jueves, 19 de enero de 2012

El frío y la frialdad: las empinadas laderas del absurdo

Joaquín Mª Aguirre (UCM)
Puede que el mundo sea absurdo, como señalaba Albert Camus, y que el destino alegre de Sísifo sea subir una y otra vez la roca por la resbaladiza ladera. Puede que esa tarea no deba horripilar al ser humano que se enfrenta así al sinsentido del universo y de la vida que en él se encuentra. Pero a veces la ladera por la que hay que rodar pesadamente la roca es la empinada joroba de alguien.
Hay dos cosas que la acción humana no debe aumentar en el mundo: el sufrimiento y la necedad. Y tenemos el ejemplo constante de cómo vulneramos este principio. Si el Cosmos no tiene sentido, es nuestro deber que lo humano lo tenga.
El caso de la fotografía subida por un alumno a Facebook* y de allí a la prensa mostrando a los estudiantes dando clase con mantas por el frío existente en las aulas de un instituto de Castellón es un ejemplo más de cómo los humanos nos distanciamos del resto de los animales de la creación no mediante nuestra inteligencia, sino a través de la renuncia a ella. Al contrario de lo que algunos piensan, nuestra estupidez no proviene de ser animales, sino de tratar de convertirnos en máquinas. El absurdo es el contagio maquinal de lo humano. Lo más parecido al continuo rodar de la piedra por la ladera, a su constante subir y bajar, es la máquina más sencilla: un péndulo.


La precipitada expulsión —“de palabra”, dice la noticia— del centro por varios días del alumno que realizó la foto, decretada por la directora, se convierte en un ejemplo más de este comportamiento maquinal, palabra caída bastante en desuso, pero que deberíamos recuperar. El sentido peyorativo que antes tenía, se ha perdido por nuestro ilusionado y deseado parentesco con las máquinas que fabricamos. El “seréis como dioses” ha sido sustituido por el “seréis como máquinas”.

Si hubo una vanguardia que triunfó sin saberlo fue el futurismo de Marinetti y su visión del “hombre máquina”, llevada a la realidad a través del cyborg, en lo externo, y del “protocolo” en lo interno. ¿Qué es un protocolo sino el software de las organizaciones, el programa del que no se puede escapar bajo riesgo de que te despidan o te demanden? Un protocolo es trasladar la rigidez de la máquina al cerebro del que lo aplica.
La reacción de la dirección del centro —que ha sido obligada a readmitir al alumno expulsado por “defecto de forma”, según nos cuenta el diario El País— es un ejemplo protocolario de cómo se excluye la inteligencia (y algo más) de la acción humana.
El precedente en el que se amparan para la expulsión —que ya se hizo con otro alumno que colgó una foto del interior del centro— hace una interpretación maquinal de los hechos y además de absurdos los vuelve injustos. Esa foto no es simplemente una foto, no entra en la misma categoría, justa o no, de “la prohibición de hacer fotos en el centro”, “usar el móvil en clase”, etc., que suelen estar expresadas en los reglamentos.


Esa foto entra en una categoría e intención muy diferente y respetable: la denuncia pública y legítima de una situación, algo que no solo no debe ser sancionado o reprimido, sino que debe ser loado porque está velando por la salud suya y del resto de sus compañeros, incluido el profesorado. Es un derecho y un deber ciudadano. Esa directora, en vez de sancionar a los alumnos que se tienen que envolver en mantas, debería encerrarse ella misma como protesta o enviar esas fotos a la dirección superior para mostrar la realidad lamentable del día a día de su centro.

Al sancionar, la dirección ha hecho dos cosas: convertir en falta ajena su propia dejadez o impotencia, tratando de anular la reivindicación de un hecho repudiable  (como es la falta de medios por la que muchos otros se está manifestando en muchos lugares con su legítimo derecho); y convertir los reglamentos, su dirección y el centro mismo en una maquinaria irracional que, sobre todo, prescinde del sentido de la justicia. Se ha renunciado a la inteligencia en beneficio de una racionalidad maquinal ciega e injusta.
Si alguno de los jóvenes hubiera utilizado el móvil para fotografiar un robo en el centro y esa imagen hubiera servido para identificar a los ladrones y recuperar lo robado, supongo que a nadie se le hubiera ocurrido aplicar el reglamento sancionándolo. Si se hubiera producido el primer contacto de una delegación extraterrestre con la dirección del instituto en el patio del centro castellonense, tampoco se le hubiera ocurrido a nadie (espero y deseo) culparle por recoger esta exclusiva histórica en imágenes. Sí se le ha intentado sancionar, en cambio, por mostrar con imágenes la situación de sus compañeros en el centro, que la directora —al sancionar— ha sentido como algo suyo y no de la institución superior responsable, que es quien ha recortado los fondos, no los hace llegar a tiempo o los destina mal. Al sancionar, ha prolongado hasta ella misma esa responsabilidad asumiéndola.

