martes, 31 de enero de 2012

La espiral del superlativo y la crisis

Joaquín Mª Aguirre (UCM)
Se pregunta la Defensora del Lector del diario El País, Milagros Pérez Oliva, ante la angustia de sus lectores, si los medios contribuyen al pesimismo colectivo ante la crisis. Y desde sus propias dudas salta a preguntar a profesionales de la comunicación y estudiosos de las crisis sobre si contribuyen o no a su crecimiento. Las conclusiones son un reparto igualitario de responsabilidades frente a la percepción de las crisis.
Uno de los temas en que más ha abundado este blog a lo largo del año —que cumpliremos mañana— ha sido precisamente la ceguera a la crisis por parte de los medios, ceguera interesada por la extraña simbiosis que tenemos en nuestro país entre medios y política. Cualquiera que se moleste en leer prensa internacional o ver cualquier canal de televisión de más allá de los Pirineos habrá notado la distancia perceptiva y valorativa entre los medios españoles y los internacionales respecto a nuestra situación económica. El optimismo interior contrastaba con las alarmantes noticias exteriores. La consigna de la tibieza informativa no favorece ni a los medios ni a sus lectores; solo a los políticos, que ven atenuados su errores.

España es un país en el que es noticia lo que los medios de otros países dicen de ella. En teoría, es absurdo que nos enteremos de las cosas de España en función de un artículo en The New York Times, The Financial Times, The Wall Street Journal o Le Monde, por señalar algunos medios habituales de los que se nos cuenta qué dicen en sus editoriales y artículos. ¿Se enteran mejor los corresponsales y analistas extranjeros de lo que ocurre realmente en España que los medios españoles? Sí y no. Nos encontramos de nuevo con lo que se debe decir y lo que no en función de los intereses y los partidismos, auténtica venda en los ojos. ¿Censura? No. Simplemente dependencia y compañerismo de viaje. Nunca es bueno que los medios o profesionales se relajen en su independencia.
La capacidad de informar se va reduciendo por la incorporación de los propios medios a una dinámica política de la que deberían distanciarse. Sorprende el cambio de titulares de los medios con la llegada del cambio político resultado de las urnas. Donde había promesas de futuro, ya no existe más que negrura y viceversa. Y todo esto en el tiempo en el que tardan sus señorías en ocupar sus nuevos escaños. El compromiso de los medios debe estar siempre con los lectores, pero no diciéndoles lo que quiere oír, sino lo que deben escuchar. Y mucho menos, lo que los políticos quieren que oigan. La función de los medios no es ser Relaciones Públicas de nadie.
Dice Pérez Oliva que algunos de sus lectores escriben al borde de la depresión, incapaces de seguir las noticias que se les ofrecen porque la angustia les agarrota el estómago. Argumenta sobre la obligación de no esconder la realidad, pero no se pregunta por qué les entran las angustias a los lectores de su periódico desde hace quince días, como quien dice. Algunos explicarán que el simple cambio de gobierno ya les ha causado angustia.


Pérez Oliva da la razón a los lectores que señalan, entre otras causas, que se les va la mano en la “adjetivación”:

La lectora de Vitoria señalaba una de ellas: el abuso de los calificativos. La tendencia a utilizar los más dramáticos para llamar la atención del lector. Creo que caemos con demasiada frecuencia en lo que podríamos denominar la espiral del superlativo.*

Antes se le llamaba cargar las tintas, pero lo de la “espiral del superlativo”, tampoco está mal y hace referencia —suponemos, a menos que sea una asociación inconsciente— a la famosa teoría de la “espiral del silencio”, la tendencia a sumarse a la opinión generalizada, según estableció Elizabeth Noelle-Neumann. No se trataría, pues, solo de aumentar la intensidad adjetiva, sino de hacerlo en una dirección y momento determinados. La idea de que la adjetivación aumente como una bola de nieve rodando por la ladera es, en el mejor de los casos, ingenua.


La administración de los adjetivos es todo un arte, el de poner color a lo que está en blanco y negro. Los adjetivos son, por decirlo así, el interiorismo de las noticias, la decoración de lo que hay. Hay habitaciones pintadas con colores alegres que suben el ánimo y las hay con colores tristes que nos dejan un tanto apagados. Con una buena gestión de los adjetivos, las habitaciones pueden parecer más grandes o más pequeñas de lo que son; con unos adjetivos u otros puede parecernos confortable, hogareña o incómoda y angustiosa; con una buena mano de adjetivos podemos tapar los desconchones de las paredes y hasta sentir como entrañable el ruido de las cañerías.
Sí, los adjetivos son un campo muy interesante de la realidad. Son como las emociones con las que coloreamos los actos. Si el hecho es nominal, diríamos, la emoción es calificativa porque implica la valoración de lo que ha acontecido. Es de esa “tendencia a utilizar los más dramáticos” y de sus causas y efectos de lo que estamos precisamente hablando.

