, como el del mismo grupo con el que se identifica, narcisista, exigente de que la única voz que se escuche en el país sea la suya, suyos los únicos análisis de la realidad, y suyos los únicos chistes que han de ser reídos.
Lo peor de Correa es su mala pedagogía. Con sus insultos, amenazas y descalificaciones a la prensa (en realidad, a todo el que le lleve la contraria), está maleducando a todos aquellos que consideran que así se gobierna. Correa es un freno a la mentalidad democrática, además de a la democracia misma. Si la democracia es diálogo, con Correa es insulto.
Son estos personajes los que acaban cercenando las posibilidades de una democracia real en la que la actuación política pueda ser criticada. El problema no es que Correa se sienta injuriado y vaya a los tribunales, algo que siempre podrá hacer si considera que lo ha sido injustamente. El problema real es el ataque y descrédito contra lo que significa el papel de la prensa en un sistema democrático.


Se dice de Ecuador que la verdadera oposición no se hace en el parlamento sino en la prensa. Con sus ataques, Correa quiere quedarse solo, como voz única, como solitario y omnipotente intérprete de una realidad que controla a su gusto. Como rezaba el título que Correa puso a una obra reciente “Ecuador: de Banana Republic a la No República”. Efectivamente, ese ha sido el tránsito, dada la anulación que de la República está haciendo con su personalismo autoritario.


Uno de los males que se señalan derivados de este modo permanente de intimidación es la autocensura, el miedo de la prensa a hablar de lo que tiene delante. Al final queda una sociedad temerosa de criticar lo que observa o, simplemente, de contradecir a un presidente visionario en su concepción del futuro hacia el que hay que caminar y al que todos se ven arrastrados por temor a ser atacados o encarcelados. Los periodistas y directivos de los medios han pedido asilo en otros países o han abandonado Ecuador, como es característico de las dictaduras. Los suyo es más sutil, pero igual de efectivo.

Para Rafael Correa el país es un gigantesco patio de butacas en el que los ciudadanos están asistiendo a la representación del monólogo teatral de un actor eterno. Cualquier voz discordante, le molesta.
El 31 de diciembre es costumbre de los ecuatorianos, como despedida del año, quemar monigotes. Este año, Rafael Correa presidió la quema de su propio monigote** como demostración de que no existía, como muchos comentaban, censura o miedo a representarlo y quemarlo en efigie. Como demostración se mostraron imágenes de los puestos callejeros en los que se podían encontrar los monigotes para la quema. La representación popular de Correa lo presenta —como no podía ser de otra forma— con un micrófono en la mano. Correa es en realidad un telepredicador político. Puede que no se parezca mucho, pero es el micro el que lo identifica. También, este hombre que considera los medios como un circo, tiene el suyo propio. Y no quiere competencia. El periódico que el monigote aprieta en su mano, y se quemará con él, lo muestra.

Correa y su "monigote": micrófono y periódico en cada mano
El simple hecho de que sea Rafael Correa quien prenda fuego a su propia imagen nos muestra lo contrario de lo que pretendía, que solo él está autorizado a hacerlo o que los demás solo lo pueden hacer porque él lo hace. El discurso que se realiza con la quema, lo aprovechó Correa, por supuesto, para hacer una sátira de sus rivales políticos.
El emperador quema su propia efigie porque nadie más que él puede hacerlo sin riesgo. Quizá su visión de los medios como un circo le convierta a él en quien decide con su imperial pulgar quién vive y quién no. Payasos o leones, todos son circos.

*  "La sentencia contra el diario 'El Universo' tensa la relación de Correa con los medios". El Mundo 17/02/2012 http://www.elmundo.es/america/2012/02/17/noticias/1329500349.html
** “Correa despide el año quemando su propia imagen”. El Universal (México) 31/12/2011  http://www.eluniversal.com.mx/notas/819612.html



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