domingo, 4 de diciembre de 2011

Un libro: Egipto: Las claves de una revolución inevitable, de Alaa Al Aswany


Joaquín Mª Aguirre (UCM)
La lectura de los artículos del escritor egipcio Alaa Al Aswany es un interesante ejercicio tras la (primera etapa de la) revolución en su país y en el conjunto de la denominada “primavera árabe”. Es ilustrativo leer el día a día de los tiempos previos y cómo se iba acercando algo que nadie veía por exceso de proximidad. Sorprendentemente, las revoluciones cayeron sobre los gobiernos como los pianos caen sobre los transeúntes, de golpe y por no hacer caso al que te pide que te eches a un lado.
Alaa Al Aswany, según su sucinta biografía española en la Wikipedia en un escritor que ejerce de dentista. La biografía en inglés no aporta mucho más, si bien lo expresa de otra manera. Vivió y estudio odontología en los Estados Unidos, tras lo cual se instaló de nuevo en Egipto. Para el mundo, Al Aswany es el autor de El edificio Yacoubian, una novela sobre un viejo inmueble de El Cairo, un microcosmos representativo de la sociedad egipcia.
La novela tuvo un gran éxito en su país, en los países árabes y allí donde fue traducida mostrando una realidad cruda. Tal como era característico de otros autores de generaciones anteriores, la corrupción y la brutalidad represiva era los dos ejes del retrato de la sociedad. No había otro delante. El remedio para ese estado político y social tras la revisión novelística, lo afirmaba Al Aswany al término de cada uno de sus artículos durante estos años: “la democracia es la solución”. Con esta frase concluyen la mayor parte de los artículos recogidos en esta edición. La afirmación es constante y rotunda: ¡democracia!

No es irrelevante que Al Aswany haya estudiado en el extranjero y regresara a ejercer a su país. Por el contrario. Es un ejemplo más de una generación de ciudadanos egipcios que se formaron fuera y regresaron. La experiencia de vivir fuera de Egipto y regresar debió de ser traumática para casi todos ellos. Era difícil llegar de algún lado que no te hiciera encoger el corazón ante el espectáculo de degeneración progresiva, de aumento de la represión que suponía el régimen de Hosni Mubarak. Al Aswany aprovechó el tirón de popularidad de la obra y fue miembro fundador y participó en el colectivo Kefaya (¡Basta!), que en los últimos tiempos exigía el cambio del régimen. Kefaya logró atraer la atención de una sociedad con poca creencia en las posibilidades de cambio, una sociedad que debatía entre seguir con Mubarak o aceptar a su hijo Gamal como sucesor.  Egipto no se planteaba una revolución, sino algún cambio en el humor de los gobernantes. Pero la presión negativa del propio régimen y los contagios de ánimos de países como Túnez, cambiaron esa sensación de que nada cambiaría nunca, y la gente se lanzó a la calle. No había nada que perder cuando no se iba a ninguna parte. Eso es lo que pensaron los mártires que quedaron muertos por las calles. También los que los lloraron y recogieron sus cuerpos heridos y torturados.

El edificio Yacoubián
Los artículos de Alaa Al Aswany han estado apareciendo durante estos años denunciando la situación de Egipto. Nos muestran cómo —al igual que se ha visto en las dictaduras más crueles— las mentes se someten a una extraña distorsión de la realidad para poder reajustarse ante lo que viven. Las dictaduras crean su propia psique colectiva, una mente doble característica: la de los que buscan justificaciones para realizar la represión y la viven en mitad del miedo con aparente normalidad. Estando claras las situaciones de los represores y de sus víctimas directas, los que se rebelan —y son víctimas de los ataques y torturas—, el gran misterio es el de los millones de personas que viven su día a día con la aparente normalidad de engañarse pensando que allí no ocurre nada.
Tuvimos ocasión, en mitad de la revolución, de comentar un cuento del gran escritor egipcio Yúsuf Idris [ver entrada], en el que analizaba esas reacciones de la gente, esa ceguera adaptativa para no perder lo que se tiene o, simplemente, no vivir con la inquietud, en el desgaste permanente del miedo. De todas las emociones básicas, el miedo es socialmente la más destructiva porque hace que se ignore la realidad escondiéndola, tal como ocurre con el denominado Síndrome de Estocolmo. El misterio de tantos lugares en los que el horror está delante de los ojos y se ignora para evitar sentir la angustia de que pueda tocarte a ti.


