domingo, 27 de noviembre de 2011

La distancia (el hombre del paraguas)


Joaquín Mª Aguirre (UCM)
Existe una distancia para ver las cosas y otra para comprenderlas. En un animal eminentemente visual e interpretativo como es el ser humano, las distancias visuales son importantes porque toda visión implica también una hipótesis sobre lo que se ve. Nos retiramos para poder encontrar la distancia precisa con la que ver un cuadro, más allá del detalle. De cerca podemos tener más precisión, pero puede que perdamos capacidad interpretativa.
Esa es la tesis que nos presenta The New York Times en uno sus interesantes microprogramas de vídeo, titulado “The Umbrella Man”*. El título hace referencia a la extrañeza que provoca el detalle. Nos dice su presentador, Errol Morris, que lo que nos parece normal en una distancia “natural”, con nuestra precisión ocular característica, se vuelve extraño cuando lo observamos con un microscopio. No es una cuestión exclusivamente visual la que plantea, sino lo que podríamos llamar la génesis de la extrañeza.
Los vídeos y fotografías tomados en los últimos momentos de la vida de John F. Kennedy nos muestran que, justo en el punto del recorrido en el que fue asesinado el Presidente, había un hombre con un paraguas abierto. Esto no habría causado extrañeza si ese día hubiera llovido en la ciudad de Dallas y otras personas de las que contemplaban el paso de la comitiva presidencial hubieran tenido sus paraguas abiertos.  Pero no fue así. Aquel fue un espléndido día de sol en la población tejana. Y el disparo se produjo exactamente al paso del coche del presidente frente al hombre del paraguas. Inquietante, ¿no? Se ha especulado mucho sobre ello. Se ha llegado a afirmar que se trataba de un arma sofisticada, un paraguas rifle o un paraguas cerbatana capaz de acabar con el presidente a su paso.

La aparición del hombre del paraguas pasados los años y dando explicaciones sobre qué hacía allí con un paraguas abierto en un día de sol con 18ºC no ha parado las especulaciones. Una vez que la maquinaria del recelo se pone en marcha es difícil, por no decir imposible, de parar. Ni la declaración jurada del interviniente servirá de nada.
 Cuando los seres humanos elaboramos una teoría, esta va apoderándose de lentamente de nosotros. El hombre del paraguas deja de ser el que llevaba el paraguas y pasa a ser el que lleva una teoría. El gran novelista norteamericano Sherwood Anderson en su obra Winesburg, Ohio, sostenía que los hombres se apoderaban de las verdades del mundo y las acaban transformando en deformaciones grotescas, convirtiéndose ellos mismos en seres grotescos poseídos por las ideas. Debería volver Quevedo y reescribir su soneto: “Érase un hombre a una teoría pegado”. La teoría, por supuesto, seguiría siendo, como la nariz,  “superlativa”.

La retirada del oro venezolano, por parte de Hugo Chávez, de los bancos de los países que no le caen simpáticos ha desatado todo tipo de teorías sobre el asunto. No debe ser para menos. Como han señalado algunos analistas: más importante que saber por qué lo hace es saber por qué “cree” él que lo hace. La paranoia teórica especulativa asciende y es contagiosa. Podemos intentar pensar qué efectos tiene llevar el oro a Rusia, China y Brasil. Pero no es lo mismo que tratar de meterse en su cabeza y pensar qué teorías e interpretaciones le llevan a hacerlo. Efectivamente, suele ser más importante preguntarse por qué cree la gente algunas cosas que las creencias en sí mismas. Umberto Eco se sorprendió al ver algunas teorías que especulaban sobre el sentido de diversos contenidos de su novela “El nombre de la rosa”. Señaló que se daba una especie de curva en la que las opiniones compartidas por la mayoría estaban en el centro, como en una curva “normal”, mientras que las aberrantes se situaban en los extremos, compartidas por los paranoicos que tejen las más extravagantes. Como crítico literario y semiótico, a Eco le interesaban las extravagancias. Pero puede ser agotador en otros terrenos.


Una teoría absurda puede dar sentido a tu vida. Los que han estado investigando durante décadas al “hombre del paraguas” y han establecido nuevas y más extravagantes teorías han llenado su vida y han arrastrado a otros. La han poblado, día a día, de cálculos y mediciones a la busca de la evidencia que deje a la humanidad pasmada ante tanta dedicación y sabiduría frente a lo acomodaticio de los demás, que dan por buena cualquier teoría. Cuando una sola teoría absurda resulta ser cierta —como por ejemplo que la Tierra es redonda—, las demás teorías absurdas se revitalizan y tratan de buscar la prueba que confirme la suya. Lo que ocurre es que hay cosas más complicadas que montarse en un barco y darle la vuelta al planeta.
Con todo, la evolución cultural, como en la vida, se basa en el error. Necesitamos personas obcecadas y teorías que cuestionen las verdades oficiales porque solo con estos cuestionamientos se suele avanzar. Para que llamen a alguien pionero, han tenido que llamarle loco durante mucho tiempo. Aunque siempre hay límites en la extravagancia, el papel de las teorías absurdas no suele ser el de triunfar, sino el de despertar la inquietud de personas que puedan diferenciar entre dos teorías extravagantes la que tiene alguna probabilidad de éxito. Las personas creativas son las capaces de convertir el absurdo en utilidad. Los que somos capaces de hacer cosas útiles con teorías útiles somos la mayoría y tiene poco mérito. Por eso, el reconocimiento es para los que sufren el ostracismo antes de que coloquen sus retratos en los lugares destinados a los más ilustres.

Hay personas poseídas por teorías, sus verdades, que les distancian de la vida y de los demás. Comienzan a clasificar el mundo en aquellos que concuerdan con sus teorías y aquellos que las rechazan. En sus mentes no entra la posibilidad de estar equivocados y pueden hacer cosas terribles en su nombre. Hay una distancia para ver un cuadro como hay una distancia buena para no dejarse poseer por la teoría, sobre todo si te arranca tu humanidad y puede causar dolor a otros. Por eso la intransigencia de las teorías, su dogmatismo, y de las personas, su violencia, suele ser indicador de la pérdida del sentido.
Mientras, en muchos lugares del planeta, un número relativamente pequeño de personas padecen dolores de espalda por pasar demasiado tiempo encorvados sobre fotografías en las que aparece un hombre con un paraguas en un día soleado en la ciudad de Dallas. Y, sorprendentemente, junto a él hay un hombre que levanta un brazo. ¿Un brazo?

* "The Umbrella Man" The New York Times http://video.nytimes.com/video/2011/11/21/opinion/100000001183275/the-umbrella-man.html


No hay comentarios:

Publicar un comentario

Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.