domingo, 11 de diciembre de 2011

Un libro: La cultura y el poder. Conversaciones sobre los cultural studies, de Stuart Hall y Miguel Mellino


Joaquín Mª Aguirre (UCM)
La cultura y el poder es una larga entrevista —pero una obra breve— realizada por el investigador italiano Miguel Mellino a Stuart Hall, considerado uno de los “padres fundadores” de la corriente denominada Cultural Studies, línea de trabajo que se ha considerado como rompedora respecto a las principales corrientes de explicación social. Armand Mattelart y Erik Neveu, en su obra Introducción a los estudios culturales, intentaron establecer la singularidad del nuevo enfoque:

¿Qué hay detrás de este marchamo? Tiene sus antecedentes en el siglo XIX. Generalmente asociada a un pragmatismo alérgico a los esquemas teóricos, la Inglaterra industrial, no obstante, pudo observar entonces cómo se desarrollaba un original debate sobre la cultura, entendida como instrumento de reorganización de una sociedad trastornada por el maquinismo, y de «civilización» de los grupos sociales emergentes, como argamasa de una conciencia nacional. Ese debate, que encuentra entonces su equivalente en el mundo intelectual de la mayoría de los países de Europa, será el origen, al término de la Segunda Guerra Mundial, de una empresa original. La aparición de los estudios culturales puede calificarse entonces de paradigma, de debate teórico coherente. Se trata de considerar la cultura en sentido amplio, antropológico, de pasar de una reflexión centrada en el vínculo cultura-nación a un enfoque de la cultura de los grupos sociales. Aunque permanece sujeta a una dimensión política, el meollo de la cuestión consiste entonces en comprender de qué manera la cultura de un grupo, y sobre todo la de las clases populares, funcionan como rechazo del orden social o, a la inversa, como forma de adhesión a las relaciones de poder. (Mattelart y Neveu 15)*

Stuart Hall
Se pasa por tanto de un concepto de cultura envolvente y esencialista a otro, muy distinto, en el que la sociedad se ve como un escenario dinámico de conflictos entre la imposición de un modelo —desde una clase que se identifica con los valores de la “nación”— cultural y las resistencias que provoca. Las formas culturales surgen de esas tensiones entre el modelo oficial y sus desviaciones y transformaciones.
 La “cultura” se convierte en campo de batalla por mantener una identidad alternativa, propia, frente a la pérdida que supone el modelo oficial. Los Estudios Culturales tratan de establecer nuevas categorías —los escenarios de conflicto— frente a las existentes, que consideran irrelevantes y engañosas. Así, Mattelart y Neveu señalan: “Los trabajos se extienden gradualmente a los factores culturales relativos al «género», a la «etnicidad» y al conjunto de prácticas consumistas.” (16)* Se desarrollarán distintos campos vinculados con los Media Studies, los estudios feministas, etc. Cualquier campo en el que se muestren esos conflictos, será objeto de estudio. Todos son caminos para llegar a un fondo, el estudio del poder y sus formas sociales.
Los Estudios Culturales se centrarán en los procesos de configuración de esas categorías —género, etnicidad, consumo, identidad…— por entender que su constitución es esencial para la comprensión de los procesos sociales. Dentro de su estudio, adquieren especial relevancia el papel de los medios de comunicación como fabricantes y trasmisores de las propuestas de las categorías señaladas. Se ocuparán de la cultura popular como forma de transmisión y como forma de resistencia. Como es evidente, el marxismo juega un papel importante en sus bases teóricas y, en el caso de Stuart Hall, la influencia de Antonio Gramsci [ver entrada] es importante y reconocida, especialmente en su concepto de “hegemonía”, es decir, de las formas de dominación a través de la construcción del fondo de la cultura. Junto a ella, la de Jacques Derrida y Michel Foucault o Louis Althusser, cuyas ideas serán comentadas en la entrevista. Con una serie de antecedentes, como se ha señalado, en autores británicos del XIX (Morris, Arnold...) y la primera mitad del XX, cuando se inició el debate entre cultura, clase, etc., se suele considerar como trío de “padres fundadores” de los Estudios Culturales a Richard Hoggart (1918), creador del término y fundador del CCCS, Raymond Williams (1921-1988) y Edward P. Thompson (1924-1993). A este grupo se añade el nombre de Stuart Hall.


