miércoles, 21 de diciembre de 2011

El ejército fantasmal


Joaquín Mª Aguirre (UCM)
Que los militares hayan asumido el papel represivo infame que el sistema policial de Mubarak representaba hasta el momento tiene consecuencias graves en distinto órdenes y niveles.
El primero de ellos, el más evidente, es que el ejército queda invalidado para ser el semillero de los gobernantes egipcios, como lo fue durante los últimos sesenta años, desde que a principios de los años cincuenta se sublevaran contra lo que consideraban una política monárquica de entrega y sumisión colonial. Todos los presidentes —Nasser, Sadat y Mubarak— salieron de sus filas convirtiendo la carrera militar en la que llevaba a la presidencia. Por la vía estrictamente política podías llegar a ministro, pero solo por la militar se aspiraba al poder absoluto.

Eso convierte al Ejército en el corazón del control de Egipto. Un control oscuro, basado en los delfinatos y en el crimen de Estado, como en el caso de Sadat que posibilitó el ascenso de Mubarak al poder. Todo lo importante se cuece entre sus filas. Desde allí se reparte la gran tarta del poder y los negocios. Solo el intento de Mubarak de colocar a un civil, a su hijo Gamal, rompe la sucesión institucional  que pretende sustituir por la biológica. Entonces estalla todo: en la sociedad, que no tolera esta burla pseudomonárquica, y en el Ejército que sacrifica la pieza aparentemente más valiosa. Curioso ajedrez este en el que el Rey vale menos que las Torres, los alfiles y los caballos. Curiosa forma de hacer gambitos, sacrificar al Rey para resguardar a las demás piezas del tablero.
El segundo nivel en el que el Ejército ha perdido su poder es el ejemplar y heroico. Los egipcios veían en su Ejército a los héroes que el sistema educativo y los álbumes de recortes fotográficos les mostraban. En un pueblo sometido a frustración permanente, el Ejército se mostraba como una poderosa institución. Frente al caos social, el Ejército es la estabilidad, la forma de vida ordenada. Son las pirámides de carne y hueso. Representan el poder de lo perenne. La imagen de las fuerzas militares agrediendo vilmente a las mujeres, vejándolas, pisoteándolas, ha dejado reducido al Ejército a un grupo de maleantes, de seres mal nacidos, sin honor ninguno, la concentración de la vileza más inmunda, matones con uniforme orinando desde los tejados sobre los manifestantes.


La prohibición por parte del Ejército de ser siquiera mencionados, no digamos ya criticados bajo penas en juicios militares se muestra como otra infamia más. Los tribunales militares, que ya eran una infamia, han arruinado cualquier posibilidad de respeto. ¿Quién va a justificar que no se puedan criticar las bajezas cometidas por el Ejército estos días? ¿Pretenden silenciar las críticas por todo lo que el mundo entero ha visto? ¿En dónde quedan los argumentos de que son conspiraciones para separar al pueblo Egipcio de “su” Ejército? Lo que ha quedado claro es que lo complicado es separar al Ejército egipcio de sus víctimas. La imagen de los perros, de las hienas, arrastrando los cadáveres de las víctimas, siguiendo las instrucciones de los perfectamente identificables oficiales al mando, impide construir cualquier imagen de honorabilidad que pueda ser mancillada por la crítica. Sencillamente, ellos mismos han destruido su honorabilidad con sus torturas ante la vista de todos. No, ya no existe el heroico y honorable Ejército de Egipto. Solo hay bellacos torturadores. Es ante el pueblo egipcio ante quienes tendrán que lavar sus culpas. Se les ha perdido el respeto porque ellos le perdieron el respeto a los que llevan la bandera de su país con dignidad, los que son apaleados, heridos, muertos. Ellos son los únicos que han quedado con el derecho a llevarla con dignidad.


El tercer orden en el que el Ejército ha quedado destruido es el internacional. La repulsa causada por su violencia irracional, brutal ha sido vista por todos, ha dado la vuelta al mundo. Las reacciones inmediatas de la ONU —de la Alta Comisionada para los Derechos Humanos— condenando lo que todos hemos visto, de Amnistía Internacional pidiendo que se deje de vender armamento a Egipto, equiparándolo con los regímenes de Gadafi o Al Assad, las advertencias del gobierno norteamericano —Hillay Clinton ha sido contundente, directa, sin asomo de diplomacia, contra las acciones de Ejército—, las críticas europeas, etc., han complicado las fuentes económicas que alimentaban al Ejército egipcio y parte del negocio institucional que les ha hecho vivir mejor que el resto de su pueblo. Egipto es el segundo receptor de ayudas, después de Israel, de los Estados Unidos. Con los cambios estratégicos que se están produciendo en la zona, el Ejército se ha equivocado pensando que la inestabilidad les beneficiaba porque así se aseguraban de que ellos seguirían controlando la sociedad frente al caos y la islamismo, la misma estrategia de Mubarak. Hasta en esto han mostrado falta de imaginación. No podían que un gobierno que saliera de las urnas estuviera por encima de ellos.


Las advertencias internacionales se irán multiplicando y se pasará a las denuncias por el trato criminal que se da a la población. El pueblo egipcio se está dando cuenta que la elección que tiene sobre la mesa es vender una pobreza tranquila e infame o sacudirse a estos dominadores brutales que desperdiciaron la posibilidad histórica de lavar su imagen apoyando una democracia real.

Lo único que ha pedido la gente, lo único por lo que volvieron a salir a la calle, fue que traspasaran el poder a los civiles una vez que se vio claramente que no estaban dispuestos a abandonar el poder, que trataban de establecer unas garantías de su impunidad institucional y personal. Querían ser un estado dentro del Estado, seguir por encima del bien y del mal, continuar rigiendo la vida egipcia desde los cuarteles. No entendieron o no quieren entender que la gente quería un cambio real. Todas esas muertes, toda esa sangre derramada, no son más que el grito doloroso de los que se han negado a ceder a esa nueva forma de sumisión.
Esa mujer apaleada, desvestida, pisoteada ante los ojos de medio mundo; esos hombres arrastrados, inertes, golpeados con saña… han sido los que han hecho comprender a todos que no están ante el Ejército egipcio sino ante sus ruinas morales. Solo quedan, como fantasmas, uniformes vestidos sin dignidad. La dignidad está en otro lugar, arropando cuerpos ensangrentados.


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