miércoles, 29 de febrero de 2012

Patria, padre, santo patrón

Joaquín Mª Aguirre (UCM)
La imagen de un Hugo Chávez situado junto a Simón Bolívar y Cristo con la que El País* nos sorprende hoy es profundamente reveladora de la situación de Venezuela y, más allá, de una forma de entender y hacer la política.
El encadenamiento de “liberadores” y “salvadores”  religiosos y políticos nos muestra el carácter mesiánico adoptado por Chávez en su propia persona. La exaltación constante de la  figura de Simón Bolívar no era más que una forma de exaltar la suya. En su peculiar síntesis política y religiosa, Chávez es la última figura enviada a la Tierra por la Divinidad: Cristo, Bolívar y él. Hugo Chávez ha conseguido convertirse en una figura cuya aparición no es fruto de la decisión de un pueblo, sino de la Historia misma, una Historia con un sentido transcendental de liberación cuyo final es él. Religión y política coinciden en su persona, Bolívar, Marx y los evangelios, todo apunta hacia él.


Desde el punto de vista político, la justificación de su presencia en la tierra es la liberación de los pueblos americanos y, como el fundamentalismo que trata de reconquistar los imperios perdidos, Chávez tiene en mente la “patria americana” que su doctrina bolivarista anhela. Para Chávez, como para cualquier profeta, las fronteras no son más que absurdos obstáculos terrenales a la misión divina encomendada.

Cómo los delirios personales se convierten en obsesión colectiva es uno de los grandes misterios sociales. La sintonía con Muamar El Gadafi no era casual, pues obedecen a un mismo patrón psíquico y político, el deseo de poder y adoración. Hay mesías discretos y los hay exhibicionistas. Los mesías políticos necesitan del amor y del temor intensos, necesitan la conexión sentimental con sus pueblos. Por eso la enfermedad que le aqueja es ocasión de vínculo y exaltada como una forma de demostrar al mundo que está por encima de él. La leyenda que corona el mural reza: “¡He resucitado! Patria, Socialismo o Muerte. Venceremos”. Increíble síntesis de las tres figuras en un enunciado. Tres personas y un solo mensaje.
La trinidad chavista —Cristo, Bolívar, Chávez— busca convertir su propia enfermedad en Calvario en prueba de la excepcionalidad del mandatario, ya sea venciendo a la muerte, ya sea legando el ejemplo del martirio en el que se convierten sus sufrimientos. La enfermedad es prueba, sufrimiento por la causa. Los autores del mural traducen en imagen el sentimiento mesiánico y salvífico de su figura. ¡He resucitado!


Esta forma de hacer política aleja de una sociedad madura. Este tipo de socialismo envuelto en mesianismo, en autoritarismo porque quienes se oponen a él o a sus ideas van en contra de la Divinidad, es puro fundamentalismo emocional, lo último en que debe convertirse un sistema político, en la apelación constante a la irracionalidad como motor de las acciones. Un sistema así no busca el crecimiento de un pueblo sino su sumisión emocional y primaria a una figura que se presenta como el “padrecito” de la patria, como el enviado en cuyas manos está el destino depositado. Patria, padre, santo patrón.

Hace unos días criticábamos aquí los “desayunos” de Rick Santorum con Dios como una forma de manipulación mesiánica intolerable por degradante en un sistema democrático. Chávez va más allá y se convierte en el intérprete y depositario del cristianismo y del bolivarismo, que no son más que versiones temporales, a su juicio, del mismo mensaje que él aplica hoy al país. Mezcla de cuartel y monasterio, Venezuela vive la exaltación de esta figura sin límites en sus planes, sin fronteras en sus intrigas, sin pudor en su narcisismo. 
En las sociedades autoritarias, los retratos de sus presidentes salen de los despachos oficiales e inundan las calles mirando a sus ciudadanos  como santos patronos a los que hay que reverenciar y cuya mirada está fija en ti en todo momento. Presencia obsesiva, logran así la omnipresencia divina a través del mural y del cartel.
La fractura mental que ha producido en la sociedad es grande porque no hay término medio. No existe más que conmigo o contra mí.

* "Chávez supera una tercera operación en Cuba y está en "buena condición física"" El País 28/02/2012 http://internacional.elpais.com/internacional/2012/02/28/actualidad/1330458392_048833.html




martes, 28 de febrero de 2012

China y la invasión de las telenovelas

Joaquín Mª Aguirre (UCM)
Lo veíamos venir. China no acepta de buen grado las telenovelas que le vienen de fuera. Les parecen —probablemente con razón— chabacanas, fantasiosas, consumistas, romanticonas… y adictivas. Los dirigentes chinos han empezado la poda de programas con un toque excesivamente occidental y perverso, por ejemplo, Super Girl, la exitosa versión de Operación Triunfo (es decir, de American Idol).* Empiezas votando un cantante y terminas queriendo votar presidentes. China ha llegado a un punto de desarrollo que no necesita copiar a Occidente y eso es lo que tratan de expresar con su sentimiento nacionalista. Eso es lo que expresaba Xulio Ríos, director del Observatorio de la Política china, en un artículo publicado en enero: China se ha vuelto nacionalista y ha perdido sus complejos respecto a un Occidente que cada vez le parece más contradictorio, pequeño y débil. Ríos señaló:

