lunes, 16 de enero de 2012

Sacar al santo

Joaquín Mª Aguirre (UCM)
La revista Investigación y ciencia (enero 2012 nº 424) nos trae un interesante artículo firmado por Fernando Domínguez Castro, del Departamento de Física, de la Universidad de Extremadura. La investigación está dedicada al conocimiento del sistema climático, en concreto a las series de lluvias y sequías. Comienza planteando el problema que se produce en este tipo de estudios cuando no se dispone habitualmente de datos que cubran periodos de tiempo más allá de los últimos cien años.
La carencia de datos que permitan el estudio de patrones plantea una seria limitación que trata de compensarse con informaciones indirectas, la denominadas variables “representantes” o “intermediarias” (proxy), según los términos usados por el autor. Ante la falta de datos directos, se utilizan otras fuentes de información de las que podamos obtener datos sobre las lluvias y sequías, como por ejemplo los anillos de la madera.
Lo interesante es la fuente a la que se recurre en estos casos para suplir la carencia, las rogativas: “ritos religiosos que se realizaban para solicitar a Dios un cambio en la situación meteorológica, bien para conseguir lluvia (rogativas pro-pluvia) bien para conseguir la calma del tiempo (rogativas pro-serenitate)”. La meticulosa burocracia eclesiástica, al recoger rigurosamente las peticiones desesperadas de los feligreses,  permite el estudio de documentos en los que aparecen las fechas de las colectas, las exposiciones de reliquias o salidas al santuario del santo correspondiente a pedirle lluvia o sol, según terciara el asunto con el tiempo. Con esas fechas anotadas en los meticulosos registros parroquiales es posible establecer los periodos de lluvias y sequías en la zona con cierta precisión.


Nos dice el autor que han estudiado las rogativas toledanas a través de 450 volúmenes de actas y libros capitulares de la Catedral. Hay más estudios de otras zonas, algunos en en marcha, con los que esperan poder reconstruir la climatología española en los últimos cuatro siglos, según Fernando Domínguez.
La descripción de la “realidad”, desde cualquiera de sus ángulos, es una tarea que presenta habitualmente huecos y límites. No es siempre a la observación directa a lo que se puede recurrir, como en este caso de Paleoclimatología. Pero aquí interviene el ingenio de los investigadores que son capaces de rellenar con otro tipo de fuentes las carencias observacionales.


En realidad, trabajamos así en todos los órdenes de la vida, pues el trabajo científico no es más que la sistematización de la curiosidad, del deseo de conocer, la obtención de un conocimiento verificable. Con distintos grados de precisión, buscamos las informaciones con las que establecer patrones, regularidades que nos permitan la predicción y la toma de decisiones más seguras. Eso afecta a las observaciones del clima para conocer los mejores periodos de siembra o a las inversiones económicas siguiendo los dictados de las “agencias de calificación”. Somos animales capaces de establecer la regularidad de los procesos y fenómenos, lo que nos permite establecer reglas válidas sobre los comportamientos de la naturaleza. No sobre otra cosa se establece la Ciencia. Sin esa capacidad para detectar patrones no habríamos llegado hasta donde hemos llegado, para bien o para mal.

Sacar santos y hacer colectas no eran, desde luego, comportamientos muy científicos, pero aquellos párrocos, gracias a nuestra segunda manía —guardar datos—, estaban contribuyendo sin saberlo a posibilitar el estudio científico de la alternancia de lluvias y sequías durante siglos. Puede que las rogativas no funcionaran para frenar lluvias y sequías, pero nos sirven hoy para saber qué esperar del tiempo y sus ciclos, con lo que los beneficiados de aquellas salidas de santo y colectas son los agricultores de hoy, entre otros, que poseen un mejor conocimiento climatológico.
Acumular datos es un proceso rutinario. Extraer consecuencias de ellos es una cuestión creativa que demuestra la capacidad de los investigadores. La Ciencia tiene los dos componentes, el trabajo rutinario y el creativo, necesitándose ambos en una persona o repartido entre personas diferentes. Muchas veces tenemos los datos delante y solo nos falta ser capaces de percibirlos bajo una “forma” o figura, un patrón, una regularidad que nos permita construir un modelo de comportamiento que sea posible verificar o explicar fenómenos anteriores.
La conexión entre la cultura (las rogativas) y la naturaleza (lluvias y sequías) nos muestra la posibilidad de estudiar los fenómenos mediante las reacciones (religiosas en este caso) que provocaron. A veces los caminos meteorológicos no están en campo abierto, sino en los sótanos y sacristías de parroquias y catedrales.



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