El hecho es grave, como lo es cualquier ejemplo de injusticia e irracionalidad en un entorno educativo, que es donde se supone que debería animarse a las personas a querer ser más justas y cambiar el mundo a mejor. El ejemplo que se ha dado es que los reglamentos se pueden interpretar por la “autoridad competente” de forma unilateral, irracional y sumaria, del despacho a tu casa.
Tampoco es nada satisfactoria la decisión de la inspección territorial, que ha declarado que no ha sido expulsado porque no se realizó mediante un justificante, que es como decir que la declaración de un testigo no vale porque está hecha con tinta verde, por ejemplo. Es la más diplomática, pero significa no mojarse en el caso —según ellos, no hay caso—, que es lo que tienden a hacer cada vez con más frecuencia la mayor parte de las instituciones y personas que se vuelven maquinas. A esto lo llamamos "un tecnicismo" por algo.
Ahora, en ya en frío, la decisión vuelve al centro, a los profesores y a los padres, en el que, nos dice la prensa, ya han advertido que no habrá sanciones. Pero, no nos engañemos, el mal está ya hecho. Se ha demostrado varias cosas, además de la irracionalidad señalada. No me gusta ver que las instituciones dan mal ejemplo, especialmente las educativas, y en este caso ha actuado de forma contraria a como el sentido más elemental de la justicia indica que se tenía que haber hecho. El retorcimiento o la aplicación maquinal de los reglamentos contra las acciones que no nos gustan, porque nos dejan en evidencia, es una forma de abuso institucional en el que unas normas que tienen una función se aplican para recortar el derecho a protestar contra una situación claramente lesiva para los alumnos. Esa imagen de los alumnos envueltos en mantas durante la clase no despertó el sentido de la justicia o la indignación, sino la ira de quien se ve puesto en boca de los demás por una actuación poco eficaz, aunque no sea culpa suya. Sí lo es, en cambio, dar la cara ante los superiores para proteger a las personas que dependen de ella. Me gustaría ver a esa directora aplaudida por sus alumnos porque se ha encadenado ante el ministerio o la consejería exigiendo unas mejores condiciones para los profesores y estudiantes de su centro. Quizá a ella también le habría gustado verlo. Pero lo que vio en la foto reproducida por la prensa fue su propia impotencia. Y reaccionó mal.

Albert Camus
Al frío de las clases se sumó algo peor, la frialdad institucional. Es ese sentimiento que excluye la solidaridad y la justicia que una situación requiere para limitarse a la aplicación irracional de la letra, sin espíritu, de la ley o norma. Cuando se habla del espíritu de las leyes y su interpretación se hace referencia precisamente a la necesidad de mantenerlas en el ámbito de lo humano y no aplicarlas maquinalmente. Si la ley se aplica abusiva o maquinalmente, se acaba odiando la ley; si las instituciones no defienden los derechos de las personas a su cargo, sino que aplican los reglamentos para acallar sus protestas ante lo que consideran injusto, se acaba despreciando las instituciones. Y cuando las personas que las dirigen se muestran maquinales, se les acaba perdiendo el respeto y la confianza.
Cuando los reglamentos se aplican con justicia y sentido, las instituciones defienden a los que están en ellas, y los que las rigen se preocupan de las personas —en cualquier nivel—, las cosas suelen ir bastante mejor.
No hagamos más empinada la ladera por la que todos los días debemos subir nuestra roca, porque no es otra cosa que nuestra propia y absurda joroba.

* “Expulsado un día por denunciar que pasa frío en clase en un instituto de Castellón”  El País 19/01/2012 http://sociedad.elpais.com/sociedad/2012/01/18/actualidad/1326920835_128592.html


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