El nacionalismo se ha ido fortaleciendo en este siglo como resultado inevitable de un doble proceso. En primer lugar, la conflictiva relación con Occidente a raíz de sus intentos de limitar la soberanía china o de condicionar su reemergencia. En segundo lugar, ante la necesidad de construir un discurso aglutinador de un universo chino fragmentado, superador de los vacíos ideológicos del presente pero igualmente capaz de justificar duros sacrificios en aras de culminar el horizonte estratégico de la modernización.**

En este sentido, el nacionalismo chino tiene  las mismas causas que allí donde se da: reforzar la cohesión interna y distanciarse de los fenómenos de penetración exterior.  A diferencia de otros países, China tiene claro su propio modelo y, para bien o para mal, lo llevará adelante. Por eso el sentido de sacrificio, del esfuerzo y obediencia, de fe en sus dirigentes son las premisas necesarias que hay que mantener y evitar que se erosionen.
China parece haberse dado cuenta de que tiene que controlar los efectos de los medios de comunicación a través de los cuales se les cuelan de matute ideas perversas para el desarrollo controlado de la sociedad. Me imagino que los dirigentes chinos son conscientes de que el capitalismo es una ideología que se practica sin saberlo, al contrario que el comunismo, que exige mucho esfuerzo. La tendencia al gasto aumenta y ellos tendrán que frenarla para evitar males mayores. La base de China es el ahorro, gastar lo suficiente, pero ahorrar. Es su garantía y por eso tienen colas de peticionarios de todo el mundo para que inviertan en sus países. Por eso el mantenimiento del ahorro como virtud en las mentes de los jóvenes les parece importante.


China debe pensar como China y no llenarse de sueños occidentales prefabricados, opinan. Ya decíamos el otro día —y no íbamos descaminados por lo que se ve— que algo se estaba cociendo en la telenovelas estatales chinas, auténtico baluarte del pensamiento honesto y frugal, es decir, no estafes y no gastes mucho si no se quiere que se recaliente la economía. Hace meses hablamos, en la misma línea, sobre cómo los dirigentes chinos criticaban duramente la proliferación de la publicidad lujosa y consumista. Hay que frenar el exceso como sea, el económico y el mental.

Cuando el resto del mundo era para los chinos algo que estaba al otro lado de la muralla y poco más por lo del aislamiento, se podía controlar todo esto, pero ahora tienen las perversiones occidentales sobre la cadena de montaje, en los escaparates de sus propias calles. Las salidas de China de estudiantes al resto del mundo son constantes y regresan con los cambios mentales que la simple variación de vida produce.
A diferencia de los Estados Unidos  —de quien dijo alguien una vez que era un país en el que la mitad de la población decía no creer en su gobierno—, China cree en su gobierno y, sobre todo, el gobierno cree que el pueblo debe creer en lo que dice. La campaña iniciada de reinserción del confucionismo busca recuperar el ideal de la sencillez en un clima de invasión del oropel favorecida por las telenovelas que inculcan en los adolescentes las malas ideas, según el estudio realizado por el Centro de Investigación Social del Diario de la Juventud de China.


La encuesta realizada entre los jóvenes afirma que consideran que las telenovelas son perjudiciales para la juventud china. Una estudiante ha manifestado: “Algunas de mis compañeras sueñan cada día que se casan con un hombre tan guapo como los actores, y se visten como las chicas de las telenovelas”.** Apuntan además que comienzan a producirse problemas con las comidas y algunos otros síntomas que nos resultan conocidos.

De la encuesta se desprende que los participantes consideran que entre los peores efectos negativos se encuentra el amor a temprana edad, el materialismo y las fantasías irreales, mientras que la pereza, la irresponsabilidad, el erotismo, la violencia y el uso de drogas también se suman a dichos efectos negativos.**

Muchos nos tememos que va a hacer falta mucho confucionismo y mucha campaña para frenar algo que —siendo justos— no es exclusivo de las telenovelas. La mezcla de motivos morales, laborales y sentimentales resultados de la encuesta nos hace ver que el gobierno está más preocupado por la transformación general de la sociedad, fruto del desarrollo mismo, y que las telenovelas pagarán las consecuencias.

* "Las autoridades chinas, preocupadas por los 'efectos negativops, de las telenovelas" RTVE 27/02/2012 
http://www.rtve.es/noticias/20120227/autoridades-chinas-preocupadas-efectos-negativos-telenovelas/501873.shtml

** Xulio Ríos: “Tres en una”. El País 23/01/2012 http://internacional.elpais.com/internacional/2012/01/23/actualidad/1327277763_031933.html

*** “El público expresa preocupación sobre efectos negativos de telenovelas”. SpanishChina.org.cn 26/02/2012 http://spanish.china.org.cn/china/txt/2012-02/26/content_24731759.htm




lunes, 27 de febrero de 2012

Al otro lado del teléfono

Joaquín Mª Aguirre (UCM)
Hemos hablado con anterioridad de la cuestión de la irracionalidad de los protocolos o, si se prefiere, de la irracionalidad en la que se sume a las personas que se rigen por protocolos. El diario El País nos cuenta hoy la muerte de una mujer, responsabilizando a los errores de la práctica del protocolo:

“Quizá tampoco habría sobrevivido si la ambulancia la hubiera llevado a su debido tiempo”, se resigna Montserrat Grasa, hija de la fallecida que agita una esquela de su madre entre los dedos. “Pero el trato recibido y el cúmulo de errores son bochornosos. ¿Cómo corrigen por teléfono lo que manda un doctor en persona?”. El SEM defiende que su actuación responde al protocolo de emergencias. “Se actuó correctamente ante un caso de gastroenteritis”, señala una portavoz. Pero el protocolo no cuenta con posibles errores de diagnóstico. “La patología que había diagnosticado el doctor es una urgencia, no una emergencia”, justifica el organismo. “Y las urgencias deben derivarse al ambulatorio para no colapsar los hospitales. Aunque ello implique corregir al médico”, subraya. *

Lo terrible de esta muerte es que se produce ante unos ojos cegados. El protocolo es una forma de convertir en máquinas a las personas. La convierte en dos sentidos: anulan su pensamiento en favor de unas acciones programadas y las convierten en parte de una cadena de transmisión. Como en toda máquina, se busca la eficacia por encima de los errores humanos. Las máquinas son buenas porque ahorran esfuerzo y rentabilizan las inversiones. Pero en los protocolos, a diferencia de las máquinas en las que ponemos dispositivos de bloqueos, fusibles y alarmas para prevenirnos de sus fallos, no ponemos nada de esto y la maquinaria humana sigue adelante basándose en su teórica estructura eficaz.
Señala el periodista Ferrán Balsells en su información el punto clave: “el protocolo no cuenta con posibles errores de diagnóstico”. Cuando un diagnóstico es erróneo, nadie frena la máquina. Eso es lo más desesperante, comprobar que has dejado de hablar con personas y descubrir que estás frente a seres maquinales, despersonalizados, que pueden sentir en su interior el absurdo de lo que están haciendo pero no lo evitan:

[…] tras una acalorada discusión con el chófer de la ambulancia, un empleado del SEM logró que el vehículo llevara a la paciente al Pere Camps. “Lo siento en el alma, esta mujer debería ir a un hospital, pero me obligan a llevarla a un ambulatorio”, se excusó el conductor a la hija de la paciente, según el relato de Grasa.*


El conductor tiene un "alma" en el que sentir; el sistema protocolario no. La base del funcionamiento impecable del protocolo por encima de las personas, aunque no se diga, solo es uno: el miedo a ser despedidos. Conforme aumenta la desprotección del empleo, crece el miedo a tomar decisiones que se puedan volver contra quienes ignoran el protocolo por más que pudieran tener razón, algo que supone un alto riesgo en personas que saben que se están jugando su puesto de trabajo. Una vez descargados de responsabilidad por el protocolo, las personas no luchan contra él. Solo los locos lo hacen. Las palabras del chófer de la ambulancia, convencido de que estaba actuando erróneamente pero sin más remedio que obedecer las órdenes, nos muestran lo dramático del proceso.
El protocolo es un arma de doble filo, especialmente en el terreno médico, en el que reina el temor a las demandas. Los protocolos buscan racionalizar las acciones, optimizar los recursos y eludir las costosas negligencias. Para ello, la sumisión debe ser absoluta a esa abstracción convertida en tablas de la Ley. La ignorancia del protocolo supone la condena inmediata, el pecado organizativo capital: incurrir en el riesgo de ser demandados por decisiones erróneas.

 “La sanidad pública no puede funcionar así, estoy segura de que no llevaron a mi madre al hospital para ahorrar costes”, lamenta la hija. “Es el mismo protocolo que seguimos desde hace años”, insiste el SEM. “Si ocurriera otra vez, volveríamos a actuar igual”.*

Lo peor de todo es que tienen tazón. No es una cuestión de “recortes”, algo que a algunos defraudará. Es algo peor, es el miedo a ser recortado lo que hace que ninguna de esas personas por las que pasan las que ya difícilmente se puede llamar “decisiones” sino “aplicaciones” del protocolo, intervenga para detenerlo. Nadie quiere esa responsabilidad porque el protocolo está hecho para descargar de las responsabilidades de la decisión.
La cuestión de lo deshumanización producida por los protocolos no es baladí. Es una forma más de la maquinación de la que se ocupó, por ejemplo, el filósofo Günther Anders, a la que dedicó una parte importante de su trabajo reflexivo. No hace muchas semanas trajimos a esta páginas virtuales su obra Nosotros, los hijos de Eichmann [ver entrada]. Para Anders, lo que posibilitó la Alemania nazi fue su transformación precisamente en maquinaria, en una serie de protocolos que evitaban pensar o discutir las órdenes. Nadie discute las órdenes y el protocolo no puede estar equivocado. Son los dos dogmas organizativos.
Mientras que en unas esferas se valora la creatividad, la informalidad productiva, el romper con las reglas que constriñen, etc., en otras se penaliza esto mismo. Se exige la sumisión absoluta al procedimiento. Siempre existirá el error de diagnóstico que exija poder cambiar de decisión en el último momento. Cualquier sistema humano que parte de la inflexibilidad por la perfección del sistema está condenado a producir casos como este. Puede que los "protocolos" ahorren muchos problemas, pero hay que evitar que el protocolo se vuelva un problema


Lo terrible de esta muerte es que no hubo forma de parar el error. La aplicación de este tipo de protocolos en ámbitos que exigen respuestas acertadas para evitar transmitir eficazmente los errores es muy arriesgada porque aquí la equivocación es la muerte del paciente.
Lo intentaron; intentaron llevar a la paciente a un hospital, pero no hubo forma de convencer a los que se limitaban a aplicar el protocolo.  Se dijo que era una “urgencia” y no una “emergencia”, una cuestión que abre o cierra mundos distintos.