Al Aswany nos va contando ejemplos de cómo esa clase política y económica que se fue generando alrededor de la familia Mubarak acabó perdiendo el sentido de la realidad de su pueblo y siempre actuaba con el miedo a perder el favor de los más poderosos. En uno de los artículos, Al Aswany nos cuenta un pequeño acontecimiento: cómo la entonces Ministra de Trabajo, Aisha Abdel Hady, besa la mano de la esposa del presidente Hosni Mubarak. Señala:

Los egipcios pueden besar la mano de su madre o de su padre en señal de profundo respeto, pero, fuera de eso, besar la mano de alguien se considera en nuestro país contrario a la dignidad y al respeto propio. ( “El arte de complacer al presidente” 31)

Nos dice Al Aswany que la Ministra nunca soñó con ocupar un ministerio, pues no logró acabar la educación básica. Y se pregunta, cómo va a defender la dignidad de los trabajadores egipcios una ministra que se rebaja de esa manera a los ojos de todos, que demuestra tal grado de sumisión. Pues de eso se trata, de crear un régimen en el que solo la sumisión sea la vía para alcanzar metas, para ascender en la escala desde el más humilde lugar. La base del totalitarismo de este tipo es el control social de los mínimos mecanismos de movilidad. Hay dictaduras que oprimen. Otras más sutiles practican el arte de la obediencia como pedagogía. Esto lo vemos reflejado ya en las mismas novelas de Naguib Mahfuz. Es el arte de besar la mano para llegar lejos. Cuanto más te rebajas moralmente, más confianza mereces. Sumiso con los de arriba, despótico con los de abajo. Esa es la cadena social.
Quizá uno de los artículos más reveladores sea el titulado “Conversación con un oficial de la seguridad del estado”. En él, nos cuenta Al Aswany su encuentro, durante una boda, con un oficial de la policía que controlaba el país. Le llama la atención la “marca de la oración”, oscura, en su frente. No se resiste a la tentación de preguntarle por cómo conjuga sus creencias con sus actividades:

«Disculpe. Por lo que veo es usted religioso, ¿verdad?».
«Gracias a Dios».
«Y, ¿no encuentra contradicción alguna y ser religioso y trabajar en la seguridad del Estado?».
«¿Dónde está la contradicción?», me preguntó.
«Los detenidos por la seguridad del Estado son golpeados, torturados y violados, a pesar de que las religiones prohíben tal prácticas», le respondí.
Empezó a perder la calma y me dijo: «Primero, a todos los que golpeamos se lo tienen merecido. Segundo, si estudias tu religión detenidamente verás que lo que hacemos en la seguridad del Estado es acorde con las enseñanzas del islam».
«Pero el islam es una de las religiones que más insisten en proteger la dignidad humana», argumenté.
«Eso son generalidades. He leído la jurisprudencia islámica y conozco bien sus preceptos», respondió.
«Pero no hay nada en la jurisprudencia islámica que permita torturar a las personas».
«Por favor, escúcheme hasta el final. El islam no conoce la democracia ni las elecciones. Los jurisconsultos han establecido como obligación en todo momento obedecer al gobernante, lo hayan elegido los propios musulmanes o haya llegado al poder por la fuerza. Es obligatorio obedecerlo, incluso aunque haya usurpado el poder o sea corrupto o injusto. ¿Sabe cuál es el castigo por rebelarse contra el gobernante en el islam?».
No le respondía, así que prosiguió con entusiasmo: «El castigo es la hiraba, o amputación de una extremidad superior y otra inferior de lados opuestos. Todos los que detenemos en la seguridad del Estado son insurgentes cuyas manos y pies deberían ser amputados de acuerdo con la sharía, pero nosotros no hacemos eso. Nuestras medidas son mucho más suaves de lo que se merecerían». (213-214)

