lunes, 31 de diciembre de 2012

Marisa, con perdón

Joaquín Mª Aguirre (UCM)
Año tras año, llegadas estas fechas se produce el mismo fenómeno. Junto a reportajes sobre el funcionamiento del reloj de la Puerta del Sol o que en Italia se toman unas lentejas en Nochevieja, cuánto cuesta el cotillón en París o Roma, etc., se sigue invocando un nombre: Marisa Naranjo.
Los españoles que acabamos perdonando casi todo, aunque sea porque se nos olvida, por pereza mental, no conseguimos olvidarnos de la pifia de esta buena profesional, como siempre fue, de la presentadora que se equivocó con las campanadas de fin de año. Por si fuera poco, el diario El Mundo nos vuelve a enlazar el vídeo recordatorio en sus páginas con aquel momento fatídico en la historia de España en el que las campanadas iban por un lado y Marisa Naranjo, con millones de españoles, por otro en su cuenta de las uvas.

No se ha perdonado todavía. A diferencia de otras pifias a las que se alude de vez en cuando se dan sucesos similares —el casi gol de Cardeñosa, por ejemplo—, la de Marisa Naranjo tiene en su contra el carácter cíclico de los finales de año. La obviedad de que todos los años tienen "final de año" juega en su contra. Marisa Naranjo se ha convertido en un tópico navideño, una reacción conductista, un reflejo pauloviano. Allí donde el perro de Paulov salivaba al escuchar el silbato, los españoles se acuerdan de Marisa Naranjo en cuanto que se empiezan a sonar los cuartos.
A todos les entra el miedo. A los presentadores se les produce el síndrome "Marisa Naranjo", el temor irracional a equivocarse y que se les pegue el sambenito de la pifia anual, que la gente dejara de acordarse de Marisa Naranjo y pasara a acordarse solo de ellos. A los que esperan con las uvas en la mano les entra la inseguridad de cuándo se acaban los cuartos y empiezan las campanadas de verdad. Todos los años se revisa a fondo el reloj, pero no se revisa a los presentadores; son la entrada de la imperfección humana, de lo imprevisto, en el sistema.


Para tratar de espantar con conjuros esa maldición, en España se han multiplicado la toma de uvas. Sorprendentemente, las "uvas de la suerte" han proliferado para gozo de los agricultores y comerciantes españoles. La conversión de España en una "macrofiesta" con nuestros políticos de DJ's nos ha llevado a que celebrar un cotillón no sea suficiente para la economía española y que se celebren varios actos de este tipo. La más temprana es la "nochevieja universitaria" de Salamanca, la que celebran los estudiantes antes de volverse a sus casas con las familias. Tenemos también la Nochevieja infantil que se celebra a las doce de la mañana, como la que realizan en Murcia, para no tener a los niños danzando toda la noche. La oferta y la demanda.


Para conjurar el maleficio, Antena3, en su canal Neox, se ha sacado de la manga las "preuvas", con el programa "Feliz año neox" que consiste, según entiendo, en tomar las uvas el día antes con personas a las que no pondrías el día treinta y uno a transmitir las campanadas. Como explica el presentador a su invitada especial de este año, Remedios Cervantes: "Las campanadas de Neox no las da cualquiera. Ha habido que liarla muy gorda, haber metido la pata hasta el corvejón y sobre todo haber tenido mucho valor y mucho sentido del humor para haber estado aquí esta noche." Efectivamente, el mérito principal —no carece de otros, por supuesto— de Remedios Cervantes es una gran metedura de pata en un concurso televisivo que le hizo perder una buena cantidad de dinero a un concursante. En vez de cambiarse de nombre y hacerse la cirugía estética para no ser reconocida, Remedios —a lo hecho, pecho, dice el refrán—, asume su pifia y la luce en estas "preuvas" del día 30. La acompaña —como no podía ser de otra forma en un programa dedicado a las meteduras de pata—, doña Cecilia Giménez, la restauradora piadosa, la autora del "Ecce Homo" —el "Guernica del siglo XXI", la "contramarca España"—, que ha dado luz y color a nuestro año más oscuro (por el momento).