“Quien hablaba al otro lado del teléfono no sabía que mi madre llevaba días muy enferma”, reseña la hija de la mujer fallecida.*

No era su problema. “Gastroenteritis” está en la lista de “urgencias” y no en la de “emergencias”. Toda su función era aplicar el protocolo. Para eso les pagan; para eso son entrenados concienzudamente, para evitar la tentación de volverse humanos y ceder.
De este lado del teléfono está la imperfección de la vida; del otro, la perfección platónica del protocolo.

* “Fallece una mujer tras frenar Salud la orden de llevarla a un hospital”. El País 27/02/2012 http://ccaa.elpais.com/ccaa/2012/02/26/catalunya/1330290126_623039.html


domingo, 26 de febrero de 2012

La fatídica décima página

Joaquín Mª Aguirre (UCM)
El actor George Clooney, al hilo de su doble candidatura, como guionista e intérprete a los próximos premios Oscar de este año, ha señalado que no suele pasar de la décima página de la mayor parte de los guiones que le llegan. “Quizá es que llevamos haciendo películas más de 100 años y se nos están agotando las historias. O que el sistema de estudios no busca buenos guiones sino grandes espectáculos”*, ha dicho Clooney. Ambas cosas no son incompatibles y la diferencia entre ser optimista o pesimista es apostar por la segunda o la primera. Si se nos han agotado las historias, no hay nada que hacer; si los estudios no apoyan buenos proyectos, los independientes pueden buscarlos.

Vi ayer la película con la que Martin Scorsese rinde su homenaje a los inicios del Cine, al mago Georges Méliès y lo mejor son las recreaciones de las viejas películas mudas. Junto con The Artist, parecen querer decirnos que hay que volver a los orígenes, que —cómo el nadador— se ha tocado el final de la piscina y hay que regresar. Evidentemente, volver al principio no es ponerse a hacer películas mudas, aunque algunas pudieran ganar con ello. Volver al principio es recuperar el espíritu pionero que tienen los locos que se embarcan en lo desconocido. Es volver a recuperar —en el film de Scorsese— la chispa en los ojos de Georges Méliès cuando descubre, en una barraca de feria, la máquina que han creado los hermanos Lumière. Es la chispa de la creación, y no la de la mera codicia, la del negocio.


Siempre hay cosas que contar, pero somos nosotros los que las descartamos por falta de seguridad, como en tantas otras facetas de la vida. Existe una autocensura creativa: la que solo piensa en términos de gusto. Intentar siempre crear algo en términos de lo que les puede gustar a los demás es prescindir del motor más importante de la creación: uno mismo. Lo sabe cualquiera: hay que creer en lo que se hace, sentir entusiasmo. Muchas películas no producen a los que las hacen más entusiasmo que el saber que van a tener unas semanas de trabajo o unos ingresos posteriores.
No es casual que haya aumentado el número de actores que se lanzan a la producción, a escribir guiones o a la dirección. Son ellos los que padecen en última instancia la vulgaridad del proceso, los que tienen que poner la cara y decir frases tópicas frente a la cámara, dar réplicas absurdas a sus compañeros de reparto.


Muchos necesitan meterse en estos proyectos arriesgados porque no encuentran —como señalaba Clooney— ofertas por parte de los estudios. Los buenos guiones llegan hoy a los actores para que estos luchen desde dentro y poder sacarlos adelante. También los malos les llegan, claro, como señalaba y no se puede pasar de esa fatídica décima página. Muchos han creado sus productoras para poder sacar sus propios proyectos, delante o detrás de la cámara. El más evidente es Clint Eastwood y su productora Malpaso, con la que pudo salir del encasillamiento y la rutina ofrecida por los estudios.


Clooney se queja con razón, de que el director de su película The Descendants, Alexander Payne, haya tardado siete años en llevar al cine una nueva película desde Entre copas (Sideways, 2004), otro proyecto muy interesante con gran éxito de crítica y público. Pero en las películas de Payne no hace falta 3D ni los coches saltan por los tejados. Son historias.
La clave, como si en una pélicula de Welles nos encontráramos, nos la da la lápida conmerotaviva puesta en la casa en que nació, no el cine, sino Georges Méliès: "creador del espectáculo cinematográfico, prestidigitador, inventor de numerosas ilusiones". Puede que algunos vean en Méliès al abanderado de los "efectos especiales", pero lo era sobre todo de despertar la ilusión. La palabra ilusión nos remite a lo que no tienen existencia real, pero también a la energía que se pone en las tareas, al entusiamo. El cine, como cualquier arte, requiere de las dos: ilusión tras las ilusiones, ilusión que ilusiona.

No se agotan las historias. Nosotros las agotamos y nosotros nos agotamos por contar las mismas una y otra vez de la misma manera. Se acaba con el riesgo que supone la creación artística. Las historias las da la vida y no la taquilla. Cuando el creador se pone a pensar qué es lo que le gusta a la gente para dárselo, se pone en marcha un círculo vicioso del que es difícil, tras varios giros, salir. Esa forma de trabajo maleduca a los públicos; los convierte en acomodados seres que languidecen entre los contradictorios deseos de novedad que les saque del aburrimiento y la incapacidad de percibir el valor de lo nuevo. Creadores y público se vuelven rutinarios.

En alguna parte, a alguien se le está ocurriendo una historia que contar. Comienza la lucha.