Al Aswany continúa describiendo, horrorizado, lo que escucha de aquel doble e incongruente servidor de dos amos, persona que ha logrado retorcer la realidad hasta el extremo de ajustarla a sus deseos de represión. Concluye:

Cuando me marché tras la boda, me pregunté cómo era posible que ese oficial, que era una persona educada y lista, pudiera estar convencido de esa interpretación errónea del islam. ¿Cómo podía extraer de la religión ideas perversas que contradicen sus principios? ¿Cómo se podía imaginar por un solo instante que Dios nos permita torturar a las personas y deshumanizarlas […] (214-215)

El núcleo de la argumentación del déspota no es un retorcimiento particular, sino una forma de usar la religión para el control del poder, independientemente de lo patológico de la personalidad que lo sostenga. Y esto solo se puede hacer manteniéndolo en la sumisión a través de la ignorancia. Las preguntas de Al Aswany deben llegar a muchos lugares y quedar claras para muchos que no lo ven con tanta nitidez.
El atraso de gran parte de las poblaciones del mundo árabe, en mitad de inmensas bolsas de riqueza corruptas, es una maniobra orquestada por los que saben que vencerán resistencias y mantendrán las cabezas gachas bajando las porras en el nombre de Dios. Ese se lo merecen y deberían estar agradecidos por la benevolencia es el argumento del tirano clásico que quiere domar todos los resquicios de la realidad. Controla la Ley, la interpreta y la aplica. Su mano debe ser besada porque siempre es magnánimo perdonándote la vida, permitiéndote estudiar, viajar o simplemente comer de las limosnas.

La segunda novela del Al Aswany
Por eso el papel de los egipcios cultos, de los que tienen una perspectiva diferente de lo que debe ser la sociedad; de los egipcios que han visto mundo y tienen otras perspectivas, es muy importante para el desarrollo de su sociedad hacia el futuro. Tienen una compleja tarea por delante: la de realizar esa doble tarea pedagógica de enseñar y desenseñar. Deben ayudar a sacar a su país adelante, un país con el que mantienen una compleja y conflictiva relación —amor y decepción, empeño y desesperación— para hacer que definitivamente se dé el salto hacia una sociedad más justa y educada, que pueda gobernase y confiar en gobernantes que busquen la mejora social y no usarlos para servirles. Dice Al Aswany:

Los egipcios corrientes no son plebeyos ni gentuza que no saben lo que les interesa, como dicen las autoridades egipcias. Al contrario, suelen disponer de una brújula infalible con la que determinan la posición política correcta. Muchos intelectuales se han desviado de la senda nacionalista y se han convertido en cómplices y propagandistas del régimen autoritario. En este sentido, debemos tener en cuenta que la decadencia del intelectual empieza siempre por el desprecio hacia sus conciudadanos. ("¿Por qué los egipcios no participan en las elecciones?" 92)

Se refiere el autor a la tradicional abstención de los egipcios en las elecciones convocadas por el régimen de Mubarak. La alta participación en el proceso electoral actual parece dar la razón a Al Aswany. Egipto se encuentra en un complicado proceso en el que todavía queda mucho por ver los derroteros por los que discurre. Egipto necesitará de todas sus buenas cabezas —Al Aswany se pronucia por El Baradei— y de todas las que quieran sumarse a este proceso histórico, a esta oportunidad, impensable hace poco, y que hoy es una realidad. Es importante para ellos y para nosotros.
La obra agrupa artículos publicados entre 2009 y 2010 en tres apartados: La presidencia y la sucesión; el pueblo y la justicia social; y libertad de expresión y represión del Estado. Para todos los que estén interesados en comprender la situación egipcia, las claves de muchas de las situaciones que han cristalizado en la primavera árabe, los artículos de Alaa Al Aswany son importantes. La precisión del detalle, de la observación se conjuga con la reflexión, un proceso que acaba casi siempre con la frase: la democracia es la solución. No hay otra.

* Alaa Al Aswany (2011): Egipto: las claves de una revolución inevitable. Galaxia Gutenberg - Círculo de Lectores, Barcelona. 251 pp. ISBN: 978-84-672-4505-9.



No hay comentarios:

Publicar un comentario

Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.