Dice la Directora de Programas de Entretenimiento de A3: "La idea es rehabilitar a los protagonistas de las meteduras de pata más importantes del año"*. Si esa es la idea, tenemos protagonistas para las retransmisiones de las próximas décadas solo con lo que ha dado de sí 2012. Podemos exportar si hace falta.
El año pasado fueron las primeras "preuvas" y, como no podía ser de otra manera, las retransmitió la mítica Marisa Naranjo. Digo "mítica" porque ese es el grado que alcanza alguien así. ¡Quién le iba a decir a ella que pasaría a la historia no por todo lo que hizo bien —que fue mucho—, sino por su único error profesional! Explicaban el año pasado como introducción del programa inaugural de las "preuvas":

[...] más de veinte años después, la veterana Naranjo dará paso otra vez al Año Nuevo en Neox, la cadena de perfil más juvenil de Antena 3 [...] Neox ha investigado con énfasis cómico en qué circunstancias se produjo el gran gazapo de la presentadora aquel día. Profesionales de la cadena de Planeta como Carlos Sobera, Arturo Valls, Mónica Carrillo y Susanna Griso dan su opinión sobre lo que pasó aquella Nochevieja.**

La repetición del vídeo con las campanadas de aquel fatídico 1989 y el programa del año pasado nos hacen ver que nunca se olvidara la pifia porque su estatus ha aumentado al de "mito rentable". Y eso no es que haya que olvidarlo, sino no dejarlo escapar. Si la metedura se hubiera producido hoy, Marisa Naranjo tendría, como doña Cecilia, club de fans en las redes sociales.


Me gustaría que ese programa de Neox fuera presentado en sus próximas ediciones por banqueros, ministros, presidentes del gobierno, jueces, etc. Que todos aquellos que han "metido la pata hasta el corvejón", que diría el presentador de Neox,  fueran invitados en estas "preuvas", que se les pudiera presentar como a Remedios Cervantes: "Está usted hoy aquí, señor presidente, señora ministra, señor diputado, banquero, empresario, sindicalista, periodista, etc., por haberlo hecho rematadamente mal, por sus meteduras de pata". Pero me temo que, a diferencia de Marisa Naranjo, Remedios Cervantes y Cecilia Giménez, carezcan del sentido del humor necesario.
Me gustaría —uno de mis deseos para el nuevo año— que se "perdonara" de una vez por todas a la pobre Marisa Naranjo, que en España la máxima condena de cárcel es de veinte años y ella ya los ha sobrepasado con creces. 
Esta noche brindaré por ella y por la imperfección humana. ¡Feliz año a todos los que se equivocan con buena voluntad!

* "Azúcar y 'Ecce Homo' para purgar el año en las 'preúvas'" El Mundo 30/12/2012  http://www.elmundo.es/elmundo/2012/12/28/television/1356698565.html
** "Marisa Naranjo volverá a 'dar la campanada' en la Nochevieja de Neox" El Mundo 13/12/2011 http://www.elmundo.es/elmundo/2011/12/12/television/1323712266.html






domingo, 30 de diciembre de 2012

Punto de desencuentro

Joaquín Mª Aguirre (UCM)
Me levanté con el ánimo de escribir sobre el escándalo de la "Lista Lagarde" en Grecia cuando los titulares del diario El País me dejan relativamente sorprendido: "El PSOE plantea reformar la Constitución para ir a una nueva España federal". En la información interior se nos dice que, con la ayuda asesora de "catedráticos y profesores de Derecho Constitucional y Financiero", se ha pergeñado un nuevo documento:

El PSOE apuesta por una amplia reforma de la Constitución para dar cabida a un Estado federal que supere las limitaciones que tiene el actual Estado de las Autonomías, manteniendo la indisoluble unidad de la nación española. Para impulsar ese proyecto, el presidente de la Junta de Andalucía y del PSOE, José Antonio Griñán, presentará en la segunda semana de enero un documento en el que apuesta por una España federal como punto de encuentro entre posiciones recentralizadoras y tendencias independentistas.*

¿Un "punto de encuentro", de qué?¿El PSOE pretende ser la "tercera vía"? ¿Esa es la nueva línea del "producto" socialista, su nueva "oferta", el banderín de enganche para los electores que le han abandonado?
La pregunta es: ¿por qué debemos pagar siempre los españoles el hundimiento de los partidos políticos, sus crisis internas? Por si éramos pocos, ya tenemos tres "españas": la constitucional, la federal (también llamada "punto de encuentro") y la secesionista. El hundimiento electoral del PSOE se paga en términos de una ruptura del sentido histórico de los partidos nacionales. El peor adversario del PSOE es él mismo. La prensa de hoy mismo da cuenta de la distancia de seis puntos con el PP a pesar del desgaste de los brutales ajustes económicos. Que en los momentos de mayores problemas de nuestra historia reciente, con la mayor crisis económica en décadas, se ponga encima de la mesa el futuro de la forma de Estado y la nación es uno de los mayores errores estratégicos que se pueden cometer.
La generación política anterior supo tener la inteligencia de aparcar diferencias para traer la democracia a España en los momentos difíciles de la transición que se ha considerado modélica por todos los que han hablado de ella. La generación actual, la de los que viven de la política, trae de nuevo el conflicto para sembrar desconcierto y, sobre todo, para tapar su propia ineficacia política y gestora. La salida adelante de los partidos en crisis es siempre echando órdagos, el más difícil todavía. El Estado es la traca final.