S. Hall (1932) nace en Kingston, Jamaica, y se radica en Inglaterra en 1951 para comenzar sus estudios universitarios. Será director del Centro de Estudios Culturales Contemporáneos (CCCS), de Birmingham, desde 1968 a 1979. Su circunstancia migratoria marca sus enfoques y objetos de estudio frente al resto de los investigadores. Lógicamente, Hall se centra más en elementos derivados de la “etnicidad”, de los fenómenos de hibridación cultural, papel de las minorías, etc.
La entrevista realizada por Miguel Mellino gira sobre la carrera de Hall, sobre su forma de enfocar su trabajo, sus objetivos, su forma de concebir la teoría y la práctica de los estudios culturales. La entrevista está realizada en 2007, año en el que Tony Blair abandona el poder tras tres mandatos, dejándolo en manos de Gordon Brown, aspecto relevante para la contextualización de las opiniones que Hall vierte sobre el ex primer ministro británico y su papel en la pérdida de identidad de la izquierda británica (y europea) bajo la etiqueta del New Labour.
Raymod Williams
En la primera parte de la obra, las preguntas se centran en tratar de definir el sentido y objetivo de los Estudios culturales frente a la aparente dispersión de métodos, temas y enfoques de sus miembros. Señala Hall:

Hay una cuestión que unifica los cultural studies, algo que siempre se debe tener en cuenta para poder hablar de ellos: es el lazo, la conexión y la interacción entre cultura y poder. Enfocar la cultura o las expresiones culturales desde un punto de vista meramente formal, concebirlas como simples valores o significados, en absoluto constituye la temática de los cultural studies. Realizar cultural studies significa un intento de identificar los vínculos de la cultura —del significado o del meaning making— con otras esferas de la vida social, o bien con la economía, la política, la raza, la estructuración de las clases y de los géneros, etc. En mi opinión, se puede hablar de cultural studies tan sólo si se trabaja para desenmascarar la interrelación entre cultura y poder. (15)

La cultura deja de verse, de manera formalista, como un conjunto de objetos o prácticas y se concibe como un instrumento, como una herramienta para modelar la sociedad. Por eso, para Hall, el eje esencial es la relación entre cultura y poder. Es ahí en donde hay que ahondar, dejando al descubierto las formas que el poder adopta al encarnarse. De ahí el carácter híbrido de los Estudios: “La heterogeneidad forma parte de la naturaleza misma de los cultural studies” (14). El estudio del cine, de los medios, la crítica literaria, etc., son válidos si no pierden la referencia a las relaciones entre cultura y poder.  No se trata de conocer el film o la obra literaria en concreto, sino comprender y explicar su funcionamiento al servicio de una forma política, su articulación dentro de un engranaje más amplio. Ese objetivo se convierte en esencial al haber cambiado la naturaleza del capitalismo contemporáneo:

Hoy, el capitalismo moderno no puede operar por fuera de la dimensión de la cultura. […] El capitalismo contemporáneo funciona a través de la cultura, y de un modo totalmente autoconsciente, de un modo en que el capitalismo industrial nunca podría haber operado. Por cierto, este último creó la cultura burguesa, pero en ese entonces los capitalistas no pensaban que esa era su verdadera función. El capitalismo consumista fordista debe operar necesariamente por medio de la cultura, debe volver sensible a sus mensajes la cultura popular del mundo entero, debe producir subjetividad para introducir en sus propios circuitos, en sus «estructuras del sentir», a las personas. El capital ya tiene ahora una misión cultural. (39)


