sábado, 14 de enero de 2012

Del rayo y los incendios

Joaquín Mª Aguirre (UCM)
El incendio comienza con el fuego en un foco, crece, avanza y acaba consumiendo lo que le rodea hasta dejarlo quemado. El incendio se previene y combate. Si se coge a tiempo, es posible minimizar sus efectos. Se establecen bocas de riego, cuarteles de bomberos bien situados, se limpian los montes, se realizan cortafuegos… Siempre podrá haber fuegos accidentales, de la misma forma que siempre caerán rayos. Los rayos caen de forma imprevisible; los incendios comienzan, en su mayor parte, por la acción del hombre, ya sea de manera fortuita o intencional. Existen imprudentes y existen pirómanos. No se acusa a nadie por la caída de un rayo; sí se condena, en cambio, a los que por imprudencia o criminalmente provocan incendios. A veces son los rayos la causa y a lo fortuito se puede sumar la dejadez preventiva. Cuando los montes y campos están limpios, cuando las bocas de riego están donde deben y los extintores en su sitio, ocurren incendios, pero es posible controlarlos, aunque procedan de rayos imprevistos.
Un teletexto circula como una cinta sinfín en la base de la pantalla del televisor. Mientras las imágenes de lo que ocurre en el mundo avanzan, la noticia de la degradación de las deudas de Francia y España, junto a otros países de la eurozona, pasa una y otra vez como una pesadilla circular de la que no se puede escapar. A España la bajan dos escalones, según la valoración de S&P. Más leña al fuego.

Las noticias que nos asaltan todos los días (los colegios que no tienen luz, las farmacias que no cobran, las amenazas de quiebra de ayuntamientos…) no entran en la categoría de los rayos inesperados y sí en la de incendios. La aparición sorprendente de muchas de estas noticias nos debería hacer reflexionar sobre la ceguera a que se nos ha inducido para no ver la situación de muchas instituciones y sobre todo —que es lo que me interesa— su comportamiento cotidiano.
¿Cómo es posible que se haya desarrollado tal ceguera nacional ante una situación que no se ha producido en unas horas ni en unos días o meses? La situación que tenemos no es una cuestión puntual, sino el resultado del ejercicio sistemático del despropósito en el campo de la gestión y de la complicidad del encubrimiento y del silencio en el de la comunicación con los ciudadanos. ¿Cómo es posible que, existiendo toda una serie de mecanismos de control del gasto público —de control de las cuentas públicas—, se haya producido un agujero —vamos a llamarlo “desviación”— como el que tenemos sin que nadie se haya llevado las manos a la cabeza antes de que esto adquiriera tal tamaño? ¿Quién desactivo, ignoró o detuvo las alarmas, las pequeñas y las grandes? Para desgracia de nuestra inteligencia, solo nos lo explican los responsables.

Hay fuegos que crecen lentamente y otros fulminantes, a la “velocidad del rayo”. Es evidente que o habido una gestión enloquecida de todas las administraciones en todos su niveles  o sencillamente el modelo de funcionamiento y de consideración de la realidad, entendida como presente y futuro —lo que se puede gastar y lo que se podrá pagar—, no ha sido el adecuado. Una posibilidad no excluye la otra: la mala gestión, el mal modelo o ambos.
Desgraciadamente son muy pocas las voces que se han escuchado en estos años avisando que el modelo que seguíamos no era el adecuado o que se gestionaba imprudentemente. Sin embargo, han existido, desde dentro y desde fuera, nacionales e internacionales. Pero chocaban con una pared, la de la indiferencia interesada. El silencio ha beneficiado a unos y ha perjudicado a todos.
No me consuela la excusa de que hay “crisis”. No se trata de que haya crisis o no, si no de cómo se llega a la crisis, en qué estado la afrontas. Y nosotros hemos llegado a la crisis de todos en un estado calamitoso, sin reservas y endeudados hasta las cejas. Mientras mirábamos a Grecia, Portugal, Irlanda, Italia…, el fuego nos quemaba bajo los pies. ¿Quemarnos nosotros? ¿Nosotros?
Y la pregunta —ingenua si se quiere— que surge entonces es  ¿por qué no lo han advertido?, ¿por qué no nos lo han advertido? Desgraciadamente no hay más que una respuesta y muchas, demasiadas  excusas. Hemos escrito una nueva fábula, la de la Zorra y el Avestruz, que no es necesario contar por evidente. Ellos no han querido mostrar sus deficiencias y a nosotros no nos ha interesado verlas.


Cada día salen más y más casos en los que el despilfarro, los gastos en inutilidades, en adular egos personales e institucionales, en cambiar despachos, coches oficiales, en colocar inútiles que no saben hacer cosas que deberían y por las que hay que contratar generosamente a otros, etc., van explicando el tamaño del agujero existente. Mientras escuchamos las noticias sobre recortes en colegios y hospitales, en ciencia y educación, escuchamos también casos vergonzosos de despilfarro o malversación en las instituciones. Me da igual que sea en cocaína que en informes inexistentes. Alguien que tuvo la posibilidad de pararlo no lo hizo.Con el dinero perdido en cada uno de esos casos, por muy puntuales que sean, se podrían haber hecho muchas cosas realmente útiles para todos o haberse quedado donde debería estar, en las arcas del estado.

Hay que cambiar la forma de hacer política, el tipo de políticos que fomentamos y la forma de entender lo público, desde la administración y desde los mismos ciudadanos. Lo que le falta a nuestro país es lo que no se ha conseguido fomentar en estos años de democracia y se atribuía al desinterés frente al autoritarismo dictatorial. Llevamos casi cuatro décadas de democracia en España. No hemos conseguido crear un sentido de “ciudadanía” en la población y, en especial, en las generaciones más jóvenes. No hemos conseguido alcanzar una madurez ciudadana de la que se derive una moralidad pública consistente, que consista en velar por lo de todos y no solo por lo propio. Los movimientos sociales de este año son, en parte, una reacción ante este desinterés.
Los países maduros —los que han logrado “ciudadanos— saben que los malos gobernantes son malos para todos. No hemos conseguido interesar a las personas en los asuntos públicos, que son los de todos. Por el contrario, se ha fomentado la creencia en que la política es “un asco” y es “cosa de los políticos”. Eso ha llevado a que nadie se preocupara del despilfarro o de la mala gestión, dejándola en manos del advenedizo, del irresponsable o del corrupto. Viven demasiados de la política, en la política y alrededor de la política.
La política, convertida en profesión, tiende a convertirse en mercado y mercadeo. La democracia es un estado de vigilancia permanente, de control continuo y responsable. Es el interés de todos en la cosa pública, no solo elegir, que es el acto final, un acto plenamente consciente y no automático.
En España no han caído rayos, no tenemos esta situación incendiaria de forma repentina. Es el fruto de la incapacidad de ver el humo, de sentir el fuego que ha hecho arder mucha superficie y tardaremos mucho en apagar. Es importante tomar nota de los pirómanos y quitarles cerillas y mecheros. O seguiremos jugando con fuego.




No hay comentarios:

Publicar un comentario

Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.