* “George Clooney: En el cine se nos están agotando las historias”. El País 25/02/2012 http://cultura.elpais.com/cultura/2012/02/25/actualidad/1330174849_387293.html




sábado, 25 de febrero de 2012

La Estado-vaca

Joaquín Mª Aguirre (UCM)
De todos los despilfarros, fraudes, latrocinios, malversaciones, etc., de los que vamos teniendo conocimiento, ninguno repugna más que los que se han realizado sobre fondos destinados a causas de solidaridad o asistenciales. Al agravante del delito, se suma el daño causado por aquello que no llegó donde era necesario y, en cambio, llegó donde no debía. El dinero destinado a acabar con el infierno de algunas personas, acabó en los paraísos fiscales de otros.
Empezamos a comprender, por la cuantía de lo perdido, que se ha producido un asalto organizado al Estado y a los fondos públicos a través de una connivencia entre una parte de la administración y una parte del sector privado. Mientras nos hacen entrar en falsos debates entre lo público y lo privado, el verdadero dilema se encuentra en cómo proteger lo de todos —lo público— de unos pocos, de los desaprensivos que les interesa un estado que ponga mucho dinero en marcha —con más endeudamiento para todos— para hacerse con una parte mayor de la tarta. Con la crisis actual, con el aumento de las necesidades de muchos, indigna pensar en los recortes que se sufrirán mientras que el dinero ha ido fluyendo sin pausa para enriquecer a unos pocos, dinero perdido sacado de las arcas públicas. Ese dinero son subsidios, becas, ayudas, escuelas, hospitales... perdidos sin remedio.
Los que decían que “el estado es el problema” se han visto superados por los que consideran que “el estado es la vaca”. Los primeros lo querían hacer desaparecer; estos se lo quieren repartir. La ubre del estado debe ser ordeñada todas las mañanas. Estamos ante un fenómeno nítido de parasitismo estatal, no del tipo del que señalan los neoliberales, sino a la inversa, ante un robo sistemático al Estado.


El modelo que hemos ido generando no es el del que sale a competir al mercado, sino el de que, lejos de competir, se hace —a través de sus conexiones y connivencias— con una parte segura de los fondos del estado. Segura porque todos los mecanismos por los que consigue su beneficio están trucados. Es, sencillamente, delictivo en todos sus pasos, por mucho que hayan tratado de cubrir sus huellas bajo firmas y documentos administrativos que justifican sus procedimientos.
Todos esos informes, asesorías, eventos no realizados, etc., de los que vamos sabiendo no son más que el asalto al estado, a lo público, con cómplices dentro. Las componendas realizadas por altos y medios cargos  para hacerse con el dinero de todos y lograr que acabe en sus bolsillos repugnan por su frialdad y falta de conciencia. No hay oportunidad que no aprovechen, no hay dinero que pierdan la ocasión de apropiarse: cultura, cooperación, subsidios...

La detención por corrupción de una serie de responsables, del más alto nivel,  de la Oficina de Cooperación en la Comunidad Valenciana es un escándalo más que debería hacernos reflexionar —más allá del partidismo— sobre la indefensión en la que el Estado se encuentra y las repercusiones que sobre todos nosotros tiene. El hecho de que de 833.000 euros destinados a la ayuda cooperativa en Perú, se calcule —según la investigación provisional realizada— que solo han cruzado el Atlántico 43.000 es algo tan demoledor que nos hace cuestionarnos los mecanismos con lo que deberíamos contar para evitar esto.
Lo que se está produciendo es un auténtico asalto desde todos los frentes a las instituciones a través de subvenciones, ayudas, financiaciones, etc. destinadas a propósitos que no se cumplen, proyectos imaginarios muchos o agrandados hasta la exageración para recibir fondos.
Hay dos hechos destacables: lo premeditado, es decir la constitución de entramados perfectamente organizados entre miembros de la administración (funcionarios o políticos, aunque son más los segundos los que tienen la responsabilidad decisoria) y entidades privadas (particulares, empresas, fundaciones, etc.) que son los receptores privilegiados y fraudulentos de esos fondos que se aprueban para unos fines y acaban en sus bolsillos.
Por lo que vemos, el dinero público está desprotegido pues fallan sistemáticamente los controles que deberían avisar de lo que ocurre. Hemos construido un estado sin fusibles; no saltan las alarmas hasta que es demasiado tarde. Las cifras que se han destinado, la duración del fraude, etc., hacen ver que no son pellizcos, sino auténticos zarpazos al erario público, al bolsillo de todos.


Esto tiene un nombre: corrupción. Se produce cuando las personas que deben velar por el buen funcionamiento de las instituciones públicas dejan de hacerlo y las utilizan en su propio beneficio. Hay países en los que la corrupción es un hecho cotidiano y reconocido; sabes que debes pagar a funcionarios de distinto nivel para conseguir tus fines, desde un certificado a una licencia urbanística. En todos los países, con distintos grados, existe la corrupción. El problema es la actitud para combatirla, el rechazo político y social que genere, etc.
El asalto político a la administración, es decir, la colocación de personas “de confianza” en puestos remunerados y cargos públicos tiene efectos secundarios cuando se elige en función de criterios extra administrativos. Hoy la política es una profesión de la que se vive en dos grandes “empresas”: el partido y la administración.

