viernes, 23 de diciembre de 2011

Pepe

Joaquín Mª Aguirre (UCM)
Pepe es todo un personaje. En español decimos de alguien que es un personaje porque tiene algo, ejemplar o no, que hay que ver, como si fuera en lo alto de un escenario. Pues Pepe, sí, es un verdadero personaje.
Tiene algo más de cincuenta años y extiende una sábana en la avenida Complutense, delante de nuestra Facultad, y sobre ella pone un par de docenas de libros que se trae en unas bolsas de plástico. Cualquier mesa, tenderete, stand, cajón... es más lujoso que la sábana de Pepe. En invierno y en verano, con calor o con frío, Pepe está por allí. Hay semanas que no aparece. No sé si reparte su actividad vendedora por distintos lugares de la Universidad o hace otras cosas. Cuando hay poco movimiento por la Avenida, extiende su sábana delante de la entrada del Metro, junto a un contenedor, y comparte ese espacio con dos o tres vendedores que  llevan chucherías y pulseras y colgantes.
Pepe se trabaja lo suyo. Y lo hace bien. Es un ejemplo, por más que a algunos les pueda parecer irónico, y tiene toda mi admiración y respeto. Tiene más respeto que muchos que van por la vida de emprendedores, con el pelo engominado y dejando pufo y trabajadores en la estacada y se han hecho un máster en no sé dónde. No creo que él esté ni en el censo de ese millón y medio de trabajadores autoempleados, llamados pomposamente autónomos para no dejar ver la realidad, que se buscan la vida muchos de ellos por exigencias de las empresas que los contratan. A muchos se les exige darse de alta como autónomos. Como es una realidad que todos conocemos, no abundo más en ella ni el resto de las trampas consentidas y hasta fomentadas de este país.


A diferencia de otras personas que acometen con desgana esta situación de venta en la calle, Pepe ha hecho de ello una situación positiva. Pepe sabe quién le compra cada libro y los que les pueden interesar. En ocasiones, cuando pasas por delante, te dice «—¡Le tengo aquí guardado un libro que le puede interesar…!» Y va a su bolsa de plástico y te saca un libro que, efectivamente, te interesa porque no es como esos vendedores que tratan de venderte cualquier cosa.

Otro día Pepe me abordó todo preocupado: «—¡Menos mal que le veo! ¡El otro día le cobré un euro de más porque no me acordé que era viernes y había una oferta de dos libros por cuatro euros!» Y Pepe ha estado sufriendo la semana porque me cobró ese euro de más. Y yo lo creo, porque es honesto, algo no muy frecuente hoy.
Hoy le he comprado una biografía de Chaplin y una joya de la colección austral, el Primer viaje que los hombres realizaron en torno del globo, de Antonio Pigafetta, un italiano que fue en la nave Trinidad, embarcado con Elcano y Magallanes, la tercera edición de 1963. Hemos charlado sobre lo bien que aprenden algunos extranjeros el idioma español y sobre una chica, creo que rusa, que participa en el concurso Pasapalabra apabullando a todo el mundo con sus conocimientos de nuestro idioma solo con poco más de cuatro años de estancia aquí.

Paul Newman y Jane Woodward
La mayor parte de los que le compramos libros somos profesores y personal de la universidad. A muy pocos alumnos les he visto pararse si quiera a mirar los libros, objetos raros por fuera y por dentro para muchos de ellos, sin utilidad reconocida. Sobre su sábana extendida puedes encontrar libros interesantes a un precio vergonzosamente bueno. Todos tienen el mismo precio y no suele haber malos libros casi nunca. Muchas veces he comprado ediciones que ya tenía para regalar libros a amigos, rarezas editoriales descatalogadas ya, que acaban sobre la sábana, en la acera de la avenida de la universidad.
Si muchos de los alumnos leyeran o sintieran la mitad de interés y amor por los libros que siente Pepe, me quedaría satisfecho y, probablemente, tendríamos un país mejor. Porque Pepe no deja los libros sobre el suelo sin más, sabe qué son la mayoría de ellos. Está lejos de la indiferencia de los vendedores de libros de los grandes almacenes, que manifiestan poco interés por lo que tienen. Él te habla de esos libros, de las ediciones y sabe la diferencia existente entre un libro y otro. Se acuerda, pasados los meses, de algún libro que te llevaste. Toma nota por si encuentra alguno que necesitas.
Pepe es un librero sin librería, a diferencia de esos vendedores que despachan libros como si estuvieran en un supermercado, que son librerías sin libreros. No he cometido nunca la indiscreción de preguntarle a Pepe cómo llegó a vender los libros en la calle, pero me imagino que una vocación así —lo suyo es vocación, sin duda— no se improvisa. Probablemente dedicara la mayor parte de su vida a esos libros que hoy muchos no saben muy bien para qué sirven. Vender libros por las calles, en las aceras, tiene algo de chaplinesco, de esa dignidad callejera que nace del buen corazón y vivir con la mirada al frente, aunque el mundo se derrumbe a tu alrededor. Pero a muchos habrá que explicarles, además de qué es un libro, quién era Chaplin.
Creo que mi admiración callada por Pepe viene de su amor a lo que hace y de la conciencia del valor de su trabajo. Es él el que dignifica con su actitud esa simple sábana sobre la calle, es él quien lo dignifica esforzándose en saber qué vende a las personas que pasan, tratando de hacerles llegar algo en lo que cree y que les puede interesar. Si en este país hubiera gente como Pepe en los despachos, no tendría que haber gente como Pepe en la calles.
Decimos que los trabajos dignifican a las personas, pero cada vez estoy más convencido de lo contrario: son las personas las que dignifican a los trabajos, por humildes y sencillos que sean. 
Feliz Navidad, Pepe.

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