Aquí se habla de "apostar por una España federal" como el que habla de "apostar por las energías renovables", con la misma alegría. Mientras unos creen que todo se resuelve inaugurando una web de la "marca España", otros sacan la bandera federal (ya tocará la republicana) y otros la del secesionismo puro y duro. Otro titular, junto al señalado, nos informa de que los socialistas valencianos apuestan por una "España sin provincias": esta vez se habla de "un federalismo integrador y multilateral". ¿A alguien se le ha ocurrido alguna idea más? ¿Por qué no por apostar por una España sin desempleo o mejor educada o más sana?
En estos momentos, el "espectro político" español va por caminos propios frente a los ciudadanos, cuyas prioridades y deseos son muy diferentes. Con una brutal crisis económica, con cinco millones de parados y empresas cerrando cada día, los problemas que hay que resolver están delante de nosotros. Si queremos verlos, están ahí, dramáticamente.


La apuesta del PSOE por el federalismo —que es un intento de evitar la evidente mordida de Izquierda Unida— traerá consecuencias importantes para la vida política y especialmente para la izquierda española, que tendrá que reorganizarse, al quedarse sin alternativa "nacional".  El federalismo no resuelve nada porque los que quieren la secesión siempre lo verán como un paso intermedio. No es una "tercera vía", digan lo que digan. El chiste de Peridis que se incluye como ilustración del artículo en El País no deja lugar a dudas sobre esto: "Acelera, Artur, que vienen los federales".* El que no lo quiera entender...
Nuestros políticos tiene que aprender que la competencia política se hace con mejores soluciones a los problemas, no creando más problemas, que es exactamente lo que están haciendo. La política no es jugar a las "casitas". El derecho más elemental de un ciudadano es el de la estabilidad constitucional —para eso están las Constituciones—, la "seguridad" de la definición de su propio estado. Quiero saber dónde vivo, qué es lo que tengo debajo de los pies. Parece que nuestro triste destino es no estar nunca de acuerdo en lo más elemental. La Constitución, que lo había logrado, parece que ya tampoco nos vale y ha pasado a ser un punto de desencuentro.Triste.

* "El PSOE plantea una reforma de la Constitución para una España federal" El País 29/12/2012 http://politica.elpais.com/politica/2012/12/29/actualidad/1356814724_523858.html




sábado, 29 de diciembre de 2012

Plácido ante el peligro

Joaquín Mª Aguirre (UCM)
Hace un par de días que disfruté de nuevo viendo la célebre película de Gary Cooper, Solo ante el peligro (High Noon, Fred Zinnemann 1952) y ayer no me la podía quitar de la cabeza mientras veía la magistral Plácido (1961), de Luis García Berlanga, la película navideña menos apropiada para esta época del año, un fuerte correctivo.
Quizá fuera porque ambas son películas que transcurren casi en tiempo real, con el reloj en la mano, en pueblos que los protagonistas recorren sin cesar de un lado a otro intentando encontrar la ayuda que les es negada; quizá también porque ambos lucen una estrella: Cooper, la de sheriff, y Plácido la navideña que lleva instalada en lo alto del motocarro con el que va de un lugar a otro. Son dos héroes atípicos en tiempos revueltos. Ambas son historias crueles sobre la falta de caridad, algo que nos confirma el villancico final de Plácido: "en este mundo no hay caridad / ni la ha habido antes, ni nunca la habrá".


Volver a ver Plácido en estos tiempos de desahucios, impagos, comedores sociales, bancos de alimento y paro es un ejercicio de indignación controlada por el humor corrosivo que atesora. No, aquel mundo no es "del todo" el nuestro. No debemos ser injustos ni masoquistas. Hemos "mejorado" materialmente. Pero tampoco debemos consolarnos demasiado porque el arte revela los tiempos, sí, pero también lo intemporal: la injusticia y la hipocresía, la falta de caridad, el uso de los demás y el egoísmo infinito. Eso sigue. Un pesimista nos dirá que el ser humano no cambia; un optimista, que ahora lo vemos en color.