Basta con observar los fenómenos como el estreno de Amanecer, el lanzamiento de los libros de Harry Potter, o de los discos de Justin Bieber para comprender lo que quiere decir “misión cultural”. La noción de “estructuras del sentir”, la toma Hall de Raymond Williams, que la desarrolló en los setenta, en su obra Marxismo y literatura. Las “estructuras del sentir” son las desarrolladas a través de las formas pedagógicas que nos enseñan cómo articular nuestros propios sentimientos. La literatura, el cine, la pintura, etc. son formas pedagógicas en las que se insertan estructuras sentimentales que adoptamos como parte de su mensaje. Esas estructuras son comunes a otras formas y constituyen un fondo social de la experiencia. Pensemos en las novelas o filmes y su función educativa. Se me quedó graba la respuesta de un niño, de no más de ocho años, cuando a la salida de un festival de cine infantil el periodista televisivo le preguntó por qué le gustaba el cine: “porque nos enseña a vivir”, respondió. El niño no había leído ni Williams ni a Hall, pero tenía claro que, por encima de una estética —de unos valores estéticos—que todavía no lograba comprender (no se le había enseñado a apreciarla), en el cine se le enseñaba a vivir, a ponerse en situación para la vida, una suerte de educación sentimental.


La idea de los Estudios Culturales es dejar al descubierto cómo esas estructuras del sentimiento, junto a otros mecanismos, forman parte de disposiciones más amplias dentro de la lógica del mercado, que ha invadido todos los ámbitos de la vida. Señala Hall:

Todo se está volviendo una cuestión de mercado, y no sólo económicamente, ya que a la vez produce un modo de pensar completamente imbuido de la lógica del mercado. Esta manera de pensar comenzó con el thatcherismo, que ubicó en todos los puestos claves de la sociedad a personas provenientes de la economía. El thatcherismo fue el primer estadio, el blairismo es el posterior dentro de este prolongado movimiento histórico. El New Labour de Blair está remodelando todas las instituciones —sociales, económicas, culturales— en función de ese modelo relativamente nuevo, en función de lo que Philip Bobbitt denominó «the market-State», o sea, un nuevo tipo de Estado. Se trata de un estado que funda su legitimidad no tanto en la promesa de un mayor bienestar material para todos los ciudadanos (al modo del viejo Estado-nación), como en el compromiso de maximizar hasta donde sea posible las oportunidades de todos y cada uno de los individuos. (60)

Los acontecimientos pasados desde 2007, la antesala de la crisis económica y financiera brutal que ahora vivimos, o la simple actitud de un continuador del thatcherismo, como es David Cameron, que ha antepuesto  —según las críticas que está recibiendo en su país ya— los intereses de la City financiera, ante la (tímida) regulación financiera propuesta por la mayor parte de los estados europeos, hace bueno, pasado los años el diagnóstico definitorio de Hall.
Lo preocupante no es que la economía sea pensada en términos económicos (algo que también podría discutirse si la pensamos como ciencia moral, como Keynes la quería), sino la transformación de cualquier ámbito en función de regulaciones económicas. La cultura es reflejo de esa nueva forma de capitalismo que regula las estructuras del sentimiento para poder controlar la totalidad de la vida social. Remitimos aquí a la obra de Eva Illouz, Intimidades congeladas. Las emociones en el capitalismo, que ya reseñamos con anterioridad [ver entrada], que guarda relación con algunas de las ideas expuestas aquí.
Son interesantes sus opiniones sobre opiniones sobre las relaciones entre los Estudios Culturales y el Posmodernismo. El "pos" aplicado a muchos fenómenos, en su opinión, no significa una fisura, sino una transición, un repensar necesario sobre la teoría. Posmodernismo significa entonces hacer avanzar la teoría existente, no un cambio, sino un transitar constante. Su idea del valor de las teoría es esencialmente pragámtico: lo importante es poder explicar los fenómenos. Asume la idea derridiana de tachadura, de que trabajamos con conceptos imperfectos, de que es necesario seguir utilizándolos  siendo conscientes de su imperfección (sujeto, identidad, etc.). Señala Hall: "concibo la teoría como proceso: mi «go on theorizing» implica redefinir constantemente nuestros concepto, dejar de pensar de cierto modo y empezar a pensar de otro, más apropiado a nuestro propio contexto" (30-31). De ahí su extrañeza por la obsesión por tener teorías generales para aplicar en cualquier contexto, cuando entiende que es preferible que surja del propio contexto, de la adecuación a la realidad, y no meterla, como diría Nietzsche, a martillazos. Las teorías, no dice, deben ser siempre y permanentemente traducidas. Quizá sea este uno de los aspectos más interesantes de la obra, su concepto de teoría y sus forma de aplicación.