Se entra en los partidos como antes se entraba en los bancos, de botones. Y se va ascendiendo hasta que el partido te coloca en los puestos adecuados, según se esté en el poder o en la oposición. Las luchas a muerte cuando un partido sale del poder es porque salen en fila unos para que entren en fila los otros.  Evidentemente, no todos los políticos actúan de la misma manera, pero los partidos sí son responsables institucionales de las personas que designan para puestos en los que luego se producen estos escándalos. Toda institución que no vela por la honestidad de sus integrantes está condenada a convertirse en cueva de ladrones y sinvergüenzas, que se sentirán siempre bien acogidos y tranquilos. 
Desde hace cien años han existido, especialmente en Francia, una serie de escuelas y teóricos de la Administración que han planteado la necesidad de que los funcionarios fueran de todos, que tuvieran la autonomía y el respaldo suficiente como para poder frenar las oleadas de los llegados desde la política que pudieran aprovecharse de su ocupación circunstancial del estado. El funcionario es del Estado, el político del partido.
Esto no es burocratismo, sino respeto de lo público por ser precisamente una garantía de la neutralidad del estado y sus leyes frente a los cambios. El funcionario hace lo que se le indica si está dentro de la Ley. El que los funcionarios tengan un puesto estable tras una oposición en la que entran a formar parte de un cuerpo del Estado —¿por qué no se dice esto más a menudo?— es precisamente para garantizar que no pueden ser presionados con la pérdida de su puesto de trabajo por no obedecer órdenes que no se ajusten a la Ley. Es obligación de cualquier funcionario velar por el cumplimiento de las leyes y si no lo hace o no lo evita es sancionado. El funcionario defiende los derechos de todos los ciudadanos.

La administración deja de funcionar con estas garantías de independencia cuando el funcionario se siente indefenso ante los poderosos y superiores. La corrupción no solo existe cuando un funcionario no cumple con su deber; existe también cuando puede ser sancionado o marginado por cumplirlo. Es todavía peor este segundo caso porque refleja un clima generalizado.
Todos esos fraudes a los que asistimos han pasado teóricamente por filtros, por controles de gasto. Tanto lo que se perdía de cooperación por el Atlántico, como los ERE fraudulentos, los gastos en cocaína, los informes que nunca existieron, etc., todo este universo paralelo y vergonzoso, este asalto a lo público, ha tenido que pasar por controles en los que quienes lo vieron decidieron que, si tenía las firmas correspondientes de los superiores, para qué complicarse ellos la vida. Esa es la actitud de la desmoralización, del que autocensura, o del que no siente lo público. La afirmación realizada hace un par de día por los políticos valencianos de que las tramitaciones de las subvenciones se habían hecho "de forma impecable"* es un despropósito de tal calibre que no puede entenderse ni transmitirse a la ciudadanía. Si lo fraudulento resulta de lo impecable, podemos cerrar la administración y que se lo lleven todo directamente. No está solo la tramitación; está el control posterior que es donde se amparan para su impunidad, en una administración que se ve limitada en sus recursos para la verificación y cuya función se reduce a recibir simples documentos sin nada detrás.


Hay que devolver el sentido de lo público, de la función pública, rearmar moralmente a una administración en la que existe el temor de denunciar lo que tienes delante. El hecho de que los fraudes que estamos viendo afecten a las más altas instancias (directores generales o presidentes autonómicos entre otros) es un ejemplo de ese miedo a enfrentarse a lo que es imposible que no levante sospechas en cada uno de sus trámites.
Se equivocan los que atacan a los funcionarios. Es más importante rearmarlos moralmente, que sientan que cuentan con el apoyo de los ciudadanos para que se sientan con las fuerzas necesarias, con el respaldo para poder denunciar y poner coto al latrocinio sistemático del estado. Unos funcionarios a los que se tilda permanentemente de parásitos o incumplidores, tendrán cada vez menos motivación para cumplir con aquello que es su función: defendernos a todos, trabajar para todos.

* "La fiscalía desarticula otra trama corrupta del Gobierno valenciano". El País 23/02/2012 http://politica.elpais.com/politica/2012/02/23/actualidad/1330032504_021068.html



viernes, 24 de febrero de 2012

Dawkins, el arzobispo y el gorila llorón

Joaquín Mª Aguirre (UCM)
La retransmisión por el Skup del diario El País del debate entre Rowan Williams, arzobispo de Canterbury, y el biólogo genetista Richard Dawkins ha sido seguido, según los datos oficiales, por 14 usuarios registrados, de los cuales 4 podían “escribir”*. No hay ninguna respuesta a las entradas y han pasado ya doce horas. La antepenúltima de las cincuenta entradas apunta “La conversación terminó con una reflexión sobre lo difícil que resulta hablar de estos temas”. El título que el diario le puso a esta retransmisión escrita y fragmentaria del encuentro en la Facultad de Teología de la Universidad de Oxford fue “La Ciencia frente a Dios”, título algo exagerado pues ni Dawkins es la “ciencia” y, sobre todo, Williams no es “Dios”.
Javier Sampedro, que sabe de estas cosas científicas, se modera titula en portada “El obispo también viene del mono”, que también es llamativo e irónico, pero que deja —una vez más— en los que no saben nada de “esto” porque no se lo acaban de explicar o no lo quieren entender, que “esto”, como si fuera un duelo a muerte en OK Corral,  no es algo entre el mono y yo.
Enzarzados en nuestro lío personal con el mono (categoría imprecisa y no científica, desde luego), muchos han dejado de preguntarse sobre lo que hay por debajo y a los lados, evolutivamente hablando. Al final muchos sacan la conclusión de que es un problema de adanismo evolucionista, algo que solo nos afecta a “nosotros” y no al resto de lo vivo, que ha estado sujeto igualmente a cambio.