Entre Will Kane (Gary Cooper) y Plácido (Cassen) hay muchos puntos en común, salvando las distancias geográficas y los géneros, claro. Ambos son héroes extraños, enfrentados al mundo que les rodea, que les da la espalda después de utilizarlos y explotarlos. Si Kane lucha contra el reloj, omnipresente en la película de Zinnemann, Plácido luchará también contra el tiempo para llegar al notario "antes de la caída del sol", según la fórmula usada, después de haber haberse frustrado el pago de la primera letra del motocarro en el banco al mediodía.

Decía el propio Zinnemann que él quiso hacer un "anti western", sin nubes en el cielo, sin persecuciones a caballo —el sheriff se pasa toda la película caminando—, sin peleas —¡Kane solo se pelea con su propio ayudante!— y con un solo tiroteo al final; con un plano casi fijo de los raíles del ferrocarril, el lugar por donde el mal debe llegar a las doce, si es puntual.  A Plácido, por su parte, lo que le llega —con retraso— por los raíles es otra forma del "mal", la cabalgata de artistas que vienen de Madrid, con coristas presentadas como divas en esa pequeña ciudad de provincias, que serán subastadas como compañía para la cena de navidad; a unos les tocara un "pobre" con el que ganarse el buen nombre; a otros, los de pago, una "artista" con la que presumir. Nadie se ganará el cielo. Plácido, diríamos hoy, es un "western urbano", un "mazapán western" navideño a la española, negro, quevedesco.
Si se dice que Solo ante el peligro nos habla en clave de la "caza de brujas", en Plácido —sin tapujos— son las brujas, auténtico aquelarre, las que salen a cazar pobres que sentar en su mesa navideña. Mucho pavo y poco espíritu. Mucha miseria, moral y de la otra tanbién. Lo único positivo —casi positivista— es que Plácido ha conseguido pagar finalmente la primera letra del motocarro con el que se supone que se ganara la vida. La vida es ir pagando letras, llegar a tiempo al banco, que no las envíen al notario. ¡Quién sabe si llegará a presidente de la Patronal española!


Si tras ver Solo ante el peligro se llega a la conclusión de que la gente es cobarde y que lo mejor que debe hacer el héroe es perderles de vista, en Plácido sacamos la conclusión que se es héroe por pura supervivencia —es el toque de la picaresca, nuestro género auténtico, que todo lo tiñe—, que nadie es mejor que los demás y que cada uno va a lo suyo. La "heroicidad" no es más que una categoría narrativa, un énfasis en la focalización del personaje en un universo oscuro. Plácido, en fin, se llama "plácido" como Cándido se llamaba "cándido", por ironías de la vida, porque te escriben el destino entre unos y otros, y en el nombre va tu futuro. No eres Beowulf; solo tratas de sobrevivir.
Sigue sorprendiendo Plácido porque es difícil, en clave de comedia, resistirse al tópico heroísmo redentor en un mundo mezquino que se inventa sus héroes de cartón piedra para poder venderlos después en camisetas. Pero García Berlanga lo hizo, se resistió a dejar una luz más allá de la estrella que deambula por la ciudad insensible. Las Navidades de Plácido son un imposible tiempo de redención, un  ejercicio de hipocresía social en toda regla. ¿Cómo es posible tanta miseria moral? Victor Hugo se quedó corto.

¡Qué bello es vivir! (Frank Capra 1942)
Si hay gente que se repone todas las Navidades "¡Qué bello es vivir!" (It's a wonderful life!, Frank Capra 1942), a pocos se les ocurrirá imponerse Plácido como ritual, quizá porque hay que darse un respiro de vez en cuando y no olvidarse de que existen muchas cosas buenas en la vida, muchas de ellas por hacer. Placido es un gran correctivo moral sobre las falsas apariencias de la felicidad, la bondad y la solidaridad humana. Es volterianismo puro. ¡Gracias a Dios, siempre existirán los programas dobles!

Como western hispano, Plácido recorre el pueblo a lomos de su motocarro, solo ante el peligro, solicitando una ayuda que nadie le presta antes de que el sol se ponga. No hay ya una balada heroica cantada por Tex Ritter; solo ese "Romance del Niño perdido":


- Madre, en la puerta hay un niño
más hermoso que el sol bello,
y dice que tiene frío,
mas, sin duda, es que está en cueros.