Uno de los aspectos que más ha desarrollado Stuart Hall en su trabajo ha adquirido, a causa de la globalización, una gran importancia: el fenómeno de la migración y sus consecuencias de creolización, hibridación, mestizajes, choque de culturas, identidades, etc. Hall señala que “la globalización está convirtiendo en generales las experiencias específicas —subjetivas y culturales— de las diásporas históricas. Puede repentinamente hacer de cada uno de nosotros un «migrante»” (80-81). Más allá de esta situación, están sus consecuencias en la redefiniciones de las identidades culturales en los fenómenos diaspóricos y de convivencia cultural, una cuestión candente. Los comentarios sobre la especificidad de los atentados de Londres frente a los de Nueva York o Madrid —el ser realizados por inmigrantes de segunda o tercera generación—, motiva algunas reflexiones interesantes sobre estos fenómenos que nos afectan a todos y cuestionan los modelos de relación cultural. Las recientes palabras de David Cameron (y Angela Merkel) —que ya tratamos en otra entrada— sobre la muerte del “multiculturalismo” resuenan en la mente al leer a Hall.

La obra finaliza con unas palabras que también adquieren sentido en este año 2011 —memorable por muchas cosas, en lo positivo y en lo negativo—, aunque fueran dichas hace cinco, en 2007:

[…] no basta con votar en contra de lo que está sucediendo: debemos luchar para articular un modo alternativo al actual capitalismo global, un modelo que de algún modo impida que terminemos en las fauces de esta aterradora modernización capitalista actual. Me parece que la izquierda alternativa europea no está pensando a largo plazo, que no tiene un proyecto de largo aliento. Hablamos de detener los horrores de la guerra, de detener las privatizaciones, etc.: buenas cosas, desde luego, pero que no se insertan en una estrategia hegemónica alternativa a la del New Labour. Con esto quiero decir: alternativa a la de las socialdemocracias europeas que, a esta altura, ya «se pasaron» acríticamente al sector del mercado. Según creo, lo que sucedió en Gran Bretaña también sucedió o está sucediendo en otros sitios (87-88)

No le faltó a Stuart Hall agudeza en el diagnóstico, no. La proliferación de movimientos ciudadanos por todo el mundo y su rechazo a la política de partidos seguida hasta el momento refleja ese descontento. De ahí el odio visceral —más que a Margaret Thatcher, dice Hall— contra Tony Blair del cambio. 
La capacidad de articular y promover con eficacia modos alternativos (reales, no marginales) se convierte en una necesidad social imperativa. Desde todos los ángulos se hace necesario pensar y repensar fórmulas que sirvan para crear modelos sociales que no nos lleven permanentemente a las crisis y a los desastres.


Stuart Hall y Miguel Mellino (2011): La cultura y el poder. Conversaciones sobre los cultural studies. Amorrortu Editores, Buenos Aires, 93 pp. ISBN (España):978-84-610-9039-6.

*Armand Mattelart y Erik Neveu (2004): Introducción a los estudios culturales. Paidós, Barcelona.



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