domingo, 16 de octubre de 2011

Un libro: La crisis rompe las reglas, de Max Otte con Thomas Helfrich

Joaquín Mª Aguirre (UCM)
La mayor parte de los libros interesantes que están saliendo al mercado editorial para tratar de explicar la crisis económica tienen una visión norteamericana de la cuestión. La Economía es una disciplina perspectivista, como no podía ser de otra manera, en la medida en que los intereses contrapuestos son los que están en juego. Por eso no puede dejar de ser una ciencia moral o, si se prefiere, política, ya que las decisiones no son ni deben ser mecánicas, implican valores y no solo ganancias. Una economía aséptica es imposible porque cualquier decisión implica afectar, de una forma u otra, a las personas. Hoy tenemos esta economía sin rumbo, carente de un proyecto real más allá del enriquecimiento personal, que ha abandonado lo real en beneficio de lo imaginario, que se mueve entre las transacciones simbólicas olvidando que ese juego condiciona la vida de millones de personas, que ve ocasiones en los desastres antes que dramas. Sencillamente, es indiferente a todo lo que no sean sus propios objetivos.

Max Otte es un profesor alemán —formado en Princeton—, del Instituto de Ciencias Aplicadas en Worms, director del Instituto de Desarrollo Patrimonial, de Colonia, y uno de esos economistas que han saltado a la primera plana por haber advertido de las consecuencias de lo que estaba ocurriendo y acabaría por ocurrir, la crisis. Otte habló de ella porque la tenía delante como posibilidad cada vez más próxima. No se fue por las ramas y tituló su libro ¡Que viene la crisis!, publicado en 2006. Nos llega su muy reciente libro —esto es importante, su actualidad— en colaboración con el periodista especilizado Thomas Helfrich. La obra adquiere el formato de entrevista, lo que la hace especialmente fluida y apropiada para describir lo vericuetos económicos del momento. Preguntado si va a seguir en la estela editorial de las crisis, Otte, que es serio y alemán, responde:

No quiero ser un profeta de la crisis. Me considero un observador de la naturaleza humana, observador de la historia, de la política, y también un inversor activo en los mercados de capitales y quiero exponer mis puntos de vista.
Por supuesto que con mi libro ¡Que viene la crisis! me han identificado con ésta y he adquirido cierta notoriedad. Esto, naturalmente, le tienta a uno a seguir dando la vara con el tema, pero me he prometido que el próximo libro sólo lo escribirá para mí mismo. Será un libro de sociología que tratará de las causas de que ya no tengamos un Estado que dicte las normas sino que abandona a los ciudadanos en manos del neofeudalismo y la oligarquía financiera. En cierto modo pongo en tela de juicio el sistema y busco respuestas. (230)

He elegido comenzar por el final para que se vea que Otte, aunque no quiera tratar en su próximo libro de la crisis, sobre lo que ahondará será en sus causas. Dar el salto de la Economía a la Sociología es no salir, en este caso, de la misma piscina, aunque se nade con estilos distintos. En efecto —y esa es una de las ideas de Otte—, el Estado se ha ido diluyendo, especialmente en lo que a garantías económicas  y sociales se refiere.
Una de las líneas —que hemos señalado aquí en muchas ocasiones— sobre las que Otte es más crítico es precisamente la que señala que el Estado ha ido perdiendo calidad, por decirlo así, tanto política como administrativa. Ni unos ni otros, ni funcionarios ni políticos, han sido capaces  de atajar, ni tan siquiera prever, la situación en la que nos encontramos. El autor señala:

En el proceso de posicionamiento y elaboración de textos legales, muchas cosas pasan por las manos de los lobbys, en parte también por las de los bufetes de abogados que redactan las leyes para el gobierno, o por las de las grandes organizaciones, que en parte se escriben sus propias leyes. Oficialmente, por supuesto, todo pasa por las comparecencias en el Parlamento o por los grupos de expertos de la Unión Europea.
Sin embargo, esto es engañoso. Al final, el trofeo se lo lleva el equipo que ha sido tácticamente mejor. El Estado no es más que un débil árbitro que dirime la batalla entre interese parciales. No debería ser así. Necesitamos urgentemente una burocracia ministerial competente que disponga internamente de técnicos y  expertos. En el Ministerio de Hacienda trabajan, que yo sepa, unos dos mil juristas, pero no son capaces de redactar una ley de estabilización del mercado financiero, sino que han de consultar para ello a un bufete de abogados.  ¿Quiere usted saber qué me parece esto? En primer lugar lamentable; en segundo lugar, un completo contrasentido, y en tercer lugar, peligroso para la democracia. (128)

No debemos pensar que estamos ante un estricto ciudadano alemán lamentando que el dinero de sus impuestos se vaya ena pagar gabinetes externos. Es algo más profundo y real, que es lo que implican los otros dos puntos.