- Pues dile que entre
y se calentará,
porque en este pueblo
ya no hay caridad,

ni nunca la ha habido
ni nunca la habrá.

Nos gustaría que Plácido, como Will Kane, arrojara la estrella al suelo, montara a su familia en el motocarro y se fuera a un pueblo mejor que mereciera sus servicios de transportista. Pero el genio de García Berlanga, su pesimismo crónico, hace que Plácido se quede allí, en aquellas calles oscuras y frías, intentando sobrevivir entre la fauna local. No hay final del mundo, solo final de mes. Es tiempo ya de pensar en cómo pagar la segunda letra, no la lleven protestada al notario otra vez.
Y la vida sigue, letra tras letra.





viernes, 28 de diciembre de 2012

La marca del territorio

Joaquín Mª Aguirre (UCM)
Me saltó a los ojos una frase escrita en el muro de Facebook desde Egipto: "here you can 'piss' in public, but never 'kiss' in public". A la frase siguieron distintos comentarios dándole la razón y diversos "me gusta" se fueron acumulando conforme pasaba el tiempo. Algunos señalaban la contradicción que veían en ello. Creo que no hay tal contradicción. Orinar a la vista en un lugar público es un acto de imposición, de abuso, dominio, de apropiación de la calle —como los perros marcan el territorio propio— y es exclusivamente masculino. Por el contrario, el beso implica escapar de ese dominio. 
Orinar en público es dictatorial; es una violación de los otros, una muestra de poder, desprecio e indiferencia exhibicionista. El beso implica, por el contrario, un relación solidaria, entre dos. Es cierto que puede haber besos abusivos. exhibicionistas y provocadores, pero no son de los que estamos hablando. Nos interesan solo los que son muestra del afecto de dos personas.
La pregunta del muro no va desencaminada. Suele haber cierta correspondencia, en efecto: allí donde algunos imponen su orina, también suelen ver los besos como un peligro para su dominio sobre el territorio. El beso es algo que escapa a su control y no les resulta tolerable.

Yúsuf Idrís (1927-1991)
Dio la casualidad —es verdad y no una licencia poética— que acaba de terminar apenas unas horas antes, uno de los relatos del gran escritor egipcio Yúsuf Idrís —fallecido en 1991— que algo tiene que ver con esto. El cuento se titula "Un trayecto" y describe un breve recorrido en un autobús cairota. La situación que Idrís describe es algo cotidiano y es casi una pequeña observación tomada de la realidad más que una historia; se limita, como es función del arte, a enmarcarnos una pequeña parcela de lo que tenemos frente a los ojos cada día para que saquemos consecuencias.
Comienza Idrís con la rápida descripción de la subida al autobús de un "joven de hoy en día": su jersey anudado, sus apuntes de clase, una cadena... En la parada siguiente sube una muchacha, "una de esas chicas de hoy en día", con pelo recogido en una cola de caballo. Idrís nos dice: "Llevaba de la mano a un emisario de la familia, su hermano pequeño, mandado para proteger al grácil cordero de la manada de los lobos" (7). Los "lobos" no son otros que los "hombres mayores" que abarrotan el autobús, que no pierden de vista a la muchacha al subir. Idrís contrasta la seriedad de los viajeros con las sonrisas con la que ambos jóvenes se han incorporado.

La muchacha subió igualmente sonriente, y los hombres mayores enchaquetados clavaron la vista en ella, echando malintencionadas miradas, aunque se calmaron cuando descubrieron que debía de ser de la edad de sus hijas o, incluso, menor; que no servía para la cama y que ni tan siquiera «sería conveniente» que se le viera con algunos de ellos en la calle. Por tanto rápidamente apartaron la vista de ella y de su sonrisa. (8)

El narrador, que es un viajero más, se encuentra sentado junto a uno de esos "hombres mayores" que abarrotan el autobús, uno de esos inspectores visuales —vamos a llamarlos así— del entorno, personas convertidas en jueces permanentes —investidas de alguna poderosa autoridad divina— que determinan la corrección o no de lo que tienen delante: "—¿Y ésta? ¿Qué le llevará a subirse con el gentío que hay? ¿Qué falta de educación?" (8) Para estas personas, como para las que orinan, el "territorio" es siempre suyo y los demás son invasores. La primera parte del relato nos muestra cómo el viajero se considera con derecho a invadir la privacidad del narrador metiendo sus narices en el periódico, que tendrá que dejarle.


