viernes, 17 de febrero de 2012

La intolerable caricatura: el aceite y el agua no se mezclan

Joaquín Mª Aguirre (UCM)
El aceite y el agua no se mezclan
Alemania puede parar su maquinaria productiva, pero no su maquinaria ciudadana. Estamos tan empeñados en valorar todo desde la economía o la imagen que olvidamos que las diferencias entre aguantar a un Berlusconi o a un Christian Wulff las marca la ciudadanía. Los alemanes no han tolerado un presidente que deteriora su imagen pública. Están históricamente escarmentados.
Nunca había pasado algo así en la República y hacen bien en acabar rápidamente con un político por el que no se consideran representados en un sentido profundo, el que va más allá de su legitimidad electoral. Los votos se depositan en las urnas cada cuatro años, pero cada día está el plebiscito de la representación, la honestidad y la efcicacia. Los alemanes lo saben:

“Responder de manera poco sincera a muchas cosas, no es posible para un jefe de Estado alemán…, ser la caricatura que hace reír en todas las emisiones, no es conveniente para un jefe de Estado”, señala una alemana.*

No son declaraciones de nadie en particular, no es ningún filósofo político ni un sociólogo, simplemente son las palabras de una ciudadana alemana consciente de lo que significa ser “ciudadana” y “alemana”. Ese conocimiento es más eficaz que las fábricas alemanas o sus patentes, porque es lo que realmente está detrás de su éxito, algo previo a todo lo demás. En Alemania no hay “milagros”: hay seriedad.
Esta ciudadana que se detiene ante un micrófono lo explica con claridad, cualquier alemán lo entiende. A lo mejor otros no, pero ellos sí. Por eso dimitió el ministro Karl-Theodor zu Guttenberg, porque los alemanes no soportaban que un ministro de defensa fuera conocido como “Googleberg” o “doctor corta-y-pega”. Un ministro del que se duda de si ha hecho o no su tesis doctoral no puede ser ministro alemán. No en Alemania, no puede representarles.
Hemos visto hace unos días aquí un caso, el de los expedientes académicos “engordados” o retocados por algunos políticos españoles. Ese es el salto que debemos dar: de meternos con unos o con otros, a considerar intolerable que un representante del Estado español envíe un currículum retocado a instituciones europeas u otro haya estado varios años haciendo creer que era licenciado en medicina. A los alemanes se les cae la cara de vergüenza, sean del partido que sean. Aquí nos hace gracia o no según el partido. ¡Y maldita la que tiene!


Es preocupante que la política atraiga cada vez más a personas que lejos de servir a los demás se sirven de sus puestos para conseguir fortunas para ellos y sus familias o amigos, para tener privilegios en los créditos o conseguir que les invite. Aunque las distancias son grandes con las dictaduras, cada vez aparecen más casos de estos en las democracias consolidadas o jóvenes, como la nuestra. Por aceptar invitaciones, privilegios, tratos de favor, etc., ya han cesado o dimitido ministros en Francia, Alemania, Reino Unido. No me molesto en comentar el caso de Italia con Berlusconi. En Brasil, la presidenta Rousseff lleva aceptadas siete dimisiones por corrupción desde que llegó al poder, todo un récord. Esto es en los sitios donde por estas cosas se dimite, claro. En otros es el pan de cada día.



La política es algo muy serio, algo más allá de la socorrida capacidad de gestión, liderazgo, etc. Exige honestidad y servicio, palabra que incluye muchas renuncias y no solo a la vida familiar, como algunos  señalan compungidos. El político se debe sentir honrado por ser elegido y los electores se deben sentir honrados por sus actuaciones. El político tan solo preocupado por permanecer en el poder o sus antesalas no es un buen ejemplo ni, muchas veces, un buen político.

Hace mucho tiempo, hablamos en este blog de la importancia del ejemplo en la política frente a la artificialidad de la imagen, de la necesidad de incorporar personas ejemplares a la política. Ejemplares significa que actúan bien y que mueven a otros a actuar igual.
Cuando el presidente alemán no da ejemplo a su pueblo, su pueblo le da ejemplo a él exigiéndole su dimisión y recordándole que está ahí para representarles y no para convertirlos en el hazmerreír internacional.
La caricatura del comienzo —del Frankfurter Allgemaine— nos muestra a un Christian Wulff intentando mezclar la corrupción del aceite con la transparencia honesta del agua en una copa. No es mal simbolismo.

* "Sorpresa y satisfacción tras la dimisión de Wulff". Euronews 17/02/2012 http://es.euronews.net/2012/02/17/sorpresa-y-satisfaccion-tras-la-dimision-de-wulff/




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