Ya en la época de Darwin el tema se centró en el “mono”, que es como decir que la evolución se volvió una cuestión personal. De los cientos o miles de ataques en forma de chistes y caricaturas que se realizaron contra Charles Darwin para tratar de ridiculizarle y hundir su sencilla teoría, hay uno que me llamó la atención. Nos mostraba a un gorila llorando desconsolado y señalando acusadoramente a Darwin. El texto era el siguiente:

The Defrauded Gorilla: “That Man wants to claim my Pedigree. He says he is one of my Descendants.”
Mr. Bergh: “Now, Mr. Darwin, how could you insulting so?”

La escena se desarrolla ante la sede de la Sociedad para la Prevención de la Crueldad con los Animales (APSCA). La persona ante la que el gorila defraudado se lamenta es Henry Bergh, el norteamericano que fundó en 1866 la sociedad. Consiguió que en veinte años la mayoría de los estados tuvieran unas leyes contra la crueldad hacia los animales. Desde su visión religiosa del mundo, logró el compromiso con la Alianza de iglesias evangélicas y los episcopalianos de que cada pastor dedicara una vez al año su sermón dominical a exponer antes sus asistentes la cuestión de la crueldad hacia los animales y la necesidad de remediarla.

En su papel de defensor de los animales, tras giras por los Estados Unidos llevando sus ideas, Bergh fue abordado —ya en 1874— por la misionera metodista Etta Wheeler, quien le puso al tanto del caso de los abusos crueles que estaba sufriendo una niña, Mary Ellen Wilson. Bergh decidió que valía la pena dar el salto del conjunto de los seres vivos a la parte más desprotegida de la comunidad humana, los niños, y se puso manos a la obra. En 1875 había fundado la Sociedad Neoyorkina para la Prevención de la Crueldad hacia la Infancia (NYSPCC), cuyo ejemplo daría lugar a muchas otras asociaciones con la misma finalidad por los Estados Unidos. Sería algo hipócrita y estúpido recriminar a Bergh haber pensado antes en los animales que en los niños, cuando lo que hay que agradecerle es su sensibilidad ante la idea de crueldad y su concreción sobre los distintos seres.
El chiste del lloroso gorila tiene su esencia atacante en la cursiva de “Man”, la que desvincula a Charles Darwin del resto de la humanidad. Él es “ese hombre”, alguien diferente a los demás, algo que fue muy utilizado en las caricaturas que nos presentaban un cuerpo de simio con la cabeza de Darwin. Otros chistes abundaban en la misma idea: el Sr. Darwin puede descender de quien quiera, pero tú desciendes de tu padre y de tu madre, contestaba una señora a su hijo que había oído rumores.

Henry Bergh
Las dos figuras, Darwin y Bergh, simbolizan dos visiones: la proteccionista de los animales desde la superioridad de la conciencia humana, capaz de tener un concepto exclusivamente humano como es el de la crueldad, basado en una conciencia ética —y también religiosa— y la darwinista, que ve en la unidad de lo vivo la supervivencia, la cruel lucha por la vida. Nadie puede acusar a Darwin de aceptar la esencia cruel de la vida como algo deseable o a lo que uno se pudiera subir al carro con la excusa de su evidencia natural —como sí hicieron algunos desde el darwinismo social—.
Uno de los problemas que se plantean desde el evolucionismo —y que el propio Dawkins plantea en sus obras— es el problema del altruismo, que trata de encajar por qué los seres actúan contra sus propios intereses y no son siempre absolutamente egoístas, como el gen que da título a la obra más conocida de Richard Dawkins (El gen egoísta). Algunos lo hacen desde la similitud genética, es decir, nos sacrificamos por nuestras familias para mantener la descendencia, pero eso solo explica una parte y de forma poco convincente, como nos muestran algunas tragedias griegas. La gente se sacrifica por muchas cosas y no todas tienen como explicación los intereses, aunque estos puedan estar ocultos incluso al mismo sujeto.
Henry Bergh sufrió burlas parecidas a las que padeció Charles Darwin. El primero por una idea tan poco evolucionista como pedir que se dejara de abusar cruelmente de los animales. Lo hizo por una creencia. Creencia es también la necesidad de proteger a la infancia tras siglos de abusos y explotaciones, o la igualdad de derechos o el derecho al voto, la democracia, etc. El problema no es tener creencias; es lo que se hace con ellas.


Consideramos que no hay maldad en que un león devore un antílope, por ejemplo. Pero sí consideramos que hay maldad en maltratar y abusar de los animales o de las personas. Como resultado de la evolución, somos naturaleza, pero una naturaleza que trata de comprenderse y elige cambiar frente a los cambios del azar, que son los que rigen la evolución. La naturaleza es ciega; nosotros, no. Y esa es la paradoja. Hemos desarrollado el “gen” de la incomodidad, del malestar con nuestras propias acciones, también llamado capacidad crítica. Donde la naturaleza cambia por mutación azarosa, nosotros cambiamos argumentativamente. Puede que Henry Bergh tuviera una mayor sensibilidad a la crueldad que la mayor parte de sus contemporáneos, acostumbrados a la indiferencia ante el maltrato animal. Se basó en sus creencias y en su deseo de convencer a los demás. Darwin tuvo que desterrar muchas de las suyas, con gran tristeza algunas. El problema de las creencias no es sí se pueden demostrar (en cuyo caso dejarían de serlo), sino hacia dónde nos llevan o nos impiden ir.