El movimiento del autobús ha hecho que los jóvenes se aproximen y pronto se convierten en el motivo de interés. Un frenazo hace que se inicie el contacto y la sonrisa de disculpa. El narrador contempla cómo los dos jóvenes son conscientes de la proximidad el uno del otro y cómo se sienten atraídos. El narrador trata de adivinar cómo se iniciara el contacto inocente entre ellos, el de dos jóvenes adolescentes en mitad en aquella manada de lobos. Eso le hace recordar su tiempo de la Facultad:

Que un joven mire a una muchacha es algo fácil y que le sonría, más aún. Pero hablar con ella... Ahí es donde radica el problema, ese problema que preocupó a toda nuestra generación cuando estudiábamos en la Facultad y recién licenciados. No encontrábamos entre nosotros a un joven que no tuviera un problema de este tipo. (11)

Idrís nos muestra tres generaciones. La de los dos jóvenes, la suya —intermedia— y la de los lobos del autobús. Su generación fue la que se rebeló contra la monarquía de Faruk y la dominación inglesa, la que dio lugar a la revolución, de la que pronto se desengañó. Distanciado de los jóvenes ya por la edad, su mundo está mentalmente distante del de "los lobos" con los que viaja en  aquel autobús.
Señala el narrador:

Cada sexo deseaba al otro, reparaba en él y lo miraba a hurtadillas, sin que mediara entre ambos distancia alguna. Y sin embargo, existía un muro de cristal grueso que nadie sabía quién lo había levantado y que nadie se atrevía a responder. (12)

El narrador recuerda el problema de su generación: "¿Cómo hablo con ella?". No es un problema baladí. "El chico estaba ante el mismo problema al que nosotros no supimos dar solución" (13), reflexiona. Sin embargo el joven inicia un acto insólito: habla con ella. "—La he visto en la Universidad... En Letras, ¿no?" (16). La primera reacción de la joven es de enojo porque le hablen. El narrador señala "en nuestros tiempos algo así suponía un golpe mortal" (17). Él se hubiera retirado abrumado, frustrado. Sin embargo no ocurre así con el joven que insiste hasta que se establece entre ellos un diálogo fluido de adolescentes y sin demasiados problemas.
El narrador y el otro viajero han observado todo como si se tratara de una película o una obra de teatro representada ante ellos. "Me dio la impresión de que, de no ser por la gente que había, le hubiera dado un beso" (20). El otro viajero ha contemplado la misma escena con morbosa satisfacción, no perdiéndose un momento, como si hubiera asistido a un espectáculo en un obsceno cabaret.
La joven baja primero y el muchacho en la siguiente parada. Ha sido la posible antesala de una amistad o, si de algo más, no asistiremos a ello. Dos jóvenes que han hecho aquello que hacía sufrir tanto a la generación del narrador, vencer la timidez y poder hablar.


Nos quedamos en aquel autobús, con la manada de lobos. La reacción del compañero de viaje del narrador no se hace esperar:

[...] no tardó en levantar la voz y ponerse a dar palmadas y a mirar al resto de los pasajeros como pidiéndoles su atención para que fueran testigos de sus palabras, pronunciadas con verdadero enojo:
            —¡Pero qué disparate y qué falta de educación! Este país se ha echado completamente a perder. Ya la gente no tiene orden ni concierto. ¡Vamos! En cada autobús debían poner un agente de policía encargado de velar por las buenas costumbres. A esa gente hay que combatirla como a los rateros. ¡Pero qué farsa es ésta! Lo he visto con mis propios ojos intentando meterle mano. ¿No ha sido así, señor? Si no llegamos a estar aquí, le mete mano, y ella se queda tan pancha. Eso... eso es un delito. No existe inmoralidad mayor. Con mis propios oídos le he escuchado dándole su número de teléfono. Sí, con mis propios oídos. ¿Es verdad o no, caballero? ¿Es verdad o no? Y todo ha pasado en un solo trayecto. ¡Tenía que llegar el fin del mundo! ¡Por Dios! Puede que realmente ya haya llegado. ¡Tiene que haber llegado! (22)

El viajero había marcado su territorio y pedía ayuda a la manada; pedía más autoridad y menos transigencia con el escándalo de que dos adolescentes se hubieran hablado y quedado en verse en otro momento. ¡El fin del mundo! Sí, de su mundo, al menos; de un mundo bajo control de esa policía que exige que vele por las "buenas costumbres", en cada autobús, en cada esquina, en cada página de periódico o programa televisivo.
La sociedad es ese sistema foucaultiano compuesto por regulaciones y prohibiciones, por instituciones y autoridades que definen en cada momento qué está bien o qué está mal. En el muro de Facebook se preguntaban por qué puedes "orinar en público", pero "nunca besar en público". La respuesta está en ese autobús, en las reglas que la manada de lobos impone al resto. Decía Yúsuf Idrís al comienzo del relato al referirse a los pasajeros: "[...] eran copias de diverso cuño de mi querido vecino de asiento" (10).


