martes, 22 de noviembre de 2011

Tened cuidado

Joaquín Mª Aguirre (UCM)
No consigo quitarme las imágenes de mi último paseo hace apenas unos días por la Plaza de Tahrir. Su tráfico de siempre, al fondo el museo con sus paredes rojizas. Quise ir esta vez primero solo, sentir la emoción contenida de lugar del que llevaba hablando y escribiendo desde enero, del espacio que sabía que se convertiría en un particular lugar de peregrinación para mí y para muchos otros. Quería recordar solo a los caídos allí, en Tahrir, ese espacio en el que temías que pudiera darse una desgracia de cualquiera de tus amigos, de cualquiera de esos alumnos alegres con los que habías hablado en otra plaza, la de la Universidad de El Cairo, delante de la Facultad de Artes en muchas ocasiones.
Mi última visita a El Cairo ha sido entre los veinte muertos del brutal ataque a los manifestantes coptos, con los blindados pasándoles por encima y la explicación oficial de que un conductor perdió el control pero no la puntería, y estos nuevos incidentes, los más graves desde el comienzo de la revolución.
Las esperanzas en que el Ejército egipcio iba a dejar la transición en manos civiles se fue perdiendo al poco tiempo. No han hecho sino tratar de blindar su estado, asegurarse que van a ser intocables, la autoridad suprema, los ayatolas de un régimen oficialmente desaparecido pero que sigue campando a sus anchas. El admirado ejército se ha convertido en una rana repugnante. Hace ya muchos meses nos preguntábamos “¿por qué ser el villano cuando se puede ser el galán?”. El ejército, como en La sombra de una duda, ha resultado ser tan villano como lo fue su anterior jefe. Las esperanzas de que sus acólitos fueran mejores que él se han desvanecido entre muertes, heridos, torturas y juicios militares.

No puedo dejar de ver ante mí las caras de las decenas de alumnos egipcios que he tenido cada día en las aulas. No puedo dejar de ver sus ilusiones y su deseo de ser mejores para que Egipto pueda ser mejor. Les he escuchado muchas veces su orgullo por ser egipcios, por haber derribado una pirámide que parecía surgida de las noches de los tiempos. Son también muchos de esos jóvenes los que le han plantado cara a esos seres oscuros, enmascarados, anónimos, que recorren la plaza y las calles armados de palos, disparando, arrastrando por el pelo a los que logran coger, golpeándolos cobardemente, intentando matar así, a palos, las ilusiones de los que ha atisbado un futuro más libre.
La revolución, lo sabíamos ya hace mucho tiempo, no se había terminado. Sabemos su final, estamos seguros, pero no cuántos muertos costará, cuántos quedarán por el camino. Caerán muchos. Nunca serán pocos, pero con cada uno de ellos se construirá un futuro para los que queden, que siempre serán más y los guardarán en su memoria, como permanecían en las paredes de la universidad fotocopias con las fotos de los que cayeron en enero y febrero.
A todos, a esas caras que conozco, con las que he reído, con las que he trabajado preparando tesinas en cafeterías y burguers hast la medianoche; a  aquellos con quienes he compartido comidas en sus casas o en restaurantes, con los que he charlado sobre traducción, sobre literatura,  sobre cine, sobre esa España que tanto quieren y que sueñan recorrer, a todos vosotros, conocidos, y a todos los demás, a los que no conozco, pero con quien quiero identificarme en estos momentos de dolor y valor, de fortaleza e ira, os pido que tengáis cuidado, que sois todos necesarios para construir un Egipto en el que hace falta gente como vosotros y sobran dictadores y asesinos.
Espero veros pronto y poder dar con vosotros de nuevo un paseo por los alrededores de la Plaza de Tahrir. Cuidaos, por favor. Nunca tuve mejores alumnos, nunca mejores amigos.




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