La angustia de los lectores ante una situación que lleva tiempo no tiene excusas en la sorpresa. Significa, llanamente, que lo que se debería ver venir desde el fondo, acercándose poco a poco, se percibe de golpe, como si fuera el impacto sorprendente de un piano que se desprende de su cuerda durante una mudanza. Así les llega a muchos la realidad, como un inesperado golpe en el cogote.
La historia de que hay que transmitir tranquilidad, que los políticos han repetido hasta el aburrimiento, es una forma retórica de ocultar la realidad modificando su percepción mediática. Hace muchos meses ya hablamos de la política del avestruz. La angustia de los lectores de muchos medios se produce al sacar ahora la cabeza del agujero. Dice la Defensora Pérez Oliva que los medios deben tener cuidado porque pueden actuar sobre la crisis con sus informaciones. Es cierto, pero las omisiones de información también actúan sobre la crisis. Es tan malo exagerar como minimizar en lo que a crisis se refiere.


A la pregunta que se hace sobre si los medios contribuyen a la crisis, habría que contestar que crisis es un sustantivo pero también funciona como adjetivo. La crisis no es “algo”; es nuestra percepción del estado temporal de algo. Es realidad adjetivada, situación valorada. Por lo tanto hablar de crisis, simplemente, ya es darle forma al ponerle nombre. Esa es la teoría que se ha mantenido, de forma inversa, para no utilizar esta palabra, crisis, tabú durante mucho tiempo, y así mantenerla alejada de los artículos, editoriales y debates y discursos parlamentarios. Hay crisis reconocidas y crisis negadas. Hay debates sobre si hay o no crisis; sobre dónde y cuándo empieza o termina; sobre qué la causa; sobre cómo se soluciona.. Lo hemos visto y lo vemos.
La pregunta sobre la contribución de los medios se debe desglosar en varias, separando aquellas cuestiones en las que la información se convierte en efecto añadido (por ejemplo, un pánico bursátil, la caída de acciones) de lo que es la percepción general de una situación. El primer caso exige una labor profesional meticulosa para evitar que las noticias se valoren de forma precipitada (y superlativa). La segunda cuestión tiene que ver con la información continuada que actúa como preparación psicológica, como fondo. El conocimiento pertinente es una eficaz vacuna contra las sorpresas. Es normal que nos angustien las informaciones sobre la crisis. Nos afectan personalmente. Lo malo es cuando a la naturaleza angustiosa de las situaciones de las que se nos informa (despidos, cierres, parados, desahucios, etc.) se suman lo inesperado, el desconocimiento de sus causas, el grado de eficacia de las soluciones, los esfuerzos necesarios para salir de ella, etc. Una angustia bien informada es mejor que una angustia engañada.
Es tan malo gritar que viene el lobo cuando no viene, como no avisar cuando está a la vista.

* Milagros Pérez Oliva: “¿Contribuyen los medios a la crisis?” El País 29/01/2012  http://www.elpais.com/articulo/opinion/Contribuyen/medios/crisis/elpepiopi/20120129elpepiopi_5/Tes



2 comentarios:

  1. Entonces, de alguna forma, entiendo de la subjetividad (consciente o no) de los medios periodísticos. Circunstancia que siempre me ha preocupado cuando leo noticias, más aun cuando yá nos mediatiza el nombre o marca del medio. A parte del que redacta la noticia habría tambien que ver quién selecciona la noticia que me parece, si cabe, aún más importante. El derecho a la información (que no obligación) me parece muy manido, más cuando alguien por tí elige qué noticias debes escuchar y cuales no. O nos sobra información o nos falta una información más especializada y seria, pero informar de todo un poco parece a veces como tener un tío en américa, que ni tienes tío ni tienes nada.

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  2. Por lo que se aboga en este (y otros post) es precisamente por la necesidad de un profesional de la información vinculado a su conciencia, honestamente, aunque pueda equivocarse. El derecho a la información incluye, evidentemente, el derecho a recibirla veraz. La situación es siempre imperfecta: lo que se critica es la confluencia de intereses de los medios y (en su caso) los propios profesionales en la información, tanto en lo que se dice como en lo que se calla, por supuesto.
    Hay ocasiones en que la información no solo es un derecho, sino un deber. Alguien tiene la obligación de informarnos: un médico, un abogado y ahora los bancos, que no han informado correctamente, por ejemplo, a muchos clientes sobre las preferentes. La ley obliga a informar y asegurarse de que el receptor esté bien informado de algo que le afecta directamente.
    Lo que se critica aquí es la tendenciosidad política para enjuiciar situaciones de las que se informa de una manera u otra y cómo lo notaron los lectores del diario, según refleja perfectamente su Defensora. Por cierto, tras este artículo suyo, creo que no volvió a aparecer otro. No especulo por qué fue; solo lo señalo. Ella daba la razón a los lectores sobre el cambio de tono (el uso del superlativo) tras el cambio de gobierno. Creo que el tiempo le ha dado la razón. Y a sus lectores también.
    Gracias por leerlo. Un saludo, JMA

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