Los que hoy se preguntan hacia dónde camina Egipto tienen miedo de que la petición del viajero juez se haga realidad y que la denuncias contra periódicos, televisiones, artistas o simples personas por ofender las "buenas costumbres" o al islam no sean más que la excusa para volver a frustrar el desarrollo de una generación de jóvenes que hicieron la Revolución para, entre otras muchas cosas, poder hablar entre ellos sin que se les considere criminales. Basta con echar un vistazo al parlamento para comprobar dónde quedaron los jóvenes que se lanzaron a la Revolución. También se bajaron de ese autobús.

Vienen a mi memoria los infames exámenes médicos a los que los militares sometieron a las muchachas que pasaban las noches protestando en la Plaza de Tahrir para comprobar su virginidad. Esos mismos militares a los que hoy, la recién aprobada Constitución egipcia —con el treinta por ciento de participación y el sesenta y tres por ciento de síes—, considera en su Preámbulo que apoyaron la Revolución de los jóvenes. No pintaban nada allí, como tampoco pintaban nada en el autobús de Idrís —¡qué osadía!—; su sola presencia molestaba a algunos.
Los orines de los lobos marcan el nuevo territorio, un territorio en el que hablar irá contra las buenas costumbres y besar en público será un delito imperdonable. 
Creo que la nueva generación de egipcios no será tan fácil de controlar. A Hosni Mubarak le costó aprenderlo, pero lo tuvo que aprender. Lo que la generación de Idrís no consiguió con su revolución, puede que ellos lo consigan con la suya. Pero tendrán que enfrentarse a la manada para reivindicar su derecho sobre el territorio. Los viejos lobos no lo abandonarán fácilmente.


* Yúsuf Idrís (2003): Una cuestión de honor. Ediciones del Oriente y del Mediterráneo. Madrid.



jueves, 27 de diciembre de 2012

Malala, el personaje del año

Joaquín Mª Aguirre (UCM)
Los motivos por los que alguien puede llegar a convertirse en "personaje del año" son variopintos. La clausura de 2012 conlleva competiciones en las que profesionales y público votan para elegir a aquellas personas destacadas o que han merecido la aprobación general. La cadena informativa Euronews lo ha hecho, como casi todos los medios. Entre los profesionales y por votación popular de los espectadores y lectores de la cadena ha habido una triunfadora: Malala.

Estaba cantado. Cuando preguntamos a nuestros compañeros en la redacción quienes podrían ser los candidatos a personaje del año 2012 el nombre de esta niña de 15 años se repetía sin cesar entre las sugerencias. Según nuestros cálculos, no científicos, un 52 % de la redacción votó por la joven.
Y los lectores de euronews.com lo han confirmado con un 26% de los votos. Curiosamente el equipo del robot Curiosity de la NASA ha quedado en segunda posición con un 21% de los apoyos entre nuestros usuarios.*


Sí, estaba cantado porque el mérito no consiste solo en los grandes logros, sino en la relación entre las propias fuerzas, el objetivo y las dimensiones del adversario. Y en esta relación, el caso de Malala, la niña pakistaní tiroteada por defender la educación de la mujeres en su país, no tiene parangón.


Si comparamos su caso con el de los segundos clasificados, el equipo de la NASA, podemos apreciar que han realizado un gran logro científico, pero también que son la punta del iceberg de todo un complejo investigador con presupuesto gigantesco para llevar adelante su trabajo. Malala, en cambio, no se ha enfrentado a las dificultades de la naturaleza, del espacio, a un reto tecnológico y científico, sino justo a lo contrario: a la ignorancia más absoluta, violenta y contagiosa que ha visto el mundo en mucho tiempo. Allí donde la NASA se enfrenta a la materialidad del universo, Malala se enfrentó a la falta de espíritu de seres enfangados en una ignorancia atroz que quieren condenar a la oscuridad a su propio pueblo. 
En el valle del Swat, los talibanes han prohibido a las niñas ir a las escuelas. Mientras mandamos robots a explorar Marte o el saltador al vacío Felix Baumgarten, el tercer clasificado, usa el conocimiento científico disponible para sus logros, en Pakistán —y en otras zonas del mundo bajo esta negrura violenta— se intenta convertir la mente de las personas en desiertos sin exploración posible. Es la perversión infinita a la que lleva el gran pecado de la ignorancia orgullosa.