Lo que señala Otte es muy importante porque el tópico contra el funcionariado, es decir contra la Función Pública, es un ataque contra la idea misma de un estado preparado. Los que llevan años sembrando el odio y el desprestigio contra el funcionariado tachándolo de casi todo, deberían exigir la renovación y profesionalización como garantía del conjunto de la sociedad más que su extinción. Los recortes del Estado son los recortes de las garantías de defensa de todos los ciudadanos. Por cada inspector que desaparece, aumentan las posibilidades de fraude. Afecta a todas las instancias: educación, comercio, transportes...

Eso no quita para que la administración, como denuncia Max Otte —y cualquiera que tenga sentido común—, no se haya llenado personas desmotivadas e inoperantes al fallar los mecanismos selectivos. El objetivo no debe ser la desaparición de la Administración —que solo beneficia a los que quieren burlarla— sino, por el contrario, que asuma el papel de la defensa de todos con eficacia e independencia. La necesidad de que la administración, dada la complejidad de las leyes que afectan al mundo globalizado y financiero, especialmente, cuente con funcionarios bien preparados y con la idea del Estado en su cabeza es esencial para evitar este permanente jugar con piezas negras en que se encuentra el Estado.
El otro objetivo de la crítica de Otte es la clase política. Coincidimos prácticamente en la totalidad de los planteamientos, que ya han sido expuestos en el blog. Otte señala:

El Parlamento no refleja la composición de la población, sino que en su seno predominan los políticos profesionales y los funcionarios. Esto favorece la formación de un subsistema cerrado de la clase política, lo que llaman “la nave espacial Berlín”. Aunque esta evolución favorezca la especialización, por otro lado hace que los políticos se alejen cada vez más del mundo en que vive el ciudadano normal. Además los diputados que se basan exclusivamente en una carrera política dependen económicamente de su actividad. De este tipo de políticos no podemos esperar que actúen con criterio independiente: ante la duda, tomarán la decisión que les garantice el beneplácito del partido y por tanto también su puesto de trabajo.
A diferencia de la mayoría de empresas, los partidos ofrecen una perspectiva profesional desde los dieciséis hasta los ochenta años de edad. Cuando se ha superado la primera etapa y se ha conseguido ascender a cierto nivel, el bajo rendimiento no comporta una sanción económica, como ocurre en la empresa privada; mientras el político sea fiel, siempre puede contar con algún puesto de consolación. (130)

Este es un problema acuciante por varios motivos. El primero es evidentemente el enclaustramiento dentro de los partidos, el aislamiento. La comparación del aislamiento de los miembros del partido con una nave espacial es muy gráfica. Berlín como una nave aislada lejos del mundo con su tripulación de políticos. La carencia de experiencia es la que hace que el político dependa de los que sí la tienen. Eso los convierte en presa fácil de asesores y tentadores, los que por beneficio propio o de terceros se acercan a ellos. 
Como señala Otte, gran parte de la crisis se la debemos a esta falta de inteligencia política, a esa debilidad, que los mercados han aprovechado para colarse por las rendijas que presenta. Unos grupos que se juegan millones e invierten lo que haga falta para asegurarse que los políticos llegan tarde a tapar los agujeros, y si es necesario presionan en los niveles adecuados.
El político actual —Otte pone como ejemplo de capacidad de liderazgo a políticos alemanes, como Helmut Schmidt, o de generaciones anteriores— le merece el desprecio de la persona ocupada principalmente por el cultivo de su imagen y cuya aspiración final es ser incorporados a los Consejos de Administración de la grandes empresas. Ellos creen que están allí por su competencia, pero finalmente están por lo mismo que han cultivado, su imagen, esta vez al servicio no de ellos, sino de los que los contratan.
A lo largo de la obra se realizan distintas menciones a España, tal como somos vistos desde fuera, y responsabiliza a los políticos:

A pesar de todo, los países del sur tampoco son víctimas inocentes. Ahí está el estallido de la burbuja inmobiliaria en España, muy parecido al que ha ocurrido en Estados Unidos. Con la salvedad de que en España se cobró conscientemente los dividendos del euro, pues gracias a la Unión monetaria europea pudo gozar de los bajos tipos de interés alemanes. Los políticos responsables dejaron crecer la burbuja sin hacer nada. Y los desmames que se cometieron en Grecia rehúyen toda descripción. (104)

La mención de una Alemania como un país psicológicamente ahorrador y físicamente productor, se enfrenta a la de la mentalidad anglosajona, esencialmente crediticia y de estímulo del gasto como forma de economía, que se traduce finalmente en forma de vida. La cobertura de los eurobonos y la poca gracia que ha hecho en Alemania tiene algo que ver con esa sensación —que ya hemos constatado en este blog anteriormente— que ciertos países, no solo Alemania, “trabajan para otros”. Lo cierto es que, también lo apunta Otte, los alemanes fabrican para que otros compren y gasten. El problema es si estamos pagando en deuda, que es lo que ha ocurrido con los bancos alemanes y franceses, poseedores de deuda de países que no ahorran y no tendrán con qué pagarla.


El paralelismo entre la burbuja estadounidense y la española es grande. A nosotros nos avisaron todos, especialmente sobre la política fiscal de las hipotecas. Esa frase tan española de “métete en una hipoteca y no pagas impuestos el resto de tu vida” ha sido un aliciente no siempre adecuado, pero era la forma de enriquecer a los que las concedían (bancos) y a los que vendían las casas. El que está al final de la cadena es el que ha visto desplomarse el precio de lo que pagó al alza.
La política de alicientes para conseguir viviendas baratas en Estados Unidos, al alcance del pueblo, que esa era teóricamente la idea, como aquí, se convirtió en una máquina de hincharlo todo. Con el añadido del coleccionismo de viviendas al que los españoles se lanzaron como inversión “segura” ante la falta de alicientes industriales. Al final, la codicia arrastró a los propietarios (endeudados de por vida), a los bancos (atrapados en la morosidad y haciéndose cargo de casas para evitar que se desplome su precio) y de los constructores, que están de deudas hasta el cuello para cumplir con los proveedores, que, a su vez acumulan el agujero que les han dejado. Y así a lo largo de la cadena alimentaria depredadora de la construcción. Al final son miles los que se han quedado con un patrimonio a la baja, en el mejor de los casos, o endeudados para toda la vida y sin casa, en la mayoría de los que se metieron animados en estas aventuras de la primera, segunda y hasta tercera viviendas, incluidos sus señorías, según su reciente declaración patrimonial. Y lo que queda por caer. La función de los políticos es evitar estas cosas y no hacer amigos ricos ni ricos a los amigos. Se han llevado las cajas por delante por este lío autonómico que tenemos entre todos.

Max Otte defiende el “modelo alemán”, desarrollado desde el siglo XIX, que posibilitó sus diversas recuperaciones tras guerras y reunificaciones: la economía social de mercado, fórmula que uno recuerda haber escuchado repetidamente entre los muchos partidos existentes en la época de la  transición española y primera etapa democrática. Entonces queríamos ser alemanes o suecos; después nos sentimos anglosajones, y ahora de las islas Caimán. ¡El signo de los tiempos!
Leer sobre lo que tenemos encima no es un ejercicio masoquista, es una necesidad. Comprender por qué han ocurrido las cosas, siguen y seguirán ocurriendo, no es algo que se deba dejar de lado sin consecuencias para todos. Es importante comprender los procesos para evitar que los que tienen más información que tú y tienen a su disposición más medios, se lleven el gato al agua, creen problemas y te convenzan que ha sido el destino o la mala suerte.
Se asombraban el otro día en un artículo porque habían visto discutir acaloradamente sobre derivados en una asamblea en mitad de la calle. Es un primer paso, aunque cueste. La política vuelve  a dónde no debería haber salido: del interés de la gente.

*Max Otte (con Thomas Helfrich) (2011). La crisis rompe las reglas. Ariel, Barcelona. 265 pp. ISBN:978-84-344-6972-3.



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