Lo mejor del encuentro entre Richard Dawkins y el arzobispo de Canterbury es que al terminar nadie ha mandado a la hoguera a nadie. Mal humor, puede, pero poco más. Los 14 interesados en Skup tampoco se han quejado.
El problema no son tanto las creencias —algo humano, propio— como la forma en que se imponen a los demás y cómo se trata al que no las comparte. No existe una sociedad o cultura que no tenga “creencias” y en última instancia, como señalaba Yuri Lotman, una cultura es una estructura axiológica, un sistema de valores.
Darwin percibió en la Naturaleza un universo “cruel” y sin “justicia” —conceptos absolutamente humanos—, y eso le deprimió. El que percibió Henry Bergh era igualmente cruel e injusto, pero por la acción humana, y tuvo la saludable, insensata y antinatural creencia de que el hombre no debía aportar al mundo más crueldad de la que ya existía. Y luchó por ello.
Dos grandes hombres.

* "La ciencia frente a Dios" http://eskup.elpais.com/*debatecienciareligion20120223#2



jueves, 23 de febrero de 2012

Los héroes rentables y el espíritu emprendedor

Joaquín Mª Aguirre (UCM)
Nos dice el diario El Mundo que en Italia hay una verdadera fiebre “capitán Schettino”*, que hace furor con esto de los carnavales. Va más allá del disfraz y se adentra en el coleccionismo de objetos e imágenes relacionadas con el trágico suceso del Costa Concordia. Así, mientras se siguen encontrando cadáveres y otros siguen sin aparecer, las calles y tiendas se llenan de festivos capitanes schettinos y se subastan los restos del naufragio.
Los carnavales siempre han servido para exorcizar los demonios y fantasmas mediante su exhibición pública y festiva, pero esto va más allá y se adentra en la necrofilia consumista. ¡Tanto vampiro y hombres lobo, que al final…!
En una sociedad como la que hemos hecho, el concepto de distancia ha quedado suprimido por el de oportunidad inmediata. Sin sentido de la historia, sin memoria, las cosas son exprimidas por temor, como los antiguos, a la fosa del olvido, a que caigan en un limbo amorfo sin que se les haya sacado el rendimiento económico oportuno. El miedo a que alguien se adelante, nos hace ir recortando las distancias prudenciales con los acontecimientos. Porque, sí, existen unas distancias de respeto y duelo ante cierto tipo de acontecimientos que marcan la broma.


Algunos apuntan al sentido del humor italiano, otros a la irreverencia carnavalesca. Yo creo que —sin negar el peso de ambos—, tiene que ver más con ese sentido emprendedor que ve oportunidades en las catástrofes y crisis; ese pensamiento mercantil que teme que sean otros los que se lleven la oportunidad de sacarle un rendimiento económico a la broma convertida en negocio.

La excusa de que el carnaval se ríe de lo serio solo explica una parte de la cuestión, pero muchas otras se alejan de la fiesta carnal, en la que los valores se invierten, y se adentran en lo meramente mercantil, es decir, en el otro tipo de inversión. Ya no es la inversión de los valores, sino los valores económicos de la inversión.
Probablemente, en algún astillero apartado, en el más riguroso secreto, se esté construyendo una réplica a escala del Costa Concordia y el Capitán Schettino haya recibido ya algunas ofertas para tripular el barco en el que se realizarán peligrosas travesías cercanas a la costa, en las que —por un módico precio— se podrá bailar la rumba y cenar en su mesa cada noche. Si él no acepta, habrá algún buen mozo, todo simpatía y moreno marino, que represente su papel, porque las fantasías se contentan con poco y basta una insinuación para ponerlas en marcha.


Son los héroes modernos, los héroes rentables. Como todos los que han alcanzado la gloria en forma de portada, Schettino tiene un futuro más allá de lo penal, como lo tiene Dominique Strauss-Kahn, ya fuera de la política, en el porno si decide dedicarse a ello. La porno parodia DXK, a cargo de la productora My Porn, está en marcha y según anuncian se rodará en parte en el hotel neoyorkino  y en la cárcel. Un capítulo de la serie Ley y Orden. Unidad de víctimas especiales, la veterana serie con Mariska Hargitay y Christopher Meloni, dará cuenta también del caso, aunque termine con la consabida advertencia de que los personajes que allí aparecen no son reales. ¿Quién es real ya en estos tiempos de avatares y perfiles?

El porno con morbo tiene más gancho y la ficción entre líneas más audiencia. En el fondo se trata del viejo si no puedes vencerlos, únete a ellos que tan buenos dividendos les han dado a muchos.
Schettino y DSK han renunciado a sus sueños en la vida, de los que han despertado bruscamente. Ahora les queda la misión —mucho más importante— de entrar a formar parte de los sueños y fantasías de los demás. Es el destino, ser pasto de emprendedores, de aquellos a los que los dioses castigan cruelmente fulminándolos con sus rayos.

* “Capitán Schettino, el disfraz de moda”. El Mundo 14/02/2012 http://www.elmundo.es/elmundo/2012/02/14/internacional/1329234270.html