El único recurso de Malala para enfrentarse a esa negrura que rodea a su pueblo es el de la inocencia y la firmeza. Al adquirir notoriedad internacional el caso de Malala a través de su blog en la BBC y un reportaje en The New York Times, los talibanes no perdonaron y en octubre de este año la niña sobrevivió milagrosamente a un atentado en el que quedaron también heridas otras dos compañeras de clase. Hay zonas de Pakistán en las que el heroísmo consiste en coger los libros e ir a clase cada día. La sangre de Malala, quien se recupera de sus heridas protegida en Londres, ha servido para que se tome conciencia del caso extremo de la violencia talibán, del peligro que suponen para las personas y para la simple inteligencia. Son una monstruosidad andante allí donde proliferan y se les deja crecer. 

La muerte de los médicos y personal sanitario que vacunaban contra la polio hace unos días nos muestra que Malala no es la única enemiga. Los talibanes temen que esas vacunas en gotas que se administra a los niños sean para esterilizar a los musulmanes, una campaña orquestada desde Occidente; anteriormente temían que los médicos fueran espías occidentales intentando obtener muestras de ADN para localizar a Osama Bin Laden.** La ignorancia no tiene límites y la padecerán miles de niños condenados a esta terrible enfermedad. No es casual que Afganistán y Pakistán sean los mayores focos de polio.
Hay zonas de África, como ahora ocurre en Mali, en las que el fundamentalismo religioso de estos fanáticos oscuros condena a todos los que les rodean a la ignorancia o a la muerte; a ambas cosas, en ocasiones. Donde unos son víctimas de la polio, otros quedan lisiados de por vida con los miembros amputados, manos y piernas, en aplicación de la crueldad disfrazada de ley.

Malala es, en cambio, una luz; es el deseo de aprender como forma de superación del mundo que tiene enfrente. Es, además, ejemplo. Podía, como tantas otras, haber tratado de ocultarse y estudiar a escondidas de las miradas talibanes, pero eligió la visibilidad que diera fuerza a las demás en su situación. Y es eso lo que no le han perdonado los talibanes, el desafío, el que una niña comenzara a los once años a desafiarlos. Han asegurado que volverán hasta lograr acabar con ella. Nadie lo duda. No son personas con las que se pueda dialogar; son simplemente una enfermedad inhumana con la que siempre se está en desventaja porque no podemos dejar de ser humanos, algo que ellos sí han hecho.
Malala es el personaje del año. Y debería serlo año tras año sin necesidad de que nadie atentara contra ella. Sus valores son los de la lucha que nos queda a todos por delante, estemos donde estemos, los de la mujer y los de la educación. La ignorancia y el patriarcado son dos formas de lo mismo, el deseo de esclavizar a los demás, la voluntad de poder que sigue manando desde un mundo cavernario; son la negación de los derechos del otro. Asistir a clase, recibir una vacuna, cualquier acto normal en casi todas las partes del mundo, puede considerarse como un pecado imperdonable merecedor del más terrible de los castigos a manos de estas estúpidas espadas flamígeras vivientes.


Ante la heroicidad sencilla de Malala palidecen el vertiginoso salto al vacío de Felix Baumgarten o los logros extrañamente diversos de los empatados Barack Obama, el coreano PSY y Lionel Messi. A la hora de puntuar a los personajes del año se pueden tener en cuenta muchas cosas. Afortunadamente, existe gente que es capaz de diferenciar entre dar saltos con gracia, meter goles con arte y jugarse la vida por los demás.
En el fondo, no solo elegimos al "personaje del año", algo meramente simbólico, sino que esto es un test de nuestra propia sensibilidad y respuesta ante los problemas que nos rodean. Este año hemos mejorado un poco. 

* "http://es.euronews.com/2012/12/17/malala-yousoufzai-la-joven-que-planto-cara-a-los-talibanes/" Euronews 17/12/2012 http://es.euronews.com/2012/12/17/malala-yousoufzai-la-joven-que-planto-cara-a-los-talibanes/

** "Asesinados tres trabajadores de la campaña contra la polio en Pakistán" La Vanguardia 19/12/2012 http://www.lavanguardia.com/internacional/20121219/54358118386/asesinados-tres-trabajadores-de-campana-contra-polio-en-pakistan.html