lunes, 17 de octubre de 2011

Inquietudes

Joaquín Mª Aguirre (UCM)
¿Qué es “hacer política”? Hay que lanzarse de cabeza sin diccionarios ni enciclopedias, sin la Biblioteca del Congreso ni los apuntes de primero de carrera. Hay que reducirlo a una palabra, a un verbo, que sea dinamismo puro. Creo que “política” significa “transformar”. Para otros significa “gobernar”, “ordenar”, “mandar”… De cada una de esas palabras centrales salen miles de palabras marcadas por la pasión inicial que las identifica: pasión por transformar, por gobernar, por mandar…
La que anida tras las palabras de los movimientos que han salido a las calles este fin de semana creo que es la pasión por transformar el mundo que nos rodea. La pasión por el cambio siempre precede al cambio. Los cambios espontáneos son de otro orden, como los surgidos de forma forzosa tras los desastres; ahi no hay pasión, sino necesidad. El cambio de la política es el cambio como deseo movilizado hacia unos objetivos que surgen de un malestar inicial. Es un cambio respuesta.

No es el cambio de la persona inquieta, sino el de las personas con inquietudes. Esto es importante porque lo que se ha producido es un despertar de conciencias, algo que ha estado semidormido por la estrategia de despolitización de la sociedad propiciada por la propia clase política, que se ha constituido en carrera o casta.
Lo que han despertado son las inquietudes, es decir, las preguntas, los cuestionamientos de por qué las cosas son como son, de por qué no pueden ser de otra manera. La despolitización social ha sido una maniobra mundial que ha alejado a cualquier persona o grupo que se preguntará por su posición en el mundo o por el mundo mismo. Por la propia o por la de los demás. Vivir es un estar que oscila entre la producción y el consumo, ha sido el mensaje.
En esta maniobra de vaciado, artistas e intelectuales y medios de comunicación se han visto condenados al espectáculo, al vacío acrítico, muchas veces generosamente recompensado. El mundo educativo también ha sido orientado hacia la racionalización y eficacia industrial, deshumanizándose, perdiendo el objetivo de formación de personas mejores en una sociedad mejor. El cinismo de lo único ha imperado. No había alternativa. Son esos grupos señalados, que están obligados a ser críticos del propio devenir social para corregir sus distorsiones, los que han sido, cada uno con técnicas y seducciones distintos, mantenidos en silencio o metidos en una cacofonía general para evitar que sus voces se entendieran. Al final, la voz ha estallado en la calle, el espacio primitivo de la política, en las plazas y asambleas. Lo ha hecho en ágoras físicas y virtuales, locales y globales.


Es la inquietud la que despierta la conciencia y exige la necesidad del cambio. Al cambio interior le sigue el deseo de la transformación exterior. Es cuando surge esa idea de lo político, que es lo contrario de la fuerza, tal como se ha teorizado desde una concepción esencialmente controladora de la sociedad. La vuelta a los sistemas asamblearios que vemos estos días va más allá de lo anecdótico. Representan la valoración del acuerdo por encima de la simple votación numérica. El mal uso de la fuerza de los votos se contrapone al deseo de diálogo y de agotar las posibilidades de encontrar soluciones satisfactorias para todos. No siempre se puede, pero se debe recorrer el camino. No se trata solo de defender mis posiciones; se trata de intentar comprender las de los demás, de hace ese esfuerzo. El “no nos representan” es algo más que un grito para manifestaciones; refleja una profunda frustración con el funcionamiento de las instituciones representativas, en las que se desatienden las inquietudes. No se trata de si este sentimiento es mayoritario o no, ya que se trata de algo que afecta al propio votante en su conciencia individual: ¿me siento satisfecho con lo que hacen los que están ahí por mi voto; me siento representado; hacen lo que yo haría? De eso se trata. Decimos: se vota en conciencia.


Lo que la gente quiere, una vez despertadas esas inquietudes, es que se transmitan a través de las instituciones. La política no debe ser una forma de captación de capital-voto que se invierta después en cualquier cosa rentable. La aparición cada vez mayor de casos de “comercio justo”, “banca ética” o el deseo de saber cómo fabrican los productos que nos ponemos, comemos, etc. etc., son manifestaciones del peso de las inquietudes. Se traducen finalmente en acciones: qué compro, dónde voy, etc. Los actos mecánicos, incuestionados, comienzan a ser objeto de reflexión guiados por la inquietud de la conciencia.
Lo importante es la aparición de las inquietudes, que se haya despertado hacia aspectos de la vida que estaban camuflados en la indiferencia. Las inquietudes se traducen en acciones y estas cambian lo que nos rodea, porque lo hagamos nosotros en nuestras parcelas o porque se logre la presencia suficiente como para que otros también lo hagan.
No hay cambio duradero que no comience con las conciencias. La inquietud es cuestionar y cuestionarse, pensar que la complacencia es el peor enemigo de casi todo. La inquietud nos vuelve a situar en el centro de la realidad y con deseo de mejorarla, para compartirla, porque ese ser egoísta que se ha teorizado y propuesto como modelo de comportamiento está en franca regresión.


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